Didier vivía en rancho largo, una finca situada en plena cordillera de los Andes junto al Cerro del Oso. Era amante de tener el patio lleno de gallinas. Tenía gansos, piscos, gallinetos, quiques y suspiraba por tener patos porque vivía junto al río Santo Domingo. No le quedaba fácil abandonar a sus aves de corral para irse a buscar los patos que quería; así que un día le sorprendí llevándole dos paticos pequeños para que hiciese cría. Se enamoro de los paticos y los puso a dormir debajo de una caja de cartón en el corredor. Al otro día se levanto y encontró que uno de los paticos faltaba. Se lo había comido uno de los perros. Así que organizo un lugar seguro para dormitorio del otro patico. El patico creció y se apoderó del patio y de la finca. Se consideraba dueño de todo. Les pegaba a las gallinas. Le pegaba al gallo. Les pegaba a los perros. Les pegaba a los gallinetos. Aporreaba a las personas visitantes. Se fue convirtiendo en un problema.
Hoy el pato ha inaugurado una nueva modalidad de su impertinencia porque empezó a montar a las gallinas. También montó al gallo, a los gallinetos y a los piscos. El gallo no volvió a montar a las gallinas y en cambio se enamoro del pato y andaba detrás de él todo el día y el pato lo montaba muchas veces al día y …..Más se enamoraba. Didier ya se sentía molesto y hastiado. Lo que colmo la taza fue que un día montó a uno de los perros y aposta el más bravo. Ya el pato andaba con el gallo y el perro todo el día y los montaba permanentemente. Didier se sintió ya muy ofendido y decidió regalar el pato el día que saco su largo pene y empezó a sobárselo en uno de los zapatos. Regaló el pato a Honorio , uno de sus vecinos y actualmente se oye decir que hace de las suyas en esa finca y que visita varias fincas vecinas ofreciendo sus amores a perros y a gatos…