Yo estaba allí en el “alfeizar” del puente a treinta y ocho metros de altura sobre el nivel del mar, asido fuertemente a la barandilla metálica observando fijamente el líquido elemento que rujía a mis pies desafiante invitándome a saltar.

No era consciente del tiempo que llevaba en aquella incomoda postura, el frío de la noche comenzaba a entumecer mis dedos y por simpatía los demás músculos y articulaciones amenazaban con secundar la moción, en el puente desierto y escasamente iluminado resonaron unos pasos apresurados que se acercaban, una mujer se detuvo a mi altura.

Perdone, me soltó a bocajarro y sin pausa, serías tan amable de hacerme un sitio?

En aquella voz había algo familiar (se lo atribuí a una jugarreta de mi cerebro debido a lo insólito de la situación) , Como dice? Respondí perplejo.

Es que no me has oído? hazte a un lado, hay sitio suficiente para los dos.

Perdone señora respondí irritado, yo llegue antes, váyase usted un poco más allá.

La mujer comenzó a dar señales de impaciencia alzando la voz de forma innecesaria no había nadie más ... ¡!De eso nada!! Este puente es público, yo tengo los mismo derechos que tú, e incluso más por antigüedad, puedo elegir el lugar que más me guste, y mira por donde…me gusta este (replicó la dama insolentemente).

¡!Vale, vale!! (no merecía la pena discutir) haga usted lo que le dé la gana, pero le advierto que es muy peligroso.

Peligroso, peligroso, repetía mientras escalaba la barandilla con una agilidad inusual para su edad, a los pocos segundos se encontraba a mi lado y sin previo aviso comenzó a golpearme con el bolso, Mamaaaa?

Ni mama, ni papa, gritaba sin dejar de golpearme, cuantas veces he de decirte que no salgas de casa sin llevarte algo de abrigo.