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Antonio se consideraba una persona eficiente, se sabía inteligente, organizado, su carrera siempre fue brillante y en asenso, quienes trabajaban con él estaban muy de acuerdo con esta opinión que él tenía de sí mismo.

A sus 45 años se sentía satisfecho, tenía un excelente trabajo, ganaba dinero, una familia hermosa. Nadie daba un peso por él cuando comenzó, pero había luchado por surgir y lo había logrado. Parte de su infancia y su adolescencia, las había pasado en un hogar para niños con problemas socioeconómicos, esto después que su padre murió y su madre no pudo cuidar de de él y sus cinco hermanos.

Si, tenía muchas razones para sentirse satisfecho, hoy especialmente que se había convertido en socio de la empresa para la que trabajaba hace 10 años.

Antonio se había casado a los 35, María era una mujer maravillosa que repartía su tiempo entre la casa, cuidar a los 2 hijos del matrimonio y a la madre de Antonio, que vivía con ellos y que con los años se había puesto más y más achacosa y por supuesto, también debía atender sus consultas pediátricas en una importante clínica de la ciudad. Quizás el no se lo decía nunca, pero la amaba y suponía que ella lo sabía.

No comprendía por qué especialmente hoy le dio por recordar al cura del hogar de menores, su maestro de especialidad. Cuando terminó la enseñanza media y recibió el título técnico de la escuela industrial que dependía del Hogar le había dicho: “Antonio olvídate de la universidad, tienes un buen título, trabaja, ayuda a tus hermanos y a tu madre. La universidad son palabras mayores para ti, no tienes como competir para entrar y si lo lograras sería muy grande el desgaste hijo, nunca podrías repetir un ramo, porque perderías las becas que te dieran”. Le había respondido con los labios apretados y con su orgullo herido “No padre, no le voy a hacer caso, cuando salga de la Universidad le voy a traer mi título para que no le corte los sueños a nadie más”

Fueron años difíciles pero lo hizo, trabajó de día y estudió de noche, nunca se dio tregua, Ingeniería primero, luego la Civil, un post grado y cada vez que terminaba iba donde el Padre Ramón a mostrarle que se podía. Las primeras veces con su rabia de joven impetuoso, pero luego siguió visitándolo hasta que el cura falleció, porque él era y sería lo más cercano al padre que casi no conoció. Algo pasó entre ellos que los unió fuertemente, las largas charlas quizás consiguieron que el cura se pusiera un poco ateo y que Antonio lograra ser un poco más creyente.

Si, se había casado tarde, es que nunca tuvo tiempo, hasta que conoció a María, ella era tranquila, hermosa, brillante y mucho más joven que él, casi 10 años menos, la conoció cuando fue a hacer un diplomado a la universidad. Ella estaba terminando de especializarse en pediatría, era del sur, sus padres le pagaban una pensión en el barrio universitario y se sentía algo sola en la ciudad. El que nunca se había imaginado lo apasionado que podía ser el amor, se apasionó por ella, fueron tres meses en que se olvidó casi por completo de su carrera, del negocio, de ganar dinero, María había logrado lo que nadie nunca, sacarlo de sus esquemas, de sus objetivos; lo hizo olvidar sus ambiciones con sus caricias, se pasaban las noches despiertos, descubriéndose, hurgándose, buscando el más mínimo espacio en sus cuerpos que no hubieran acariciado.

Antonio no tuvo dudas cuando le pidió que se casaran un día brillante de octubre, el padre Ramón los esperó en la pequeña parroquia del hogar, un sábado caluroso fines de noviembre, sin preparativos, sólo los amigos, su madre, sus hermanos, los padres y la hermana de María. Se casaron para siempre.

Miró el reloj, levantó la vista y vio a su secretaria a través del vidrio que le hacía señas indicándole la hora, se dio cuenta cuanto tiempo había perdido haciendo recuerdos, tenía una reunión en cinco minutos más, se levantó rápidamente de su escritorio para alcanzar la chaqueta de su traje y entonces sintió el dolor en medio del pecho, imaginó por un momento a su perro saltándole encima, comprimiéndolo con sus patas grandotas y empujándolo contra la pared, sin embargo sabía que no era su perro, Rocco estaba en casa… no entendía que era entonces lo que estaba pasando, debía ser algo parecido a la muerte lo que lo arrastraba lentamente hacia algún lugar.

Hacía frío, mucho frío… miró a su alrededor, mucha gente que corría y vociferaba, muchos gritos en los que se rescataba su nombre. Una ambulancia, personas que no conocía. Supo entonces que estaba muerto, lo supo porque vio su cuerpo y por que intentó varias veces meterse dentro, porque vio María y no pudo secarle las lágrimas, por que intentó abrazarla y no la sentía, porque quiso hablarle y ya no tenía voz.

Alguien o algo le arrastraba con fuerzas y tuvo miedo, entonces el frío y la oscuridad lo cubrieron...

Texto agregado el 25-11-2012, y leído por 520 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
02-02-2013 Me encanta la forma en que cuentas tus historias. Un abrazo!! gsap
27-11-2012 A todos nos toca irnos asi que hay que hacer una buena vida como la que hizo el personaje de tu cuento.esta muy bien escrito ,mis estrellas,saludos hugo_leon
27-11-2012 los buenos se van primero, jaja saludos pelito
26-11-2012 Mucho mejor. Felicitaciones. ++++++++ avefenixazul
25-11-2012 1* FOGWILL
25-11-2012 Una narración estupenda, fluida y amena que te depara un final que no se espera. Me gustó elpinero
25-11-2012 Un relato que al comenzar nada decía de su fin, me sorprendió, excelente.***** Saludos lagunita
25-11-2012 Buena narración con una apropiada dósis de sorpresa. Fascinante y atrapante lectura. Te felicito. peco
25-11-2012 Cruzó el umbral. Una muerte muy amable, suave como el sueño. Debió ser un agraciado de la divinidad. felipeargenti
 
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