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"El amor verdadero es asunto de almas, no de cuerpos"

EL SUPLENTE

Para Erika, la matemática siempre representó un desafío. En la escuela primaria sus dificultades con la materia obligaron a sus padres a recurrir a una maestra particular, con un enorme esfuerzo económico para su familia .
Los números decimales y las fracciones le resultaban imposibles . A pesar de ello, con una voluntad inquebrantable, pasaba largas horas en su habitación inclinada sobre los ejercicios de cálculo . Sacrificaba horas de juego y esparcimiento con sus pares y a veces hasta el sueño.
Deseaba profundamente aliviar a su padre del esfuerzo que hacía por ella. El trabajaba horas extras casi todos los días. Solía regresar muy tarde agotado, con solo un pequeño resto para una breve charla durante la cena, y volver a levantarse a las cinco de la mañana al día siguiente.

Comenzó la escuela secundaria con entusiasmo, pero sus expectativas duraron poco.
Al cabo de la primera semana se reencontró con la temible materia encarnada esta vez en una nueva profesora. Seria, distante, de aspecto frío y autoritario, tras una breve presentación comenzó a llenar el pizarrón con interminables ecuaciones que, con solo mirarlas, producían mareos en Erika .
Así transcurrió el primer mes con el mismo agobio de la primaria , soportando las tediosas clases de aquella materia glacial y abstracta, sin lograr concentración alguna.

Al cabo de ese mes, ocurrió sin embargo un hecho inesperado que cambió el rumbo de los acontecimientos.
Margarita, la preceptora de primer año, entró repentinamente en el aula a la hora de matemática seguida por un joven de cabello ondulado, afable y sonriente, a quien presentó como Gabriel Domínguez, el profesor suplente. Ël reemplazaría por un tiempo a la titular, quien, oportunamente embarazada, había pedido licencia por problemas de salud.
Joven, simpático y bien parecido, Gabriel cautivó enseguida la atención del alumnado femenino en general y de Erika en particular.
Por completo distinto a la titular en el enfoque de la materia y en la interacción con los alumnos , encaró la primera clase con un tono ameno y relajado pidiendo que se presentaran uno a uno . Luego los instó a expresar sus expectativas y dificultades para con la materia. Continuó con un breve pantallazo general y culminó con un original dibujo en el pizarrón : un ángulo recto, que dibujó sin escuadra ni tutor alguno. Debajo anotó, a modo de anticipación del tema de la próxima clase (clasificación de ángulos) : “ 90 ° ... Hasta el viernes.”
Al sonar el timbre del recreo Erika hizo una apuesta con su compañera de banco: esperaron que todos salieran del aula, se acercaron al pizarrón y con la escuadra de madera que usan los profesores para dibujar sobre la pizarra, midieron el ángulo hecho a mano por el suplente .Mirándose estupefactas comprobaron que la figura dibujada medía exactamente 90 °.

Las clases del suplente se volvieron más y más interesantes para Erika. El suplente utilizaba ingeniosos recursos pedagógicos, aplicando la matemática a ejemplos de la vida cotidiana. A veces llevaba dados, una ruleta , cubos , conos hechos en cartulina y distintos elementos que convertían lo abstracto en concreto. Gabriel estimulaba la participación activa del alumnado en forma casi permanente. A menudo invitaba a los alumnos más avanzados a pasar al frente y explicar a los demás temas complejos que el resto no llegaba a entender bajo su guía y supervisión. Erika pasaba a realizar esta actividad cada vez con más frecuencia, y sin proponérselo se transformó en la alumna más avanzada del curso.
Disfrutaba de la materia cada día más, de una pesada carga se había transformado en una experiencia placentera, interesante y entretenida. Ni bien llegaba de la escuela se dedicaba a repasar la clase de Gabriel y hacía la tarea. Por la mañana se levantaba dos horas antes para repasar antes de entrar.

Esperaba las clases con ansiedad, y el suplente, lenta pero inexorablemente, fue convirtiéndose en el eje de sus pensamientos y ensoñaciones. En sus sueños, mezclados con el atractivo rostro del joven, desfilaban gráficios cartesianos, medias aritméticas y ecuaciones que danzaban a su alrededor . Estas crepusculares visiones eran acompañadas por la voz dulce y apacible del joven.
El suplente, por su parte, ajeno por completo a los desvelantes sentimientos que despertaba en su alumna y que nunca llegó a sospechar siquiera, continuó imperturbale con su dinámica actividad hasta fin de año.
Erika terminó siendo el mejor promedio de matemática no sólo de su curso, sino de toda la escuela en sus dos turnos, mañana y tarde.

Las vacaciones de ese año le parecieron eternas. Tenía una gran incertidumbre para el año entrante. No se animaba a preguntar si Gabriel volvería a hacerse cargo de la materia. Deseaba ansiosamente volver a verlo, pero una gran decepción se apoderó de ella al ver a la nueva profesora: una mujer mayor ocupó el lugar del suplente a quien, por otro lado, no volvió a ver por la escuela.

Sin embargo no perdió las esperanzas. Continuó con su fervorosa dedicación a la materia a pesar de la ausencia de Gabriel año tras año. El contacto con la misma le rememoraba al suplente a quien le era imposible olvidar. A pesar de que ya había establecido relaciones sentimentales esporádicas con algún que otro compañero, todos le parecían abismalmente inferiores al profesor, de quien atesoraba imborrables recuerdos.

Como los conocimientos que le proporcionaba la educación formal no le significaban mayor dificultad, comenzó a explorar fuentes extracurriculares . El hermano mayor de una compañera le facilitaba textos universitarios de la biblioteca de Física de Ciencias Exactas de la cual él era alumno regular. Erika comprendía estos textos con la mayor facilidad, devorándoselos uno tras otro, con la esperanza de un reencuentro con el profesor, quien, en su fantasía, quedaría impresionado.

Terminado el secundario, ingresó a esa misma Facultad y completó la Licenciatura de Matemática en sólo cuatro años casi como un trámite. En sus diarios viajes en el colectivo 37 hacia la Ciudad Universitaria a menudo imaginaba un encuentro fortuito con el joven . Estaba ansiosa por contarle sobre su reciente viaje a Toronto, y su participación en la 36 ° Olimpíada Internacional de Matemática, como integrante de la delegación argentina junto a otros seis adolescentes al cumplir los 19 años.
Lo recordó fugazmente en esa ocasión, sobre todo cuando tuvo ante sí el desafío de resolver los 3 problemas de geometría, álgebra y combinatoria que le presentó el jurado. Estuvo a un paso de la medalla de oro. No obstante haber llegado hasta la final con el mejor puntaje del equipo argentino, el jurado se decidió por un joven estadounidense. Cosas de la vida.

Hoy, 25 años después, investigadora del Conicet y miembro del Instituto Argentino de Matemática, casada y con un hijo, Erika se pregunta qué habrá sido de la vida de aquel suplente.
Sentada en su escritorio frente a una taza de té, acaba de terminar su primer ensayo sobre “El problema de la división y triangulación de los conjuntos semianalíticos”.
Reflexiona sobre el origen de su pasión por la matemática mientras relee un poema de Bertrand Russel que se encuentra enmarcado junto a su lámpara de mesa:

"La matemática posee no sólo verdad, sino también belleza suprema; una belleza fría y austera, como aquella de la escultura, sin apelación a ninguna parte de nuestra naturaleza débil, sin los adornos magníficos de la pintura o la música, pero sublime y pura, y capaz de una perfección severa como sólo las mejores artes pueden presentar. El verdadero espíritu del deleite, de exaltación, el sentido de ser más grande que el hombre, que es el criterio con el cual se mide la más alta excelencia, puede ser encontrado en la matemática tan seguramente como en la poesía."

Solo le resta incluír alguna dedicatoria antes del prólogo de la primera edición del libro.
Permanece pensativa unos minutos, termina de beber el té y decide escribir la dedicatoria:

“ A mi familia, a mis colegas, a mis amigos y a Gabriel Domínguez, Profesor Suplente “.



Texto agregado el 15-03-2013, y leído por 137 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
16-03-2013 Es un buen cuento, ajeno a las almibaradas historias de amor que se reproducen como paramecios. Además se agradece la pulcritud y el estilo reposado. Gatocteles
 
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