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Inicio / Cuenteros Locales / Mariette / Brisingamen, el Futuro del Pasado: Capítulo 21.

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Capítulo 21: “El Regreso de la Capitana Esperanza Rodríguez”.
Favor leer escuchando “Ichiban no Takaremono”, con todo mi respeto para la cultura japonesa, el animé y los otakus, y a Vale G., quien me la recomendó.
Dedicatoria:
Dedico el presente capítulo de “Brisingamen, el Futuro del Pasado” a mis ex compañeros, ex compañeras, ex profesores y ex profesoras de la Escuela Juan Luis Sanfuentes de Talca.
Esa, durante tres años, desde el terremoto del 27F, fue mi querida escuela y con gusto lo será en mi corazón durante toda mi vida.
Pero, lamentablemente, el 19 de diciembre de 2012, los alumnos de todos los octavos nos licenciamos y tuvimos que escoger un rumbo a seguir, esta vez fuera del lugar que nos acogió durante tanto tiempo.
Todos con los que discutí alguna vez, se merecen mis disculpas.
Todos aquellos que alguna vez me pidieron ayuda y por alguna razón se las negué, lo siento y de verdad.
Gracias a todos por su amistad.
Pero ésto va dedicado especialmente a mi curso: el “Octavo año C-2012”, el cual está conformado por:

Yoselin Aguilar
Leonardo Albornoz
Javiera Alfaro
Danya Amaro
Rodrigo Andaur
Danixsa Andrades
Alejandra Arriagada
José Bernal
Sebastián Bravo
Katherine Canales
Damari Espinace
Catalina González
Valentina González
Bárbara González
Bastián González
Amelia Herrera
Sebastián Jaque
Felipe Loyola
Cristián Madrid
Bastián Matamala
Carolina Montecinos
Luz Murillo
Cynthia Núñez
Francisca Opazo
Cristina Parada
Sofía Poblete Ahumada
Sofía Poblete Hernández (Yo)
Catalina Poblete
Felipe Rodríguez
Jonathan Salgado
María José Sandoval
Denise Tapia
Nelson Torres
Katherine Valladares
Joel Varas
Julia Zúñiga

También, por supuesto, a nuestros profes.
Tampoco puedo olvidarme de los amigos que hice en otros cursos, los que alguna vez pertenecieron al mío, de los profes que ya no trabajan en la Escuela ni mucho menos de los de los talleres.

Era mediodía en la selva amazónica del sur de Brasil o, al menos, ese era el lugar en el que Esperanza creía estar. El sol inclemente arrasaba con todo a su paso. De nada le valía a ella y ni a Arturo ir caminando por las sombras.
De pronto llegaron hasta un hilo de agua, no muy profundo, para nada ancho, pero sí extremadamente contaminado. El líquido vital se veía café, casi negruzco, lleno de sedimentos, tierra, pero por sobre todo de oro y mercurio, los cuales eran explotados a lo largo y ancho de toda la selva amazónica y si llegaban a ser, por uno u otro motivo, inútiles se les arrojaba al conducto fluvial más cercano y que el destino se encargase de ellos.
El viento movió el húmedo aire y Arturo cayó al suelo sin remedio, para segundos más tarde sumergirse en un sueño más que medianamente comatoso.
Esperanza le lanzó sobre los huesos una capa que había encontrado en el camino y se dirigió al canal. Se humedeció el rostro y luego empapó un paño con esa dudosa agua. Se dirigió hacia donde estaba su compañero de travesía y a escasos centímetros de distancia se dejó caer. Se colocó el paño en la frente y se durmió.
A las horas después…
El aire estaba helado, le calaba los huesos, pero a pesar de lo incómodo que era, no quería abrir los ojos, por lo menos no todavía. Sobre todo, porque no sentía los grillos ni los animales nocturnos, eso quería decir que todavía era de día.
El frío siguió congelándola. Al parecer, no le quedaba otra opción sino despertar.
El ocaso se veía en el horizonte, al parecer el sol quería dejar de trabajar, dejar de ver la maldad que cobijaba el mundo. No pasaría mucho tiempo para que ese lugar se plagase de animales salvajes y tuviesen que correr por sus vidas. Ahora, que todavía quedaba aunque fuese un poco de luz, debían buscar un refugio seguro para pasar la peligrosa noche y, de pasada, evitar que los indígenas los cogiesen otra vez.


Palpó su frente y encontró la temperatura decente, por lo menos por esos momentos y examinó cada una de sus quemaduras. Había hecho bien en no bañarse en ese mugriento canal de pseudo-agua, sino ahora volaría en fiebre y las heridas estarían completamente infectadas, no le quedarían muchos momentos de vida.
Y si ella moría, ¿qué sería de Arturo? Moriría probablemente en no mucho tiempo después de que ella entregase el alma. Hablando de Arturo, ¿dónde estaba ahora? Miró a su lado y lo encontró todavía sumergido en ese espectral sueño, que hacía creer que jamás despertaría.
No pasaron muchos segundos hasta que el muchacho comenzó a removerse furioso en el suelo, de un lado a otro. Nuevamente era presa del delirio.
-Señorita… capitana…-llamó en tono quejumbroso, sin abrir los ojos.
-¡Arturo!-exclamó ella precipitándose lo más cerca que pudo de él.
-¿Dónde está?-preguntó el muchacho.
-Aquí estoy, contigo-dijo ella cogiéndole la mano, en contra de su orgullo personal.
-Discúlpeme… por… favor-pidió el muchacho, mostrándole la confusa mirada, la palidez extrema de su rostro, casi mortífera y la debilidad de su voz. Sólo para después cerrar los ojos y dejar caer la cabeza a un lado.
-¡Arturo!-gritó la muchacha con toda la fuerza que pudo reunir en su voz y en sus manos, las cuales clavó firmemente en los brazos del joven. No lo podía creer, honestamente. Arturo, su compañero de travesía, estaba muriendo ante sus ojos.
-¡No mueras!-dijo, sin obtener respuesta-. ¡No, por favor! ¡Sé fuerte!
La respiración del muchacho se volvió casi imperceptible. La muchacha corrió hacia el canal y empapó de nueva cuenta su pañuelo y lo colocó lo más rápido que pudo sobre la frente del ex monje.
-No merezco… su ayuda… señorita-musitó el joven.
Esperanza se alivió un poco, al menos el muchacho hablaba algo medianamente coherente.
-¿Por qué?-preguntó ella.
-Porque… yo… causé… este problema… Casi la mato… a usted-musitó Arturo.
-Lo dices por los tragos, ¿verdad?-preguntó ella con toda la suavidad de la que fue capaz.

-Sí…-dijo él con tono cansado.
-¿Hay algo que yo no sepa, Arturo?-inquirió ella.
-El hombre… que me dio las copas… era indígena… sólo hablaba portugués… e hizo todo lo posible… para que yo… le recibiera… los tragos… Era muy extraño… excéntrico… diría yo-dijo el muchacho-. Y luego… yo la obligué… a usted… a beber… en contra de mis principios… Merezco… morir… ¡Déjeme aquí… solo… para pagar por mis pecados… hágame ese favor!...
-¡Jamás!-aseveró ella-. Jamás…-repitió.
Ahora podía ver todo con total claridad. Ese indígena había tratado de adormecerlos a ellos para poder llevarlos con completa calma y tranquilidad al sacrificio que se haría en las entrañas de la selva. Lo peor era que ahora estaba desorientada, no sabía simplemente qué hacer. El rumbo iba a la deriva y a cada paso que daba, corría el riesgo de caer de nuevo en la boca del lobo. Ni siquiera sabía si estaba cerca de Santos o no…
Pudo observar cómo Arturo caía nuevamente en su estado de semi coma. No podía pedirle que anduviese más de lo que podía y eso era precisamente nada. El cielo se tiñó de negro.
-Maldición…-murmuró.
Lamentablemente, tendrían que pasar la noche ahí, con la incertidumbre haciendo mella en ellos, con miedo, con susto, a la deriva…

A esa misma hora, no muy lejos…
-Capitán, estamos listos para zarpar-dijo uno de los tripulantes del bello navío que llevaba por nombre Medianoche Blanca.
-No, debemos quedarnos aquí-ordenó el capitán Hopkins.
-Capitán, nos persigue la Armada Brasileña, dentro de unos segundos, seremos fiambre-dijo en un dudoso español el maestre Ferreiro, quién no era nadie más ni nadie menos que el brasileño con quién había hablado Esperanza en el carnaval.
-Lo sé, Ferreiro, pero debemos esperar a la Capitana Rodríguez y al Contramaestre Gómez-replicó el malvinense, sin dejar de mirar por el catalejo-. Pero ahora, los necesito a todos con el mismo valor que siempre nos ha caracterizado, pues debemos enfrentarnos… ¡En batalla!-bramó.
-A la orden, voy a avisar a la tripulación-dijo Ferreiro.
-Date prisa-aseveró el capitán Hopkins, esperando el momento en que las olas dieran cuenta en la playa de Santos de la sangre que ahí se iba a derramar.

Selva amazónica, alba del día 25 de junio de 2012.
A la luz del cielo tricolor, enfrentando el frío aire del amanecer, se encontraba un grupo considerable de indígenas de la Amazonía sentados formando un círculo alrededor de la fogata.
El que al parecer era el líder de la tribu hablaba en su extraña lengua nativa, mirando fijamente a todos y cada uno de los presentes. Se mantenía en pié gracias a una suerte de bastón rústico de madera, que posiblemente indicaba su rango entre todas aquellas gentes.
Todos, incluido él, tenían en sus ojos impresa la mirada llena de pesar y tal vez de miedo, de confusión y pánico.
El incidente que habían presenciado el día anterior había sido sin duda lo suficientemente fuerte como para dejar a gran parte del grupo conmocionado.
Es que no era asunto de todos los días ver a dos espíritus aterrantes, que venían a cobrar venganza por haberlos sacrificado y, dicho sea de paso, a tirar por la borda a todos sus deseos de tener un año mejor.
Ese, sin dudas, sería otro año lleno de invasiones extranjeras en aquellos extraños objetos duros y voladores, que causaban una ventolera, un huracán a su paso. Otro año con gente extraña caminando por sus territorios y robándoles sus espíritus con aquellos extraños y pequeños objetos, capaces de enceguecer a la tribu por completo. Un año más sin libertad, viendo como el mundo que durante siglos les había rodeado, se caía a pedazos de mano de gente ajena a sus costumbres y déspota para con ellos. Un año más con sus ríos y cultivos silvestres contaminados por la obra del oro y el mercurio del cual se despojaban aquellos hombres que les trataban de esclavos. Un año más de aguantar.
Pero, ¿qué era lo que habían hecho mal? ¿Qué era lo que había disgustado a aquellos dos espíritus? Nunca, en toda la historia de su pueblo, había acontecido cosa semejante y no sabían cómo enfrentar la situación.
Las mujeres y los niños lloraban en un rincón, arrimándose a los pocos árboles que venían quedando de su antiguo mundo. Completamente apenados y, dicho sea de paso, aterrados.

Lo que ellos no sabían, era que todo eso había sido una maquinación de la hábil Esperanza Rodríguez… ¡Disculpen! Capitana Esperanza Rodríguez…

FLASHBACK.
-Arturo, ayúdame a escapar-pidió en tono leve y lastimero, que la historia jamás sabría si el chico logró percibir.
De pronto, los tambores dejaron de sonar. Las mujeres dejaron de lanzar paja. Los hombres dejaron de danzar alrededor de la fogata. Una enorme fumarola salió como una lengua de fuego desde la fogata. La capitana Rodríguez y el contramaestre Gómez habían muerto.
No, en realidad no habían muerto. Esperanza había aprovechado el momento oportuno de arrojar paja en el lugar preciso y hacer ladear la parrilla para saltar con toda la velocidad que pudo, mientras que Arturo la sostenía con sus quemadas manos, evitando que el artilugio se desplomase sobre ella. Y, cuando aquello iba a suceder, ella tironeo del brazo del muchacho, ayudándole a salir del fuego.
La fumarola que se vio, no fue más que paja y madera quemándose a toda velocidad, mientras la muchacha se camuflaba tras ella para salir de allí.
Luego, el cansancio les arrojó contra el suelo, donde quedaron como estampillas durante sesenta segundos.
Los aborígenes no les vieron, sólo vieron llamas y más llamas que sólo indicaban que el sacrificio se había concretado, que los prisioneros estaban muertos y ya eran nada más que cenizas.
Les vinieron a ver cuando Esperanza decidió que era momento de levantarse y emprender la huída. Cogió a Arturo, quien hizo todo lo posible para ponerse en pié solo, a pesar de que carecía de fuerzas, para no incomodar a Espe.
Entonces, la imaginación extravagante de los indígenas hizo todo el trabajo por sí sola: aquellos seres todos quemados, con el rostro rojo y ceniciento, el cabello chamuscado y las ropas raídas, no eran más que espíritus aterrantes que, con sus extraños gestos y desequilibrios, con aquellas palabras en una lengua difícil de entender, venían a cobrarse venganza por haber muerto, a aterrar a su gente y exterminarla luego de hacerle sufrir.
Entonces, ambos bandos echaron a correr a toda velocidad con destinos opuestos, como si jamás se hubiesen conocido.
FIN DEL FLASHBACK.

El jefe de la tribu cesó de hablar. Miró al cielo con preocupación, las nubes vaticinaban la tormenta que los espíritus les habían mandado.
De entremedio del bosque salió una muchacha que según la leyenda era virgen. No tenía más de doce años y ya había rechazado la idea de casarse. Su vida era una desgracia para su gente y su destino era inútil en aquellas tierras.
La morenita, flanqueada por los mismos tres hombres que habían acompañado a los chilenos a su supuesto destino final, fue conducida a una parrilla nueva.
Iba a tener el dudoso honor de inaugurarla. Sin embargo, no lloraba. Miraba hacia el cielo con la frente en alto, altiva y valiente. Bien podría haber sido una tripulante del Rosa Oscura o del Medianoche Blanca.
Iba desnuda por completo, con el lacio cabello azabache al viento y los ojos negros fijos hacia el horizonte. Los tatuajes le daban un aire exótico.
La arrojaron sus hermanos, que ellos eran los fortachones, hacia el lecho de madera, sin ninguna suavidad.
Su madre debía arrojar paja junto a otras mujeres, mientras que una lágrima de ira contra su hija, una mezcla de reproche y pena, se perfilaba en su mejilla.
Su padre y su novio la miraban desde los danzantes con una mirada de odio puro, como juzgándola por haberle rechazado, cuando su obligación era aceptarle con un amor que jamás había sentido.
La jovencita, mientras se recostaba, abarcó con una sola mirada todo el lugar y les dirigió a todos una sonrisa, y he de deciros que esa era la sonrisa de la Capitana Rodríguez…
A una voz del jefe de la tribu, una antorcha se arrojó a la parrilla. El fuego consumió los alrededores de ésta. Las mujeres comenzaron a lanzar paja. Los hombres comenzaron a cantar y bailar al son de los tambores. Mientras que el jefe de la tribu iniciaba una oración a aquellos dos espíritus malignos para que se alejasen de su gente y comprendiesen que ese era el destino que se les había trazado desde su nacimiento. Mientras que le rogaba a la naturaleza que con ese sacrificio se saneara el daño que le había hecho y ella les ayudase a ellos, junto a todos los dioses.




Unos cuantos kilómetros hacia el este, a esa misma hora…
Esperanza vio al sol salir con toda su fuerza desde el umbral del horizonte y así supo que se iniciaba otro día. Un nuevo día de sufrimientos y de cansancio se acercaba, pero ya estaba acostumbrada a ver al astro rey reaparecer en el cielo.
Acarició la cabeza de Arturo llena de preocupación. El muchacho se percató y abrió los ojos, mirándola a la cara.
-Buenos días, señorita-saludó educadamente.
-Ni por cortesía merecen el título de buenos-bufó fastidiada.
-Siento mucho haberla tenido despierta toda la noche, pero sin dudas se lo agradezco-contestó caballerosamente.
-¿Te crees tan importante como para mantenerme despierta toda una noche?-bufó sarcástica, mientras que algo en su interior le rogaba detenerse.
-Disculpe mi egocentría, capitana-pidió el muchacho compungido.
La muchacha se puso de pié y cogió su bolso. Estudió con ojo crítico a Arturo, quién estaba sentado en el suelo.
-Dime, Arturo, ¿te sientes capaz de partir a Santos?-preguntó Esperanza-. Calculo que no está muy lejos, pues los indígenas con un sistema muy rudimentario consiguieron traernos aquí en una noche.
-Claro, como usted mande, capitana-concedió Arturo, que a pesar de sentir que la cabeza se le partía en mil pedazos y que su piel era fuego puro, prefería volver a la civilización antes que estar eternamente varado en la selva.
La muchacha le ofreció el hombro, el cual el chico rechazó, pues no quería incomodarla, pero al final ella terminó convenciéndolo con su mirada más cruel y con el argumento de que si prefería andar solo, tendría que aceptar la idea de retrasar la llegada al caer una y otra vez.
Y así, siguiendo el curso del agua Esperanza consiguió orientarse.
El caudal corría de su derecha hacia su izquierda, por ende a la derecha estaba el oeste y a la izquierda el este. Pues, el agua de un río va de cordillera o montaña hacia el mar, y mientras más se adentrasen en la selva, que era donde estaban, más montañas habrían. Así que principiaron a caminar hacia lo que ella supuso sería el este, es decir, la costa, hacia Santos, hacia su preciado Rosa Oscura.

27 de junio de 2012, mediodía…
El sol estaba en lo alto en la ciudad brasileña de Santos. Aún así ese día el ambiente festivo estaba extinto, lo estaba desde el día 24.
Ya no había vestigios del fabuloso y divertidísimo Carnaval de San Juan, pero la destrucción era un panorama que se podía divisar en cada milímetro de las calles y construcciones de la ciudad.
Había varios navíos de mediana calidad anclados en el muelle y los marineros trabajaban en cualquier lugar posible tratando de reparar lo que fuese, pues siempre al terminar encontrarían algo más desastroso, algo peor, algo capaz de hacer perder las esperanzas al más fuerte.
Por las grandes avenidas se guiaban dos sucios, jóvenes y enfermos viajeros, mostrándose el camino hacia la playa el uno al otro, haciendo uso de un plano que habían conseguido en la oficina de informaciones de la Plaza Principal.
Ellos no eran otros sino la Capitana Esperanza Rodríguez y el Contramaestre Arturo Gómez.
-¿Qué demonios pasó aquí?-se preguntó la sudorosa y agotada joven, mientras que su compañero de travesía le mostraba con el dedo la dirección a seguir.
-La verdad es que no lo sé, capitana-señaló el muchacho, mil veces más pasmado que ella.
Lo que ambos ignoraban era que el día 24 habían arribado a Santos dos de los barcos pertenecientes a la flota holandesa Zeven Provinciën, la cual combatía la piratería en el Cuerno de África. Y ese día había llegado a aniquilar a los clandestinos y hasta desconocidos piratas de Santos, acudiendo en ayuda del escandalizado gobierno de Brasil. Y que esos dos navíos eran los culpables de semejante ola de destrucción y desolación.
-¡Fijáte por dónde vas!-le masculló alguien a ella, tras chocar en la calle.
-¡Cállate, idiota!-le espetó ella-. ¿Hopkins?
-¡Esperanza! ¡Qué alegría verte! Pero, ¿qué te ha sucedido, nena? Y no me digás que ese estropajo es Arturo-dijo el sorprendido capitán del Medianoche Blanca.
-No seas cínico, no te alegra en nada verme. Y, ¿qué me sucedió? Querrás decir qué demonios nos sucedió. Pues cortesía tuya unos indígenas casi nos queman en un sacrificio y Arturo por salvarme está vuelto ese desastre, ¿te parece poco, acaso?-reclamó furiosa.

-Mirá, tengo poco tiempo, porque los de la Zeven Provinciën nos atacaron y tenemos que arreglar este desastre y defender de los ataques a la gente para luego salir huyendo, pero los llevaré al Medianoche para que el médico de abordo los ayude con esas quemaduras-indicó Hopkins.
-Ya me imaginaba que algo así había sucedido-masculló Esperanza, mientras que Arturo permanecía en un mutismo y un pasmo inaceptables en cualquier ente que se calificase de “ser vivo”.
Cuando pasaron por el almacén donde habían bebido piña colada dos ideas asaltaron a Esperanza: venganza por que la viejecilla traicionase su confianza y de pasada comprar provisiones, pues no había podido recoger lo que había estado a punto de pagar.
-Espera, espera, espera, Hopkins. Necesito comprar provisiones-se excusó Espe.
-Esperá vos. Yo ya me hice cargo de eso y están en el Medianoche. Sé que querés vengarte, pero ella no tiene la culpa-dijo el pirata.
-¡Claro que la tiene, me mintió!-replicó ella.
Y así se la pasaron discutiendo como un par de niños pequeños durante todo el camino.
Al llegar al Medianoche se hicieron las presentaciones pertinentes y el médico de abordo les trató de inmediato, teniéndoles una semana bajo su cuidado.
La mañana del 5 de julio de 2012 el Rosa Oscura zarpaba del acogedor y hermoso puerto de Santos en compañía del Medianoche Blanca, con más provisiones y algunos tripulantes del navío hermano que no dudaron en volverse a su barco de origen, pero demostrándoles siempre su lealtad.
Esperanza y Arturo se recuperaban rápidamente de sus quemaduras, pero tristemente ya tenían varias cicatrices y los ungüentos no eran suficientes para aminorar el dolor que a veces sentían, aún así sabían que no era tarde para volver a empezar, juntos, como amigos, como hermanos…

Texto agregado el 26-12-2012, y leído por 197 visitantes. (1 voto)


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