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Vladimir Gronnic no llegó a la Luna por azar o gracias al desembolso de millones de euros, pues toda su vida pareció predestinada para ese momento en el que recorría la superficie muerta del satélite con la inestabilidad de quien camina en el lecho de un lago árido carente de peces.

Vladimir descendió con un brinco caprichoso en la Luna y al fin completó el mosaico de una vida dedicada desde siempre a su ansia de incrustarse en las estrellas, aunque en rigor el satélite nunca fuera parte de ellas, sino una especie de señor de ovejas rabadán.

Pero un detalle insignificante provocaría un vuelco en la conciencia del astronauta que siempre había visto el matrimonio y los hijos como unos grilletes que lo hubieran frenado en la consecución de sus fines.

Ocurrió que por unos minutos se trozó la hebra de ondas que lo comunicaba con el módulo posado en la Luna y la nave nodriza en órbita; de modo que se sumió en el silencio durante el lapso de un rezo musulmán.

Pasó entonces que cerró los ojos y evocó el trayecto reciente, similar a la inmersión en un magma de fuerzas gravitacionales cual gelatina inconmensurable o membrana cósmica desprendida del cuerpo de un dios.

Así fue como el Doctor Vladimir Gronnic, graduado con honores en la Universidad de Moscú y piloto legendario con miles de horas-vuelo, permitió que se presentara una fisura en sus emociones al levantar los párpados y girar el rostro acorazado por el casco, entregándose por varios minutos a la contemplación violenta del planeta sobre el que no había reflexionado.

De repente Vladimir tuvo un vuelco en el corazón al entender que “no había Nada” fuera de aquella esfera enorme y azul insertada como piedra preciosa en el espacio tenebroso; que toda su vida y el conocimiento de “las cosas que son en tanto que son, y las que no son en tanto que no son” no tenía sentido fuera de los límites de aquel globo que aparentaba el tamaño de una bola de playa.

Después Vladimir sesgó el rostro para arrostrar a un sol desnudo que lo mismo se vertía sobre la Tierra que en la Luna, considerada ahora como una hembra cósmica atada a su hermana mayor con las cadenas que utilizara la diosa de Parménides para contener el decurso del tiempo.

Por último, el hombre de rostro ahora demudado fijó su atención en el encastramiento de estrellas tan hostiles como la superficie misma de aquel satélite que se ofrecía sin velos al hálito de un espacio eterno y glacial.

La estática en sus oídos obligó a Vladimir Gronnic a obturar la hendidura bajo su pecho. Carraspeó, giró la cabeza y se enfocó en el suelo con marcas simétricas que sólo podría borrar él mismo o la ira de un asteroide.

La estática se incrementó hasta cuajar en la voz cibernética de sus compañeros, quienes bromearon sobre la funcionalidad de sus aparatos antes de apremiarlo para que terminara de recoger las muestras “de lodo y gusanos de la Luna”.

Vladimir respondió algo con una voz que se le hizo ajena, en tanto se inclinaba para desprender de su costado un recipiente donde introdujo el vestigio de sus huellas.

Texto agregado el 07-06-2013, y leído por 295 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
11-06-2013 Cósmico. Resulta complicado captar esa soledad, el sobrecogimiento que debe producir el panorama, pero me has conseguido transportar. Egon
08-06-2013 Vladimir hizo un viaje mucho más importante en su interior... más extenso. Que bello relato... gracias. Cinco aullidos lunares yar
07-06-2013 Impresionante narración. Filosofía pura. Las imagenes del espacio son nítidas. Y tus huellas ya están valoradas. Enorme placer leerte. un abrazo. umbrio
 
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