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LA MEDIANERA


Daniela y Gastón eran los propietarios del 9 C en el mismo edificio donde yo también vivía y trabajaba de portero. Estaban casados desde hacía poco tiempo y fueron felices mientras ese matrimonio duró. La desgracia tuvo su comienzo cuando notaron una mancha en el espejo de la cómoda del dormitorio.
Como todos, sé de la negativa influencia de un espejo roto, pero hasta ese momento desconocía cuán nefasto puede llegar a ser uno manchado.
Enseguida Daniela opinó que se debía a una falla de fabricación porque el mueble era casi nuevo.
Gastón dijo que era humedad, y acertó. Cuando corrieron la cómoda descubrieron una gran mancha en la pared. Se extendía en forma de semicírculo desde el piso pero sin sobrepasar aún la altura del espejo. Evidentemente se trataba de una pérdida de agua en la cañería y debía ser reparada lo antes posible.
Gastón había aprendido algo del reglamento interno de los edificios; Si la falla se encontrara en su instalación él debía pagar el arreglo, caso contrario el vecino lindante se haría cargo de ese gasto…
Lo difícil para él era animarse a hablar con ese muchacho Ya había ganado su antipatía sin siquiera conocerlo personalmente. Ahora que debía ponerlo al tanto del problema hasta le molestaba la idea de tener que compartir con él una misma preocupación en común.
Poco sabía de su vida; Que era un joven estudiante, que vivía solo y que hacía algunas changas para su sustento. Y que le hacía la vida imposible con sus ruidos molestos. Tenía que soportar durante el día ésa música a todo volumen y ni hablar de las noches de fiesta corrida hasta la mañana siguiente, cuando él no había logrado aún pegar un solo ojo. ¡Cuántas veces debió levantarse de madrugada y golpear la medianera sin poder lograr nunca que bajara los decibeles!.. Para Gastón esto ya era rutina y se había resignado. Debía aguantar si no quería encontrarse con él cara a cara y rompérsela de una trompada.
... La mancha se agrandaba. Ésa misma noche Gastón encontró una estrategia a seguir: Primero y personalmente descubriría de qué lado estaba la pérdida; Si se encontraba del lado de su odiado vecino, yo mismo, como portero del edificio sería quien se lo comunicara, así evitaría cualquier contacto con él. Le comentó esta idea a su esposa apenas se levantó y esa misma tarde compró un martillo y un cortafierro y esperó impaciente su día franco para comenzar la tarea.
Precisamente la noche anterior, al lado hubo jaleo de lo lindo. Ésa mañana, Gastón mal dormido y sin ganas debió comenzar su odisea: Encontrar el bendito caño. Eligió un lugar tentativo, a unos veinte centímetros sobre el zócalo y en el epicentro de la mancha. Comenzó a golpear tímidamente suponiendo que su vecinito estaría durmiendo todavía, y aunque no olvidaba lo soportado esa noche no quería que tomara eso como una represalia, o una provocación. ¡Después de todo es joven y que lo disfrute! Le dijo Gastón en tono benévolo a su esposa, mientras aceptaba de ella el último mate que le ofrecía antes de salir a hacer las compras del día. De pronto en el silencio de ese paréntesis escuchó unos golpes que venían del otro lado como reprochándoles los suyos por haberlo despertado.-La respuesta no se hizo esperar-pensó-. Esta vez con rabia reanudó sus golpes con más fuerza y continuidad, cuando al rato el ruido enloquecedor de una marcha rabiosa sonó como una declaración de guerra.
La música subió de volumen cubriendo todo, hasta el pensamiento suyo. El martillo sobre el cortafierro enmudecía en cada golpe pero a medida que adelgazaba la pared aumentaba su ímpetu.
“¡Yo ya estoy trabajando, no desperezándote como vos, la puta madre que te parió!” -gritó fuera de sí aunque ni él mismo se escuchaba.
Luego, con una música más aplacada se calmó y pudo pensar y concluir: Había llegado con el hueco hasta el centro de la medianera sin ninguna novedad; por ahí no pasaba su cañería. Esto terminó de tranquilizarlo, aunque decidió avanzar un poquito más y asegurarse su total desentendimiento del asunto...
Cerca del mediodía Daniela volvió del supermercado, y yo la ayudaría con los bolsos hasta la puerta del departamento, y ya desde el ascensor pudimos escuchar el bochinche sonoro. Ella abrió con su llave sin intentar tocar el timbre siquiera, la música ensordecía y sería inútil. La puerta se trabó con algo detrás. Debimos empujar los dos para poder pasar. Y juntos quedamos paralizados ante una tétrica imagen; El cuerpo sin vida de Gastón estaba sentado ahí y sobre un gran charco de sangre. En su mano derecha quedó inservible la llave de la puerta, y en la otra una profunda hendidura que desde la palma hasta la muñeca había dejado escapar toda su vida, en un reguero que desandando el camino cruzaba el living, entraba al dormitorio y finalmente llegaba adonde había quedado el boquete abierto hasta el otro lado. Debajo de él, el martillo y un cortafierro parecían flotar en un inicial charco de sangre...
Inmediatamente después del trágico accidente de su esposo Daniela decidió regresar con sus padres y poner en venta el departamento así como estaba, recién amueblado.
Al día siguiente volvió al edificio a retirar algunas pertenencias personales y me pidió que la acompañara al departamento. En el ascensor me comentó la necesidad de hacer rellenar el boquete y de una limpieza profunda, especialmente la de remover todo vestigio de sangre. Le comprometí que me encargaría de ese trabajo.
Dentro del departamento ésta vez por suerte, mejor dicho, por desgracia reinaba un respetuoso silencio. Ella se dirigió directamente al dormitorio, yo al lavadero cuando oí un grito de espanto que me paró en seco, y varios más mientras corría hacia el cuarto donde estaba Daniela. Allí estaba, temblando parada frente al espejo, con su mirada elevada y sus manos sobre la boca ahogando el último alarido. La visión era aterradora; La mancha de humedad se había extendido hasta el techo como un siniestro arco iris bicolor; rosado al centro y rojo sangre en el borde sobre el blanco de la pared. Daniela escapó llorando de ese lugar, y yo me quedé sentado sobre la cama tratando de imaginar qué pudo haber pasado en esas últimas horas... Finalmente me pregunté cómo estaría esto del otro lado . En ése instante recordé que unos días antes el muchacho de al lado también me había encargado que limpiara precisamente hoy su departamento y que me había dejado la llave... La toqué en el bolsillo y salí disparado hacia allí.
Cuando traspuse su puerta pude escuchar a mis pies chapotear sobre la alfombra inundada del living donde ahora reinaba un respetuoso silencio. Enseguida vi que en esa pared, por encima de un sofá apartado, se repetía la misma maldita mancha. Y que en una mesita sobre algunos CDs esparcidos, estaba desplegado un plano de la instalación sanitaria del edificio. Una caja de herramientas de plomero profesional descansaba sobre el sofá y detrás, tendido sobre los escombros que yo evidentemente debía retirar, yacía el muchacho muerto. Su brazo izquierdo había quedado apoyado contra la pared y su mano pegada al boquete, a unos veinte centímetros sobre el zócalo y en el epicentro de la mancha. En ese hueco, un hilo de agua en pérdida todavía diluía la sangre que allí vació su cuerpo, y en la muñeca atravesándola por completo aún relucía un filoso cortafierro. Un cortafierro nuevo, como recién estrenado…

Texto agregado el 09-03-2013, y leído por 583 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
13-03-2013 Como en todos tus relatos, la narrativa es envolvente... la historia me dio un poquito de susto, debo confesarlo. Un abrazo!! gsap
09-03-2013 amigo... ji ji ji yar
09-03-2013 brrr... que miedo amugo y eso que acá son las diez de la mañana, a ver si puedo dormir. Un abrazo!!! Cinco aullidos aterrados yar
 
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