Aquella tarde lluviosa, llena de personas con prisa, carros que pasan sin precaución salpicando a los peatones,
mientras tu y yo nos refugiamos junto a una casa, en las escaleras y abrazados como dos pequeños niños inocentes,
que se cubren mientras el reloj se detiene, percibo tu perfume, ese tan peculiar que al hacer contacto con tu piel,
se convierte en una fragancia exquisita y tan llena de vida. Tu correspondes oliendo mi bufanda que lleva una de
mis fragancias favoritas, aunque reconozco, dramática como la intensidad que acompaña mis días.
Nos preguntamos cómo nos va, acorde al protocolo de las relaciones monótonas... Tu me cuentas acerca de tus
actividades altruistas, mientras yo formulo en mi mente las palábras correctas para decirte adios, un adios
consecuencia de la duda, de la cobardía, más allá de las ganas de cerrar el ciclo y seguir adelante.
De pronto, nos detiene el silencio, nos invaden las ganas de abrazarnos, de besarnos, y durante esos segundos
de gloria, mis sentidos despiertan y mi percepción se abre a las puertas del amor, de la ternura, del cariño, dulzura,
que emanan de tu mirada, de tus ojos que brillan como cuando un niño ve al sol por primera vez.
Anticipandote a mis palábras y delatado por mi mirada, me preguntas; ¿Hay algo entre nosotros?