Un todo poético se asomaba detrás de aquella puerta cuando el sol empezaba a esconderse bajo el fin del mundo. Allí, en ese lugar y en ese instante todo cambió de color, el sol convirtióse en verde al igual que yo, el cielo en un fuerte púrpura con nubes amarillas que iniciaron lágrimas rojas, no faltaban árboles azules en derredor mío.
El rocío al caer destellaba cantidades asombrosas de rayos gamma insuficientes para cualquier par de ojos.
No vi bien los alejados pajarillos que parloteaban centrados al sol, pero suponían un color naranja resplandeciente, tal a un durazno visto de lejos.
Al corto lapso de comenzar la travasía colorída por el paisaje, mi cerebro, que todo el tiempo observó blanco y negro, concentróse y colapsó solitario, nadando por esos mares de tonos contrastados, de agúdos y fuertes colores centrales.
Mi cerebro siguió nadando en mares de colores, pero mi cuerpo se dió cuenta que la vida no es color rosa, es colorida.