Queríamos levitar volar caminar sobre las aguas. Pero no podíamos. Cada vez que lo intentábamos caíamos. Una y otra vez. Nos hundíamos nomás. Y luego teníamos que soportar así empapados hasta que el viento cansado de atravesarnos secaba nuestras pocas vestiduras. Y nuevamente. Otra vez. Queríamos volar levitar y andar sobre las aguas.

Volvimos a hundirnos. Tantas veces. Que al final aprendimos a nadar.

Primero un río y su corriente. Después una laguna y sus remolinos misteriosos. Hasta que un buen día cruzamos el indómito mar.

Qué cansancio al borde del abismo. Qué desesperanza plagada de temores. Tanta inmensidad y tan poca cosa una brazada. Y sin embargo avanzábamos. Despacio es cierto. pero avanzábamos. Y la salvación es cosa de vida o muerte decíamos. Si es que aún teníamos fuerzas para hablar.

Tuvimos que atravesar el océano. Sucumbir mil veces. Y seguir. Renacer no sé cuántas veces más. Y seguir. Vernos muertos. Flotando. Siendo nada. Y seguir. Hasta alcanzar alguna orilla lejana. Tuvimos que arrastrarnos exhaustos por la costa. Dificultosamente. Erguirnos. Caer. Y volver a levantarnos.

Tuvimos que pasar por todo eso y más. Para descubrir a flor de piel el milagro de andar sobre la tierra.



Y seguir.