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Se despertó con la ilusión de que ese día sería diferente. Sin ataques, sin necesidad de esconderse, de escapar o defenderse. Sin sentir ese miedo que le traspasaba el pecho.
“Quiero volver a casa. Quiero que me dejen en paz.” Repetía sin levantar la vista y era lo único que decía desde el primer día. No tenía fuerzas para escapar y sabía que nadie lo iba a sacar de ahí, así que apelaba a la piedad que pudieran sentir por él.
No recordaba cuándo lo habían capturado, pero recordaba vagamente cómo. Había ocurrido en medio de un ataque importante. Estaba solo. Escondido y aterrorizado, no tuvo tiempo ni oportunidad de defenderse. Eran varios y muy bien entrenados. Lo rodearon y lo inmovilizaron con facilidad. “Los demonios verdes” los llamaba él. Por el color de su uniforme y por el horror que le provocaban.
Su día comenzaba cuando la luz del sol se filtraba en la celda y daba en la pared sobre la cama. Y si no había sol, cuando empezaba a escuchar los ruidos, el movimiento supuestamente normal del lugar. Los gritos lejanos y cercanos. Voces autoritarias y voces sumisas. Alguna corrida o forcejeo. Las quejas y ruegos de otros como él. Algún portazo. Y el olor del desayuno, la única comida que aceptaba para poder estar con mínima vitalidad. No tomaba ninguna otra comida porque no confiaba en ellos. Seguramente no lo alimentaban en una actitud humanitaria, podía ser una trampa para que hable.
“¡Quiero volver a casa!” gritó una vez más y desde el otro lado del recinto una voz le dijo “Dejá de gritar y colaborá… o van a venir ellos…” Eso bastó para que se calle, por el momento. No le gustaba lo que pasaba cuando los demonios verdes aparecían. Con ellos venía la oscuridad, y en la oscuridad él se quedaba sin voz y no podía hablar ni gritar, y se quedaba paralizado y no podía correr ni defenderse.
Cerca del mediodía, estando todavía acostado, algo lo sobresaltó. Se incorporó y miró al piso. Estaba oscuro y no pudo ver nada. Algo se movía en el techo. Otra vez no pudo ver nada. Ahora escuchaba algo bajando por las paredes… ¿Sería capaz de soportar otra vez esa tortura? ¡Igual no iba a hablar! Respirando con dificultad, acurrucado y envuelto en sus mantas, esperó. El primer grito salió agudo, casi ahogado. Pero el miedo de saber lo que venía era tal que siguió gritando cada vez más fuerte, hasta que aparecieron los demonios. Transpiraba y temblaba… cuando lo rodearon su miedo ya no podía ser mayor. Llorando, indefenso, se rindió nuevamente a manos del enemigo.
Los enfermeros lo acomodaron en la cama y lo arroparon como era costumbre después de cada ataque. Uno de ellos dijo en voz baja “ ¿Por qué debe soportar esto un chico tan joven? Un día de éstos me voy a confundir de dosis… “ Del otro lado del cuarto se escuchó como un susurro “ Y pensar que para él vos sos un demonio…”

Texto agregado el 19-04-2013, y leído por 116 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
25-08-2013 Qué buena narración, me pregunto qué es lo que lleva a la locura, exactamente, a ese tipo de locura de la que no hay escape. darkzombie
20-04-2013 me gusto, muy bueno la mente nos traiciona muchas veces. carlosB
 
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