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Mi intención no es beberme sola la botella de tequila pero los chicos tardan demasiado. La música y el alcohol me imprimen cierto desespero. Algo me dice que esta no será una gran velada. Repasaremos las fotos de la última noche salvaje, nos reiremos y tal vez hasta nos sonrojemos. A lo mejor se nos fue la mano pero algún día nos haremos viejos y ya será demasiado tarde para intentar cualquier tipo de exceso. Tal vez Equis llegue drogado y no le preste demasiada atención a las fotografías. En realidad no le presta demasiada atención a nada desde que el chico de Seattle se voló la cabeza. Se reirá igual, dejará su monopatín al lado de la puerta, se quitará sus Converses y me saludará con una sonrisa estúpida antes de darme un abrazo tan largo como su cabello. No me preguntará si puede destapar una de sus botellas, lo hará sin ningún tipo de vergüenza, como si le perteneciera y luego me servirá un vaso enorme, de igual manera, sin preguntármelo, sin necesidad de confirmar si el trago me apetece porque ambos sabemos que no tengo remedio. Se apoderará de mi computadora y programará una lista de temas de su banda grunge favorita. Según su estado de ánimo serán las tonadas depre, las rabiosas o las mas alegres. Hablará de la puta de Courtney, de lo estúpido que fue Kurt al meterse con semejante harpía, con la perra que no tuvo el más mínimo escrúpulo de mandarlo al infierno.
Entretanto sonará el timbre y será Zeta quien se aparezca frente a mi puerta. Los chicos estuvieron distanciados un par de meses y cuando les pregunto qué diablos sucedió ninguno atina a darme una buena explicación. A veces pienso que su complicidad vas más allá de ese límite invisible que no debe atravesarse pero Equis y Zeta son chicos atravesados. Hay cosas que juras serán para siempre, como los tatuajes, pero al final terminas deshaciéndote de ellas. Quisiera pensar que nuestra amistad no es uno de esos casos pero de la palabra jamás no hace parte de mi vocabulario. Zeta si se concentrará en las fotos y arqueará sus labios de ese modo en que solo él puede hacerlo para regalarme una sonrisa y tal vez alguna otra cosa, una leve caricia o un gesto insinuante. Será demasiado temprano para intentar un beso pero la noche es larga y en el momento oportuno me dejaré morder la lengua. Hoy cambié mi piercing, no quiero dar la imagen de una chica aburrida. La monotonía es una de esas cosas que alejan a tipos como Equis y Zeta y en este momento no me interesa que desaparezcan. Algunos ya lo han hecho y el último me volvió mierda. No pretendo engañarme, sería algo estúpido pensar que estoy bien, que su ausencia no me afecta. Pero el golpe es más suave cuando estoy acompañada. Estar rodeada de gente no implica que te sientas menos sola pero ayuda a distraerte. Lo que me gusta de Equis y Zeta es que me hacen reír. Su actitud grunge de infinita melancolía no llega a ser una pose pero tampoco logra camuflar su lado divertido. Los sarcasmos de Zeta y la rabia constante de Equis pueden convertir una tragedia en un chiste. Son un par de tontos que nunca van a crecer y a lo mejor de eso se trate todo esto, de no ceder ante la corriente, de quedarse en ese lugar donde todo parece estar bien y del que todo el mundo te quiere desterrar. Ellos han resistido y aunque los tilden de cero ambición prefiero dormir en un colchón tendido en el piso que en una cama de madera fina en la que el tipo que yace a tu lado te bombardea con sus preocupaciones laborales y la posibilidad de perder en un segundo aquello por lo que se ha partido la espalda toda su vida.
A veces es mejor no tener nada, no corres el riesgo de perder. Zeta me dijo aquella noche mientras se inyectaba su brazo izquierdo que la única regla que debería seguirse era “jamás permitan que te intimiden”. Luego sonrió y dejó que su mente viajara lejos. De alguna forma sonó como una suerte de despedida y me sentí triste, tanto que le pedí a Equis que lo hiciera por mí. No me sentía con ganas ni de clavarme mi propia aguja. Equis lo hizo y realicé mi propio viaje. No es como los chicos me lo habían pintado, como un orgasmo en cada parte del cuerpo. La verdad nunca tuve esa sensación. En mi caso se trata de cierta levedad, como si todos los pesos que cargas desaparecieran a medida que la sustancia ingresa en tu torrente sanguíneo. Hoy no estoy en modo party, me gustaría quedarme en casa con los chicos y escuchar hasta el cansancio el vinilo de Jane Birkin que me regaló Zeta un día en el que no era mi aniversario. Tampoco era navidad ni San Valentín ni ninguna otra de esas fechas supuestamente especiales. Simplemente se apareció como no lo hacía nunca, sin Equis y sin avisar, con un vinilo de segunda mano y una botella de vodka. Pasó lo que tenía que pasar y algo me indica que Equis no sabe nada de eso. Si yo fuera un hombre me buscaría una chica del tipo de Jane Birkin. A lo mejor lo intente algún día, a lo mejor me embriague y con unos cuantos dólares en los bolsillos tome mi auto en busca de un poco de afecto. Alguien me dijo que no permitiera que abusaran de mi fragilidad. Lo mandé a la mierda. Compartir mi auto con los chicos e invitarlos de vez en cuando a unas cuantas copas no los convierte en monstruos chupasangre. Algunos son envidiosos y pretenden endosarme su infelicidad. Si no están satisfechos con la vida que llevan dudo bastante que enderecen la situación metiéndose en la mía. Mi exmarido decía que toda relación debería ser del tipo costo - beneficio. Aunque no soportaba ese estúpido argot empresarial que utilizaba incluso en la cama, debo admitir que en eso tenía razón. Aún conservo mi auto y el dinero no es motivo de preocupación. Tal vez eso los haya atraído de alguna manera pero aprendí a conocerlos y tengo claro que no es el motivo que los mantiene a mi lado. Una vez los puse a prueba y me inventé una falla mecánica. Zeta se las arregló para aparecerse en un coche tan viejo como un álbum de Jane Birkin. No quiso decirme de donde se lo había levantado. “Contactos, son mis únicas pertenencias” me respondió con cierta pedantería. Equis soltó una carcajada tan contagiosa como el virus que lo estaba matando y desaparecimos en medio de un denso tráfico que nos obligó a alternar la risa con el estribillo de la música de fondo y con uno que otro dialogo sin importancia. La verdad es que no hablamos mucho. Nuestra comunicación se limita a la risa, a la música, a las bromas y al amor. Las conversaciones solo sirven para arruinarlo todo. Los psicólogos aseguran que la base de toda relación es el dialogo pero eso es una verdadera mierda. La mayoría de las relaciones terminan deteriorándose por exceso de diálogo y falta de piel.
Mientras más se abra la boca más probabilidades tienes de penetrar un secreto, de encontrar lo que no se te ha perdido o de escuchar la respuesta equivocada. A Equis no le queda mucho tiempo y vive de una manera frenética. Su ritmo es diferente al nuestro porque aunque somos conscientes de que algún día terminará la historia intuimos que la novela es larga. Me lo confesó cuando nuestro primer beso se hacía inevitable. Lo abofeteé con todas mis fuerzas y le lancé una retahíla de insultos antes de dejarme caer sobre la cama y llorar como una loca durante toda la noche. “En aquella época no existía el programa de blanqueo” - dijo. Lo odié con toda mi alma en aquel momento, el saber que pronto nos abandonaría era un crimen imperdonable. Sentí haberme estado aferrando a un bloque de hielo que se derretía y se deformaba minuto a minuto. Equis sabe que su historia va a terminarse a la vuelta de dos o tres páginas. No se hará viejo, no recordará estas épocas agitadas en las que al corazón todavía le queda cuerda para seguir insistiendo. No sé si lo que me consume es un sentimiento de tristeza, de rabia, o más bien de envidia. Lo que si tengo claro es que extrañaré sus abrazos silenciosos, esos que nunca le pido pero que siempre me regala cuando me percibe baja de nota, como lo estoy en este momento, un tanto ansiosa, un tanto vacía. No tengo esa sensación de otros días en las que una certeza me dice que hoy será una gran noche. No sé bien por qué, tal vez he bebido demasiado y según mi ex el alcohol es un poderoso depresor. Quise contestarle que los depresores eran él y sus lecciones de vida pero aquellos diálogos eran tan desgastantes que opté por darle la razón en todo. Era mi estrategia para evitar sus estúpidos juegos mentales en los que ya tenía una réplica predestinada para cada una de mis respuestas.
Tal vez hoy haya bebido demasiado pero los chicos están retrasados y ante la falta de los abrazos de Equis o los besos de Zeta solo el tequila logra imprimirle un poco de calor a esta noche fría.

Texto agregado el 09-02-2013, y leído por 124 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
12-10-2013 Los pensamientos son dificiles de explicar pero no para ti. Adalgisaprincesadeojosne gro
 
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