EL SUEÑO DE LA CASA PROPIA

Durante casi ocho años pasé frente a esa casa y siempre la encontraba de la misma manera: abandonada y a medio terminar. Y especulaba pensando que su propietario por falta de dinero había interrumpido su obra esperando otra oportunidad más adelante. Un día empujado por la curiosidad entré, e hice un pequeño relevamiento del lugar. Algunos cuartos estaban techados y otros no, seguramente serían terminados a dos aguas y con tejas, calculé. Faltaba colocar los mosaicos y revocar las paredes. Las instalaciones de agua y de electricidad habían sido arrancadas, también algunas aberturas.
Un frente ennegrecido por la humedad, y los yuyos crecidos hasta un metro de altura le daban un aspecto lamentablemente lúgubre .
Por largo tiempo fue nido de murciélagos y también refugio de un perro vagabundo. Luego se agregó un linyera, quien con chapas cerró una habitación y vivió allí todo lo que pudo. Más adelante fue lugar de escaramuzas entre chicos que jugaban a la guerra, y ocasional albergue transitorio a jóvenes parejas enamoradas.
Yo vivía de pensión en pensión, pero arto ya de soportar las cuatro paredes de esos patéticos cuartos para solterones empedernidos, había comenzado a alimentar la idea de tener por lo menos una casa propia.
Para mi sorpresa, en esos días habían colocado en esa propiedad el cartel de “SE VENDE” y me pregunté si podría comprarla. Sabía que eso estaba lejos de mis posibilidades, sin embargo no podía sacarme esa ilusión de la cabeza. Me dormía con ese pensamiento, casi como una obsesión. Incluso soñé cómo quedaría terminada. El estilo de sus aberturas, el jardín con sus plantas y flores, los árboles en el frente, todo. Y hasta lo impensado todavía por mí, para completarla; la vi habitada con una mujer con sus dos hijos. Digamos con una familia. . Me desperté excitado y ansioso ¿sería esto una premonición? ¿Pero de donde sacaría yo la plata? Recordé que para muchos los sueños tienen un significado, y para los jugadores un número para apostar. La plata podría llegar en manos de la fortuna, y decidí jugar fuerte el 1546 a primera; la casa estaba a la altura del 1500, y el 46 por mi edad. Ya acá debo decir que el número ni siquiera figuró. Y resignado traté de olvidarme de este asunto, más aún cuando vi sobre su vereda materiales de construcción. Pronto le darán el final de obra, pensé, y con esto también a mis ilusiones.
Desde ese día noté como esa casa paulatinamente se parecía cada vez más a la de mis sueños, coincidía el color elegido para su frente y hasta la ubicación de cada árbol recién plantado.
Cuando estuvo concluida me detuve a observarla desde la vereda de enfrente. Una mujer y sus dos pequeñas hijas, a quienes yo no conocía, también hicieron lo propio, pero desde ese mismo cordón, mientras que un hombre se ocupaba del último detalle: la numeración de la vivienda. Cuando acabó esa tarea y se retiró puede leer bien una cifra conocida: “1546”. Todavía no sé porqué en ese preciso instante, como si obedecieran una orden o el presintiendo que yo estaba a sus espaldas, las tres mujeres volvieron sus miradas hacia mí, y con gestos amables me saludaron como si me conocieran de años. La mayor de las niñas me preguntó:
-¿ Julián te gusta como quedó?
-Sí...sí Le respondí sin pensar – Es un sueño, querida, un sueño!..
Y reanudé mi camino titubeante, a medida que salía de mi estupefacción, como huyendo del lugar. Y de más estará decir que ya jamás me animé a pasar siquiera por esa misma calle…