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Un pequeño maullido, casi imperceptible, llamó mi atención. Al principio pensé que era mi imaginación o quizás el extraño cantar de algún ave autóctona. Seguí caminando. Otro pequeño maullido, diferente al primero, se hizo escuchar, ahí no dudé.
“¿Michu?” Dije en vos alta, pero algo dubitativa. Un coro de maullidos me contestó, un poco más adelante, en la curva del camino, en donde una pared de retamas y rosa mosqueta se mostraba infranqueable. Los llantos de los pequeños gatitos siguieron. Mi ánimo decayó, hacía sólo una semana había llevado una gatita abandonada a casa, incrementando el número de gatos, propios y para regalar ¿Cuántos más llevaría ahora?
“¡Miau, miau!” volví a escuchar. “No puedo dejarlos” me dije, “no me importa que pase en el futuro, me las arreglaré.” Y decidida a rescatar aquellos cachorros, busqué algún atajo hacia ellos. Rodee el matorral, buscando alguna entrada, las espinas cerraban cada intento de camino hacia su interior. Me resigné, si no había camino, tendría que hacerlo.
Tanteando y empujando, me abría paso hacia adentro. El polvo acumulado en las hojas y en las ramas caían sobre mis ojos, las espinas se clavaban en mis piernas y mis hombros, lo cachorros continuaban con sus gritos suplicantes, y yo me preguntaba si los encontraría, si me perdería o si me chocaría con algún árbol que impediría mi avance.
No fue un árbol lo que me encontré, pero sí una espinosa rama, me agache y gateé el tramo que me quedaba. Cuatro gatitos me recibieron llorando, dos naranjas, uno blanco y uno atigrado. Se movían a ciegas, con sus párpados fusionados, se caían y ensuciaban, errando, en una cama de hojas. Las moscas los rodeaban, en un augurio de muerte, y mis piernas arañadas flaquearon, con un dolor en el alma.
Lloré. Mis lágrimas cayeron silenciosas al principio, pero no pude ahogar un quejido, que inundó mi garganta, anudándola con dolor. Seguí llorando. Los tomé en mis brazos, asegurándolos con la parte inferior de mi remera, deshice el camino andado y salí a la calle. Mi aspecto estrambótico impresionó a más de uno, maullantes gatitos muertos de hambre completaban la escena.
Cuatro bocas nuevas que alimentar, cuatro muy pequeñas bocas. Espero no volver a llorar por algo así, pero sé que mi deseo utópico probablemente no se cumpla. Porque las laceraciones de mis piernas, las hojas y ramitas de mi cabeza, los moretones de mis brazos, no me importan. Porque eso no duele tanto y cura con el tiempo. A mí me duelen las espinas, pero no las de las rosas. Me duele la facilidad con la que alguien decide desechar las vidas de otros, me duele la facilidad con la que el abandono se adueña del destino de los indefensos. Porque es eso lo que me duele, es eso lo que me lastima, lo que me cala más hondo. Las espinas de la indiferencia.



06/02/13

Texto agregado el 07-02-2013, y leído por 107 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
15-02-2013 Me gustó mucho tu historia. Este link es para ti. http://cultura.biobiochile.cl/notas/2013/02/14/emotivo-corto-nominado- al-oscar-explica-la-incondicional-amistad-del-perro-con-el-hombre.shtml angel_de_la_muerte
09-02-2013 Pequeña, me emocionaste con tus letras repletas de sentimientos hermosos, de buena cuna, de respeto por la vida. Te abrazo con cariño!! gsap
07-02-2013 fantástico relato lleno de sentimientos jolumar1
07-02-2013 Somos depredadores, egoístas y crueles, espero que nuestra raza se supere algún día. espero que esos pequeñines estén bien Carmen-Valdes
 
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