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Estábamos los dos juntos, solos y sentados, sobre esas frías y largas veredas. No se escuchaba ni un sonido más que el de algún pájaro que cantaba desafinadamente a lo lejos, de ese heladero que hacía sonar su bocina para llamar la atención de los niños y así ganar algo de dinero; o el de los autos que pasaban lentamente, tocando el claxon para que mágicamente el trafico avance más rápido. Sin embargo, de sus labios o los míos, ni un sonido salía, ni un susurro, ni un tarareo de incomodidad y mucho menos simples palabras…

La miré a los ojos y ella me miró, mi corazón se detuvo por unos momentos, pase saliva lentamente e intente decir algo; pero nada salía de mi torpe boca. Me asusté, por unos segundos, pensé en todo lo malo que pudiese suceder, traté de entrar en su mente y , al menos, poder saber qué es lo que pensaba, si es que le pasaba lo mismo que a mí. Sin embargo, ella, allí, tan tranquila, como que ni el sonido más estremecedor del mundo pudiese quitarle esa tranquilidad.

Los segundos pasaban y yo, allí, sentado, mirándola como idiota, sin saber qué pensar o hacer, los segundos seguían transcurriendo, ese tiempo que , para mí, transcurría como si fuesen horas, días, décadas, y yo, sentado allí, imaginando toda una vida con ella, pensando en cada paso que pudiese realizar y su consecuencia, pero no me atrevía a hacer alguno. En ese momento fue cuando supe qué era eso que muchos llamaban “silencio incomodo”. Subí la mirada, la miré fijamente, de nuevo, ella hizo lo mismo, cruzamos miradas; sin embargo, esta vez fue diferente, sentí ver todo su ser a través de esos ojos. Fue el mejor momento de mi vida, sentí que podía volar y caminar sobre el agua, que podía tocar la luna y pasear por el sol, y hasta que podía hacer todo lo que siempre había deseado. Sentía que todos los molestos sonidos habían desaparecido, solo estábamos los dos al medio de todo el universo. Sin embargo, el miedo volvió a mí, como si fuese un cuchillo, el cual había sido clavado en mi cobarde corazón, sentí que sudaba hielo; saque la mirada, baje la cabeza y vi los insectos que caminaban bajo nosotros sin ruta alguna. ¿Qué debía de hacer? –Me pregunté, al borde llanto- no supe la respuesta, y ,así, en mi estado al borde de la locura, me rendí y estuve a punto de pararme y salir corriendo, cual mujer asustada. Sin embargo, una valentía creció desde lo más profundo de mí y me di cuenta de que ese espíritu celeste, el cual estaba al frente de mí débil ser, estaba allí por algo y no seguiría en ese lugar por siempre. Me acerque, la mire fijamente, baje la mirada nuevamente, pero esta vez no vi el piso, sino sus labios; volví a mirarla a los ojos, mientras que me acercaba lentamente hacia sus oídos, y le dije lo que sentía por ella, entonces, la besé, mientras sudaba diez océanos y rezaba que me correspondiera, pues ella lo hizo; la cargué la puse sobre mis piernas y nos besamos durante horas y horas, y ese beso fue el que me reveló lo que en verdad sentía por esa mujer que aparecía en mis sueños y me hacía soñar despierto, esa mujer que me hacia divagar durante horas, simplemente, pensando en su sonrisa, esa mujer era por la cual yo moriría.

Texto agregado el 06-03-2013, y leído por 190 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
17-09-2015 He leído el último y ahora el primero de tus cuentos, también soy así. ivancamella
11-01-2015 ¡Impresionante su poder para transmitir las emociones, paso a paso, casi diría latido a latido, pensamiento a sentimiento. ¡Me encantó! 5* -preciosa-
06-03-2013 Se agradece un hombre, niño, joven? que enfrenta sus miedos y toma una varonil iniciativa- Muy bonita narración Carmen-Valdes
 
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