El anciano maestro parecía no respirar. Frente a él, el aprendiz de poeta miraba la hoja en blanco, sosteniendo la pluma con la tinta ya seca. – No puedo Maestro, no me sale – dijo, y su voz se quebró. El viejo no abrió los ojos. – solo comienza- dijo. Y volvió a su silencio. -No puedo, maestro, estoy vacío, nada me brota- repitió el joven después de un rato, -y el viejo abrió los ojos, le propinó un golpe como un ramalazo, con solo dos dedos, en la punta de la nariz. Inmediatamente comenzó a sangrar, las gotas cayeron sobre el papel, mezcladas con las lágrimas, que manaron por reflejo –Muy bien, muy bien- dijo el viejo, con una sonrisa –ya estás comenzando a escribir poesía.