| Caminaba acelerado, como si una sombraPropia lo persiguiese, como si las hojas
 Le intentaran tocar los talones, como
 Si los cuervos intentaran arrancar sus dedos,
 Como llanto de niño asustado,
 Asustado ante el reflejo fiel de las cicatrices
 Que el destino había curtido en sus ojeras,
 En sus manos
 En el sudor que brotaba de su frente
 De la frente de su hermana gigante,
 Que secaba con pequeños dedos de rana
 Flores que brotaban de las malezas
 Botones que escapaban de las camisas rotas
 Mi madre ladrando desde la ventana más alta de
 La torre de los 283 días que estuve fuera
 Escapando de la muerte que me buscaba, que me
 Llamaba como un long play reproduciéndose eternamente
 En un loop infinito de agujas que saltaban al
 Ritmo del Agogó del salón de fiestas de una mansión donde
 Rocinante galopaba fuerte y firme, golpeando con
 Sus pezuñas cada uno de los parqués que estaban en el
 Suelo, manchado de sangre que salía de mis narices, de
 mis fauces que habían estado involucradas en la batalla,
 en la pelea aquella donde el minero quiso robar las colleras
 De topacio que estaban en mis puños, envueltos en el escondite
 Oscuro, frío, húmedo de los pechos de aquella mujer que
 Olía a lodo, a pasto recién cortado, a nubes de lluvia, a
 Himno de un país que no quiero recordar, como escobas de
 Verbenas que se recogen en un madero para sepultar
 Las coronas que están sobre nuestras cabezas, como laureles
 Que arden en un eterno fuego que está bajo nuestros pies,
 En la antítesis de un sueño ultrasónico, golondrinesco, casi
 Propio, pero también ajeno, candente, silencioso, trompético,
 Azuloso.
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