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Tediosa rutina, de casa a la escuela, de la escuela a casa, ayudar a limpiar, hacer la comida cuando papá no está, bancarme los gritos de María cuando dice que “no la dejo estudiar”, claro, como si ella se molestara en bajar la música cuando yo leo. Trato de entenderla, de las dos, es a la que más le cuesta superar lo de mamá, me cuesta pensar que ya hace tres meses que no está con nosotros, que ya hace tres meses que fue el accidente.

Soy todo lo positiva que puedo, por María y por papá. Me guardo las angustias y las lágrimas para cuando es de noche, para cuando puedo ahogarlas, junto con los sollozos, contra la almohada, en donde no pueden deprimir a nadie; excepto cuando estoy con Mateo, con él puedo llorar tranquila sabiendo que va a estar ahí, abrazándome hasta que me calme, como ahora, que sollozo entre sus brazos.

- Shh, Lili, tranquila – susurra acariciando mi pelo y besando mi frente. Trata de tranquilizarme, pero hoy mis lágrimas son demasiado gruesas, sobrecargadas de tristeza, de dolor, de miedo e inseguridad.

Odio llorar. Me siento vulnerable; noto la mirada de lástima en los ojos de los demás y eso aumenta mi llanto. Que esa situación se de igualmente es algo raro; no lloro enfrente de las personas. Sólo con él lloro, sólo sus abrazos me calman. No me gusta que me tengan lástima. Lo repito, todo el tiempo soy todo lo positiva que puedo. Noto la angustia en el rostro de papá y la tristeza que inunda la mirada de María cuando alguien menciona a mamá, odio que mi pesar les cause dolor, así que, decidí no volver a llorar si ellos estaban ahí; en realidad, decidí no llorar.

Pero hay veces que supera mi control. Hay veces, en las que tal vez estoy hablando con unas amigas, o con cualquiera, y sale el tema de las madres, de los 15 y los vestidos, las fiestas, los viajes; y, otra vez, las madres. Una madre es un personaje crucial en un quince, es la persona que te ayuda con la lista, los souvenires, la decoración, la música… en fin, tu mamá va a ser quien te va a ayudar a hacer todo lo que tenga que ver con la fiesta. Y, cada vez que mis amigas se ponen a hablar de eso, aunque mi rostro muestre una sonrisa impecable y mis ojos rían felices a sus chistes, algo se rompe adentro mío, algo chiquito y doloroso va desprendiéndose de mi, y es entonces cuando miro a Mateo, y con una mirada silenciosa le pido ayuda, se que él me entiende enseguida, que sabe porqué estoy así, y que no voy a durar mucho más sin quebrarme, sin llorar. Es entonces cuando se sienta a mi lado, cuando me abraza y seguimos hablando. Así la falsa sonrisa y el fingido entusiasmo por la conversación se quedan conmigo todavía por un rato, el nudo que se me hace en la garganta se afloja un poco, y me deja respirar. No se que haría sin él, sin Mateo. Definitivamente sería una persona mucho más opaca y gris de lo que soy, de lo brillante y luminosa que aparento ser. Pero no pensemos en cosas que no son, enfoquémonos en el ahora, en el hoy.

Hoy, ahora, estoy en lo de Mateo, llorando, más de lo normal, porque hoy se cumplen tres meses de la muerte de mamá, porque hoy 15 de septiembre, exactamente hace tres meses su corazón dejo de latir, el recuerdo me invade, y entonces las lágrimas aumentan, si es que eso es posible, y se hacen más saladas y tristes; más amargas. Recuerdo cada detalle de ese día todo el tiempo, recuerdo estar en el auto, riendo con mamá y cantando la canción que sonaba en la radio. Recuerdo su risa, uno de los sonidos más bellos que conozco; y, definitivamente, el que más extraño. Quiero detenerme, dejar de recordar en ese punto, que lo que pasa a continuación no pase, que nos quedemos así, riendo. Pero se que es imposible.

Se que es un recuerdo, que lo que está apunto de pasar en mi mente, ya pasó. Por eso el tiempo no se detiene, por eso las imágenes se suceden una tras otra, hasta que pasa. Un auto aparece de la nada. Mamá hace lo que puede, da un volantazo queriendo evitar el inminente golpe. Pero eso lo hace aun peor, el auto se voltea, los vidrios se rompen, la respiración de ambas se corta. La mía por unos segundos, la suya, ahora lo se, no vuelve, sus pulmones se vacían gritando mi nombre; y no se vuelven a llenar. Para cuando los paramédicos llegan ya es demasiado tarde, nada pueden hacer por ella; recuerdo la desesperación llenándome, la tristeza inundando mis sentidos. Quiero que vuelva, quiero ser yo la que no despierte otra vez si eso la trae devuelta, salto de la camilla en la que me recostaron y corro. Siento los brazos que tratan de detenerme pero no freno, quiero verla, abrazarla, darle mi vida, que sin ella será, es, vacía y triste., sin sus risas, sus abrazos, sus canciones desentonadas en la cocina. Quiero que vuelva.

Lentamente, empiezo a reaccionar. No estoy en la ambulancia. Estoy con Mateo. Empapo su buzo de lágrimas, escucho su voz llamándome, me pide que respire, que me calme. Lo intento, de verdad que sí, pero no puedo, el nudo es demasiado fuerte.

Horas después las lágrimas aun no me abandonaron. Siguen ahí, ya no son por mamá, o sí, o no, o por todos, o por nadie. O tal vez por mí. Porque ahora estoy sola.

Cuando llegué a casa de lo de Mateo el teléfono estaba sonando, me apresuré y lo atendí, desearía no haberlo hecho. La llamada provenía del hospital. Papá y María estaban graves. Un ladrón, queriendo escapar de una escena del crimen, los había chocado. No se sabía si alguno de los dos saldría vivo del hospital.

No me preocupo en pedir un taxi, ni siquiera en cerrar la puerta. Sólo corro. Me gusta correr, siempre me gustó, sentir el aire contra la cara, bloquearme y no prestar atención a lo que me rodea… pero no por eso corro ahora. Corro para alcanzarlos, para estar con ellos, corro para hacer algo, para no perderlos.

Llego al hospital y sigo corriendo, no me molesto en pedir indicaciones, sólo corro hasta urgencias. Los encuentro. Ambos están tendidos en camillas. La sangre y los doctores los rodean. Las máquinas a su alrededor muestran líneas, no las picudas en zigzag que uno ve en las películas cuando alguien se salva. No. Las rectas que demuestran que esa vida está perdida. Que no hay caso en seguir, que esas personas no se van a despertar. Mis rodillas se doblan, caigo al piso y lloro. Ya no lloro por mamá, o sí, tal vez por ella también, por los tres; o por ninguno. Tal vez soy egoísta, y lloro por mi, porque estoy sola. Me levanto y, con toda la decisión que puedo poseer, vuelvo a la carrera. Salgo del hospital y me dirijo hacia mi casa.

Corro y las lágrimas humedecen mi rostro, empapan mi remera y bañan mi corazón, enfriándolo, convirtiéndolo en puro hielo y quebrándolo en miles de puntas afiladas que se clavan sin compasión en cada parte de mi ser. Llego y encuentro la puerta abierta, tal y como la dejé en mi alterada salida; aminoro mis pasos y entro, pero, otra ves, no me molesto en cerrar la puerta.

Quiero dormir. Dormir para dejar de sufrir, para no sentir.

Subo las escaleras y entro en la que solía ser la habitación de mamá y papá; una punzada me recorre y atraviesa mi alma. Quiero dormir.

Abro el cajón de la mesita de luz y busco el pequeño frasquito. Mis piernas ya no me sostienen y caigo al piso de rodillas; a pesar de las lágrimas logro vislumbrar la etiqueta “pastillas para dormir”.

Mis manos temblorosas sujetan la tapa y tiro. Contemplo mi salvación, la única salida que me queda para ser feliz. Una a una las pastillas desaparecen entre mis labios, una por mamá, una por papá, una por María. Una por papá, una por mamá una por María. Una por papá una por mamá, una por maría…

El frasco queda vacío y, despacio, me recuesto en el suelo.

Me parece escuchar unos acelerados pasos subiendo por la escalera, pero no logro notar que me importe; bien, eso significa que mis sentidos están demasiado adormecidos ya.

- ¿Lili? ¡Lili! – escucho una vos que me resulta familiar.

Mis pesados párpados se mantienen abiertos sólo lo justo para vislumbrar una distorsionada figura de pie bajo el marco de la puerta.

Y sólo entonces, a través de su gesto de horror, tristeza, dolor y miedo; caigo en la cuenta de que no estaba sola, de que nunca lo estuve en realidad; entonces, con la suplica y el miedo por lo que hice llenando mi vos, susurro.

- Mateo- antes de cerrar los ojos para quedar completamente dormida.

Texto agregado el 05-01-2013, y leído por 138 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
05-01-2013 ¿Por qué a veces entendemos las cosas demasiado tarde? Mis estrellas ***** mybellaluna
 
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