LEJOS DE CASA

Después que me arrojaran violentamente del vehículo en marcha quedé muy aturdido sobre la vereda con un golpe en la cabeza. En esa noche oscura y sin testigos no sabía dónde estaba. No reconocía mi barrio, ni en las casas ni en los árboles, tampoco sentía el ruido y los olores del frigorífico trabajando a doble turno. Sin dudas me encontraba lejos de casa.
Me incorporé como pude, el dolor en una pierna se hizo fuerte y cojeé al caminar. Golpeé la puerta más cercana, alguien preguntó quién era pero sin abrir; la siguiente se entreabrió solamente para que una mujer se quedara mirándome, y luego lentamente la cerrara contra mis narices. La última fue peor aún, prácticamente me echaron sin contemplación ni mediar palabra.
Ya me pareció inútil seguir insistiendo y busqué alguna otra manera. Vi que bajo la luz del foco de la esquina siguiente había un teléfono público, pero infructuoso, mi estado físico no me lo hubiese permitido llegar a él. Y ni siquiera podía emitir sonido alguno.
Sin embargo, y a pesar de que no veía a nadie por allí, finalmente decidí esperar ayuda en el mismo lugar. A las horas el cansancio me venció, y quedé dormido en el suelo contra la pared de una casa vecina. Así pasé la noche. Hasta que el maullido de un maldito gato me sobresaltó y desperté cuando justo amanecía…
Sobre mi piel se fue acumulando el rocío de una larga madrugada, y en el estómago el hambre de una noche entera lejos de casa. Por fin alguien me prestó su debida atención, y apiadándose de mí enseguida volvió con un apetitoso hueso.