"Tomé en mis brazos a un ensueño, y lo arrullé como a un bebé".
Trató de olvidar esas palabras y cogió el diario. Resolver el geniograma sólo le significó el breve esfuerzo de buscar "cirineo" en el diccionario; aquel habitual duelo con el crucigramista siempre lo ganaba él, imbatible por su vasto conocimiento del idioma y las palabras. Era, sin embargo, un hombre muy vulnerable emocionalmente. No pudo evitar que las palabras de María volvieran, implacables:
-Tomé en mis brazos a un ensueño, y lo arrullé como a un bebé-. Y aquella noche, al despedirse, le había dicho con una torva sonrisa:
-Pero el bebé se hizo la caca y yo desperté del ensueño.
Sabia que eso significaba un poético hasta siempre y lloró amargamente, humedeciendo con sus lágrimas la última página del diario, donde se repetía cientos de veces la palabra "María" en tinta azul.