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Hace un par de años que Daniel y Samanta no se sienten a gusto cuando se quedan solos, se acaban las palabras, no se conectan sus miradas, ella se mete a la cama temprano para que él la encuentre dormida. Daniel se levanta al alba para que cuando ella despierte él ya no esté en casa.

Pero no siempre fue así. Samanta intenta encontrar el momento en que se quebró su relación, divaga en las discusiones y desencuentros que ha habido en este tiempo y entonces su mente la lleva hacia un recuerdo: el pequeño sitio que compraron en Cahuil, una zona costera cerca de Pichilemu en la VI Región de Chile, aún en contra de la voluntad de su marido, consiguió un crédito y se embarcó en el proyecto de una casita en la playa. El a regañadientes la acompañó a finalizar la compra y estando ahí se quedó también prendado del lugar.

El sitio se ubicaba sobre una pequeña loma, entre dos casas distantes, a la orilla del camino que conducía al caserío que formaba el pueblo de pescadores y artesanos de la sal. Las salinas de Cahuil son conocidas por la extracción tradicional del mineral, tradición que ha pasado de padres a hijos. Atrás del sitio se levantan colinas y cerros y un extenso bosque de pinos. En frente una inmensa laguna natural que el mar surte por las noches, dunas inmensas la separan de una extensa playa de arenas grises y un mar violento y rocoso, que invita a caminar por kilómetros sin toparse con nadie.

Ella quería contratar una empresa que le dejara una casa instalada y que le garantizara quedar hermosa y de madera como ella había soñado. El con la idea de economizar, decidió que un contratista que conocía podía darles lo mismo. Ambos a pesar de estas diferencias estaban felices, se organizaron con los gastos para que el sueño fuese pronto una realidad.

Daniel se hizo cargo, con su amigo fueron a buscar una casa de madera que les procuraron de oferta y con un par de maestros más ellos dos, aplanaron el terreno y sobre pilotes de madera bien enterrados emergió la pequeña cabañita. Samanta pensaba que no le gustaba mucho la casa que se veía algo enclenque, pero la idea de remozarla con el tiempo la conformó rápidamente. No tenían luz ese verano, así es que compraron lámparas a gas, este detalle, pensó Samanta, les obligaba a estar el uno con el otro.

Su relación se vio fortalecida con el primer fin de semana que pasaron en ella, estaban tan cerca del mar que las olas se sentían roncar en las noches y el ruido del viento silbaba entre las tablas de la casita. El amanecer era hermoso ya sea mirando el mar o el bosque, lo esperaron desnudos en ambas direcciones. Regresaban a la ciudad deseando volver lo antes posible a disfrutar su nido de amor y soñando con hijos que vendrían muy pronto.
En agosto se produjo un evento que cambió el curso de las cosas, el invierno encrudeció de manera especial, las lomas donde se ubicaba la casita de la playa servían de tobogán para los vientos enconados que se divertían salvajemente corriendo entre el mar y los cerros, ráfagas violenta, brutales como garras gigantescas, que retorcían árboles, arrastraban la arenas cambiando la forma de las dunas, arrastrando los torrentes de lluvia, provocando olas en la tranquila laguna, silbando fuerte entre los cerros provocando ecos lejanos.

Un día les llamó un vecino de Cahuil para avisarles que a la casita la había levantado un terrible ventarrón que se formó en la madrugada, quebrándola en cuatro partes y dejando sus tristes restos en medio del camino, el fuerte viento la había arrancado de sus débiles cimientos arrastrando camas, utensilios y todo enser que había dentro esparciéndolos por el bosque y la laguna. El invierno les quitó la algarabía de estar juntos, de disfrutar el silencio, intentaron por todos los medios de recuperar la casa y también sus sentimientos, pero la crisis económica que vino después, los hijos que llegaron y la cesantía que afectó a Daniel, fueron ahogando la energía de aquel amor renovado.

El sitio se vendió para pagar las deudas y con él se fueron las cosas que soñaron juntos, convirtiéndolos en seres individuales, trabajadores, responsables, austeros, buenos padres, buenos ciudadanos, cumplidores y pagadores de impuestos.

Samanta frenó sus pensamientos al darse cuenta que ahí estaba la clave de todo la cabañita les había dado una lección, les faltaron cimientos, no era el lugar lo importante, tenían que encontrar el camino de regreso a redescubrir el amor que no estaba muerto, sólo dormido por el ruido de la ciudad, las obligaciones y los problemas cotidianos.

Samanta tomó el teléfono, marcó el número de Daniel con un sollozo en la garganta que no le dejaba emitir casi palabras, le dijo que lo amaba con voz casi inaudible, desesperada deseando que aún hubiera tiempo, para que él se diera cuenta de lo que ella ahora sabía con certeza

Texto agregado el 10-01-2013, y leído por 349 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
04-04-2014 Me dan escalofrios aunque no siempre el amor en una pareja existe ni tampoco nace.Siempre el primer tiempo tiene ciertos momentos que hacen pensar que todo cambiará y se llegará a amar. Este no es el caso de ellos,ellos si se amaban y es por eso que tu texto ha provocado en mí gran emoción. Sabes creo que este cuento ameritaba una segunda parte.****** Victoria 6236013
16-01-2013 un relato de vida ,que cuentas desde un solo lado. Bien escrito rulosodemonserrat
14-01-2013 Que lastima de la casita, con la ilusión que habían puesto en ella. Pero siempre ocurren las cosas por algo en la vida y por lo visto fue un toque de aviso a tiempo. Un saludo y mis estrellas. CORAZONVERDE
13-01-2013 ("¡Pareja!", perdón). za-lac-fay33
13-01-2013 No es falta de sensisibilidad, ni que ya no haya amor, el problema de esta mareja es uno: comunuicación. Bonita historia y bien escrita. za-lac-fay33
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