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Caigo. Mi cuerpo da tumbos cerro abajo como si fuese una muñeca de trapo. Siento las piedras contra las costillas, contra los muslos. Las manos magulladas por las espinas de los arbustos que parecen darme de latigazos cuando paso.
Caigo. Incapaz de poner orden y concierto a mis miembros castigados. Con el cabello hecho una maraña, con la cara llena de tierra.
Y súbitamente me detengo, al fondo de la quebrada, y el golpe en mi espalda es tan seco, que me quedo sin aliento. El cielo oscuro que veo es solo un trozo estrellado sin forma . Como si alguien le hubiese hecho un tajo al manto negro del cerro. Muy arriba, en la boca de la quebrada, se oyen horribles gritos, como si una batalla campal se librara lejos de mí. Estoy rota, tal como ha dicho el Espíritu Mayor. No siento las piernas. Temo mover el cuello y desintegrarme en un segundo. Una de mis manos ha quedado sumergida en algo frío. Agua. Agua de alguna vertiente que viene a desembocar en este socavón. ¿Estaba esta quebrada aquí antes? ¿Lo estaba?




Van a matarla, lo sé. No he podido convencerles, no he podido convencer a nadie. Intenté protegerla con mi cuerpo cuando la Comunión de los espíritus vino a por ella, absorberla con mi ser. Así no habrían podido alcanzarla, pero ella me odia. Ahora yo soy la amenaza.
La he visto caer hacia la oscuridad, he sentido en mi carne cada uno de sus dolores, desde siempre. Estoy atado a ella por un hilo invisible trenzado en eternidad. Le pertenezco desde la primera vez que le ví, incluso mientras mancillaba su cuerpo era mi dueña.
La muralla maldita, con sus cádaveres sangrantes y sus lamentos horribles ha desaparecido luego de que me atacara. Me ha golpeado con centenares de miembros putrefactos y luego simplemente se ha marchado. Ha vuelto al seno rocoso de la tierra a buscarla, es su sangre la que quiere, la que ha querido siempre. Grito su nombre, "Bicha...Bicha" y solo obtengo por respuesta el ulular del viento, o el graznido de algún ave nocturna.
He de verla morir, como he hecho durante incontables siglos. Destrozada, magullada, púrpurea. Y luego yo mismo me iré disolviendo en la inconciencia, en el peso mortal de no existir más, de no tener un sólo pensamiento conciente al que aferrarme como un loco.
Oh...¿Donde estás, Bicha? ¿A que caverna hedionda te ha arrastrado tu tristeza? ¿Que demonios te han arrancado de mis brazos?



Es la sangre...¿sabes? La sangre es el motor, es el ingrediente principal de toda esta pesadilla. Esta inútil, viscosa y líquida cosa roja que corre por mis venas.
Parece tan fácil simplemente quedarme aquí, escondida entre la hierba y desangrarme. La idea se cuela en mi atontada conciencia como si me la hubiesen susurrado al oído. Sí, dejar que la tierra se beba esta maldita cosa que me hace diferente a todos, que les hace codiciarme. Miles de años tiene esta sangre. Yo sólo tengo 17. Bueno, al menos en esta vida. "Una niña de carne, cuya sangre abriese los infiernos" había dicho el espíritu mayor. Que tontería...
La siento fluir por mi espalda, por mi rostro. El olor a hierro, a metal enmohecido. ¿Le gusta a la tierra esta sangre? Es solo sangre, como cualquier otra.
Haré caso omiso del dolor de mi cuerpo, del dolor de mi alma, del agua fría entumeciendo mis dedos, de las hierbas que están reptando por mi cuerpo, que lo palpan con sus raíces movedizas, como gusanos ciegos. Les dejaré tomar mi sangre, abrir la puerta hasta del último de los infiernos. Me rindo, oh Dioses, me rindo. Era verdad que estaba rota.
Entonces es la voz, la voz en la lejanía, una voz familiar, cálida, grita mi nombre. Gimo, jadeo, intento responderle, decirle que aquí estoy, pero las ramas se pegan a mi cuerpo, me obligan a permanecer echada, mientras la tierra se bebe mi sangre. Mi corazón humano, golpetea contra mi pecho con fuerza, aunque lento. No puedo quedarme. Hay una voz que me reclama. Agito los miembros dolientes y algunas hierbas se rompen, pero no bien estas desaparecen, otras toman su lugar, reptan sobre mí, aprisionan mis brazos. Espinas se clavan en las partes blandas de mi carne, y lucho contra ellas, pero es la sangre ¿sabes? Quiere quedarse, ser tragada por los espíritus.
Las lágrimas me queman los ojos cuando se derraman, tengo la boca seca y las venas del cuello me escuecen. Aún así, respondo, en un grito salvaje, como si se me fuera la vida, justo en el instante en que una espina se me clava en la garganta.


Se despierta sobresaltado, con los músculos ateridos. ¿Cuanto tiempo lleva durmiendo? No lo sabe con certeza. Hace rato ya que es de noche. Una noche sin luna. Ella no está. Se descubre solo en medio del cerro, de pie en el oscuro silencio de la vegetación. Inseguro grita el nombre de ella, una vez, dos veces.
Le responde un eco vacío que le eriza el vello de los brazos. Justo cuando la primera brisa fría alcanza su cuerpo, se desata en su pecho la alarma. Y presa de un súbito impulso, echa a correr por la ladera empinada del cerro. No sabe adonde, solo corre. Tiene metida una urgencia entre los huesos, un ansia que le enardece el paso y le alborota las mejillas. El ansia de la carne de la Bicha. Y corre tras su rastro, como lo haría un animal de presa, como si su misma carne hablase con la carne de ella en un lenguaje callado y milenario.
Y corre. No sabe donde, solo corre. Deja que la sangre le guíe en cada latido, que el dolor de la presencia faltante le muestre el camino.
Entonces, rodeado de luz violeta, le vé, elevado a metros sobre el suelo, el ángel de la muerte le observa.
Se detiene. "No" se dice a sí mismo "No voy a morir ahora, no vas a llevarme, no mientras ella no esté, no mientras esté lejos de mis brazos" y en el momento en que el ángel va a hablarle, la brújula de su carne le atenaza la garganta. Está gritando el nombre de ella mucho antes de darse cuenta.
Un segundo de silencio. Exclama su nombre denuevo, y parece que la fuerza de su voz se desmenuzara en el viento. Un segundo de silencio. Toma una nueva bocanada de aire, y en sus labios se forman las letras del nombre precioso, cuando lo oye. Un lamento en la hondonada. Un lamento que sube desde las mismas entrañas del suelo y que retumba como un llamado ancestral, en el medio de su pecho.
Va hacia ella, como si llevara alas en las venas, cuando la muralla negra de brazos putrefactos emerge de la tierra y se le viene encima. Le tumba de un golpe. Y luego de otro, y otro. Miles de uñas le cojen por el cabello y le arrastran por la ladera. La muralla de humo esplende por dentro. Brasas ardientes se adivinan rojas entre los cuerpos mutilados que estiran los brazos para golpearle.Y no bien se levanta el chico para correr hacia la quebrada, le vuelven a arrojar al suelo, amenazándole con sus mandíbulas que mastican el aire, con sus manos descarnadas, con sus ojos colgando. Un descuido y le arrojan una baba negra a la cara, un esputo maloliente que se le adhiere al rostro y amenaza con asfixiarle, a duras penas se lo quita, entre forcejeos y jadeos. En la planicie, el espectáculo casi lo enceguece.
Enormes rayos de luz violeta, rodean a la masa negra, la empequeñecen, la aplastan. Dentro del halo, la masa se retuerce. Miles de descargas eléctricas hieren a los seres putrefactos que chillan y sangran, como si se estuviesen quemando. El muchacho apura el paso hacia la cañada. Va a saltar dentro cuando la masa oscura se retuerce y le atrapa por la muñeca. Su sólo contacto le quema la carne, dejando rojas medialunas carbonizadas en su piel. Y entonces le suelta. Cae por instantes que parecen eternos, flotando en la nada,aspirando el aire nauseabundo de las aguas podridas, de los hongos sangrantes, de las alimañas nocturnas.
Cae hacia el abismo umbroso, sin más luz que el fulgor de su sangre primigenia.




Abismo Fractal...

Es valiente ese chico, debo reconocerlo. Ha saltado sin dudar al abismo. Si hubiese vacilado un segundo, estoy seguro de que se hubiese roto el cuello. El coraje a veces nos protege de nuestra estupidez. A veces. No fue así en mi caso.
Te sacó del fondo de la cañada cuando despuntaba el alba. Ya los espíritus no podían tocarte. El chico quitó de tu cuerpo la fronda que te aprisionaba, las espinas que hendían tu piel.
Brillabas entre el ramaje como el eléboro de las brujas, como la flor de los pantanos. Sin que él me notara, me agaché sobre tu pupila velada de lágrimas, te susurré bendiciones de mi tierra al oído, como hacía cuando eras niña y tenías pena. No me oíste.
Caminé al lado suyo, todo el camino que hizo de bajada contigo en los brazos. Muda, te vi recibir el beso del sol sobre la cara sucia de cuajarones de sangre seca. En ningún momento volviste los ojos hacia mí, llegué a pensar incluso que no me veías.
Tuve celos, de sus brazos alrededor de tu cuerpo. Tuve celos, del sol que podía besarte, del agua que podía tocarte, de la tierra que había bebido tu sangre.
Hice el camino junto a tí, hasta que el entorno salvaje, se convirtió en el pueblito dormido. Entonces dejé que te marcharas.


No tardarán los espíritus en vengarse por tu atrevimiento.
Y cuando mueras, aplastada por el peso de su cólera, moriré contigo la más quieta de las muertes. Me apretaré contra la tierra donde te pudres, amarrado a tus designios. Me despertará el otoño fragante de tu nacimiento y entonces renaceré, como los pájaros de fuego de los cuentos de los niños. Y tu volverás a amarme como hiciste hace siglos. Renaceremos, como ángeles malditos, de entre las cenizas del Dios humano y de su reino.

Texto agregado el 26-07-2013, y leído por 196 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
26-07-2013 Muy bueno. firpo
26-07-2013 me gusta tu estilo gracias . ESCRITORDUENDE
 
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