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Sus pupilas están clavadas en la puerta, sus piernas están cruzadas y su cuerpo descansa imperturbable en un sillón de cuero. Nada sale de la puerta en al menos dos horas y el hecho no parece impacientarle, más bien dibuja en su rostro una mueca de complacencia descansada y sobre todo honesta.
El cuadro tan paciente, tan dominical, tan vacio de emoción es destrozado en un acto y con tal sutileza que aquel movimiento tan suave y cotidiano como una puerta abriéndose, produce tanta violencia y perturbación como si la puerta no hubiese sido abierta tirando la manilla, sino hubiese sido tirada al suelo fuerza de ariete y gritos estruendosos.
El estruendo se ensordece y se transforma en estupor y la figura de ella que se dibuja en el dintel de la puerta, aparece difusa como si su sola presencia condensara el aire dentro de la habitación.
Con la misma tranquilidad perturbadora la mujer mueve sus labios de forma floja y pausada, como envuelta aquella atmosfera de aire condensado y llama al hombre “Arturo”.
La mujer no pronuncia nada más solo el nombre.
El hombre en ese momento siente marejadas de recuerdos, de imágenes, nombres y lugares abalanzándose sobre el de forma abrumadora. Se da cuenta que jamás la olvido, pero sin embargo ningún día de aquel largo exilio pensó en ella, nunca añoro sus ojos acuosos, nunca le hizo falta esas manos suaves almidonando su rostro, tampoco sintió el ansia de visitar aquellos lugares que acababa de redescubrir en todos aquellos recuerdos que de un momento a otro se transfiguraron en anhelos punzantes y de los cuales era ella ahora el más vigoroso.
La habitación esta atiborrada de ecos que revotan en las esquinas y chocan entre sí, el hombre con el rostro turbado apenas logra darse cuenta que el semblante de la mujer es casi tan intranquilo como el del, mas en las facciones de ella se pueden notar gestos que tienen que ver más con la aflicción que con aquel zarpazo de nostalgia que desvanecía a su receptor.
La mujer se acerca al hombre con una prisa cautelosa, no detonada por un miedo hacia él, ella presenta una actitud totalmente familiar hacia el hombre, la cautela se enmarca más bien en un aire de paranoia que se dibuja en las pupilas de ella pero que en ningún caso tienen que ver con su interlocutor. Las preguntas que ella hace son precisas y raudas y todas arrojadas con un tono que nada tiene que ver con una pregunta si no mas con una orden y todas hacen referencia a su situación de clandestinidad, que pese al tiempo no había acabado y estaba tan vigente como siempre.
La mujer le da enseguida una serie de instrucciones al hombre, las cuales emite con un tono de voz mucho más relajado que el de las preguntas y que sella besando los labios de Arturo, como si se tratase de una firma al convenio recién pactado.
Los comandos incluyen ir a buscar ciertas ropas, las cuales Arturo debe encontrar subiendo una escalera que se encuentra al lado izquierdo del sillón de cuero donde estuvo sentado.
Una vez arriba, en el segundo piso Arturo imprime a cada una de sus acciones una serenidad impoluta y la paz lo dota de una fuerza sobrenatural de abstracción. No pasan mas de diez minutos y Arturo esta otra vez de pie al lado del sillón de cuero, pero la mujer no está en la habitación donde minutos antes beso a Arturo. La mujer está en la habitación contigua y suenan voces altisonantes y violentas. Arturo las reconoce enseguida y advierte que se trata de los perseguidores y advierte que lo han seguido. De forma inmediata Arturo resuelve entregarse, resuelve frenar toda aquella escena de espanto que vive la mujer. Arturo avanza a la habitación continua y habla a los perseguidores con una voz y una mirada resueltas y que claramente evocan el desdén de aquellos años anteriores a su exilio. Ninguno de los tres hombres que le persiguen le ponen atención y Arturo se da cuenta que sus gritos son ahogados por aquella abstracción de la cual aun no puede salir y que se yergue alrededor suyo como muros impenetrables. Sorpresivamente la lucha de Arturo no puede ser contra los perseguidores y es contra el muro, pero el muro tiene la misma solidez altiva que sus recuerdos anteriores al exilio.
La mujer es apresada y el hombre casi por acto reflejo vuelve al exilio. El no la olvida pero la verdad es que no vuelve a pensar en ella.

Texto agregado el 04-08-2013, y leído por 83 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
04-08-2013 Entiendo los juegos de tiempo, de espacios y de recuerdos, pero se me hizo confuso. Lo otro son imágenes como "prisa cautelosa" oxímoron, pero en el contexto no se liga al personaje o la acción. NeweN
 
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