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MIT LIV SOM HUND (1985)
Mi abuelo jugaba al tenis –sobre ni mas ni menos que una pista de hierba natural-durante buena parte de su vida, hasta una semana probablemete antes de fallecer de cancer de pulmon. Y donde el jugaba con su mujer, y donde despues de los partidos tomaba alguna clase de combinacion de ginebra con su trozo de lima foltando en el vaso, era un club de campo archi excluyente en las a fueras de Filadelfia.

Y en este club al que nos trajeron a mi hermana y yo en una o dos occasiones habia una pista de bolos privada y comedores con mesas de manteles blancos donde no se podia vestir de vaquero, ni tampoco a los ninnos se les permitia y todo las mujeres llevaban faldas, blusas finas y collares vistosos.

Y ya con incluso esa edad, de 7 o 8 annos, sabias que los unicos negros que ibas a ver llevarian el uniforme blanco de camarero, que eso no hacia falta ni que te lo explicaran; pero lo que si que no comprendiste muy bien fue cuando te dijo tu madre eso de que bajo niguna circumstancia podrias pertenecer a este club como socio siendo judio.

Pero mi abuelo, y mis recuerdos de el que son sobre todo de la decada de los 70, era alto y delgado, y sobre todo unos dientes candidos y grandes y una boca en forma de enrome sonrisa. Y su mundo y el de su mujer dependia del club de campo y su entorno social, una casa grande y severa, en la que todas las habitaciones eran impolutas y correctas, donde presidian algunos retratos del “gobernador” (la imagen de un hombre de estado del siglo 19 que se decia antepasado nuestro) y de su cualidad de ser irlandes de Pittsburg, orginalmente, y de pura cepa.

Pero yo sentia desde siempre, creo, las visitas que les hacimos a los abuelos como una carga que por su formalidad me molestaba. Nos daban cocacola y algo de patatas fritas pero no libertad de comernoslas a nuestras anchas y en la cantidad que mi hermana y yo quiseramos. Y despues de alguna interaccion con nostros, una serie de preguntas, a lo mejor, sobre el colegio o algo asi, pero que nunca generaban mas preguntas o indagaciones por su parte, se retiraban al mundo adulto y los temas de conversacion que por su contenido nos excluian de hecho.

Y una de las cosas al que me sometio mi abuelo, que se empenno en que le ayudara y que sintiera yo a igual que el la gravedad solemne de la empresa que me hizo emprender con el, era plantar un arbol en la parte de atras de la casa, y que este arbol lo plantamos como un simbolo, dijo, de mi; que con el tiempo y el paso de los annos se haria tan alto como una torre con una abundancia de verdes hojas que formarian un gran canapie, que aunque lo desplazaran las tormentas y el viento, no lograrian nunca derrumbarlo.

Y entonces quede libre para volver a ver la tele con mi hermana, en el despacho del piso de arriba.

Pero claro, unos pocos annos mas tarde, debido al hecho de que sus hijos hacia annos que se habian ido de casa y a que en realidad no era un hombre rico, sino que dependia de un empleo de la gestion de anuncios que como contrato tenia la empresa de su hermano-que el si que tenia dinero- con el transporte ferroviario de esa parte del estado de Pennsilvania, tuvo que vender su casa y instalarse con su mujer en un apartemento pequenno a unas manzanas del club de campo.

Y la vida seguia siendo escencialmente un cocktail party para el en la parte final de su viejez; y con su humor, su ingenio y su copa y cigarro entre los dedos, era un maestro de ese oficio. Y seguia siendo, con su ironia y su calor humano, un gran racista, pero con unos dotes de narrar anecdotas-tambien racistas a veces-y con un fino y habil sentido de tension dramatica.

Pero del arbol no me volvio a hablar nunca.

Y recuerdo que si que me surgio a mi la pregunta pero que tampoco nunca llegue a hacersela a el.

Pero hubo dos ocasiones cuando le vi en un aprieto respecto a mi que eran momentos en los que tuvo que verme por lo que era, a mi como persona y no como su querido y fiel perro labrador, como si dejeramos.

Y la primera vez fue cuando en una conversacion a solas con el sobre su experiencia en Europa en la Segunda Guerra mundial, me saco una gorra autentica de un cadete Nazi (o del ejercito aleman) que dijo que tuvo que custodiar como preso de guerra y que la gorra se la habia dado como regalo a el.

Enseguida pedi que me la regalara pues estaba fascinado yo por su color negro, el punto rojo que tenia en la parte de la frente, y que tenia encima un aguila de color plata con una pequenna esvastica, supongo, en los talones.

Y empece a prsionarle de muchas maneras y supe que sabia que le estaba intentando acorralar para que me la diera, y vi que tambien que sabia que lo sabia.

Y de repente la volvio al cajon y dijo simplemente que no te la puedo dar.

Y en ese preciso instante senti algo asi como que era lo correcto, que no me la debia dar y que lo hizo pensando, como si fuera por primera vez segun mi parecer, en mi.

Y habia, por tanto, para mi una sensacion de seriedad del momento.

La otra vez fue el dia antes de morir el, que estando en la cama ya con oxigeno, recibio mi llamada desde Madrid a su apartamento. Y no recuerdo por que le llame pues hacia annos que no lo habia visto ni correspondido ni pensado en el y a los carismas de navidad con los cheques de 10 dolares que alguna vez me enviaban y que nunca conteste ni agradeci, ni una sola vez.

Y me dijo con cierto humor y alegria en la voz, “pues ya ves Seth que a esto he llegado a mis 76 annos-pero no dejan a todos hacer eso, comprendes?”

Y cuando paso el telefono a mi abuela al terminar la conversacion, dijo esta con otro tono un tanto mas dramatico y tenso, a la vez que hiriente, “no querras gastar tanto dinero en nostros con llamadas interncionales, verdad Seth?"

Y la odie intensamente.

Y no fue hasta muchos annos mas tarde cuando la vi como vuida en una residencia poco antes de morir ella y como interactuaba con mi propio hijo que pude sentir un carinno que nunca tuve antes por ella.



Texto agregado el 24-11-2012, y leído por 118 visitantes. (0 votos)


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