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Inicio / Cuenteros Locales / CabezaPerdida / La Marcha de los Cascos Verdes.

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Me encontraba tirado en la cama, deprimido como ya era costumbre desde hacía algunos años y a punto de dormirme, cuando escuche el ruido de una granada explotando a mi costado. De un respingo, salté de la cama y me caí al suelo, pero como era de esperar, aquello había sido solo una mera fantasía, una de esas que me perseguía desde hacia bastante tiempo.
Mi desgana ante toda actividad que implicase levantarse de la cama, había empeorado, y pasaban los meses mientras mis planes disminuyeron cada vez mas, hasta que mis escapadas al supermercado o al baño terminaron por convertirse en las únicas salidas que realizaba día tras día.
Hubo algo, en algún momento de aquel lejano año 2013, que empezó a hacerme caer en esta espiral oscura de inactividad, miedo, fobia y depresión.
De esa época únicamente recuerdo imágenes fugaces de armas, ejércitos de miles de personas avanzando en una danza tétrica hacia la muerte, ruidos de granadas, cascos verdes...
Demasiado por hoy. Vuelvo a recostarme sobre la cama e intento dormir, pero la inquietud de mis pensamientos ya no me deja descansar, así que mi mente da rienda suelta a los recuerdos, lejanos recuerdos de aquellos años negros.
Como un gota de tinta sobre el agua, un recuerdo borroso asalta mi mente y se expande por cada neurona.
Recuerdo a Juan, mi gran amigo de la infancia. Recuerdo su cara cada vez mas demacrada, iluminada por la luz blanquecina de una pantalla de televisión...Recuerdo como se obsesionó con aquellas noticias que inundaban las noticias...También recuerdo aquella noche en que llegó a casa llorando, a despedirse de mi antes de suicidarse. Le pedí explicaciones pero él simplemente señaló la televisión. Miles de hombres orientales avanzaban en marchas coordinadas hacia un destino incierto...Y lo entendí todo.
Intenté detenerlo, pero su desesperación lo ahogó.
Al día siguiente lo encontré muerto en su piso, ahorcado.

Me doy vuelta sobre la cama y acaricio mis sábanas. Intento cerrar los ojos pero otra imagen resurge entre los escombros de mis recuerdos.
Veo a mi padre, llorando frente al periódico, mojando las páginas grisáceas con lágrimas de tristeza.
No recuerdo mucho nuestra relación en aquella época, pero si recuerdo la que el tenía con mi madre, mi pobre madre, que cada tarde se arrinconaba en una esquina del jardín y miraba el cielo mientras veía los aviones negros, que como pájaros, volaban sobre el firmamento.
Puedo acordarme de las miles de peleas que tuvieron en la cocina, de mi padre, gritándole que se iba de casa, que iba a defender su país de esos "malditos orientales"... Lo último que recuerdo es su rostro, entristecido pero decidido, irreconocible, partiendo de casa por el camino del jardín para no volver mas.
Por aquella época yo ya era mayor de edad, lo se, porque ya había comenzado a ir a la universidad, pero la desgana de asistir a las clases y la inutilidad de formarse para tener un futuro que nunca llegaría...Me aprisionaban en sus garras.

Me levanto de nuevo y observo la pared de mi habitación, donde un gran póster blanco colgaba de un gancho oxidado. En el, se ve al famoso Tío Sam, apuntándome con su dedo amenazador mientras me dice: "I Want You...Again."

Finalmente termino por levantarme de mi cama y, con las piernas flaqueantes, me dirijo hacia la puerta de mi casa.
Aunque la desesperanza, el desanimo y la desgana van conquistando terreno, salgo, camino unos metros, y, cegado por la cruda realidad, me siento en el banco mas cercano.
Allí me encuentro por casualidad (o no), con un anciano. Se llamaba Azabec Dipreda, y era muy viejo, hasta tal punto que su edad era incalculable. Sin embargo, conservaba la agilidad mental propia de un sabio.
Con sus ojos azabaches me miró, sin escudriñarme, solo observándome, y supo enseguida que algo me pasaba.
Tentado por una confianza ciega, intenté contarle mis preocupaciones como con ninguna otra persona había echo antes, sin embargo, cuando estaba a punto de comenzar, hizo que me callase y con su voz grave me dijo: "No me expliques aquello que no quieras, no gastes palabras contando tus penas. Se que hay una idea central que perturba tu mente, y que se esconde tras todos los hechos que has vivido. Simplemente, deja que fluya."
Lo miré confundido, pero admirado por su franqueza, cual alumno observando a su profesor, y entre balbuceos le dije: "No se para que seguir luchando por hacer avanzar mi vida si no hay futuro, se ha perdido entre bombas y disparos. Me han pasado cosas que ningún ser humano debería presenciar. Todo va en picado... ¿Para que seguir luchando si la muerte siempre bate sus alas cerca de nuestras almas? ¿Para que seguir luchando si en cualquier momento podemos morir?"
Con lágrimas en los ojos, esperé la respuesta del viejo.
Éste se tomo su tiempo mientras acariciaba su barba, hasta que, finalmente, posando su mano arrugada sobre mi hombro me dijo: "Querido, aun hay miles de cosas que te están esperando para ocurrir, piensa que, para la muerte, falta toda una vida, y ese, es un trayecto muy largo."
Aquellas sabias palabras me dejaron en un pequeño estado de reflexión.
Al cabo de unos longevos minutos, me levanté del banco y me dirigí decido a vivir la vida que hacía varias décadas había perdido, mientras que el anciano, con paso lento, se alejaba por un camino de tierra hacia el horizonte, allí donde se esconde el sol.

Texto agregado el 10-04-2013, y leído por 210 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
10-04-2013 ¡Maldita guerra! ¡Sea cual sea! He leído en estas páginas varios temas sobre la depresión, y me gustaría estar a lado de cada persona con depre para animarla, prque "hay toda una vida por delante", y no vale la pena rumiar tanto la pena. Buen cuento, que espero se quede en eso solamente: en ficción. ***** simasima
10-04-2013 Me hizo pensar en algo que me dijo mi padre, no recuerdo las palabras exáctas, "cuidado con el gigante dormido, cuando despierte nos querrá aplastar a todos" se refería a los Chinos. Carmen-Valdes
10-04-2013 Estremecedor relato. Recuerdo la dictadura militar en Chile. Los exiliados sufrieron mucho y los que quedamos con el yugo y el temor de cada día, también sufrimos. Excelente relato. girouette-
 
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