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Esa noche, dormía a intervalos, sentía una pesadez estomacal que me impedía conciliar el sueño. Ya me había levantado para tomar algo que aliviara mi malestar. De todos modos, me cobijé de nuevo entre las tibias sábanas y al poco rato sentí una liviandad de cuerpo, un relajo tal, que me entregué a este delicioso prolegómeno que me conduciría finalmente a los brazos de Morfeo.

Fue un roce, algo casi imperceptible, pero lo suficiente para que yo levantara de inmediato mi cabeza. A los pies de mi cama, una figura traslúcida parecía descansar en el muelle espacio que quedaba entre mis pies y el respaldo. Por supuesto, lance un alarido e intenté zafarme de esas cobijas que tan agradables se me parecían segundos antes.

-¡Ay mi señor! ¿Por qué se me asusta tanto?
El que así hablaba era ese engendro aterrador, que ahora se había puesto de pie y se aproximaba a mí.
-¡Noooo! ¡Esto es una pesadilla!-grité y me pellizqué una mano para intentar despertar de aquella horrorosa pesadilla.
-¿Por qué tan miedoso? –preguntó la cosa.
Si uno está atacado por el miedo más visceral, no le nace para nada dialogar con aquello que lo aterroriza. Lo único que busca es salir arrancado despavorido, sepa Dios hacia donde, pero la cosa es huir. La figura, a la cual no se le veía muy bien el rostro, se quedó inmóvil, allí, en medio del dormitorio. Como no tenía otra opción que pasar por delante suyo para salir de la habitación, sólo atiné a quedarme pegado a la pared, conteniendo la respiración.
-¿Por qué me temes tanto? Yo sólo tengo por misión cuidar de tu integridad.
Me quedé de una pieza. ¿Sería el mítico ángel de la guarda? No, nunca tan atemorizante.
-¿Quién es usted?- pregunté con voz estrangulada.
Palpó la cama para sentarse y luego, me invitó a hacer lo mismo. No sé por qué, pero me tranquilizó ese gesto.
-¿Quién lo manda a cuidarme?
-Ni la CÍA ni el FBI, ni la Gestapo ni ninguna corporación terrenal. No puedo explicarte nada, menos a ti que todo lo que te sucede lo escribes y finalmente, mentirás como siempre acostumbras a hacerlo.

Tomé respiro. El individuo me inspiraba confianza después de todo.
-Para qué le voy a preguntar si es usted mi ángel de la guarda.
-No seas infantil. Les han llenado la cabeza de tantas pamplinas a ustedes los hombres, que eso se ha traspasado a la cultura, institucionalizando lo que es incierto.
Nada dije. Después de un largo rato en que no nos dijimos nada, el tipo pareció entender que por lo menos debería entregarme una luz, un mísero rayo de ese entendimiento. Lo suficiente para que no continuara preguntando. Por lo menos, eso intuí.
-Mira, mi labor es cuidar tu pellejo, eso como una penitencia. A decir verdad, he bostezado de lo lindo con esta tarea, ya que tú eres demasiado aburrido, anodino en tu actuar, mamón, por decirlo de un modo que lo entiendas, y poco arriesgado. Lo he pasado muy mal en estos dos mil años, que es la tercera parte de mi condena.
-¿Condena? ¿Quién te condenó?
-Estoy hablando demasiado. No preguntes tanto y confórmate con lo que te digo.

-¿Por qué tienes esa constitución tan frágil? ¿Por qué eres tan blancucho?
-¿Y tú? ¿Acaso no te has mirado nunca en un espejo?
Fue la primera vez que reí con ganas después de haber superado el miedo. El fantasma, o lo que fuera, tenía sentido del humor.
-¿Por qué te hiciste visible?- le pregunté.
Adquirimos esa constitución cuando avanzamos en nuestra metamorfosis. Es para mí una muy buena señal.
-¿Acaso eso significa que te levantarán la condena?
-Todo puede suceder. En todo caso, me quedan sólo cuatro mil años, lo que es para mí un suspiro.
No pregunté, pero comprendí que el tiempo de nosotros es lo que dura el aleteo de una mosca, comparado con la existencia –si podemos llamarla así- de estos seres extrasensoriales.
-Si pagas esta penitencia, es porque no fuiste muy bueno, ¿o me equivoco?
-Te mueres si sabes quién era yo.
Me recorrió un escalofrío por la espalda. ¿Sería Jack el destripador? ¿Al Capone? ¿Pablo Escobar, que está tan en boga en estos días?
-Te mueres de veras si te digo quién era yo?
-Estoy curado de espanto-mentí.
-No te lo diré. Sería alargar más la conversación.
-¿Los malos transformados en protectores?
-Así mismo es.
-¿Y eso por qué? Siempre creí que los hombres buenos serían nuestros protectores desde las alturas tutelares. ¿Por qué no es así?
-Ustedes tienen algo que es muy acomodaticio para sus existencias, algo que los llena de incertezas, creencias erróneas que no tienen asidero. Me refiero a las religiones.
-¿Los buenos no se van al cielo entonces?
-¡Qué va! No sé quién inventó esa tontera. Lo más patético que quienes creen en eso son los mismos científicos que descubrieron la Ley de Gravedad. Realmente paradógico.
-¿Para donde se van los buenos entonces?
-A los cementerios, allí mismo, junto a ruines, menos ruines e insípidos, como tú. La única prerrogativa que tienen los virtuosos es que no se los comerán los gusanos. Y a eso aspiro yo.

A las cuatro de la mañana, y después de haber conversado sobre infinidad de cosas, el espíritu se retiró.
Una primicia. Al final logré sacarle la preciosa información. Quien cautela mi existencia, de día como de noche, es ni más ni menos que…Adolfo Hitler.

Eso, a menos que todo hubiera sido nada más que un intrincado sueño…


















Texto agregado el 11-05-2013, y leído por 340 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
13-08-2013 jajajajja...que tal imagiancion... pero me engatuso esta parte que dice: "No puedo explicarte nada, menos a ti que todo lo que te sucede lo escribes..." jejejje lisinka
14-05-2013 Estos compañeros invisibles en más de una oportunidad nos aportan datos que nos dejan boqueando. Me ha divertido esta historia original y creativa; aunque si el fantasma es el que nombras al fina, pucha digo, ¡qué pesadilla! 5*s Shou
11-05-2013 Una historia entretenida y muy interesante***** bishujoo
11-05-2013 Me gustó su historia, .pero quiero creer que no es tan fome pasar al otro lado Carmen-Valdes
11-05-2013 Muy creativa tu historia y de un humor fino y agradable. Me gustó amigo Gui Dos. Un abrazo requete gigante. SOFIAMA
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