Las llaves tintineaban en su bolsillo con cada paso que daba. La brisa le golpeaba el rostro, cerró los ojos y se acostumbró a la sensación, la cual, ya no sentiría de nuevo. 
 
Siguió con su caminata, faltaba poco para llegar a destino, destino que ella misma se había fijado, ella y la pena que reinaba en su alma. 
 
Otra vez las llaves, incesable tintineo… 
 
¡Basta! Había dejado el recuerdo de esa casa atrás; de la casa y de todo lo que allí se los recordaba. 
 
Maldito accidente. Maldito y mil veces maldito el inútil destino, que había decidido alejarlos de ella. Maldito el momento en que decidieron ir a ese estúpido viaje, el que había alejado a su esposo y a sus hijas de ella. Maldito, maldito el estúpido destino por alejarlos de ella… 
 
-¡BASTA!- gritó en la oscuridad de la noche. Las lágrimas bañaban su rostro; sus piernas apenas si la sostenían, logró sujetarse de la pequeña pared de cemento con sus temblorosas manos. 
   
Calmó los sollozos. 
 
-Pronto, pronto de nuevo juntos- susurró a la nada. 
  
Lentamente, sonriendo apenas, subió a esa pequeñísima pared que minutos antes la mantenía en pie. 
 
-Un último paso…-  susurró al aire, a la noche. 
 
Dio ese paso, paso que la sumergió en la oscura, desconocida, tranquila y dulce profundidad del lago. 
  
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