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El claro que asoma desganado, mancha el cielo de un tinte gris apesadumbrado; envolviendo con un manto del mismo color, todo lo que debajo de él se encuentre. Los pobladores de M se despiertan con la tenue luz que se riega, atendiendo la llamada de la costumbre. Dan gracias a una fuerza superior por no haberlos llevado a su lado, rezando en silencio; arrojan dentro de su monologo sublime, disfrazada de gratitud, alguna que otra exigencia. Después de los rituales que conservan el mito y parcialmente los energiza, el ayuno del que se despiertan, los obliga a buscar entre las sobras de la última manduca, algo que aun sea comestible. Si lo encuentran, lo reparten entre su familia, si no, pues… la imaginación les resulta muy útil. Salen de sus casas con el estómago parcialmente lleno o la idea de tenerlo, y apagan la llama del corazón de fuego. Retiran la yesca quemada, la remplazan con una nueva, dejan todo listo para volver a encenderlo cuando la luz vuelva a migrar y la noche la remplace; cierran la portezuela, y se dirigen a buscar alimento.
Esta epitome de la cotidianeidad, se resiste a ser exacta, gracias a que en algún lugar de M, un desaventurado , casi desintoxicado del rechazo, aún pasea el fragmentado espíritu y el vencido cuerpo por la avenida Chomsky, mientras su anciano progenitor sigue postrado en su cama, esperando impaciente la llegada de su hijo.
-¡ay! Es que cuando llegue… ¡ah!, como le voy a… deja nomas que se aparezca y ahí sí que… ¡ah! Ni se imagina, lo que… pero que irrespetuoso, que falta de consideración, dejar con hambre y preocupado a su padre ¡su propio padre! .Es un irrespetuoso, irresponsable, rebelde, ingenuo…. ¡ay! Cuando llegue sí que… -repetía musitando en su soliloquio, intentando desahogarse.
Los segundos se deslizaban arrastrando los talones, despidiéndose locuazmente de su sus allegados, queriendo alargar su visita. El anciano, los sentía demorar, el furor de la despedida innecesaria se reproducía dentro de su corazón; sentía la sangre evaporarse de su cuerpo, condensarse de nuevo en su corazón, y volver a evaporarse. La preocupación le oprimía la garganta, y el hambre el estómago. Por momentos la preocupación se mezclaba con el cariño, otras con el desprecio, pero la mayor parte del tiempo, se envolvía en una capa ansiedad.

Su audición había aumentado tanto, que pudo escuchar desde su habitación los pasos firmes que se acercaban a su casa. De inmediato agarró el bastón y se impulsó hacia la entrada, abrió la puerta de un solo jalón, y se encontró cara a cara con el motivo de su desesperación. Su mirada se tornó vidriosa, su boca convulsionó, las palabras se escondieron debajo de su lengua, su corazón envenenó todo su cuerpo de sentimientos, y abrazó con pasión a su hijo; el abrazo fue correspondido con la misma intensidad. Por los eternos 6 segundos que duró, una falsa promesa de esperanza les dio a sus almas un merecido banquete.

Al entrar en su domicilio, el único deseo que reflejaban sus parpados a media asta, era entrar en un fugaz y benigno estado de coma auto inducido; en el momento en que su cabeza tocase la almohada de su cama.
Sus aspiraciones no se realizaron inmediatamente. Después de cruzar el umbral de la puerta de entrada, su padre notó la falta de un objeto importantísimo. Objeto que hubiese justificado su demora, además de ayudarlo a cumplir súbitamente su antojo de descansar.
- ¿Dónde carajos esta la canasta de frutas? Preguntó alarmado su padre.
Esta secuencia de sonidos, lo trasladó 6 horas en el pasado, y pudo ver en tercera persona, claramente dentro de su cabeza, como soltaba la canasta en el aire, mientras él se precipitaba hacia el suelo.
-me la robaron-dijo por reflejo.
Su padre incrédulo le impugnó:
- ¡robado la inteligencia!, ¿Qué piensas, que con esas mentiras estúpidas me vas a engañar? Yo soy tu padre, soy más vivo que tú, te vi nacer, y te conozco como si fueras yo mismo.
-¡no es mentira!, yo nunca te mentiría, padre. Mira, estaba en la estación esperando la carrosa, cuando de repente llego una señora y comenzó a enseñar los senos, de seguro estaba loca, pero eso no importa. Tú sabes que como hombre, estoy genéticamente predispuesto a adorar el recipiente que me alimentó durante mis primeros meses de vida, así que instintivamente me quede embobado mirando cómo se deslizaban magníficamente entre imaginarias líneas horizontales; mientras ella reía enseñándolos. En cuanto volví la mirada hacia la canasta… ¡ya no estaba!, y al buscarla en el paisaje, la encontré asida por otra señora que corría como animal. Trate de levantarme y seguirla pero la verdad ya estaba demasiado lejos y no quería perderme la carrosa, retrasarme y preocuparte.- declaró. Acompañando la declaración venían una contracción del labio superior, y una elevación voluntaria de las cejas.
- ¿no querías retrasarte y preocuparme?- interrogó con desdén,- ¡entonces que carajos acabas de hacer!.
-Déjame terminar.- interrumpió Ernesto impaciente.-Pero a lo que subí a la carrosa el chofer dijo que solo aceptaba fruta, y que si no tenía debía bajarme. Le insistí que le podría entregar toda mi vestimenta con tal de que dejara quedarme, pero no aceptó y tuve que bajar. Camine lo más rápido que pude desde la estación hasta acá, pero, ¡son 60 kilómetros! Me demore demasiado, lo siento padre, espero que me perdones, aunque sé que no lo merezco.- con la mirada fija al suelo, se encorvó hacia adelante, en señal de forzado arrepentimiento. Extrañamente eso logró la simpatía de su padre.
-Un poquito más pendejo y no aprendes a respirar, pero… ah, qué le vamos a hacer. Anda a dormir, debes estar cansado, yo voy a ir a buscar comida… ¿sabes dónde está la llave?
-no tengo idea.
-entonces te despierto a lo que llegue… no duermas mucho.
Quiso apagar el corazón de fuego, pero la yesca ya se había consumido totalmente, así que no hubo necesidad. La cambio por una nueva, y se marchó presuroso y hambriento.
En el interior de la casa, Ernesto luchaba por no desmayarse antes de llegar a su cama. Como autómata abrió la puerta de su cuarto, y se lanzó al colchón con entusiasmo. Sonrío por la dicha de no tener que sostener el peso de su cuerpo con sus piernas y, trató de dormirse. La bruma del sueño se despejaba con la luz del arrepentimiento. Toda una canasta de frutas, desperdiciada por su imprudente deseo. De nuevo lo abordó el recuerdo, solo que un poco más anciano; una carta sellada, la confianza en el paso, el recibimiento obligado, la confusión en los ojos, el índice detrás del hombro, la vuelta sentenciosa, el asombro paralizante, la epifanía en el miedo, el sentimiento de excedente e intruso, la llamada de la conservación, la carrera esquiva de la velocidad, el tropezón hacia el dolor, y de nuevo, la imagen que ya lo había encontrado. Lo más doloroso fue pasar por su faringe nudos tan intrincados, abultados por los pliegues que el mismo había cocido; con una simple intuición los hubiese hecho más tenues, con menos relieve. Por más doliente que haya resultado su actitud poco previsiva, le serviría en un futuro; a falta de los bordados heredados del linaje paterno, esos mismos ovillos de tela, toscos y deformes, serían utilizados mucho tiempo después para bordar los acabados del traje que vestiría para su llegada a la madurez.
La resiliencia lo ayudó a vislumbrar el paisaje onírico. No deseaba jactarse de su manipulación, pero su cuerpo no pudo evitar congratular su astuta jugada con una mueca que apareció con gracia sobre sus labios; era un gesto totalmente inconsecuente con su reciente peripecia, es más, visto desde un costado, sin fijarse mucho en los detalles, era casi parecida a una sonrisa.

Texto agregado el 21-02-2013, y leído por 83 visitantes. (0 votos)


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