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Inicio / Cuenteros Locales / Mariette / La Leyenda del Holandés Errante, capítulo 1.

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Capítulo 1: “Bienvenidos a mi Mundo”.
Corría el año 2008, específicamente el mes de mayo que ya estaba por terminar. El verano en Holanda no tardaba en llegar y con él, las consabidas y deseadas vacaciones.
Dentro de una de las muchas escuelas secundarias de la capital del mencionado país europeo los alumnos no paraban de bostezar tras una mañana completa de encierro dentro de lo que ellos calificaban como el infierno en la Tierra.
De pronto, el celestial y adorado timbre sonó, anunciando a su vez el final de la jornada. Ya era mediodía del día viernes, eso quería decir que los estudiantes no tendrían que regresar por la tarde, sino que tendrían que aprestarse para pasar el fin de semana y, tras él, vendrían las dos últimas semanas de clases.
-No olviden traer su tarea el martes-dijo la profesora de Historia con una maternal sonrisa, aunque a nadie le agradó mucho aquella idea.
Liselot, sentada en su banco al final del salón, no puso mayor atención al anuncio hecho por su maestra, aunque, sin embargo, una parte de su cerebro lo captó en la lejanía.
Pero lo que importaba para ella en ese momento no era la tarea, sino otra cosa que la había tenido pendiente casi toda la mañana, causando una concentración inusitada en ella.
Cogió su bolso morado y echó a correr a toda velocidad con rumbo a la salida de la sala de clases, arroyando a algunos de sus compañeros ante su huracanado paso.
-¡Liselot! ¡Liselot!-le llamó la profesora desde el pupitre, sin conseguir llamar la atención de la mentada muchacha.
-¡Ey, Van der Decken!-le llamó uno de sus compañeros que todavía no ponía sus cosas en orden para hacer abandono del salón.
Ese grito, mucho más familiar que el anterior, la devolvió a la realidad y la hizo detenerse justo antes de la puerta. Giró en redondo de una manera un tanto robótica y caminó un poquito avergonzada por su actuar infantil ante la mirada de sus compañeros. Hasta que se plantó delante de la profesora para hablar con ella.
-¿Sí, señorita?-preguntó tratando de no parecer irrespetuosa tras haber ignorado olímpicamente a su profesora.
-Tienes el aprobado, Liselot Van der Decken-dijo la profesora distraídamente, mirando a su alumna por sobre sus anteojos.
-¿Perdón?-preguntó Liss, en verdad sorprendida. Nunca había sido buena en Historia, de hecho el único trabajo que había desarrollado con entusiasmo había sido en anterior.
-Tu informe sobre la Edad de Oro de la Piratería me dejó tan fascinada que decidí darte el aprobado y puntaje extra. Debí investigar acerca de la veracidad de la información. Es que contenía datos tan sorprendentes. ¿De dónde obtuviste esa información? Me imagino que de internet-dijo la maestra, respirando de una buena vez tras haber hablado completamente emocionada, sin detenerse por nada.
-La verdad es que siempre me ha gustado el tema y…-Liselot no alcanzó a concluir la oración. Su IPhone había comenzado a sonar y, tras buscarlo por todos los bolsillos de sus jeans, pudo descubrir que estaba metida en un bello problema.
-Disculpe, señorita, ¿le molesta si seguimos conversando otro día?-preguntó con cara de miedo.
-Oh, no, claro que no. ¡Qué tengas buen fin de semana, Liselot!-respondió la profesora, despidiéndose.
Entonces, Liss afirmó bien su bolso y echó a correr por los mil y un pasillos del segundo piso de la escuela sin detenerse hasta llegar a la escalera que daba al hall. La bajó en volandas y sólo cuando puso pies en polvorosa se detuvo jadeante a tomar aire.
-¿Dónde te habías metido, Liss?-le preguntó Lodewijk acercándose a ella a través del corredor, esgrimiendo su celular-. Tienes como un millón de llamadas perdidas mías.
Ese era su amigo Lodewijk, más conocido por ella como Lowie. Era todo un personaje en la escuela y, ¿cómo no iba a serlo? Siendo punk, que al fin y al cabo es lo que era, todos le consideraban una rareza y de las mayores, haciéndole pasar al subconsciente colectivo del establecimiento.
Vestía rigurosamente de negro, llevaba una multitud de cadenas atadas al cinturón, un arete con forma de argolla se cerraba en su oreja izquierda, delineaba sus ojos en kohl cada mañana y su cabellera la peinaba en un artístico mohicano que pasaba del verde al azul y del azul al negro.

La mayoría de las colegialas morían por él, pues, claro, era el típico chico rudo al cual las leyes le importan un pimiento y que suelen aparecer con el mejor papel en las películas. La minoría decía, junto con la mayoría de los chicos de la escuela, que Lowie era una aberración.
Sin embargo, todos, sin excepción alguna, miraban envidiosos a Liselot Van der Decken, especialmente las chicas. Ella era la que estaba más cerca del admirado muchacho y se negaba tajantemente a entablar una relación con él, argumentando que eran casi hermanos. ¡Qué hubiesen dado ellas por tener esa cercanía!
-Lowie, no me hagas sentir tan mal, después de todo… te tengo buenas noticias: ¡Conseguí el aprobado!-exclamó ella, abrazando a su amigo y comenzando a saltar alrededor de él, sin siquiera soltarlo.
-A ver, a ver, a ver. Por partes… ¿Era de artes, música o ese ramo en el que te contorsionas como gusano moribundo?-preguntó el chico, completamente escéptico.
-No, ¡en Historia!-contestó ella, completamente feliz, dando saltitos de alegría.
-Liselot, ¿a quién le copiaste? Ya sabes que no me gusta que cometas los mismos errores que he cometido yo-replicó Lodewijk cambiando su tono de voz, volviéndolo cada vez más seco.
-A nadie, ¿acaso no me tienes fe, Lowie?-le preguntó ella con picardía, tratando de relajar la situación.
-Sí, pero esto es imposible-se justificó el muchacho.
-No, tú no crees en mí-adujo Liss meneando tristemente la cabeza.
Ambos adolescentes estaban tan enfrascados en su conversación a tal medida que ni siquiera se dieron cuenta de que la figura de alguien no muy querido se había perfilado en el umbral y había cruzado el pasillo para acercarse a ellos.
-Señorita Van der Decken-saludó una fría voz masculina.
-Contramaestre-saludó Liss con una leve inclinación de cabeza y ojos asustadizos, mientras que Lowie rodaba los ojos viendo con antelación lo que estaba por suceder.
-Lodewijk, te he dicho una y otra vez que no me gusta que converses con chicas y que me gusta que me esperes puntual a la salida, ahora estás cometiendo doble falta. Eres un peligro público, ni siquiera te puedo dejar ir a casa solo. Vamos, ¡camina!-se burló el contramaestre de su hijo.
Tras dar un empellón a Lowie y ni siquiera molestarse en despedirse de Liselot, el contramaestre se dirigió al auto que conducía y, con un chirrido de neumáticos, echó a andar.
Una media hora más tarde Liselot consiguió llegar a su casa bañada en sudor. Podría haber subido a un micro para así ahorrarse el calor, pero como siempre, había preferido caminar.
Su padre al sentir el característico ruido del bolso de Liselot al caer contra la escalera de madera tras que ella se deshiciera de él, salió corriendo de su escritorio y fue a recibirla a la puerta. Tras darle un abrazo se dedicó a darle un sermón gigante. Aún así, la chica no lo tomó a mal, pues los reproches de su padre solamente servían para hacerle ver que se sobre preocupaba por ella y sus tardanzas.
En el intertanto las gemelas, quienes eran las hermanas menores de Liss, se les unieron en el corredor y comenzaron a bromear con su tema favorito: el presunto amorío, creado por ellas mismas, entre Lowie y su hermana mayor. Incluso decían a su padre que Liselot había tardado, pues se había reunido con el chico después de clases de una manera muy romántica.
Lamentablemente, su madre no estaba ahí para relajar la situación, que de por sí se estaba poniendo muy tensa. De hecho, se encontraba muy lejos, en París, presentando su libro dedicado a la psicología de los adolescentes.
Felizmente, todo se calmó cuando la nana anunció que el almuerzo estaba servido y la mesa dispuesta para ellos, tras lo cual los cuatro se dirigieron a comer con gran apetito.
-¿Qué van a usar en la ceremonia?-preguntó el emocionado padre a las gemelas.
-Pues, por supuesto lo que le guste a nuestro papá-dijo la que era ligeramente más sarcástica y bromista.
-Por sentado que el vestido rojo-dijo la seria y antipática, la líder del dueto.
-¿Y cómo van a compartir un solo vestido?-preguntó Liselot con genuino interés e ignorancia, sin caer en la cuenta de que eran dos vestidos rojos exactamente iguales.
-¡Uf! Dile a Lodewijk que no altere tus neuronas antes del almuerzo, ¿podrías, hermanita querida?-dijo la antipática, completamente furiosa.
-¡Ay, vamos! No te pongas así, si vences tu natural antipatía, algún día tendrás uno, gemela-le contestó la sarcástica, dándole un simpático codazo, haciendo que su gemela se amurrase y que su padre y hermana mayor se desternillasen de la risa.
El resto del almuerzo se lo pasaron comentando los detalles de la ceremonia, entre esos los invitados que todo el mundo odiaba, pero que forzosamente debían estar presentes para darle realce al asunto. Al fin se llevaría a cabo la ceremonia de ascenso de su padre, del que más adelante sería el Almirante Van der Decken.
Al fin los esfuerzos del señor Van der Decken habían rendido frutos y la Marina Holandesa le otorgaría el cargo de almirante para trabajar con órdenes de la fragata Zeven Provinciën, ayudando a los honestos y pobres estados del Cuerno de África a combatir la Piratería Marítima, algo que a Liss le desagradaba ligeramente, pues desde pequeña que era partidaria de los piratas, tenía sus razones para serlo.
Y tras aquel tranquilo y feliz almuerzo, Niek, que así se llamaba el futuro almirante, puso rumbo al puerto para afinar los últimos detalles de su ceremonia.
Las gemelas subieron de inmediato a su habitación para tener el tiempo suficiente de arreglarse exactamente iguales, dejando a su hermana Liselot completamente sola en la mesa.
Cuando la nana se dispuso a recoger los platos, la muchacha se puso de pié, recogió su bolso y subió con rumbo a su cuarto.
Tras abrir la puerta pudo percibir una presencia ajena dentro de su pieza, gracias a la luminosidad irradiada por las tres ventanas.
-Hasta que al fin llegas, muchacha-le dijo una mujer, sonriéndole pícaramente.
Efectivamente, ahí había una mujer, aunque no era una desconocida para Liselot. Decía llamarse Naomie y era muy alta y delgada. No pasaba de los treinta y cinco años, así lo podía ver en la tersa piel mate y la jovial mirada avellana. El cabello negro lo llevaba peinado con un pañuelo y estaba vestida con una polera blanca, muy similar a una túnica, y unos pantalones blancos holgados. Llevaba sandalias negras y un anillo de oro en el anular izquierdo.
-Naomie, pero… ¿Tú qué haces aquí?-le preguntó Liselot entre que asustada y sorprendida.
-Liselot, tú y yo tenemos mucho que hablar, querida-dijo Naomie pícaramente, haciéndole un espacio en la cama a Liss para que se sentara junto a ella a charlar.
Liselot se sentó tímidamente al lado de Naomie, mirándola con un dejo de miedo. Honestamente no sabía explicarse qué era lo que pasaba por su cabeza, ¿por qué ella era la única que veía a Naomie? ¿Acaso ella era un espectro? ¿Una amiga imaginaria? No, eso no podía ser posible, pues, ahí estaba aquella mujer presentándose de carne y hueso ante ella, sugiriéndole hablar.
Pero, ¿por qué siempre tenían que reunirse en su cuarto, en lugares secretos, y no en una cafetería, por ejemplo? Eso era algo muy extraño.
Siempre cuando ambas se encontraban charlando y alguien entraba al cuarto de sopetón le preguntaba con quién estaba hablando y, al decirle que la interlocutora era Naomie, no le creían, simplemente salían dando un bufido de fastidio, como diciendo: “Pobre niña, ¡está loca!” o, tal vez “¡Niña tonta!”.
Ya bastantes problemas le había acarreado la presencia de aquella extraña mujer. Un par de veces, el señor Van der Decken había llevado a su hija al psicólogo, preocupado por la salud mental de la muchacha. Otras veces, su madre, quien era un poco más paciente, hablaba con ella dándole orientación psicológica, pues ella había seguido esa carrera.
No pocas veces, en la escuela le habían dado una cita con la orientadora para que “desahogara sus problemas”.
Sin embargo, el problema no radicaba en que la creyeran loca, sino que había unos cuantos asuntos más graves que aquel.
Un par de veces la había instado a robar cosas a sus compañeros de clase. Otras veces la había obligado a obligar a otras personas a hacer cosas que no querían. Gracias a Naomie se había vuelto una líder nata, una un poco alocada, pero líder al fin de cuentas. Gracias a ella había reafirmado su gusto por la piratería hasta el punto de querer ser una marinera de mayor y hacer que la Marina Holandesa y los piratas de Somalia trabaran una alianza. La había instado a hacer multitud de locuras.
-No, yo ya no quiero seguir tus órdenes, Naomie-se excusó Liselot.
-No me digas que no te diviertes-la instó su interlocutora.
-Sí, es divertido, me gusta de hecho lo que hacemos juntas, pero la última vez casi causo que Frank se tirara de la azotea de la escuela y el castigo que me llegó no fue nada lindo-siguió Liselot con su punto de vista.
-Oh, siempre hay contratiempos, pero no te dejes llevar por ellos tan fácilmente-continuó Naomie.
Al ver que su interlocutora titubeaba y se pensaba sus últimas palabras, aquella extraña mujer decidió seguir hablando hasta llegar al punto de convencerla de que seguir con sus planes era lo mejor que podían hacer.
-Vamos, ¿por qué no escuchas a lo que vengo a proponerte y de ahí me das tu respuesta?-le dijo Naomie.
-Es que, no, no quiero-dijo Liselot.
-Mira, es muy simple, de hecho siempre lo has querido: después de la ceremonia de ascenso de tu padre, ve a la cabina de mando y pulsa unos botones verdes que hay al lado del timón. Recuerda mis palabras: uno de ellos te llevará a la fama-le dijo como si estuviese contando una leyenda y quisiera mantener a sus oyentes completamente cautivos en la narración.
-Naomie, creo que has llegado demasiado lejos. Seré todo lo infantil que se quiera, pero no soy tonta y no me trago eso de la fama-dijo Liselot-. Por enésima vez: no lo haré.
De repente unos suaves toquidos en la puerta, distrajeron la atención de ambas.
-¡Liss! ¡Abre la puerta!-le pidió su hermana menor.
Liselot y Naomie se miraron directamente a la cara, hasta que la segunda le dirigió una mirada pícara a la muchacha.
-Piénsalo-dijo.
Liselot miró hacia el otro lado y, cuando iba a contestar a Naomie por enésima vez que no quería participar en sus andadas, descubrió que ésta se había desvanecido prácticamente en el aire.
Dio un gruñido, casi un grito, de enojo y arrojó su almohada en dirección a la puerta, luego se tapó la cara y se dejó caer de espaldas en la cama.
-Linda manera de decir adelante-se burló la gemela sarcástica, entrando muy ufana en la habitación.
-¡¿Qué haces aquí?!-le soltó Liss.
-Oye… ¿Tienes esmalte de uñas? El mío se acabó-le dijo la gemela.
Liselot fue a su cajón y extrajo el frasquito, cuando se lo pasó a su hermana, ésta dijo:
-Y apúrate en vestirte, quedan tres horas-.

Texto agregado el 23-02-2013, y leído por 349 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
01-05-2013 1* FOGWILL
28-02-2013 Vengo del capítulo 3, ahora me explico de donde salieron los adolescentes aventureros de tu historia. Siento como si estuviera viendo una serie en la televisión. 5* Saludos. Azel
23-02-2013 te doy 4 solo porque pienso que el principio hay que mejorarlo y "obligado a obligar" esa frase no esta bien, me gusta la prosa, es entendible, muestra un ambiente juvenil que no es nada molesto, es lógica la secuencia y Naomie la captaste sensacionalmente, que descripción me agrado. morgund
23-02-2013 Bien, muy bien!!, lo captaste, solo me quedo del principio y el uso de "obligada a obligar" mala secuencia esa, me gustara saber que harás con las gemelas, las hiciste por algo en especial morgund
 
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