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El tenue chirrido de la punta del rotulador al deslizarse por la superficie del cristal empieza a ser crispante, pues sigifica que se queda sin tinta, tal y como podrá comprobar al terminar de escribir las últimas anotaciones.

Efectivamente, al separarse de la ventana se aprecia con claridad como la intensidad de las palabras escritas en el vídrio se va perdiendo hasta convertirse en un sucio borrón apenas legible.
Deja el rotulador con desgana sobre la mesa al tiempo que suspira cansado en un intento por liberar todo el estres y la presión que le produce aquel fatídico período post-navideño.

Prueba con algunos rotuladores más que tenía preparados mientras masculla contra la mala calidad de los productos de los chinos. ¡Ah, si es que ya se sabe que lo barato termina saliendo caro! Finalmente, uno pinta y se puede reanudar el estudio... pero no. El cuerpo no quiere, o mejor dicho: la mente implora dejar de memorizar por un ratito y detenerse a observar por la ventana. Esa ventana que se ha mantenido firme tanto tiempo ante ella (la mente) como una pizarra, muestra ahora un bullicio de personas, coches, luces, ruidos... ¡movimiento! ¡VIDA!
El sol brilla, pero él ve el día gris, casi negro. Dentro de poco se hará de noche y a las seis parecerán las diez. Comenzará a enfriarse la habitación e irá tomando, muy poco a poco, conciencia de que un día más ha terminado.

Pero aun no ha llegado ese momento. Todavía los rayos del astro rey luchan por atravesar la fina capa de nubes, casi neblina, que cubre la ciudad. En la acera de enfrente puede ver a una madre empujando un carrito con un bebé. A su lado camina un niño, no mayor de cuatro años, que salta y corretea alrededor de la mujer mientras parece contarle algo que le ha pasado en el colegio. ¡Ah, la infancia! Le hace gracia recordar cuando protestaba por su media hora de tarea diaria. Lo que daría él ahora por que su examen fuese reescribir frases con buena caligrafía, sumar, restar y pintar a su familia.

Antes de doblar la esquina y desaparecer tras el edificio de enfrente, madre e hijos se cruzan con una pareja de personas mayores. Caminan despacio, sin prisa, conscientes de que sus cuerpos no pueden echar a correr. Pero no les importa, no tienen que correr, la vida va perdiendo velocidad poco a poco y es mejor caminar a favor de la corriente que dejarse las pocas fuerzas luchando contra lo inevitable. Esperemos que la desembocadura del río se encuentre aun muy lejos.

Vuelve a suspirar cansado. Algo negro y borroso se cruza ante sus ojos y se da cuenta de que, sin querer, se ha apoyado en su esquema pintado en la ventana. No importa, se quita facilmente... pero será mejor que lo borre... sí, la gente podría mirarle extrañada si le ven pintarrajeando en las ventanas, pero... ¿se detendría alguien, acaso, a levantar la cabeza para ver qué sucede arriba? ¡No lo cree! Todos vamos a nuestro aire cuando caminamos por la calle. Como ese chico de ahí, que camina con un airado movimiento de hombros mientras masculla, seguramente, la letra de la canción que reproduce su mp3... o esa mujer que se le nota la mirada vacía, estando su mente en a saber qué lugar, ocupándose de algo más importante, y ¿por qué no? como ese niño que juega a ir solo por las baldosas blancas sin pisar las rojas. No, nadie mira nunca hacia arriba a no ser que pase algo llamativo o importante.

Y si él mirase hacia arriba: ¿Qué vería? La fachada del viejo edificio que se alza ante el suyo, claro. Ventanas abiertas, cerradas, con luz, sin luz, persianas bajadas y subidas... Quizás por eso no miramos hacia arriba, porque creemos saber lo que nos vamos a encontrar.
Y digo creemos porque él si alza la mirada, jamás sabrá si por lo que estaba pensando, por acto reflejo o porque algo llama su atención por encima de su cabeza. Y ve a otra persona que, como él, parece recluída en una prisión de datos por memorizar y pruebas escritas.

Una chica que, despreocupada, mueve los labios rápidamente al tiempo que desliza un rotulador por el cristal de su ventana.
Se detiene a observarla sintiéndose respaldado y apoyado por la presencia de esa chica que, como él, necesita hablar sola y pintarrajear para estudiar.
Quizás sea esa conexión o el hecho de sentirse observada lo que hace que se detenga y mire hacia abajo hasta encontrarse con su mirada.

Tras mirarse unos segundos, ella borra su esquema y dibuja una cara sonriente. Como respuesta, él termina de borrar sus anotaciones y, con letra grande, muy remarcada y al revés, escribe: "SUERTE"

Tras dibujar un símbolo de igualdad (=), le sonrie, baja su persiana y, él deduce, continua estudiando.

"¡Hay que ver!" suspira mientras retoma sus apuntes (tiene mucho estres y presión por liberar) "Lo que se puede descubrir en la ventana..."

Texto agregado el 20-01-2013, y leído por 200 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
28-01-2013 Qué ventana más animada, ya podía ser mía así... Aunque a la hora de estudiar, es mi ventana darksefiroth
20-01-2013 Muy bueno Santi. riquisima prosa que envuelve no solo cotidianidad, sino Universos internos que exploras a través de tu pluma. ME ENCANTO. Un abrazo hermano!!!!!! cinco aullidos y son pocos. welllcome again yar
20-01-2013 Felicitaciones Jacki, excelente estreno :-D... bienvenido y "Suerte" jeje... acarameladas estrellitas para vos... karamell kisses... Gemdariel
 
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