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-Che loco, a vos que te gusta tanto el cine, a ver si me podés ayudar…

El loco Juan, mesa de café por medio, me clavó esa mirada fija e inexpresiva que era su marca registrada y preguntó:

-¿Ayudarte, en qué..?

Traté de simplificar, estaba convencido que cuando hablaba de escribir la gente me miraba raro.

-Mirá, me pidieron que seleccionara alguna escena memorable de las películas clásicas que he visto y no se me ocurre cual…

Había un dejo de compasión en los ojos del loco cuando dijo:

-Estás al horno, negro, son demasiadas, ya ponerse a pensar es cansador y siguió revolviendo el café, concentrado, como si fuera la cosa más importante del mundo.

No me di por vencido. Insistí con una estocada a su ego de cinéfilo compulsivo

.-¡Dale loco, salvame! Pensá en alguna que te haya tocado el alma más que otras, vos sos mi enciclopedia del cine.

Percibí que había dado en el clavo. Silencio interminable, su ojos entornados parecían recorrer un siglo de filmaciones. Finalmente habló.

-Está bien, negro, pero olvidate del café, de los gallegos y de los puntos que están en las mesas, mirame a mi y abrí tu imaginación.

Se agachó casi hasta desaparecer bajo la mesa y se fue incorporando lentamente hasta ponerse de pie, mientras tarareaba quedamente una melodía que me sonaba familiar pero que no alcanzaba a identificar.

El gallego Cosme, tras el mostrador, se acodó sobre el mismo observando la escena con mirada inquisitiva mientras continuaba repasando una copa. Manolo, el mozo, ya encorvado por los años, sonrió sacudiendo la cabeza como preguntándose ¿y ahora que va a hacer éste loco…? Los habituales en sus respectivas mesas también miraban interesados.

El loco ya totalmente erguido en su metro ochenta, posesionado en su investidura actoral, miraba hacia lo alto, desafiante, un puño levantado y con voz altisonante cargada de pasión exclamó:

-¡Con Dios como testigo, con Dios como testigo, no me vencerán. Saldré con vida de todo esto, y cuando llegue a su fin, nunca más pasaré hambre. No, ni ninguno de los míos. Así deba robar, engañar o matar. Con Dios como testigo!

Dicho lo cual, continuó con su tarareo en un in crescendo que resonó por todo el local.

Entonces, milagrosamente, el escenario se transformó, el loco ya no estaba allí. Enmarcada por una vetusta cerca de madera y el esqueleto de un árbol mustio y deshojado, mudos testigos de una guerra espantosa, la figura de Scarlett O Hara se recortaba contra un atardecer encarnado, mirada al cielo, puño alto y cerrado. Las palabras que salían de su boca eran el desafío al destino proferidas por una joven y bella mujer con espíritu indomable. Y el tarareo del loco ahora sonaba como una música orquestal que realzaba la imagen, nítida y emocionante.

Comprendí la escena. No era una cuestión de banderas norteñas o sureñas, de explotadores o de esclavos. Se trataba del espíritu de lucha, del fuego sagrado que permitió a la humanidad durante decenas de miles de años, individual y colectivamente, levantarse, una y otra vez, de las peores derrotas y las más horrendas catástrofes, para honrar a la vida, superando pérdidas, desazones y angustias. Que, finalmente, el viento se llevó.

El loco volvió a sentarse, todavía emocionado. Metió un dedo en el pocillo de café y gritó - ¡Che gallego, cambiame el café, se me enfrió!


http://youtu.be/ixx66T-FPYM
¡Con Dios como testigo!

Texto agregado el 28-02-2013, y leído por 245 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
26-01-2019 Genial!!! MujerDiosa
28-02-2013 ...galegos de Galícia? Muy bueno. naves
28-02-2013 Que genial acento m_orfeo
28-02-2013 Muy bueno. El protagonista no era gallego ni loco, era un sabio. elpinero
28-02-2013 "Lo que el viento se llevó"... o estoy perdida. Los Gallegos no son tan Gallegos. girouette-
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