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Vuelvo a subir un cuentito que en su momento me dio algunas alegrías: http://www.loscuentos.net/cuentos/link/386/386307/





Robo en la clínica Niere


El recluso Juan Carlos Guanca, alias el chino, era un muchacho fornido, de piel oscura y antepasados confusos. En su cara opaca, y bajo un flequillo de alambres, sobresalían, como perlas, unos pequeños ojos rasgados, ladinos y de negrura amenazante.
El chino había pasado casi la mitad de su corta vida encerrado. Los periodos en libertad los había aprovechado como podía y mejor sabía hacerlo: en su extenso prontuario constaban, con reincidencia viciosa, robos diversos, violaciones y asesinatos.
A pesar de que cumplía una condena que lo llevaría a envejecer entre rejas, todos sospechaban que comandaba una banda de peligrosos asaltantes en libertad.

El doctor Rodolfo Niere, descendiente de inmigrantes alemanes, era propietario de uno de los centros médicos más grandes y prestigiosos del país. Se jactaba de haber logrado esta posición gracias a su obstinación y esfuerzo: “sin pedir, ni dar, nada a nadie”.
- Para sobrevivir, estás obligado a tomar antes que a pedir – aleccionaba a su hijo.
Cuando el indiferente lastre de la tragedia se desplomó sobre él, la sangre teutona que lo disciplinaba, no fue suficiente: se hundió en una profunda depresión.
La muerte de su mujer a causa de una insuficiencia renal - justamente la especialidad médica a la que se dedicaba - y después descubrir que la misma enfermedad asechaba, fatídica, a su único hijo, fue demasiado para él.
El médico empresario, antes activo y decidido, se transformó, de la noche a la mañana, en un hombre amargado y abatido.
Preocupado por el dolor de su amigo de toda la vida, el director de la cárcel provincial, Damián Jailero, le propuso que, como distracción, lo colaborara solidariamente en la atención médica de los convictos. Al principio el Dr. Niere ni siquiera consideró la propuesta, pero luego - en apariencia convencido por su hijo - y para sorpresa de todos, comenzó a trabajar en una actividad en bien del prójimo, como nunca antes lo había hecho.

Cuando el chino Guanca enfermó, su espíritu indómito le impidió aceptar la asistencia médica. Pero más tarde, doblegado por los vómitos y los dolores abdominales, opuso débiles reparos cuando fue revisado por el Dr. Niere. Como ya había hecho con muchos otros presos, el médico llevó al chino, convenientemente custodiado, a su clínica para hacerle algunos estudios.
La amabilidad del profesional con el reo, que tenía la misma edad de su hijo, parecía apaciguar los ánimos rebeldes del delincuente; pero en realidad, ese ámbito lujoso había avivado en el chino las peores inclinaciones. Intuía que en ese lugar debía haber mucho dinero, y a él, y a sus secuaces, no podía escapárseles semejante oportunidad. Todos sus sentidos se pusieron en alerta, memorizó cada detalle del edificio y escuchó con suma atención todos los comentarios del médico o de sus colaboradores.
El Dr. Niere, después de exhaustivos análisis, diagnosticó que el recluso tenía cálculos renales y que debía ser operado para evitar males mayores.
El sólo pensar en la posibilidad de ser cortado con un bisturí, lo sacaba de quicio y por eso su primera reacción fue negarse rotundamente.
El doctor trató de calmarlo asegurándole que se trataba de una operación con muy pocos riesgos y que la avanzada tecnología de los quirófanos de la clínica le daba aún mayor seguridad. Con la sapiencia de los que saben manejar estas situaciones, dejó al reo solo en una habitación, para que se tranquilizara y pudiera pensarlo mejor.
La agudeza de su oído le permitió, al chino, escuchar lo que el médico, tras una puerta, hablaba por teléfono con el director de la cárcel: le informaba de la novedad y proponía una fecha para realizar la intervención quirúrgica. Oyó como el Dr. Niere dijo que ese día, casualmente, se pagarían los sueldos en la clínica y que vendría muy bien la custodia policial que acompañaría al preso para desalentar cualquier intento de robo de la cuantiosa suma de dinero que habría allí.
- ¡Ah, viejo avaro! – exclamó, exultante.
Cuando el doctor retornó a la habitación, el chino dijo aceptar la operación; se ponía en sus manos para cuando quisiera realizarla. Acordaron que la fecha sería siete días después.
Apenas volvió a su celda, se puso a planear el golpe. Tenía entre sus compinches a uno de los guarda cárceles, quien le había acercado el teléfono celular con el que ya había dirigido a su pandilla en numerosos atracos. Envió a dos de sus hombres a los consultorios de la clínica para que fueran reconociendo el terreno y averiguando cuantas personas trabajaban en el lugar; otros matones montaron guardia, día y noche, en los alrededores, para conocer los movimientos por si hubiera alguna trampa.
El delincuente estaba decidido a no huir cuando se produjera el ataque de sus amigos; se quedaría un tiempo más en la cárcel, donde, en realidad, no la pasaba tan mal. Nadie desconfiaría de él. Una oscura vanidad lo convencía de que sería el crimen perfecto.
Guanca y Niere ocuparon la semana preparando al detalle sus respectivas operaciones; ambos estaban ansiosos y sintieron que esos días parecían tener más de veinticuatro horas.
La noche anterior a la intervención quirúrgica, internaron al presidiario en la clínica. El chino, había logrado infiltrar a uno de los suyos en la custodia policial.
A poco de amanecer, fueron a buscarlo a la habitación que el Dr. Niere había previsto para él y sus guardianes. Lo hicieron desnudar, lo cubrieron con una bata y lo llevaron a una inmensa sala de operaciones, donde un hombre con gorro y barbijo, lo auscultó y le pidió que se tranquilizara. Mientras esto sucedía, los cómplices tomaban posición en las cercanías del sanatorio; atacarían a las diez de la mañana, como lo habían planeado. Poco después el chino sintió, como último suceso consciente, que le pinchaban un brazo.
Las manos firmes y resueltas del Dr. Niere disfrazaban el temblor que sentía en su alma. Guanca, sin conocimiento, abierto, e invadido por tubos, cables y paños, no era otra cosa que un recipiente lleno de palpitantes órganos pastosos. El médico sólo había permitido que permanecieran en el quirófano, aparte de su paciente y su hijo, tres de sus más estrechos colaboradores.
El monótono compás de los sofisticados aparatos, que acompañaban los movimientos de las manos ensangrentadas del doctor, sólo era interrumpido por las órdenes cortantes del cirujano a su instrumentista y por un persistente ulular de sirenas lejanas.
Antes de las diez de la mañana, los bandidos recibieron una llamada del infiltrado en la clínica: les informaba que el dinero de los sueldos había sido depositado en un banco, donde se pagaría a los empleados del nosocomio. Les comunicó también que la guardia había sido reforzada por otros policías ante la sospecha de que Guanca intentara escapar.
Al otro día, cuando el chino despertó en la enfermería de la cárcel y su compinche le contó lo que había sucedido, se sintió estafado; no pudo ni siquiera protestar debido a un intenso dolor en la espalda.
- Por suerte pudimos suspender el asalto a tiempo; podría haber sido una masacre con tantos policías dentro de la clínica - le explicó el cómplice, tratando de calmarlo. Agregó: - Ahora quedate tranquilo que por lo menos, según me dijeron, tu operación salió muy bien.
El chino Guanca, por primera vez en su vida, sintió un vacío profundo que no pudo explicar. Presentía que algo había resultado muy mal, pero nunca llegaría a entenderlo del todo.
En la clínica de su padre, el joven Niere se recuperaba de la exitosa operación de trasplante renal a la que había sido sometido.

Aunque pocos lo supieron, aquel día hubo un robo en la clínica Niere.


C. E. S.

Texto agregado el 02-01-2013, y leído por 406 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
14-12-2013 Con razón ganaste un premio con este cuento. Es muy bueno. Te felicito. agostina
15-05-2013 Este no lo había leído. Me encantó glori
03-01-2013 Como se dice por aquí, le salió por un riñón. tsk
02-01-2013 Excelente!!! un muy buen texto.***** MujerDiosa
02-01-2013 Lo volví a disfrutar, como cuando encuentras una vieja película buena en la TV. Excelente cuento! yomismosoy
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