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Toda vez que me preguntan por mi profesión, yo simplemente contesto que soy músico. Tañedor de sicu, para más detalles, y Dios sabe que no me canso nunca de soplar con todos los bríos mi noble zampoña en cuanta presentación pública realizo. Ella, y esto lo prometo, a impedido todos estos años que yo, su humilde explotador, se haya caído de hambre por estas tierras lejanas en que ando metido.
Yo recién había salido del Sanatorio Mental de Chiclayo cuando me avisaron que un grupo de peruanos avecindados en la costa atlántica de Brasil requería de un zampoñero competente. Rápido no más me metí en conversa con otros dos que sabía estaban también interesados en ocupar la vacante. Nos juntamos en un barcito de la avenida Santa Victoria, y luego de lleno discutimos la cuestión. Debo confesar que yo estaba más preocupado de hacerla rápida por que no contaba con ningún dinero para pagar la cuenta . En fin, y ya yendo a los hechos, pude percibir en la plática que ellos estaban atascados en un dilema financiero que ellos mismos se inventaron : que cuánto dinero debían llevar, y tanto para recular en el caso que allá no fuese lo que esperaban, y como mandarían a sus famílias, y de aquel tenor inventaron cuanta complicación y media existe. Yo estaba fuera de eso. Por el contrario, después de haberme librado del manicomio no tenía nada que perder y si mucho por ganar al venirme para acá y de paso librarme también de los prejuicios en mi contra. Lo único que debía realizar antes de comenzar el viaje fue simplemente pedirle prestada dos veces su moto nueva a mi primo Leonidas. La primera vez para mostrársela a un gitano que siempre andaba interesado en fierros, y la segunda para entregársela y recibir el dinero que yo usaría para el viaje. Eso me costó partir. Bueno, eso y el odio de mi primo que yo supongo le durará hasta estos dias. Bueno. Quiero confesar que pasé algún tiempo...años tal vez, internado a la fuerza, a pesar de que yo nunca sufrí de alteraciones emocionales. Todo por alguna acusación infundada de mi primo Leonidas, el que estaba repleto de remordimientos, ya que de lo contrario él jamás me habría prestado dos veces su moto. Leonidas sí estuvo involucrado en el linchamiento del prefecto municipal de Chiclayo. En cambio yo no participé en nada de esa muerte. Yo supe que el ajuste de cuentas aquel se había verificado apenas unos minutos después de consumado. Por supuesto que yo también me sentí indignado al enterarme que el sujeto aquel que fue linchado se choreaba hasta el dinero destinado a la compra de remedios para los enfermos más desdichados de toda la comarca, y aplaudía también la revuelta popular que acabó con él. Pero definitivamente yo no participé del tumulto. Simplemente yo ingresé a la alcaldía nada más que para cerciorarme que el funcionario estaba efectivamente muerto y todo esto no se trataba de ninguna otra treta del desgraciado. Pero no. No había trampa alguna pues lo encontré todo despaturrado en el suelo con una cara de muerto imposible de fingir. Ni yo mismo me reconocí cuando sin pensarlo de había dado un puntapié en las costillas del muerto. Y luego otra vez y otra, y hasta que se me cansó el empeine le di de patadas al pobre infeliz, que ya no era más que un saco de carne. Y de esta manera fue que me encontró a mi solito la gente de la Policía Nacional y por cierto que me cargaron a mi el homicídio enterito. Evidente que los sabuesos comprendían que aquel ajuste de cuentas extremo no pudo haber sido cometido por una sola persona, pero para todos quedó mucho mejor y solucionado con que me culparan a mi de todo el entuerto, incluyendo también mis propios intereseses, gracias al tema de la imputabilidad a que me podia sujetar.
No guardo muy bien en mi memoria qué fue lo que le respondí a su señoría cuando me interrogó de sopetón en qué circunstancias exactas escuchaba yo en mi mente las voces aquellas que me azuzaban a ser yo quien salvara a la patria de los corruptos, dando de paso un ejemplo viril de conducta cívica, ni la orden definitiva que me dio Dios Nuestro Señor para ejecutar de una buena vez al alcalde de Chiclayo. Lo que si recuerdo fueron los ojos ladinos que me colocó el magistrado cuando me mando a comentar detalles de en qué idioma se había comunicado Dios conmigo. Era una falta de respeto, claro, y lo único que atiné para refutarle al juez fue argumentarle que yo hablo con Dios, pero que Èl no habla conmigo. El magistrado, conocido por su rectitud y minusiosidad en el desempeño de sus deberes, además de su mesura, levantó la voz y casi gritó :

- Conmigo sí que habla Dios nuestro Señor, dijo, y yo lo atiendo toda vez que puedo. Èl es mi único asesor, agregó, y Èl me está asesorando ahorita.
- Sí, su señoría, dije yo, con respeto y humildad, tal como había sido enseñado por otros presos. Ellos me advirtieron que los jueces detestan a los delincuentes que les cuestionan sus fundamentos. Sí su señoría lo dice, agregé.
- Y Èl no me cobra nada por las consultas, es una asesoría gratuita, terminó diciendo, y en seguida soltó una carcajada en la que mostró sus famosos tres molares de oro puro.

Nada más repetí la frase sí, su señoría. Yo no estaba nada animado a esas alturas , pues como siempre no tenía dinero para pagar nada ni mucho menos abogados, que son caríssimos, carecía de ellos, y los abogados gratuitos me atendían tan sin ganas, que en aquellos días ingratos me sentía completamente desprotegido. Recuerdo sin rencor el momento aquel en que ya se acercaba el momento en que mi abogado distraído había de presentar los alegatos de mi defensa en la primera audiencia, sentado a mi derecha dejó de escarbarse sus dedos, guardó el cortauñas en el bolsillo de su chaqueta, me lanzó una mirada desafiante y me preguntó:

¿ Quién tú eres ?

Yo le respondí que por supuesto era el acusado, y él me desafió :

¿ Tú ya pagaste mis honorarios ?

Vi sus ojos inyectados en sangre de modo que ya no le dije nada más, y me entregué al “que sea lo que Dios quiera”. Además de vulnerable, me llegué a sentir un grande ignorante en aquel procesamiento sempiterno. Me quebraba la cabeza procurando descifrar expresiones faciales y códigos legales que se desarrollaban en la plática para sondear qué rumbo estaba tomando la causa contra mi. No entendí nada. Solamente estaba avisado de que faltaba aún la presentación en autos del médico psiquiatra que me estaba tratando.Yo lo estuve vigilando todo el tiempo, y estaba durmiendo en un rincón escondido detrás de unos anteojos oscuros de sol. Dormía. Tamaña impresión me llevé minutos después cuando se incorporó para iniciar su exposición y se retiró los anteojos oscuros : sus ojos estaban completamente embadurnados de maquillaje de mujer. De inmediato dijo :

- Con su permiso, su señoría, pero he de subirme en esta mesa para que todos los presentes asistan muy bien a mi disertación.

Sin aguardar respuesta se encaramó de un brinco a una mesa de documentos, y fue ahí que declaró que existe apenas un pequeño biombo imaginario que separa a la realidad del delirio, una distancia ínfima, una actitud minúscula, y que en este caso que estamos tratando sin dudas habló más fuerte mi delirio y fue dentro de esta conducta que se desencadenó el crimen y esto lo confirma la obsesión del acusado, es decir, yo, de matar varias veces al mismo muerto. De modo, siguió, que no se puede acusar a un individuo de matar varias veces a la misma víctima, pues la muerte es una sola, como todos sabemos. Ahora fíjense bien en mi, continuó, y colocando sus manos en la cintura, igual como lo hace una mujer, dijo que no por que se coloque así las manos y tenga los ojos pintados quedaba convertido en una señorita.

- ¿ No les parece ?

Y se tomó sus testículos con las dos manos y dijo además, en voz alta y clara :

- Y no porque yo tenga estas pelotas necesariamente soy un hombre, ni mucho menos un macho – argumentó.

Por un instante se me ocurrió que se refería a mi.Y siguió con la cháchara, todo con la última finalidad de demostrar que todo en esta vida era relativo y nada, como comúnmente se cree, definitivo. Y el médico se animó, y dijo que iba a ejemplificar. A la gente aqui presente. Díganme :

- ¿ Quién de ustedes alguna vez no sufrió montones a causa de un amor no correspondido ? Pues vayan sabiendo que ese es un clásico ejemplo donde cualquier persona que se halla normal ya ha traspasado el hilo de la realidad y está viviendo una paralela, fruto tal vez de sus propias carencias. Entonces, estamos aquí frente a un mismo fenómeno, sólo que con consecuencias contrarias : aqui el villano no es el amor sino es el asesinato. Dejémonos de hipocresías : el acto de asesinar es tan humano como el de amar, y todo depende de las cirscuntancias para que los actos se desencadenen. Nadie niega que el difunto se expropiaba hasta el dinero que el gobierno mandaba para compra de medicamentos que necesitan los cancerosos, los deficientes renales, y por supuesto, los trastornados, es decir, no había dinero a que el prefecto no se diera mañas para echar mano, y el desgraciado nunca fue capaz de poner límites a sus apetitos - continuó discurseando.

Desde mi posición, alcancé a dar una mirada de soslayo a todas las personas que se encontraban presentes en la audiencia, y pude comprobar que todo eso y todo lo demás que expuso el médico, careció de cualquier relevancia, pues en verdad nadie lo estaba escuchando. Con plena certeza yo afirmo que todos y cada uno de ellos estaban tan abstraídos con sus propios asuntos, que no hubo quién estuviese dispuesto a acompañarlo en sus raciocinios. Fue una diatriba más que no encontró ningún asidero.

- Estamos todos juntos y estamos tan separados,-

Eso dijo al finalizar su alocución, sin que yo consiguiera detectar con certeza acaso el médico se hallaba desencantado. Tampoco me interesé en empatizar, pues dediqué todo el tiempo al intento de calcular cómo estaría oscilando mi situación jurídica. Nuevamente me sentí tan inútil en el arte de adivinar a los demás, que haste llegué a admirar la capacidad innata que poseen, por ejemplo, los timadores profesionales. Que sea lo que Dios quiera, pensé, y nada más espero que de la boca del juez sea pronunciada la palabra “interdicto”, de manera de dar un paso más para salirme por las ramas de todo este entuerto. Pude calcular que allí dentro de la sala de audiencias había unas cuarenta almas perdidas, en su mayoría sentadas, sin apuros, serias, com poca sangre en las venas, inexpresivas. Por un instante me inquieté al identificar entre ellas a esa mujer que le llaman la Tía, la que es contratada para llorar en los velorios. Pensé que quizás alguien quisiera hacerme un circo allí adentro para complicarme. Pero no, ella estaba impávida, haciendo quién sabe qué alli adentro y por mandato de quién. También me llamó la atención que el juez comenzó a quedar inquieto, roendo las uñas y cambiando la expresión de su rostro. La Llorona debió haber facturado muy bien en el velorio del prefecto, calculé, y se habrá librado de todas sus deudas, seguí imaginando, pues la noté tranquila y contenta, como está siempre todo aquel que no tiene deudas. Recuerdo que me vino uma premonición : algún día, muy lejos de aquí, me encontraría de nuevo con aquel magistrado, y ya no en calidad de acusado y juzgador, sino de seres humanos, simples, desnudos, desprovistos de cualquier ceremonia. Y ya su nerviosismo quedó en evidencia, sudaba su frente calva, miró la hora comenzó a alterar el orden de los escritos que estaban en su mesa de trabajo. Pidió silencio en la sala :

- Yo, dijo- en mérito a mis atribuciones especificadas en ley, y amparado en el poder que me otorga el supremo tribunal nacional, suspendo la sesión de inmediato. Además de suspender la sesión, me declaro incompetente en autos, pues han de tomar conocimiento todos los presentes que francamente me han terminado por aburrir de una manera que pocas veces me ha llegado a ocurrir. No se muestra entre los presentes uno sólo que haga acusasiones ni que quiera ver al acusado en la cárcel, y yo no estoy dispuesto a sentarme aquí a repartir sentencias sin que exista motivación alguna. Ni siquiera la viuda del prefecto sinvergüenza está entre nosotros, ni siquiera miembros de su partido. De manera que vamos quedando de esta manera. Buenos días a todos.

Y antes de que el juez se incorporara por completo, el médico psiquiatra le inquirió de qué hacía con “este loquito”, por cierto refiriéndose a mi, y su señoría le contestó:

- Tú eres el médico y tú tienes que saber qué hacer, que ni siquiera lo trajiste maniatado con camisa de fuerza. Y terminó diciendo : colócalo a dormir un par de meses, a ver si se le quita lo atarantado.

Ya en los ajustes finales antes de venirme a estas tierras, provisto del dinero proveniente de la venta de la moto, me entrevisté con algunas personas que conocían muy bien la ruta, pues o eran mercaderes o eran trabajadores temporarios que venían en la época de las cosechas. Todos me orientaron a hacer el curso normal de viaje por la carretera Paramericana sur, pasando por Chile y Argentina. Es más largo pero es mucho más seguro y expedito, argumentaban. De manera que una vez más yo no hice caso de mi sentido común, y entré para estas tierras por el lado boliviano. Me fui de noche de Chiclayo, y nunca pude imaginar que jamás volvería a ver la ciudad que me vio nacer.
Los motores se encaramaban hacia el altiplano bordeando unos acantilados tan altos y abruptos, que parecían como salidos de una feroz pesadilla, con choferes indolentes que no mostraban ni el menor asomo de apego a la vida, ya que dias había caído un autobus por ese precipício hasta el mismo río Sandia, que desde tanta altura aparecía apenas como un hilo trasparente que bien pudo haber sido de agua como de metal derretido. Pero era un río, y hasta ahí iría en caída libre o con suerte rodaría cualquier locomoción que apenas se topara con otra en aquel camino angosto e insólito. Entre los conductores vaya a saber uno qué tipo de códigos ellos manejaban para no embestirse unos con otros e ir directo al despeñadero.Por otra parte, los restantes pasajeros que viajaban conmigo constituían para mi toda una incógnita, pues más que pasajeros parecía una manada de muertos sentados yendo hasta Puno y Juliaca. Ellos no conversaban ni mucho menos reclamaban, tampoco comían ni precisaban de baño, ni tan siquiera los veía respirar, con el agravante que en esas latitudes el oxígeno que hay en el aire es bien más escaso que en el resto de los aires normales que uno conoce. Todos parecían gente sin sangre menos una mujer joven rubia y muy bonita que ya yo había advertido era la única que también venía interesada en el vértigo de los acantilados. De pronto, la vi incorporarse e ir hasta el asiento del conductor, con una gracia impresionante, pedirle al chofer que detuviera un instante el autobús. Qué Bueno, pensé yo, pues también aprovecharé para descender y orinar de una buena vez. Bajé y colocado ya en un lugar estratégico haciendo lo mío, dirigí la mirada hacia la joven linda que tambián había descendido , y la vi encaramarse a un peñazco que dio la impresión que ella ya lo conocía y lo había escogido de antemano, y desde ahí, sin dejar de sonreir y sin tomar algo de vuelo, nada, se lanzó al vacío. Me extrañé que pasaran los segundos y no se oyera ningún tipo de ruído, ni tan siquiera el “plas” lejano y agónico que se supone que se escucha, pero aún así no sentí curiosidad de asomarme a averiguar cómo había sido el desenlace. Solamente le dije esto al conductor atónito :

- Nunca imaginé que hubiera una muerte tan silenciosa.
- Tiene razón, señor, contestó él, hay suicidios que son bien más estruendosos.
- Tal vez esto que hemos visto con nuestros propios ojos que ocurrió, no ocurrió jamás, le dije -.
- Puede ser que esto que asistimos no aconteció jamás para para mi y para usted. ¿Cómo? , pregunté.
-Para su marido y para sus hijas este es un hecho que no podrán olvidar jamás.
-¿ Cómo ?
- Pues. Son aquellos que van durmiendo en las poltronas de atrás.
- Ave María Purísima, repliqué, y agregé : tal vez la linda rubia entonces haya sido una santa.
- Lo santo sería que mejor nos olvidemos de todo esto, propuso el motorista.
- Claro, contesté yo, haremos cuentas de que todo esto nunca aconteció, Mandémonos de acá que ni Dios lo permita las energías del drama pueden estar todavía aquí por entre las piedras. Vámonos.

A medida que el trayecto iba siendo vencido, el paisaje y los despeñaderos fueron adquiriendo cada vez proporciones más pavorosas. Suerte que llegó la noche y ya no se pudo ver más nada allá afuera. la falta de aire y el frío, eso si, aumentaron de una manera casi irracional, mucho más allá de lo razonable y prudente, lo mismo me sucedió con las ganas de no haberme ido jamás por esa ruta inaudita. Y venía a mi memoria aquella frase que yo mismo había buscado : “ la carretera Panamericana es más segura”. Pero no tuve el tiempo suficiente para arrepentirme de haber seguido mi propia intuición, pues al amanecer ya nos desplazábamos por una tierra plana con pasto verde aunque sin árboles, con lagunas blancas de sal, guanacos e índios ya absortos en sus labores, como si no hubiesen dormido la noche. Al final de la planicie, muy remotamente, se veia um relieve blanco que parecían ser volcanes.

- Ya estamos en el altiplano, dijo el conductor.
-! Ave María!, exclamé yo, usted no es el mismo motorista de ayer al atardecer.
- Claro que no, constestó...hacemos turnos...yo tomé el mando allá en Ayaviri...nuestra empresa cuida muy bien a nuestros estimados pasajeros, agregó, con tono algo servil.

Y yo examiné las poltronas de atrás : y vi cinco pasajeros, nada más que cinco, y ni rastros de la família de la sacrificada. Los pasajeros, todos ellos idénticos, uno al lado de otro durmiendo todos con la boca abierta y dolidos de frío.
- Claro, dije yo.

Y fueron pasando los kilómentros, un montón de kilómetros, y la frontera, y mucho más ciudades, y más pueblos y todavia más caseríos, y la gente parecía ser siempre la misma, réplicas unos de otros, sin ninguna expresión en los rostros, bien comportados, serenos, como recién salidos de una sesión de electrochoque, iguales, aunque con facciones distintas, por cierto, a la gente que uno podía ver por ejemplo en la plaza de Los Héroes en Budapest, donde alguna vez fuimos a tocar música andina acompañando al antiguo prefecto en visita oficial. De eso me acordé viendo a esta gente comida por el frio y por la falta de aire, como si no tuvieran ganas de vivir. Nadie me buscó ni con la mirada, nada de interactuar, ni pensar en algo parecido a salirse de madre. Las mujeres traficando sus mercaderías de aquí para allá y los hombres metiéndose hojas de coca en el buche y escupiendo saliva verdosa, algunos con una cara de idiota muy similar a la de cualquier cara de idiota que se puede ver en cualquier parte del mundo. Puede que tanto los originarios de esas tierras como a algunos inmigrantes posteriores les agrade y se hayan acomodado a vivir en esas latitudes, pero para mi bastaron pocos dias para que aquel mundo altiplánico se me tornara algo insoportable. Por supuestó que me marché, y solamente después de transponer El Chapare, amaneció en las ventanas un espectáculo todo llenos de árboles y rios, verde hasta el horizonte y bananeras con sus hojas limpias y brillantes, y entonces volvi a ser más armónico y a ser una persona con una suficiente cantidad de esperanzas en el corazón. Soy un hombre sincero, pensé, y sé que jamás volveré a hacer este camino de retorno, sé que existe para mi un mundo majareta en el que podré ser feliz. Fui muy conciso en la reflexión y esto resumí:

- Jamás volveré.

Luego reflexioné sobre otra cosa, ya más compleja : considerando lo taciturno de la gente en Los Andes...¿ será por eso también que la música andina es tan triste ? Y yo, que no practico el psicoanálisis pero sí la autocrítica pensé : y por mi parte, ¿ estaré fomentando la tristeza en los demás y en mi mismo soplando mi zampoña en aquellas tierras que estoy yendo ? Un pasajero que iba acomodado en las poltronas delanteras, cerca del motorista, se levantó, me miró fijo a los ojos y me dijo :

- De ninguna manera...nunca se cuestione de esa forma, pues usted no influye en eso. - -- Así me dijo : no desista y muera en lo suyo, remató.

Era un hombre muy pequeño, aunque bien proporcionado y dueño de una cara de alegría envidiable. Tanto, que más que con un enano yo lo asocié con un duende. Habló como si el hubiese sido un apóstol, pues además de sus ademanes de sabio y de calmarme en el acto, luego de vencer el rio Yapacani, lo vi desaparecer en un solo instante, como si en ese punto geográfico se hubiese acabado su juridicción. Nadie más lo había visto, nadie lo vió bajar, nadie dio razones.




Yo no participé de la pelotera que se armó con el maquinista del tren que nos llevaba hasta la frontera, y no tiré una sola de las botellas que le acertaron al antepatio de la casa de su novia. Yo nada más fui un testigo presencial, aunque en mi fuero íntimo les otorgaba un total apoyo a los revoltosos. El tren venía abarrotado de pasajeros, incluso en el techo de los vagones, pues se escuchaban clarito los zapateos de quienes se desplazaban por encima. En los pasillos también estaba entero ocupado por pasajeros sin asiento, durmiendo algunos, borrachos otros y muchos también esperando mansos el tiempo pasar hablando solos, abanicándose, cantando, coqueteando con otros. Una joven cubierta por una sábana, simulaba ir dormitando, pero uno que sabe de las cosas advierte que claramente ella se estaba masturbando. Un hombre mayor que iba más atrás hacía lo mismo. Como son las cosas, pensé, esa descarada algún dia se irá a casar y tendrá garantizado un marido loco por ella, pues los maridos adoran las descaradas. No vi a nadie con un libro en la mano, ni yo tampoco lo tenía. La incompetencia y la desprolijidad de los ferrocarrileros había rebasado todos los límites de lo prudente, y es por eso que el maquinista y su novia terminaron pagando los platos rotos. Una suma de negligencias terminó por perturbar el sistema nervioso de varios usuarios, aunque es justo reconocer que la gran mayoría no le daba ni pelota a tanta desidia, al punto de que yo me extrañé de lo manso que es el pueblo en los trópicos. Fue así : mis pasajes estaban marcados para salir el domingo a mediodía y el convoy terminó saliendo el martes a las ocho de la mañana. Ni siquiera daban explicaciones del insólito atraso en la estación. Solamente una pizarrra improvisada atribuía la demora a “ motivos de fuerza mayor”. Lo que no pudo ser de fuerza mayor es que a muchos vendieron más de una vez el mismo billete con el mismo asiento a pasajeros distintos, y los terminó ocupando quien había llegado primero según lo dictaminó un tribunal improvisado y básico nacido del sentido común de otros viajantes que se inmiscuyeron en cada uno de los casos de sobreventa, como si ya estuviesen acostumbrados a esa práctica. Los demás, o se iban a batallar contra los burócratas o se quedaban quietos acomodados en los pasillos. El calor y la humedad subían de una manera frenética.
El pequeño grupo de revoltosos, en su mayoría forasteros, se fue creando de manera espontánea y motivados de acuerdo a la experiencia sufrida por cada uno. Unos por el atraso sufrido, otros por la demora, el calor o simplemente por que ni siquiera el baño se encontraba operando.
En la última parada el convoy había salido de San José de Chiquitos a las ocho de la mañana. El tren venía despacio, muy despacio y todo arqueado haciendo una curva y penetrando el bosque interminable. Una curva que, desde mi posición en la poltrona, sacando la cabeza por la ventana sin vidrio, me permitia ver desde la máquina movida a diesel allá adelante, hasta el último vagón de carga allá atrás, a casi tres cuadras de distancia desde un extremo a otro. A las nueve de la mañana el tren se detuvo por completo en un pequeño caserío, Me parece que fui el único entre todo aquel montón de pasajeros inexpresivos que vio cuando el maquinista descendió de la locomotora por una escala lateral, caminó unos pocos pasos y luego se abrazó en un abrazo de amor con una mujer delgada que lo estaba esperando. Conversaron algunas cosas, y después entraron a una casita que tenía un antejardín, por lo demás bastante inútil y desproporcionado para el lugar semideshabitado. Pasó el tiempo, tal vez más de una hora, y nada del maquinista. No aparecía de vuelta. En el único almacén del caserío se acabaron las cervezas y algunos ya terminaron también por agotar su paciencia.

- !Termina luego, maquinista recaliente, comenzó uno a gritarle, y voló la primera botella al antejardín.
- ! Lacho de mierda !, le gritó otro, también rondando la casa.

Y yo me asomé al antejardín de puro curioso, pero sin gritar nada, y fue justo en los instantes que el conductor apareció por una ventana a ver qué tanto griterío era ese, y por supuesto al único que vio ahí perturbando fue a mi, vio la cara de menso que debí haber tenido con la pera apoyada en los tablones el patio. Pocos minutos después el maquinista salió todo desguañangado y más encima reclamando :

- Los motores de la máquina también necesitan de enfriamiento, me extraña que no sepan...y qué tanto alboroto es ese que recurren hasta la violencia...

Más tarde, el hombre todavia bravo solicitó la presencia de la policía cuando arribamos a la estación de Roboré. Conversó unos minutos con los uniformados, y luego vinieron hasta el vagón en que yo me encontraba. Me señaló con el dedo: ese es el sublevado, dijo.
La estación de policía de la ciudad Roboré está ubicada en un edifício simple, limpio y equipada con muy pocos muebles, y desde la ventana se puede ver el tren en casi toda su dimensión. Al menos el tren todavía no se va...tengo alguna posibilidad de librarme de esto, pensé. Dos policías uniformados habían tomado cuenta de mi, sin esposarme, y me sentí huérfano y desprotegido en aquel lugar remoto. Un oficial que estaba sentado detrás de un escritorio sentenció :

- Me redactan un oficio para la Clínica Pinel de Santa Cruz de La Sierra para evaluación, sentenció, y me mandan la solicitud de vuelta con el orate éste que que le gusta hacer revuelta donde no lo han llamado. Quiero ver qué tan violento es este forastero...y qué peligros representa para la sociedad...
- Sí, mi teniente.

Yo sudaba. Sentía las gotas descender por mi frente y caer en mi camiseta y luego evaporarse. Miré hacia el tren : todos los pasajeros, sin excepción, estaban asomados por la ventana mirando hacia donde nos encontrábamos, algunos de ellos riendo y botando espuma por la boca. Los veia clarito. Pero bien pudo ser solamente una manifestación mia de un acto de paranoia, pues es posible que todo ese gentío siguiera con su fiesta en los vagones, ajenos a mi suerte. El hecho es que, en aquel aprieto que me encontraba, yo tenia certeza de una sola cosa : no podia salirme de mis casillas ni mostrar ningún tipo de bronca, para no agravar aún más las cosas, aunque por cierto yo estaba absolutamente furibundo. Le hablé con mucha calma al oficial :

- Con todo respeto, mi oficial, le quiero preguntar, ¿ existe alguna posibilidad de acelerar la solución a este malentendido ? Esto, considerando que me encuentro sólo de paso y si Dios quiere salgo mañana del país.
- Escúchame una cosa...este... ¿ cómo dijiste que te llamabas ?
- Zampoñero, le contesté, me llamo Zampoñero.
- Bien, Zampoñero, repitió el oficial, dime : ¿ siempre vas por la vida tan apresurado ? ¿ Tenías que jorobar al maquinista y hasta agredir la casa donde descansaba sus molidos huesos ? Si eres un hombre tan ocupado...tan esclavo de la hora...tan importante... ¿ Por qué no elegiste una línea aérea que te trasportara ?

Reflexionó :

- Debiste haber sido más normal, haber entretenido tu cabeza con algo bueno, una muchacha, una buena conversa, una cerveza. No, no hiciste eso, sino que te pusiste con esa cara de loco que tienes a espiar al maquinista, a condenarlo, a jorobarlo...eso no se hace, ¿ sabes ?
Y me alertó :

- Ni mires el tren, ni te preocupes que se vaya...van a ir y van a venir trenes por toda la eternidad...

Fue entonces que lo vi : el Adivino, el duende ese que conocí depués del Chapare, estaba sentado en una oficina contigua desternillandose de la risa. Una cuchillada de aire helado me recorrió todo el espinazo, pues casi me voy de boca y le hablo al adivino, o quién sabe si me abalanzara sobre él como si fuese una tabla de salvación para salir del aprieto. Pero fui rápido y controlado, y me hice el desentendido, el que no lo había visto. A ver si el troglodita aquel no me interna de remate por hablar solo con nadie dentro de su destacamento policial.

- Mira, tú, zampoñero, en lugar de destacar uno de mis hombres a controlar el contrabando que llevan las cholas, me lo distraes para llenar un dossier destinado al psiquiátrico de Santa Cruz... ¿ no te parece un despropósito ?
- Dile que él sabe muy bien qué hacer- , me gritó el adivino desde adentro.

La cosa empeoró feo para mi, pues em esos instantes vi cómo el tren, largo y pesado, dejaba lentamente la ciudad de Roboré, y lo quedé mirando perplejo, incrédulo, pues con su partida había quedado abandonado a mi suerte en aquel pueblo perdido. Pensé en la frase que me había soplado el otro, y no la hallé una frase mala ni comprometedora.

- Usted sabe mejor que nadie qué hacer, mi teniente, sólo quiero reafirmarle que yo nada más me asomé al antepatio de puro intruso, y no usé violencia ninguna.

- Eso le dije.
- Ven aquí, me dijo el teniente-
Y tomándome del hombro me llevó a la oficina contigua, y ahí, en voz baja, me habló...

- Veo que te entiendes con el gnomo, me dijo.

Este teniente no es ningún pelotudo, pensé yo:
- Ya lo conozco, le dije.
- No hay lugar en el mundo que hayan más de estos duendes que en estas tierras... ¿ lo sabías ?
- No tenía la menor idea, le contesté.
- Pues ahora lo sabes, me dijo.

Y no había razón para que tal afirmación no fuese fundamentada, pues los bosques en esos parajes son interminables, y los pequeños sembradíos, algo que a ellos les encanta cuidar, están por toda parte. El resto es conocido : sólo los ve quien los quiere ver. La masa, el pueblo, claro, duda de la existencia de ellos, y se ríen cuando uno los nombra, por lo cual es mejor que ni siquiera sean alertados ni mucho menos intentar convencer a alguien. Y yo, claro, víctima de mis prejuicios, pensaba que más me hundiría ante aquel oficial si le hablaba de tales cosas inverosímiles. El Adivino dijo :

- Ya va a volver el tren.

Ahí yo dudé, pues nunca había visto volver un ferrocarril después de haber partido.

-La verdad es que el ferrocarril no ha partido, simplemente se ha desplazado unos kilómetros hacia el este para librarse de los dos últimos vagones, destinados para esta ciudad, cambiándose de carril. Va a tomar posición de partida desde la línea principal. Mañana estarás cruzando la frontera, dijo el teniente, de manera coloquial.
- Si Dios quiere, contesté yo, plenamente aliviado pues ya me iba. Adiós, Adivino, me despido de ti aunque sé que eso no se hace con ustedes que son microdioses que nunca se van.
- Aprendes rápido a cómo tratarme, ya que al menos no me formulaste ninguna pregunta, y mucho menos boba, repuso el duende.
- Y yo le contesté de manera rotunda : eso, jamás.

Por cierto que no quise agregarle que a veces ellos son microdiablos también, cuando raptan a las jovencitas en las sendas perdidas de los campos para puro llevarlas a los laberintos de espinas que ellos tienen. Y son de espinas para evitar que las raptadas se escapen. Y sólo reaparecen en sus casas cuando ya tienen el crío metido en la barriga. Hubiese comprado una antipatía inútil. Y me imagino que todos ustedes ya tendrán más o menos clara la opinión de que yo no soy ningún atarantado. Deshaciendo en libertad el mismo camino que ya había hecho como detenido e imputado, pude ver que nuchos pasajeros habían perdido todo respeto a nuestro viaje, y se hallaban diseminados por el pueblo. Unos jugando dominó en mesas prestadas, otros bebiendo y otro más pasado estaba abrazado y hablándole en voz bajita a un poste de energía eléctrica. Los más jóvenes, no pudiendo sofocar sus hormonas, se sentían perdidamente enamorados y atacaban a las muchachas con recursos seductores que ya francamente bordeaban la violencia, locos por llevarlas a los matorrales, atormentados por desnudarlas, por recorrer lo que ya sentían que sería de ellos, y muchas de ellas, con esas bestias atracándolas, es natural que ya poco a poco quedaban sin fuerzas para resistir y cedían medio aturdidas hacia alcanzar algún rincón escondido. Al final de cuentas, es lógico que Dios creó el placer para ser compartidos por ambos, y que aquello no puede, ni remotamente, ser un acto de alguna naturaleza pecaminosa. Eso sólo podría sostenerlo un bobo. Y aunque este que es un raciocinio tan tan simple nos hallamos demorado siglos para entenderlo. Eso pensé, no para pensar algo sino que por pensar no más, y luego, tras un cartel mal escrito en el muro de una casa que ofrecía bizarramente algo así :

- “ Se escuchan problemas a $ 20 “.

Vi algo que nunca había visto : aunque de manera un tanto discreta, dos hombres se propinaban caricias con la misma vehemencia que las otras parejas y sin que nadie se inquietara. También pasó una pareja discutiendo en que la mujer reprochaba el comportarmiento infantil del compañero, y más allá vi un hombre joven, alto que en lugar de anteojos usaba dos lupas de colegio amarrradas con un alambre, y discutía acaloradamente con nadie, y lanzaba patadas certeras a ese nadie que tenía al frente. Luego otra vez pensé por pensar : me parece que los chiflados de acá son diferentes a los que yo ya conozco. Yo voy a conocer el manicomio de acá. Rápido desistí, claro, de la idea, pues de ninguna manera quería que por algún error me ficharan o algo por el estilo.

- Jamás te precipites en un juicio.-

Eso me dijo el Adivino, que apareció de la nada, más luminoso que nunca, caminando derecho hacia el bosque al otro lado del sistema de rieles. Instintivamente lo seguí.

- Aquí en el trópico conocerás un mundo diferente del cual no querrás salir jamás, vaticinó. Pero te costará acostumbrarte a la incompetencia y la flojera, declaró.

Lo seguí siguiendo y él no se opuso. Pasó por una montonera de durmientes que estaban apilados al lado de un tamarindo y por una parte que no tenía ningún sendero, entró al bosque. Detrás de él por supuesto que entré yo, sin medir cualquier consecuencia. Penetramos a otro mundo, un universo que así a las primeras se me antojó que era un planeta distinto. Había llovido hasta hace poco, y las hojas, verdes y brillantes, formaban laberintos de colores intensos e inverosímiles. La vida brotaba allí groseramente, en cada rincón había un insecto distinto, un parásito nuevo, gusanos fosforecentes, y en cada hoja un caracol, una hormiga colorada, un hongo en reproducción, en cada pedazo de suelo un tatú, un grupo de mariposas coloradas, una culebra de colores. Bajamos una pequeña cañada, cruzamos un estero pasando por un árbol caído que servía de puente, subimos una ladera y recién ahí fue que los vi : personas de carne y hueso acostadas en hamacas, otras moliendo arroz, las de más allá tomando baño en el estero de agua pura. Hombres y mujeres despeinados, unos con la mirada perdida, otros cantando canciones de amor, otros hablando simultáneamente mientras hacían sus labores, y lo hacían con tanta dedicación, que ni siquiera se percataban de nuestra presencia.

- “Dicen que estoy loco, por que no te quiero, Magdalena”, cantaba uno que tenía la dentadura podrida.

Una mujer trepada en una rama daba carcajadas de una manera bastante ordinária y de algo que nadie más que a ella podría causarle gracia y esa sí me miraba, aunque no tuve certeza si era de mi que se reía. Un cabezón sentado en una silla de ruedas, gordo panzudo y con la cara producida y con aspecto de bobo, pareció que me mostraba figuritas religiosas. Después yo habría de saber que no, que ellos no se importaban conmigo ni con nadie que no fuera ellos mismos.

- “Miguitas de ternura, yo necesito, si te sobra un poquito, dámela a mi”, cantaba una mujer bonita y delgada que estaba colgada de los cabellos en una rama de guayabo, como lo hacen las artistas de circo.
¿ Has reparado que los pacientes psiquiátricos allá en la ciudad desaparecen por lo menos una vez al año ? Así me preguntó el Adivino.

Y luego me explicó el motivo de aquel ambiente sombrío:

- Pues muchos de ellos vienen para acá, otros prefieren la playa o la montaña para descansar y para estar locos sin ser incomodados, para olvidarse unos días de aquellos que obstinadamente intentan enderezarles el juicio.
- Oye, Adivino, le dije, yo estoy bastante halagado de conocer todos estos...misterios, vamos a decir así, pero francamente quisiera alejarme un poquito de este mundo que no es el mío, y que vaya a saber por qué razón la vida se está encargardo de meterme usando diferentes ardides.

Vi un hombre gordo y de cabellos blancos en el suelo, con las rodillas en alto, masturbándose en la más absoluta intimidad. Ahí ocurrió algo que me hizo entrar em pánico. El adivino se detuvo, dió media vuelta, me miró a los ojos y dio un salto hasta la altura que yo pude abrazarlo para que no cayera, y cuando me acercó su cara para algo que me pareció un intento de besarme me dijo en susurros :

- Tu puedes negarlo, pero tú sí estás loco, estás re loco y todos lo saben.

Fue, claro, una ofensa gratuita y una provocación que de la cual no pude identificar su orígen. Bien pude haber reaccionado de una manera inconveniente. Pude haberme zafado de él tomándolo de los brazos para soltarlo de mi cuello y luego haberlo lanzado con ira al suelo de hojarasca, gritándole qué te has imaginado, enano de mierda, que me agredes en cuanto yo te brindo mi amistad y mis respetos. Pero nuevamente fui experto y no caí en esa. Me hice el que ni siquiera había escuchado, y lo coloqué delicadamente en el suelo, como si él fuera una señorita. Ahí pude notar y reconocer que estaba una mujer que en la ciudad pedía limosna a los turistas, y que para impresionarlos cuando llegaba a un local simulaba que buscaba restos de comida en los tarros de basura, y después de hacer aquel papel de lástima es que les estiraba la mano hasta la altura de las narices para que ellos, conmovidos, le dieran dinero. Eso lo sé por que después yo la vi muchas veces pidiendo en la calle. Vivía de eso. Bien, aquella mujer había observado toda la escena, obviamente sin ver al duende, por que ella, claro, por su condición no tenía condiciones de verlo.

- Ese es el demente que le propina zurras a los enanos invisibles.

Eso hubiera dicho después la inescrupulosa mendiga de mi. Sin duda alguna. Eso le contaría los demás.
También yo reconocería, mucho tiempo después y en otra parte muy lejana, a uno que le decían el Exterminador, pues su trabajo era exterminar baratas por toda la ciudad con un veneno infalible. Me explicaría que él eliminaba baratas profesionalmente por que estaba pagando un karma: el de haber participado en el principio de los tiempos justamente en la creación las baratas. Ese orate también se estaba acariciando el pito, solo, sentado en la banda de la cañada y de rodillas. Lo hallé un hombre interesante pues no me miraba con cara de desesperado, como lo hacían los otros. Entonces fue que el duende me sacó de mis observaciones y me propuso algo inesperado para mi : vas a dar rienda suelta a tu alma de artista, me dijo. Quiero que hagas una presentación con la zampoña un poco más tarde. Y te estoy pidiendo que toques hasta reventar tus cachetes, pues has de saber que no hay nada que convoque más a los enfermos mentales que la música andina. Es necesario reunir a todos los que están por aquí en estos campos de Dios.

- ¿ Puedes ? Me preguntó.

Bajamos otra cañada y de inmediato la volvimos a remontar. Arriba había un bosque alto y húmedo, donde vi un matapalo, el árbol que camina, y que más parece una araña sideral. Apareció no sé de dónde un hombre menudo, semicalvo, solícito, y sin decir água va, me preguntó si yo conocía a un tal doctor Monasterio, de una ciudad cuyo nombre no logré identificar, pero que bien pudo ser Cochabamba. Yo le contesté que no, que nunca había escuchado hablar de ese doctor. A él no pareció importarle si lo conocía yo o no, pues me dijo en seguida que estaba así de perturbado por causa de él. - - Vea bien, agregó, yo me aborrecí mucho con él a causa de su arrogancia, Del modo que me trató, con la manera que me mandó a los dos grandotes a dominar para inyectarme esa porquería de tranquilizantes. Ese carbonato de lítio me deja mal, lerdo, sin voluntad. Por eso odio a ese doctor. Y lo enfrenté, no crea que no : ! Usted no es ni más ni menos que nadie ! - Lo apunté con el dedo y proseguí : al fin y al cabo, usted está tan trastornado como cualquiera de nosotros. Así mismo le dije. Total, nadie está libre que se le echen a perder los relojes, ¿ No está de acuerdo ?

- Por cierto que concuerdo, le contesté yo, ni leso que fuera.

Mire que me iba a poner a discutir con él, de ninguna manera, pues. Sus gesticulaciones aumentaron, se fue inquietando a medida que hilvanaba los pedazos de sus recuerdos. Juntó una línea de exposición en su cabeza, y siguió adelante :

- Pues muy bien, prosiguió el hombre, - mientras el adivino sentó en el suelo de hojas a escuchar la plática -, a mi me gusta ser honesto y confesar de vez a mis amigos que a mi me internaron por un incidente que aconteció a raíz de que sin decir agua va le acerté un palo en la cabeza a un cretino que no me quiso comprar un reloj de arena traído desde la China. Se lo vendo baratito, le dije, pues andaba muy mal de finanzas, pero él no quiso ni saber precio ni mi presencia ni nada, es decir que fue grosero conmigo, y hay pocas cosas que yo odie más que, primero, les personas que no les gusta comprar nada, como los mentados evangélicos, y de segunda, las personas maleducadas, como el idiota ese. Nada le costaba hacer un chequecito y punto... ¿ No le parece ? Me preguntó -.

Yo le iba a contestar que tal vez esa no es la manera más efectiva de ejercer comercio, pero, claro...opté por consentir, pues no era el momento de hablar de técnica de ventas.

- Pues el cretino se obstinó en no comprarme – continuó narrando el hombre - . Peor aún...comenzó a reclamar de mi presencia. Ahí la cosa empeoró, ahí fue que perdí los estribos y le di un palo en la cabeza por burro, antes que aparecieran y que me agarraran dos orangutanes que me entregaron a la policía y después me llevaran al hospício por decisión del juez. Y puede creer que yo jamás sufrí de alteración mental alguna, aunque sí puedo identificar el orígen de mi destino. Resulta que había uma cosa que me gustaba hacer, y que poco a poco fue poniendo a mi familia todita en mi contra. Mejor dicho, algo que no me gustaba hacer, y se trata que simplemente era salir a la calle. Simplemente no me agradaba ausentarme de casa. No era fobia ni habían rasgos antisociales, era nada más que eso : me gustaba quedarme en casa. No demoró em que me comenzaran a tratar de anormal y también ya se esbozaran las primeras burlas hacia mi. Comenzaron a rumorear cosas, en circunstancias que nada más era eso : a mi no me gustaba salir de casa. Parecía que ellos no lo creían, entonces comenzaron a suponer cosas. De eso sacó su tajada el doctor Monasterio, que me comenzó a tratar por orden de mi abuelo. Hasta me llegó a decir que él también había sufrido ese problema cuando era muy joven, nada más que para ganar mi confianza. Yo siempre fui fiel a lo que yo deseaba, de manera que le di guerra al doctor. Yo quería quedarme en casa y en el futuro hasta trabajar allí. Comenzaron los medicamentos y los exámenes con electrodos colocados con una pasta blanca en el cuero cabelludo. Amenazado con electrochoques y otros procedimientos más radicales, reconozco que comencé a ceder en mis posiciones para no agravar aún más las cosas. Ser me ocurrió declarar que ahora me estaba sintiendo mejor y curiosamente, ahora con ganas de salir de casa. Fue peor el remedio que la enfermedad y la cosa para mi empeoró : el doctor se animó al sentirse un triunfante dueño del diagnóstico, y comenzó a ensañarse conmigo, a darme más medicamentos, a mirarme con cara de “ te voy a doblegar, pacientito, y lo estoy logrando”.

No fue por mala educación que al hombre lo dejé hablando solo. Lo que sucede es que el Adivino me aclaró que para él era completamente indiferente e irrelevante si yo lo escuchaba o no, que el hombre podía continuar la conversa solo y sin ninguna incomodidad, como de hecho ocurrió. Eso yo lo vi pues me fui alejando de su voz sin que hubiese nada en su ritmo ni en el sonido de su murmullo que demostrara alguna alteración.

Como si se tratara de una maniobra de índole militar, la operación Música Andina comenzó a las seis de la mañana. Un escenario improvisado, más un charanguero y un tecladista que pusieron a mi disposición me acompañaron en la ejecución musical. Comenzamos con “El condor pasa”, y luego con “Llorando se fue”, y seguimos y otras, incluyendo melodías evangélicas y otras católicas, como “Jesucristo está pasando por aqui” o aquella que dice “ Escrito por el dedo de Dios”. Demoró más de lo previsto, hasta llegué a pensar si no estaríamos haciendo un papelón ejecutando esa música en aquel paraje insólito, pero como a las ocho de la mañana comenzaron a llegar los primeros pacientes, como hipnotizados aunque a la vista bastante desconfiados. Venían desde los más diversos puntos del bosque, incluso uno que seguramente se vino como los macacos por los árboles, bajó desde un matapalo, desencantado con la lentitud con que el árbol caminaba. Aquel era un orate originario de los Estados Unidos. Luego algunos se reirían de él, le dirían:

- “ Ese es un árbol. Es el árbol que camina y no es una jirafa. Por estas tierras no hay jirafas”.

Pero muchos de ellos venían sin ganas de reir, sin ninguna voluntad ni alegría, nada más como si hubiesen sido rendidos por la música, como atontados por el litio. Nuestro guitarrista apareció muy atrasado y lo hizo como un caballo desbocado, masticando alguna cosa verde y luciendo una frondosa cabellera. Se nos antojó que era argentino. Y lo era, de Buenos Aires, para más detalles, de Quilmes, para quienes conocen. Después supimos también que llegó allá a partir de un mandato de su padre hecho muchos años atrás. Su padre llegó a aseverar que nuestro guitarrista era un anormal, como ya lo sospechaba. Una tarde de sábado, en víspera del sagrado asado familiar del día siguiente, nuestro guitarrista le declaró a toda la familia : después de mucho estudiar las virtudes de ese régimen, se había vuelto vegetariano. El padre se enfureció y le brillaron los ojos :

- ¿ Qué es esa porquería ? Eso preguntó gritando.-

Y al enterarse de la respuesta perdió momentáneamente el juicio, pues relacionó esa opción con alguna perversidad erótica primero, y con un estado de perturbación, después. Pero nuestro guitarrista insistió en que no comería jamás cosas muertas, como le gustaba decir. De manera que con el tiempo las diferencias se acentuaron pues para su padre esa era una elección para él insuperable.

- O sea que te vas a saborear un repollo mientras nosotros comemos como la gente normal los domingos : ¿ qué van a decir tus tíos ? ¿ Y nuestros amigos ?

Pasó una nube negra mandando agua por unos pocos segundos, y el bosque fue invadido por un silencio espectante. A causa de aquello se postergaron todas las historias.Se dice que hubo una reunión de evaluación colectiva con los pacientes. Llegaron guardias serios vestidos de blanco para prevenir ysometer a algún agitado, si fuese necessário. Por cierto llegaron médicos y hasta reporteros. Nosotros permanecimos ajenos a aquel desorden, y pensamos que acababa la presentación, de modo que nos preparamos para retirarnos. Ahí fue nuestra peor sorpresa :

- ¿ dónde creen que van? , nos dijo uno de los guardias, acompañado por otro.
- Es hora para nosotros partir hacia la frontera, refutamos. Primero queremos tener el alta médica de ustedes aquí en la mano, por escrito. Les hicimos saber que nosotros no éramos pacientes, y los guardias dijeron así, risueños :

- Sí, claro. Sanitos son ustedes...equilibraditos.

Uno de ellos sacó un paquete de cigarros que había dentro de una bolsa de género, revisó la calidad del produto, olió por fuera su aroma a tabaco rubio, como queriéndonos cebar, y luego nos lanzó el paquete hacia nosotros, sonriente como un hombre queriendo engañar a un niño. :

- Fumen, dijo, y cállense la boca.

Los otros tres músicos no parecieron darle mayor relevancia al episodio, incluso uno de ellos se agachó para recoger y aprovechar el atado de cigarrillos, como si fuese un paciente más entre todos los otros. Por mi parte ya me ligerito me di cuenta que una vez más, otra vez, de nuevo sin habérmelo propuesto y como si fuese uma maldición que me seguía me veía en la situación de tener que autocontrolarme para evitar que empeoraran las cosas. Fui calmo y educado:

- Señores guardias, les comuniqué, sin dejar de reconocer que este de aquí es uma colonia encantadora muy bien ubicada em este bosque maravilloso , creo que aquí hay um engaño, pues al menos yo no soy ningún paciente psiquiátrico. Ocurre que después de un episodio ferroviario yo llegué acá acompañado por el duende aquel que está sentado allá bajo aquel mango de allá, y junto a estos tres, músicos todos, hice, hicimos, vamos a decir así, un recital de beneficiencia para colaborar en la convocación de todos los pacientes. Nada más, ni nada menos que eso, y dada la situación, ha llegado el momento de partir.

Juro ante Dios que no reparé que había caído a causa de mi propia plática. Me lamenté de haber sido descuidado y que una sola palabra largada entre toda la maraña de palabras me había complicado. Quedé helado a causa de mi propio descuido :

¿ Duende ?

Eso preguntó el único guardia que me había prestado atención. Sonrió algo, y me dijo: vas a necesitar de varios remedios, los que necesitas para no andar viendo duendes, y este de aquí, y deslizó suavemente su mano hacia su zona genital, como para estudiar mi reacción, o para estimular la suya, eso yo no lo sé, pero se desvió y tocó levemente su laque, sólo para mostrármelo :
- Y este de aquí, que es lo mejor que puedo usar para que te calles la boca – dijo.

Fue en esos precisos instantes, para ayudar a mi mala suerte, que el guardia cayó de rodillas herido de un golpe. Sonó hueco en su cabeza como un machetazo dado en un bambú. Pasó su mano por el cuero cabelludo y la revisó para averiguar si tenía sangre y luego me señaló a mi como su agresor. Los otros dos guardias se me avalanzaron y amarraron en menos de un par de segundos.

- Fue un mangazo, alcancé a decir.

Eso antes que me sedaran exageradamente y en la vena com benzodiazepínicos. Más nada recuerdo de ese episodio, pues dormí por varios días, y sólo después de algún tiempo me hacían tomar unicamente esas famosas grageas de carbonato de litio en 300 miligramos.
Madre : como podrás suponer, trás haber sufrido intoxicación con semejante batería de medicamentos, caí en el fondo del pozo. Todo aquello que no me llegó a acontecer en Chiclayo, me estaba pasando en Roboré. Como si hubiese pendido sobre mi una pena que cumplir, y que Dios solamente me la hubiese postergado hasta ahora. Estuve en estado comatoso por muchos dias, y debo reconocer que aparte de la memoria y de la alegría, perdí también el sentido de la realidad. Más dentro de todo tuve alguna suerte, pues no deliré, ni hice tal de construir una realidad paralela. Simplemente entré a un estado de autismo que fue aquel estado que más me acomodó. Se me apagaron todas las emociones y pasé a vivir una línea plana, como casi muerta. Me sentí cansado, gordo, con ganas de llorar, de que me tragara la tierra. Ni siquiera caí en el juego de provocación que me hizo el guardia que había dado orígen a este infausto episodio a raíz del mangazo que sufrió. Una noche apareció en mi hamaca vestido pulcramente de mujer. Tardé segundos en reconocerlo, tal vez horas. A mi no me impresionó. Es más, nada en ese estado me hubiese podido impresionar. Pero, como si estuviese asistiendo una película, vi todas las piruetas que hizo, sus danzas del vientre, sus danzas eróticas agarrado a una liana. En un momento se me acercó de una manera que sugería que iba a besarme en la boca. Yo no hice nada, sólo no dejaba de seguirlo con la mirada. A él le brillaron los ojos cuando me dijo :

¿ Viste lo que le sucede a los que coquetean a mi marido ? Mira cómo estás, orate, en el fondo de ese pozo negro. Ya nadie te podrá creer nada.

Eso me dijo antes que llegara por detrás de él su marido, que resultó ser otro de los guardias, al que le decían Comenucas. De inmediato y sin preámbulos comenzó a acariciar las piernas bien torneadas y depiladas del otro, y luego se pasó a masajearle bruscamente el culo. Por cierto que el receptor no se resistió. Le retiró la minifalda que llevaba puesta y también los calzones. Luego lo empujó suavemente sujetándolo por la cintura hasta dejarlo agachado. Hacían gemidos demasiado exagerados y fuera de contexto, como suele acontecer en ese tipo de filmes, pero quedó claro que los dos mostraban una rotunda erección. El Comenucas untó el suyo con algún tipo de lubricante, colocó el glande en el orificio del otro, le dió dirección y sin decir agua va lo introdujo por completo. A mi la escena no me produjo ninguna sensación y no me causó sorpresa. Simplemente sentí mi boca horriblemente seca y muchas ganas de sumergirme en un tonel de cerveza helada, agitado, pero al mismo tiempo sin fuerzas, ajeno por completo a los malabares de aquellos dos. Más tuve una idea que me terminó por salvar. Ese mismo dia el guardia despreocupado me proporciono muy poco líquido para engullir las grageas, de modo que éstas me quedaron adheridas al paladar. Por cierto que al primer descuido de él las escupí lejos. Pocas horas después mi mente se limpió um poco y pude entender que mi salvación estaba en dejar de tomar esos horribles medicamentos, y así comencé a escupirlos, o a vomitarlos toda vez que me sentía seguro de no ser sorprendido. Hasta que se me ocurrió utilizar como freno para esas pastillas los benditos preservativos femeninos. Continué mi estado de autismo, de modo que el suterfugio me vino a las mil maravillas, pues nadie lo advitió. Colocaba el aro de acero del preservatido en todo el contorno de mi boca, entre los dientes y la parte interior de los labios, y asunto solucionado, pues los medicamentos por cierto quedaban atrapados ahí. Comencé a salir como de un sueño secular. Pedazo a pedazo se fue componiendo mi memoria, recordé mi nombre completo y otros detalles de apariencia insignificante, como de donde yo era y qué estaba haciendo en esas tierras, pero muy desconfiado no le hice saber a nadie el cambio de mi estado. Quedé asombrado del tamaño descomunal de la memoria y de la cantidad de información detallada que ella guarda. Estuve tan dopado, que esos días ni siquiera sabía cómo me llamaba, y ahora me estaba volviendo toda esa información. También me fueron volviendo los aspectos más complejos de mi personalidad, y de una manera desprolija, como de a gotas. El discernimiento y el sentido común, ( como dicen, el menos común de los sentidos), me fue llegando de a pedazos, como un rompecabezas implacable. Me sentí feliz e invencible, hasta que apareció de vuelta el tema de mis preferencias amorosas, que siempre había sido para mi un tormento, quizás por la naturaleza satánica en que anidó su madurez. Y los recuerdos. Estos.


La Santa casa de la Iglesia Del Sagrado Corazón de Jesús lo menos que tenía de era santidad, al menos mientras el padre reverendo Karadima, alias el Satanás, ofició de párroco. Mis padres vivieron en Santiago de Chile un par de años y por supuesto que me llevaron con ellos. Mi padre era chef de comida peruana, y mi madre lo ayudaba, de manera que formaban una pareja macanuda para trabajar con ellos en ese ramo. Yo, en mi condición de hijo único, me sentía suficientemente protegido por ellos como para estudiar sin sobresaltos y hacer una estadía feliz en Chile. Y allá los chilenos son bastante amistosos, de manera que no pasaron ni tres dias y ya contaba con dos amigos en mi barrio. Eso sí hay que reconocer que los chilenos sufren de politismo, y no descansan un minuto de su famosa y aburrida política partidista.Y hasta se pelean por essas cosas. Pero afortunabamenta eso a mi no me alcanzaba dado mi condición de extranjero. Y así como amigueros, toman desde púberes pisco mezclado con gaseosa como si fuesen un barril sin fondo. El Cuervo, como le decían a uno de mis amigos, no tardó ni una sola borrachera para ponerme al tanto del reverendo padre a cargo de la iglesia del barrio barrio: “

- Ese cura < culiao> es un viejo cochino que le gustan los cabros chicos, me dijo,- además que es terriblemente maricón.

Usó una jerga chilena que yo no conseguí entender a cabalidad...y luego me aclaró muy rápido :

- Pero a mi no me hizo nada por que tuve mucha suerte. Mira que buena la que me pasó. Me pasó de cagarme entero justo em los momentos cuando iba a meterse mi pito en su boca”. Ahí se le quitaron todas las ganas. “ No siento verguenza ni soy como él, cura inmundo”, recalcó, casi orgullosamente..

Yo pensé, por supuesto, que el Cuervo estaba completamente loco. Que no hablaba más que estupideces, y en adelante comencé a esquivarlo por que consideré que nadie merece tener un amigo tan ordinario y sin respeto por la autoridad, por más borracho que esté. El solo imaginar que mis padres escuchaban una conversa de esa calaña me ponía la piel de gallina, simplemente me hubieran molido a palos y se hubiesen decepcionado para siempre de mi. Yo a ese tal Cuervo lo comencé a despreciar, ya que nunca me pidió disculpas por haber injuriado de esa forma a un siervo de Dios, a un hombre que vivía en castidad para ofrendarse a los demás, a sus hermanos. Pasaron meses muy frios en Santiago en aquella época, y no conseguíamos acostumbrarnos. También fue en aquel invierno en que yo cumplí mis doce años de edad, y por supuesto que mis padres me los celebraron con bombos y platillos. Muy pocos dias después, instalada ya la primavera, mi madre vino muy contenta hacia mi para decirme que ya debía prepararme para mi Confirmación, y que había conversado con el padre Karadima, y él,

- De tan buena voluntad el pobre”, dijo, te va a recibir en su casa para darte algunas orientaciones y para enseñarte de buena manera a interpretar correctamente la Sagrada Biblia, y no como lo hacen los canutos esos, concluyó.

Así fue como conocí al reverendo aquel. Debo reconocer que de mirarlo, y aunque sea pecado, le encontré una cara de trastornado que me hizo disparar el corazón.

- Me quiero ir, le dije a mi madre.

Y ella me miró de una manera tan severa, que ni hizo falta insistirle. El padre me llevó a una sala pequeña donde lucía objetos que aparentaban ser muy valiosos, y me hizo preguntas de cortesía. Y pude comprobar de inmediato que no se trataba de un hombre que le gustase irse con vueltas.

-Te veo muy nervioso, me dijo el padre, - vamos a hacer un juego que a todos los muchachos les encanta.

Y sin esperar respuesta llevó su mano a mi pipi, y comenzó a acariciarlo suavemente. Yo pensé que sería una caricia normal previa a la Sagrada Confirmación, que como todos sabemos, es el segundo paso después de recibir el cuerpo de Cristo. Más todavía cuando él desabrochó mi pantalón y me dijo de una manera solemne que este seía un lindo secreto entre Dios Nuestro Señor, él, y yo. Yo en último lugar, claro. Agregó que jamás debía contarle esto a nadie, pues estaria de esa manera desobedecendo al Señor. Sin embargo, me recordé de lo que me había confidenciado el famoso Cuervo, y le avisé de inmediato al padre que yo me iba a mi casa. Me recorrió un frío metálico en toda la columna vertebral. El padre me explicó que a él no le gustaba mandar a las personas al infierno, pues es muy doloroso ver cómo las gentes se queman en el eternamente, sin que nadie les acerque siquiera un vaso de agua, y que el demonio no muestra ninguna compasión con quienes están a su cargo, aunque sean niños. Todo eso me dijo, además de recordarme, claro, que es podestad de él decidir el destino de las personas luego de muertas. El padre, o también conocido como Satanás, me miró con los ojos brillantes y los costados de la boca llena de espuma antes de introducir mi pito en su boca...

! Ay, qué delicia !, dijo.

Aún pasado mucho tiempo de este suceso cruel, no consigo establecer si fue el subconciente o el recuerdo del aviso que me había dado el Cuervo, pero el hecho concreto es que me oriné de tanto susto en la boca caliente de Satanás, y al retirarse seguí mojándole la cara pues no pude detener el chorro. Me miró con rabia el viejo loco, pero no me dijo nada. No me dio palmadas ni nada. Simplemente se limpió el rostro con una pequena toalla y me despidió de manera fría y definitiva. Recién en la calle, ajeno al tráfico delirante y a los bocinazos, temblando todavía por los acontecimientos, fue que descubrí que yo tenía al mejor amigo : el Cuervo.
Después, entre risas, calificaríamos a Satanás como el rey de los perturbados, el más siniestro, el más cobarde de todos, y el cristiano que mejor hacía todo lo que Cristo más detestaba. Muchos años más tarde, sometido a la verguenza pública, a Satanás lo vi anciano y asustado, pero con la misma mirada brillante y perdida del pasado. Ha de ser muy triste pasar una vida entera fingiendo lo que no se es, pensamos, muchos años más tarde, cuando nos encontramos de casualidad en el aeropuerto Charles de Gaulle, en Paris. Pero entonces, cuando niños, apenas nos tentíamos sobrevivientes de una desgracia, pero horriblemente asustados por lo que nos pudiera acontecer. Pasamos tardes enteras averiguando a ciegas cómo sería de verdad la vida de los adultos, pues por cierto nadie nos explicó nunca ninguna cosa, y mucho menos aspectos relacionados al erotismo.

- Yo lo que he sabido, me confidenció el Cuervo, es que los bebés nacen por debajo de la axila...

Yo pienso : ¿ será así ?... Y , claro está, aprendí a convivir con las ordinarieces que hablaba a menudo el Cuervo. A mi me contaron, confesó una vez de sopetón, que al padre Karadima también le gusta que le metan el pito en el ojete...hasta se pone sostenes... ¿ será así ?... ¿ Y por qué le gusta con niños ? Dicen que los hombres se vuelven sicópatas cuando pasan sin conocer mujer durante mucho tiempo... ¿ será así ?...Entonces los sacerdotes... ¿ por qué no se casan ?... ¿ Qué no se los permite el Vaticano ? ¿ Por qué ?


Ya pasó el tiempo, y ahora, recién ahora me pregunto cómo es posible que un ser humano, en este caso un sacerdote se degrade tanto para satisfacer un instinto tan vanal e inmediato y tan originado en la indignidad, en el desprecio hacía los demás. Así como me pregunto muchas otras cosas, como por ejemplo, por qué a uno se le meten los perturbados en su vida y no nota de inmediato que son portadores de esa condición, para al menos tener la chance de huir a tiempo. Y también me pregunto por qué uno se olvida de los duendes cuando está en estado medicamentoso. Mi salud, sin dudas, estaba mejorando. Por primera vez vi al duende que llamamos el Adivino sentado bajo un bibosi, serio, mirando hacia otro lado,como si estuviese enojado conmigo. Lo veia y luego me desaparecía, como si se tratasen de sucesivas visiones alucinadas, no como si estuviese volviendo por completo al mundo real, sino por el contrario, era como si el Adivino me estuviera llevando de vuelta a un universo de fantasías. Fue el evento que más tardé en superar y con el que más demoré en convivir nuevamente.

- Creí que nunca volverías al mundo, me dijo, pero ya ves, dejaste de tomar tus cocteles antipsicóticos y te has mejorado...el batiburrillo de carbonato y la clozapina te dejaron bastante aturdido. Imagínate, agregó, con las sustancias utmicas del cerebro devastadas, no podías esperar otra cosa.
- Me abandonaste, malvado, le contesté yo.
- Nunca, replicó él, y no me faltes el respeto. ¿ Quién crees que te agenció los preservativos femeninos ? Ahora tienes que darte un buen baño y afeitarte para que termines con esa cara de orate desbocado...
- No voy a decirte nada, contesté, no más para que no me vean hablando solo...seguro que aquí entre todos estos nadie es capaz de verte...

Mucho tiempo después, y en circunstancias muy distintas, yo conocería al enano Fulero, un enano que lo único que tenía de duende era el tamaño, y que ganaba dinero, y mucho, metiéndole susto a la gente. Sus hermanos y primos lo llevaban hasta los lugares de la ciudad que más había gente comiendo. Y ahí lo soltaban para que el enano fuera de mesa en mesa, por debajo, apareciendo por aquí y por allá donde había gente consumiendo y les diera un buen susto. Algunos gritaban cuando lo veían aparecer, otros nada más se chocaban, pero nadie tenía un corazón tan duro como para negarle una propina, especialmente cuando ponía esa terrible cara de niño buenito con la mano estirada para pedir ayuda de lo más sonriente. Entraba por la mesa por debajo, y a propósito rozaba las piernas de algunos, para avisar que algo andaba por ahí . Algunos se inclinaban buscando un perro o un gato husmeando por ahí, pero no, ahí era que aparecía el enano fulero, y ahí era que estiraba la mano y no se iba sin que le hubiesen acercado algún dinero. Algunos daban su aporte asustados, pero la mayoría le entregaba su contribución nada más para que el enano se fuera luego. Es fácil deducir que en una jornada de trabajo de dos o tres horas el dinero recaudado era bastante, y daba para para la utilidad de los primos y todo, que después de lo gastaban en farras de barrio. Al enano le decían fulero pues nunca le conocieron mujer alguna, pero yo supe que el enano se entendía, y bastante bien, con la Feliciana, que lo bañaba y perfumaba como un bebé. Si bien es cierto que la apariencia del enano podía ser similar a la del duende, la diferencia radica en la belleza y agilidad del duende. El enano encuentra algunas dificultades físicas, pues sus piernas suelen ser arqueadas. Bien, sucedió que de tanto ir por debajo de las mesas rozando piernas, el enano le apareció a un grupo de ricos, ( y se nota que son ricos no tanto por sus ropas o sus relojes, sino por lo deformado que tienen su cuerpo cuando llegan a cierta edad, a causa de tantas comodidades que se dan en su diario vivir, comiendo lo que quieren, tomando a destajo, trabajando sentados con un aparato telefónico en cada oreja, y yendo de aqui para allá en sus autitos refrigerados. Por esas actividades es que se deforman. ) Bien, decía que le apareció a un grupo de barrigudos ricos que estaba en una comilona bien regada, y no percibió que en aquella mesa ya había otro pidiendo. Por supuesto se fijaron en él y dejaron al otro sin prestarle más atención. El outro mendigo, que parecía ser un hombre sano, aunque bastante sucio, se quedó mirando aquella insólita y abusiva recogida diezmal que hacía el enano. Miraba sin expresión, sin pestañar, con los ojos vidriosos. El enano se hizo de mucho dinero en esa mesa. Cuando terminó su minifunción, el desairado que estaba mirando lo atajó con el pie, impidiéndole la pasada. Recién entonces el enano le prestó atención.

- Yo estaba en esa mesa cuando tú llegaste, le dijo, y me dejaron de lado cuando apareciste.

El enano meditó un par de segundos la situación. No, definitivamente no existe ese tipo de deferencia entre mendigos. Si no la hay entre vendedores, que se avalanzan sin ningún orden, menos hay códigos entre mendigos. Tal vez por el contrario, mientras más mendigos más se puede sensibilizar el donante :

- Igual no te iban a dar nada, - le contestó.

El otro, sin mudar la expresión inexpresiva, le exigió que le diera todo el dinero que había ganado. El enano se negó, aunque de muy buena forma, para no irritar al sujeto :

- Escucha....Paranoia, le dijo, no te iban a dar dinero por que eres fuerte, joven y hasta bonito... ¿ por qué habrían de darte a ti ?...te ves nada más como un perezozo, perdóname que te lo diga. Ya nos conocemos tanto tiempo. ¿ por qué no te identificas con algún recurso ingenioso ? ¿Cómo pueden saber que tu familia no te puede bancar ? ¿ Cómo habrían de saber que tú estás loco ? Diles así : yo soy paciente mental y preciso de dinero para comprar mis remedios. Es simple y es la verdad.

Y luego el enano prosiguió la conversa, pues lo animó la atención que le prestó el otro sujeto :

- Bien, le dijo, al fin y al cabo todos tenemos algunas alteraciones, pero tú, dime, además de tener tu juicio arrasado : ¿ usas drogas o te emborrachas ? ¿ O las dos cosas ?

El Paranoia se fue hablando incoherencias con un interlocutor imaginario y el enano Fulero le hizo un guiño a sus primos, que estaban ahí mirando sonrientes toda la trama de la confusión. Poco tiempo después se supo que el hombre había perdido un ojo en una refriega de psiquiátrico, y le quedó como secuela un pedazo de vidrio muerto de color claro donde antes tenía el ojo, lo que si bien empeoró el aspecto de su cara, quedó más evidente su estado y por consiguiente aumentaron sus ingresos.





Todo cambió. Algunos meses después los peruanos nos encontrábamos tocando nuestra música andina en la plaza Da Piedade, en la ciudad de Salvador. En las tardes, apenas el sol daba sus primeros indicios de retirada, comenzaba nuestro espectáculo. Por cierto no disponíamos del escenario triunfal que cualquier músico añora, pero ya el hecho de tocar en público y divulgar libremente nuestro trabajo era para nosotros un logro importante. Encontramos un espacio al alero de una casa de venta de muebles. El dueño nos suministró el espacio y la energía eléctrica y hasta su amistad. A cambio, nosotros debíamos hacer intervalos e invitar con el micrófono a los transeúntes a visitar la mueblería. “ Suba su status”, decíamos, “ estos muebles de aqui son los más vendidos en Paris”, inventábamos. “ Entre y compre cualquier cosa”, “ Son los más vendidos a as personas exitosas de nuestra ciudad”. Los más siúticos de todo este rincón del mundo llevan desde esta tienda los más rebuscados muebles, con perillas doradas imitación oro. El convenio dio resultados inmediatos, “al contado”, como ya se sabe que le gusta a la mayoría. Las personas comenzaron a entrar como hipnotizadas a ver los muebles y los colchones “igualitos a los que usa la reina Isabel, allá en Inglaterra”. En cuanto a nosotros, también nos llegó la alegría, pues había no pocas personas que se detenían nada más que para vernos tocar. Vale aclarar que este recurso musical sería impensado en nuestro país de orígen, ya que aparte que las gentes no nos prestarían la menor atención, nos hubiera corrido la policía a causa de los ruídos molestos, a causa del reclamo de la vieja del gato, de los decibeles permitidos mucho mayores a los 50, por carecer de la autorización escrita y debidamente protocolada por los autores registrados de la letra de la música, y otra donde conste por escrito el nombre del compositor melódico, las cinco últimas declaraciones de impuesto a la renta, y finalmente por la alteración al orden público. Pero aquí la cosa acontecía muy bien, muchas personas se interesaban en nuestra música, y nosotros, claro está, les encajábamos una grabación legítima hasta con nuestra foto en la portada por una suma de dinero bastante razonable. Nos alcanzaba para comer, pagar el hotel y hasta para darnos algunos gustos. Algunos paseantes, profesores en su mayoría, se mostraban vivamente interesados en la música andina y lo melancólico de su melodía.

- “Por suerte no entienden la letra” , - yo pensaba.

A veces perdía mi tiempo explicando que yo era tañedor de sicu, y otro de la banda perdía el suyo explicando que en otros países esa música ya fue utilizada hasta en política combativa. Bien, fue en ese escenario que comprobamos por segunda vez la alta convocatoria que tiene esa música el segmento demente de la población. Parece que esa música les cazaba primero el subconciente, por que no demostraban interés inmediato en ella, ni en nosotros que la ejecutábabamos, solamente llegaban, se acercaban mansos, como las ovejas que llegan al anochecer al pesebre. Vimos a uno que caminaba por la vereda hacia nosotros orinando sin ningún pudor entre los transeúntes que le hacían el quite a él y a su chorro, otros, muy sucios en su mayoría, llegaban serios, despeinados, sin mirar nunca a los ojos, y se quedaban cerca de nosotros, oyendo tal vez, como fatalmente seducidos por la música. Esos eran los de remate, porque otros de intensidad menor se ganaban la vida en la plaza igual que nosotros, como vendedores ambulantes. Estaba el espiritista convertido que vendía fotocopias con pasajes de la Biblia y algún comentario adicional de su propia cosecha, dando detalles y causas inequívocas de la eminencia del fin de los tiempos, el uruguayo que se declaraba médico pero que sin embargo se ganaba la vida tomando la presión a los interesados en un consultorio dotado de dos banquetas y una mesita improvisada en la vereda, alegando que las autoridades locales se negaban a reconocerle el título universitario, el payador que cuando no andaba por ahí durmiendo borracho pasaba con su guitarra al hombro en busca de oyentes para inventarles sus rimas por alguna moneda a cambio, el que vendía caña de azúcar pelada y cortada y se divertía asustando a los que no le prestaban atención, pues los dejaba pasar y caminar unos cinco metros, luego se volvía y les gritaba el producto a centímetros de sus espaldas, los que vendían artesanía hecha de alambres, los pintores que extendían sus cuadros en los muros al no encontrar ninguna galería de arte abierta para ellos, la masajista y su silla especial para hacer masajes por 15 minutos a cada uno, el que arreglaba de manera clandestina las dentaduras de los más pobres, el que componía relojes en un par de minutos, ollas de presión, ventiladores, planchas, el que afilaba tijeras, pinzas de uñas, alicates, el que llegaba con su máquina de coser manual a componer ropas de dudosa calidad, el que vendía números inventado de rifas inexistentes, el de la raíz de sándalo olorosa en bolsitas llegadas directamente de la Amazonia. Sin desmerecer los que lucran con sus enfermedades y con sus defectos, que también se ven en aquella plaza haciendo de las suyas, como el amputado por la diabetes y ya perfectamente jubilado, pero que acrecienta su presupuesto con el dinero ganado gracias a sus bien hechos alaridos de dolor, o al tullido que se bota en medio de la peatonal encima de una lona para que los paseantes se encuentren a boca de jarro con sus deformidades, y se sientan culpables y le acerquen algo de dinero. Eso de “algo de dinero” es por decirlo así, ya que ellos, los deformes, se jactan de ganar mucho más que la mayoría de sus contribuyentes ocasionales. Yo nunca había visto tamaño espectáculo callejero hasta que llegué a esos lados, y nunca imaginé que el ingenio de algunos para ganar dinero diera para tanto, que hacían de todo menos lo más simple que es por cierto el viejo y comprobado hábito de trabajar. Ahí también cerca de La feria de artesanías conocí aquella mujer que le dicen la Piropera, y que se da sus mañas para obtener dinero por sus trabajos indirectos : es seductora de hombres y lo hace muy bien vestida de dueña de casa y su apariencia de andar de compras.. Cuando avista a su presa, extranjeros en su mayoría, lo elige, y ataca con frases tan directas como decirle a cualquiera con mucho asombro y de cerquita, casi susurrando:

- Qué cosa linda este hombre, Dios mío, exclama...¿ pero acaso has caido del cielo, papito ? Pero si de solo harte visto, tirito toda...mira mis manos”, decía, y se las mostraba, temblando, claro.

- Y como los hombres quedan completamente cocorocos en estas circunstancias, y obligados por el amor propio a satisfacer sin remordimientos y de inmediato a la mujer que se les ofrece, y por cierto después de cerciorarse que ella no pretende cobrarle nada de dinero ni algo parecido, y que va al encuentro de puro gusto y para satisfacer el enorme deseo que les ha hecho explosión, ahí es que se van al mejor hotel que ella conoce. Ahí el hombre se desata con la Piropera y le hace todo el repertorio conocido que se le puede hacer, ansioso, también, de que su hombría quede muy bien catalogada ante la requerente. Y ya cuando se van a ir es que vienen las sorpresas y la mujer le muestra sus verdaderas intenciones: directamente le cobra por sus servicios.

- Yo no pago nada, dice uno, en serio, recalcando que ese punto estaba lo suficientemente claro.

Y abre la puerta de la habitación para irse solo, enojado, desairado. Y apenas pone el pie en el corredor de salida del hotel, es que se encuentra a centímetros de un negro alto y musculoso que nada más basta verle su mirada intimidadora para desistir de la salida apresurada. Vuelve a entrar al cuarto y le pregunta a la Piropera, humildemente :

- ¿ Cuánto dijiste que era ?

Yo mismo casi pisé el palito con aquella mujer, pues me abordó en un tiempo en que yo me sentía intensamente atraído por ellas, y nada interesado en hombres. Bien pude haberme embarcado también con ella, pero me salvó mi costumbre de antes conocer un poco a la persona que después me voy a entregar. No necesité de mucha conversa y sí de mucha observación para llegar a la conclusión que efectivamente la Piropera era una mujer desquiciada. Afirmaba cosas con plena convicción y que no tenían ninguna coherencia, como que el dolor de muelas era causado por no lavarse bien el cabello, o que la noche se producía cuando el sol se apagaba al hundirse dentro del agua del mar. Armaba frases como ésta :

- Ayer coisé a la isla de Itaparica, fui en coisa a ver a mi madre, y ella me coisó por no haber ido antes”.

Después, mucho tiempo después, pude llegar a la conclusión definitiva, aunque para ese tiempo ya no tenía el menor interés en ella, a no ser una extricta amistad. No era desquiciada, pero era algo muy similar : analfabeta. Y ella utilizaba la palabra “cosa”, y sus derivados, como coisar, a cada acción o nombre de objetos que no conseguía identificar por su nombre correspondiente. Y agravaba su situación debido a que sentía verguenza de ser iletraba y y por lo tanto eso lo ocultaba, empeorando su situación al dar cada vez explicaciones más absurdas a las cosas más simples.
Eso pasaba.
Daba la impresión de que Dios pasó por acá e hizo la travesura de desordenarle la mente a todo el mundo, pues habían tantos desiquilibrados, pero tantos, que que se invirtió el orden natural de las cosas y sucedió que los normales comenzaron a cumplir el papel social de anormales. Y la cerveza helada que tomaban como desesperados colocaba otra dosis más de desorden en aquel universo medio trastornado por la ignorancia y medio fascinante. Y yo no paraba de pensar. Todavía no me consigo explicar cómo una persona normal se puede demorar tanto tiempo en descubrir a otra, incluso ya relacionándose, que tiene sus facultades mentales perturbadas. Puede demorar meses hasta que la perturbada ya no consiga esconder su anormalidad, y al sentirse descubierta apunte la totalidad de su artillería y todos sus ejércitos mentales contra uno que es normal. Es que el padrón de conducta siempre intentan, muy veladamente, y a veces hasta de manera retorcida, meterlo a uno en el universo de sus delirios, pues ellas son muy solitarias y carentes debido a su dificultad o hasta incapacidad para relacionarse. De manera que siempre están ávidas de alguna presa, de algún cómplice ocasional que les ayude a sujetar ese mundo que no existe sino en su imaginación. Y eso acontece aunque ellas no sean personas de mala índole. El orate sabe que lo es ,pero cuando no es crónico su desquicio lo consigue esconder por un tiempo, y así meterse en la vida del normal. Infiltrarse, podríamos decir. Por eso es tan difícil librarse depués del perturbado, pues una vez que estalla la crisis de convivencia, cuando ya no es capaz de esconder su condición y queda al descubierto, aflora su violencia contenida, pierde los estribos y queda en penosa evidencia su desesperación por llevarte a su mundo paralelo del cual, sin saberlo muy bien, hasta uno ya formaba parte. Ahí comienza la batalla, va a amedrentar, a sacar en cara, a incomodar, a destruir lo que valoras, a usar la información personal que tal vez involuntariamente tú mismo le has le has dado. Todo eso recordaba mientras tocaba sin ánimo en la plaza de la Piedade en las tardes lluviosas de junio, que era cuando me llegaba el tedio y las ganas de dormir. Al comienzo las vi muy duras en el ámbito mental trabajando en esa plaza. Cuando me venían los atarantados a buscar conversa, literalmente solía terminar con los sesos extenuados de tanto tratar de encontrarle coherencia a la conversación expuesta ahí. Y nunca lo conseguía, simplemente no lograba pillarle el hilo de la coherencia a la conversación..
Esos sujetos que a uno le hablan sin conocerlo puede que nada más sufran de incontinencia verbal, y los más notable es que a esos individuos no les interesa ni un poco que uno los escuche. Me demoré un tiempón en descubrir eso, por que nadie me lo dijo.
A mi una mujer medio chalada me persigió durante años con todo tipo de recursos ingeniosos, y al final lo hizo con artimañas de muy dudosa calidad humana. Siempre procurando, desesperadamente, llevarme de vuelta a formar parte de sus delírios, de los cuales yo había escapado a tiempo. Por cierto que no era amor por mi lo que sentía, como ella pregonaba, sino una confusa sensasión de amor propio herido y la pérdida de una pieza importante que a ella le servía como sustentación de su realidad. Pasé a ser su enemigo imaginario número uno, y eso es lo peor, pues todos sus enemigos están siempre entre quienes conforman su círculo personal más cercano. Esa mujer una vez reconoció que había perdido el juicio causa de un libro que había leído, pues a medida que se introducía al mundo de aquel libro, se sentía más y más identificada con algunos de los sintomas patológicos que allí se describían. Así fue como debido a que era una persona muy aislada, no demostraba ningún interés en experimentar placeres ni de interesarse en las cosas que todo normal se interesa, supo que sufría algún grado de esquizofrenia. Después se comenzó a agravar su diagnóstico, em este caso autodiagnostico, pues se le sumó un transtorno bipolar evidente, dado su oscilante estado de ánimo, que pasaba de la a tristeza a la alegría con una rapidez asombrosa, La pobre infeliz alguna vez ya había sido diagnosticada, aunque de manera provisória, por un médico clínico que la atendió de urgência después de haber ingerido medio litro de veneno para mosquitos, y que en su momento no le creyó que lo había confundido con un jarabe para la tos. Terminó convencida que no, que nada de eso. Asumió que su problema era la paranoia, transtorno que era el que yo me atrevía a identificar, pues estaba siempre imaginando enemigos que la perseguían para hacerle daño. Y no se andaba com chicas: a veces susurraba que hasta el gobierno la quería silenciar. Eso afirmaba. Y planeaba estrategias de defensa que al llevarlas a cabo de manera inesperada y sin ninguna lógica, ante la perplejidad de los que se envolvían, dejaban en evidencia la anormalidad de sus acciones. Explicó que en esos momentos decidió salirse del libro, pues ahí descubrió que éste le estaba haciendo un daño evidente. Tropezó con su propia situación y no conseguía dominarla. Finalmente en un acto de lucidez entendió que si huía del libro sus conocimientos quedarían truncados. Es más, mutilados en la práctica, con un efecto todavía mucho más devastador contra su entendimento. Fue así que se fue identificando con psicopatías cada vez más exóticas, como el narcisismo y el desorden de la somatización. Llegó a extremos. Se sintió tan perturbada una mañana de no haber conseguido dormir, que partió al destacamento de policía a entregarse, pues nunca estuvo tan segura que las únicas personas sensatas en el mundo eran los policías. Ella misma me confidenció que se hallaba severamente confundida cuando ingresó a la estación de policía y se encontró de frente con el uniformado de guardia. Ahí fue que le dijo sin tener la menor idea de lo que le decía :

- Usted me disculpe, señor policía, pero sucede que yo soy una mujer enferma de los nervios”.

Eso le comentó al funcionario, vestida al azar, despeinada y tartamudeando, moviendo vertiginosamente los dedos de sus manos. El la quedó mirando, también sin esbozar ninguna reacción, como esperando que ella continuara.

- Es que yo soy constantemente agredida por el hombre que yo amo”, prosiguió.
- Entiendo, respondió el policía, y le pidió ver alguna marca relacionada al delito denunciado.
- ¿ Marca ?
- Correcto, señora, cicatrices, heridas, inflamaciones, algo que pueda demostrar lo expuesto por usted.

Y el policía se acercó lentamente a ella y entonces le habló en voz baja, abriendo los ojos como si por alguna causa se hubiese animado. Miró a la mujer de un modo sorprendentemente libidinoso :

- Puede ser rasgaduras vaginales, si la señora las tuviera.

Le cayó un poco de saliva que limpió rapidamente com su mano y agregó otra cosa, intentó volver atrás de lo que había dicho y puso su espalda de vuelta en el respaldo de su silla. Luego se vio que no pudo contenerse, volvió acercarse a ella todavía más excitado, y agregó :

- Puede ser de hasta ultrajes anales.

La mujer no supo saber si entendió bien esa parte de la entrevista. Bien pudo haber sido otras voces las que oyó, de aquellas imaginarias, y no las voces del policía, que de cualquier manera no tienen antecedentes de comportamientos como aquel. Eso pensó ella, y por eso no se alteró.

- No, rectificó ...no se trata de esas agresiones...sino agresiones contra el alma, en especial, voy a ser más clara: él me castiga con el látigo de la indiferencia.

El oficial le informó que el hecho descrito en aquella metáfora de la indiferencia no estaba, bajo ningún concepto, tipificado como delito. Ella le argumentó que el dolor causado era peor que el castigo físico, muchísimo más lascerante, bien más tormentoso, al punto que tenía los nervios todavía más destrozados, y ella estaba mucho más perdida. Agregó que hasta estaba padeciendo de tics nerviosos, como el torturante aleteo nasal. El funcionario le dijo que lo que hasta ahora había declarado no tenía ningún asidero ni siquiera en el código de faltas y volvió a repetir que aquello no constituía ningún delito.

- Al menos que la cámara de diputados legisle sobre el tema, cosa que lo dudo.

Y se inclinó otra vez hacia ella, como para que nadie más escuchara su desahogo, aunque dedó aprisionado por su corbata, de manera que tuvo que repetir el movimento para librarse, y ahí habló, medio clandestino :

- Esos hijos de puta – dijo- con un desprecio sorprendente .

Entonces ella discurrió sin salirse de su obsesión acusar a su amante de haberla encadenado durante la noche para no verla circular dentro de la casa, y el policía le pidió enconces que le mostrara las muñecas o los tobillos para verificar la huella del delito. No había nada comprometedor.

- Señora - le anunció el policía, la voy a encaminar al hospital, para que sea atendida por la médica clínica. La doctora la derivará al sector más adecuado, que puede ser a patología forense o a salud mental...es decir...

Y nuevamente dice que el oficial se le acercó como para copuchar, ahora con la mirada medio perdida y los labios espumosos, especialmente en las comisuras, y le dijo con una voz gastada y ronca, casi de ultratumba...

- Vas al psiquiatra mujer...! Mira qué alegría !

Esta parte también no está segura si realmente se lo dijo o se trató nada más que de otra mala jugada de su imaginación. En lo personal, yo desestimo la sugerencia de que aquel o cualquier funcionario policial en esas circunstancias, le halla hablado en términos soeces, y mucho menos todavía babando, debido a lo conocidamente extrictas que son las jerarquías para evitar entre sus filas todo tipo de conducta anormal.
Yo me estuve asombrando muchos meses con aquella atracción casi hechicera que los atardeceres y la música andina ejercía sobre tamaña cantidad de pacientes mentales que pululan en aquella ciudad. Y que comparecían, excepto los domingos, puntualmente a la hora señalada a la plaza de la Piedade. Y no es necesario ser muy autocrítico para reconocer que yo tal vez repetí demasiado ese comentario entre mis compañeros durante los intervalos. Una noche el percusionista de la banda perdió los estribos conmigo, y casi me llegó a gritar : escucha, Chiclayo, me dijo :

¿ Acaso tu no te das cuenta de que tu también estás completamente loco ?

Mi respuesta fue rápida y sincera :

- Por cierto que si, y a mucha honra.
- Entonces... ¿ no crees tú en las energías negativas que pueden permanecer siglos en el lugar de su muerte, que este ?
- Por cierto, le contesté, la pura verdad es que yo creo en todo, y gracias a Dios que tengo ese don.
- Pues has de saber – continuó - que en esta plaza ya ha muerto mucha gente ejecutada.

Y se llevó las manos al pescuezo, como amenazante, haciendo un círculo con sus dedos como si escondiera alguna intención de intimidarme:

- Ahorcados – dijo - pausadamente. Aquí murieron los canívales más feroces, muchos caetés indomados,y fueron sepultados sin que nadie los comiera el la márgen izquierda del río San Miguel, como le sucedió al señor obispo Pedro Fernándes Sardinha, el primer obispo que llegó a estas tierras delirantes,y que fue devorado por los indios sin ninguna piedad, luego de que su embarcación encallara..

Me empujó de manera suave hacia un rincón del local, donde no había nadie, y continuó com su crónica, que por lo demás me pareció innecesaria, pues yo ya había leído sobre aquello y no soy ningún ignorante. Pero, claro, lo dejé continuar.

- La corona portuguesa y los curas católicos ahorcaban aquí a los abolicionistas, a los revoltosos de Alfaiates, a los separatistas, a los rebeldes, en fin.

Todo eso dijo. Apretó frenéticamente su nariz con dos dedos y revolvió el cartílago como si fuese de goma y dio una risotada que yo que yo en todo estos años de trabajar juntos nunca le había visto, y agregó, en voz muy baja :

- Como suele suceder, ejecutaban a toda la lacra de la sociedad - sentenció-.
- ¿Comunistas ? - le pregunté.
- Por supuesto, - dijo , convencido. Hubo en el pasado mucho sufrimiento en estos suelos, Chiclayo, siguió diciendo, corrió sangre a borbotones, hubos gritos de arrepentidos - , hablaba, mientras me apretaba contra el muro del fondo. Has de saber que hubo mucho tráfico indigno, esclavos, esos indios canívales, criaturas, bandidos y cuanta porquería y media ha existido en este mundo. Estas calles han visto mucho sufrimiento, Chiclayo - me repitió, ya sientiéndole la respiración de tan cerca que estaba de mi, el bafo a mastín, y hasta el sonido de hueso seco de sus mandíbulas. - Y nosotros debemos redimir esto mediante el placer de la carne, como enseña la Biblia, para que tú o sepas, y que es el mayor de todos los placeres mundanos - siguió diciendo.

Y tomó sin ninguna disculpa mis partes viriles, que se agitaron de inmediato. Aquella situación me había dejado un tanto descolocado, pues hasta esos momentos el percusionista se había mostrado como una persona absolutamente normal.


- Basta de sufrimientos, continuó, mientras metía su mano entre mis ropas para buscarme, y mientras yo salía de mi marasmo y hacía lo mismo con él. Vamos a devolver con amor todo lo que esa gente antigua hizo con tanto odio. Yo me sentía tranqüilo, aunque bastante desanimado para esos entuertos. Ni te preocupes, me dijo, ni te sientas extraño, pues has de saber que aquí, en este mismo lugar, antes que fuese el centro de ejecución de detenidos, antes que sus calles vieran ver ahorcada a la abadesa Joana Angélica, funcionaba acá un hospicio, un manicomio, llamado Nossa Senhora da Piedade, y que era servido por capuchinos italianos. Despues vino la Santísima Inquisición, aunque se afirma que a pesar que no cometieron ejecuciones, sí torturaron a cuanta mujer sospechosa de heregía encontraban...mujeres cristianas nuevas, mujeres que se entregaban fácil, prostitutas, como tú, me dijo, que les gusta esto que te estoy haciendo, me dijo mordiendo mi oído, has de saber que el Santo Oficio fue una crueldad más de cuanta la Santa Iglesia ha estado metida...De modo que si hay un lugar en el mundo con almas perturbadas buscando descanso, es este. ¿ Estás disfrutando lo que estamos haciendo ? Así me preguntó. Y vamos a asumir ante el mundo nuestra condición de sodomitas, y lo vamos hacer de frente, y por qué no decirlo, con mucha hombría.

- Muévete un poco más rápido, le dije yo, y por favor, cállate la boca.

Fue como si no oyera nada de lo que le dije. Parecía poseído por el pecado de la carne, mostrando sin pudor aquellas condiciones hasta ese momento reprimidas de depravado :

- La próxima vez te voy a coger ...¿ sabes dónde ? En el subsuelo del Mercado Modelo, continuó diciendo, donde estás las galerías escondidas donde los curas hacían dormir a los esclavos.. . ¿ esclavos? ..si...es cierto...

En esos momentos fue que se escucharon pisadas fuertes, de hombre. Alguien venía a paso firme y nos encontro. No pareció quedar muy asombrado al vernos con las manos en la maza. :

- Paren de estar haciendo cosas de maricones-, dijo el que había llegado, y que por lo demás era el que oficiaba de cantante del grupo, y se topó a boca de jarro con nosotros, “este no es el lugar”, agregó.
- Ya vamos, le contestó el tecladista, en voz alta y firme. La próxima vez será mejor, me secreteó a mi.
- La próxima vez no será nunca, le repliqué.
- Estas cosas no tienen vuelta, - me aseveró .
- Puedes estar completamente seguro que sí la tienen.

Pero él ni siquiera me prestó atención. La verdad es que yo no quedé ni un poco interesado en repetir ninguna experiencia de esa índole, pues confieso que al tecladista lo encontré un hombre ordinario y vulgar. Pero quedé intrigado, eso sí, en cómo era posible que la iglesia haya dejado tan bien marcadas sus huellas en cuanta maldad ha existido en este mundo, y con un obrar tan disociado con las enzeñanzas cristianas. Si bien resultó cierto que los índios se habían comido al obispo Fernandes Sardinha tras su naufragio en las costas de Alagoas, y se habían comido también a decenas que alcanzaron la costa a nado después de encallar, como era la costumbre de ellos, no era como para considerar a ellos, ni a los negros, de rebote, que eran razas humanas de raiz demoníaca. Fue siempre más sensato pensar que si han existido demonios en este mundo, éstos han sido indivíduos despreciables que se han escondido tras las faldas de la religión y con el pretexto de la fe para cometer toda clase de fechorías. Ese día yo estaba para pensar cosas serias. Pero esa gente reunida en religiones y sectas ha provocado las peores distorsiones y los más aberrantes delitos.Es certo también que han sucedido también anécdotas divertidas, como que el Papa Benedicto Tercero en realidad había sido una mujer de orígen alemán, la Papisa Joana, que nació en Maguncia, para más detalles. Curioso también que dos Papas fallecieron víctimas de pecados de gula : Pablo II murió en 1471 después de haber comido dos inmensos melones, y Clemente XIV murió en 1774 por una indigestión que nadie supo controlar. Hubo otros más dramáticos, como Esteban Cuarto, dominado por las luchas intestinas hizo exhumar el cadáver del Papa Formoso y lo mandó tirar al río después de un proceso injusto. A consecuencia de una insurrección popular fue arrestado y estrangulado en la cárcel. Sabiendo ya esa parte negra de la historia y con mis creencias severamente cuestionadas en aquella época, fui al Mercado Modelo y bajé hasta el subsuelo : ahí estaban las catacumbas, las cadenas, los instrumentos de tortura. Fui a todas las iglesias de la Piedade y de la Sé, una buena cantidad de templos distantes a pocos metros unos de los otros :

- Todas levantadas gracias a trabajo exclavo -, me explicó un vendedor de caramelos que se me había acercado.

Y señaló un gran espacio libre entrando a Pelourinho, que yo ya también había visto con asombro, pues no parecía un espacio conservado a causa de alguna planificación. Alguien me había explicado que había más una iglesia, pero fue demolida para instalar aqui el terminal de omnibuses.

- Hubo que engañar al Santo Padre para obtener la autorización del Vaticano para demoler - , explicó.
- ¿ A cuál de ellos ?
- No sé, dijo sin entusiasmo, “ alguno que tendría su juicio alborotado, supongo yo...imagine usted que esse Papa ni siquiera mandó a fiscalizar.

Aquellos conocimientos, me hicieron dudar de aquella insensatez que asegura el hecho de que el Sumo Pontífice es infalible, aunque esa suposición esté circunscrita solamente a materia de fé, ya que el Papa gozaría de la asistencia sobrenatural del Espíritu Santo. Fue un tiempo de pensar mucho en la religión, y leer de todo y con mucho entusiasmo, aunque nunca de combatirla. Ahí fue también que supe de la existencia de los antipapas, y principalmente, algo ya de índole doméstico : me vino una extraña irritación hacia mis padres por su manera tan superficial de llevar su fé, y de la forma que se me traspasó. Tanto que al primer contacto con el mundo real mi precaria formación se fue desmoronando como un castillo de arena, con el agravante de que aún teniendo la oportunidad ellos no quisieron saber nada de estos hechos históricos.

- Así está de buen tamaño, - me dijeron -, nos morimos, y si estamos confesados nos vamos al cielo, y punto”.

Para ellos los religiosos son todos buenas personas, si no gentes santas, y no hay nada más que discutir. Tal vez nos enseñaron cuáles eran los pecados capitales, y la forma práctica de librarse de la comisión de ellos mediante la confesión.
También supimos de lo tenebrosas que históricamente eran las relaciones eróticas, válidas únicamente bajo el sacramento del matrimonio bendito. Nos enteramos lo importante que era para Dios la virginidad de las señoritas, tesoro que debe ser entregada nada más que a sus legítimos maridos. Hubo otro tanto de instrucciones que afortunadamente nos llegaron tarde, por que al inicio de la adolescencia ya habíamos probado, y con mucho gusto, el fruto prohibido, especialmente gracias a nuestras amigas judías que no eran ortodoxas, que estaban ajenas a estos dictados y más de alguna me habló claramente que eso de pecados eran puras patrañas.

- ¿ Por qué ?
- Por que sin duda el erotismo es una forma más de dar amor, de modo que no puede ofender a Dios.
- ¿ Y cómo se llaman tus sacerdotes ?
- Nuestros pastores son los rabinos.
- Y los rabinos, ¿ tienen mujer ?
- Por supuesto.
- ¿ Y por qué los curas no las tienen ?
- No lo sé, dijo ella, pero a mi me parece que faltan cojones para arreglar esa anormalidad.
- Claro, dije yo, y agregé : me gusta eso de que los judíos no le den importancia al erotismo. Estás equivocado, me dijo ella, aquí no le damos importancia, pero los ortodoxos sí le dan, y mucha.

- Quedé perplejo, confundido :

- ¿ Acaso estamos todos locos ?
- Claro, replicó ella, animada, - por supuesto -.

Todo esto y mucho más recordé en esos dias, a propósito de lo vivido em tierras extrañas, y llegué a la conclusión que no supe llegar como corresponde a ese lugar y en aquella época, y concluí :

- Puede que esté chalado yo también, pero no me interesa, pues no soy de los que sufren por eso.

Un día apareció un vecino del barrio que en los últimos tiempos no discurrió nada mejor que sacarse sangre de los brazos con una jeringa para amenazar a los que no le querían comprar sus mercaderías, que eran raíces de sándalo, ( que por cierto no eran raiz de ninguna cosa, pero que las vendía igual), y que comenzaron a llamarlo el Drácula, y llegó con la noticia de que iba a viajar al estado de Paraíba. Argumentó que allá era mejor, que había más dinero, que era más limpio, que las ciudades de ese estado eran una maravilla, todo más ordenado y para más remate las mujeres más desinteresadas. Pero no dijo nada de su incontrolable tendencia a agredir a palos a quienes no se manifestaban con voluntad para comprarle sus cosas. Se desbandó mencionando cualidades de ese estado, y por supuesto que nosotros, sin decirle nada a él, y simulando que no le prestábamos atención, caímos en la conversa y
al poco tiempo por nuestra propia cuenta y riesgo ya estábamos preparando los equipajes para marcharnos a Paraíba. Años que no hacíamos otra cosa que ir de acá para allá con nuestros equipajes, de modo que tampoco se trataba de alguna acción muy diferente, y en un dos por tres nos fuimos. Al pasar por Pernambuco vimos el horizonte lleno de rascacielos, la tarjeta postal que uno puede disfrutar desde la ruta que bordea la ciudad de Recife. Todos miramos eso, menos el tecladista, claro, que nunca veia nada y ahora iba con su mirada de menso puesta en los potreros sin gracia del otro lado del camino. Ya en el barrio Bebedouro, de Joao Pessoa, hicimos una transacción con una mujer por el arriendo de dos cuartos y dos baños situados en el fondo de una casa,
independientes, y por un período inicial de 30 dias. Pagamos el importe por adelantado. El barrio era simple, y justamente simplicidad era lo que siempre buscábamos. Salimos a recorrer la ciudad, buscar los eventuales puntos donde tocaríamos nuestra música, en el centro, en la Laguna, en la playa de Cabo Branco, en Cabedelo. La ciudad nos embrujó, pues era bien organizada y con la naturaleza bien cuidada, respetada. La gente saludaba y se veia amable. Los cuatro coincidimos en suponer que la mujer dueña de la casa que habíamos encontrado vivía sola, pero al volver a la medianoche la encontramos instalada con otra mujer, algo extraña de aspecto, de mirada arisca y de similar edad que la otra. Yo la saludé y le crucé una frase de cortesía que ella me respondió bien, y sonriente. Pero la dueña de la casa no tardó en llamarme la atención:

- No le haga caso a Sefa ,- me dijo,

Y se acercó a mi como si fuese a develarme un secreto, aunque Sefa de cualquier manera estaba escuchando :

- Ella toma medicamentos de receta controlada.

Yo le expresé que tomar remedios era algo que de cierta manera todos hacíamos, y realmente no era algo que debiera llamarnos la atención. Pero la mujer ni siquiera me escuchó, agregó sobre la marcha que ella cuidaba de Sefa por que sus hijas se lo habían encargado, y fundamentalmente por que a ella Sefa sí le obedecia. Efectivamente se veia uma mujer sumisa.

- De las 24 horas del día,- siguió diciendo- Sefa duerme 20, fundamentalmente debido a que está completamente loca... ¿ No es verdad, Sefa ?

La mujer rió de buena gana, como si se tratara de una broma más de su amiga. Pero luego le dio paso a un semblante serio, se quejó de que nadie la quería y luego se fue a llorar al espacio de la puerta de entrada a la casa, que era un espacio amplio. La mujer la siguió torturando desde adentro, guiñándome un ojo :

- Ya sabes por qué te pasó eso, Sefa, y ahora que hay tantos hombres en la casa puede que tengas una recaída.

Y ella rió. Y Sefa también rió, aunque de imediato volvió a las lágrimas. El ambiente, curiosamente, no se volvió espeso ni agresivo. Sólo transtornado.

- Te volviste demente de tanto culear, Sefa.

Se escucharon de nuevo carcajadas provenientes de la otra mujer, la loca, que pasaba de las lágrimas a las risotadas con una facilidade asombrosa, dejando em evidencia el tenor de su sufrimiento.

- Pero tanto lo hicista, tanto, tanto, que hasta los hombres más fuertes, de esos que usan bigote, se te andaban escondiendo.

Se escucharon reclamos de la mujer. Pero no dijo nada que negara ni afirmara la acusación, sino que organizo una frase que ni por anverso ni por reverso se le podía hallar algún sentido.

- No tuviste compasión con tu pobre chuchina, Sefa, la echaste al trajín tan sin tregua, que no hubo otra para tu entendimiento que desequilibrarse y de ese modo perdiste el juicio.

La mujer se me acercó como para secretearme : “ viera usted como se pone cuando el gobierno no le entrega sus remedios a tiempo...solamente yo la puedo controlar...Por mi parte me incorporé para salir hacia la puerta de entrada para solidarizarme un poco con la mujer recién ofendida, pero la encontré tan ajena a las ofendas y a cualquier otra cosa de este mundo, que desistí de mi intención.

Estaba sentada en una mecedora con la mirada inexpresiva puesta en la vereda del frente, donde se veia una caja de música sonando, algunas sillas de plástico y una pareja bailando en la vereda. Pasaban personas que saludaban a través de la reja de fierro que protegía la casa. Esa noche ya no volvimos a salir, pues nos alertaron que con alguna frecuencia en la calle de los puteros se armaban trifulcas entre clientes y hombres que realmente estaban enamorados de las putas. Sin embargo, nunca vimos ninguna riña por aquellos lados.

A la hora de prepararnos para dormir las ubicaciones en los cuartos las resolvió el vocalista del grupo :

- Ustedes dos juntos, dijo, señalándome a mi y al percusionista.

Al dia siguiente salimos a la calle en grupo. Subimos hacia El centro histórico por la primera calle que se nos cruzó, la rua da República y que daba hacia la plaza principal de la ciudad. Por coincidencia, se trataba también de la famosa calle de las putas. Había muchas, es verdad, pero se percibía en el momento que no eran meretrices de las tradicionales, sino más bien poco o nada deseables, mal presentadas y con escasa gracia. Sospeché que la mayoría de ellas no eran profesionales, sino usuarias de drogas que necesitaban dinero rápido para cubrir su vicio, y que se daban prácticamente por cualquier cosa. Ninguna de ellas me llamó la atención, pues no estaban limpias, andaban descalzas y sucias y la dentadura la tenían estragada por el humo químico de la droga. Esa fue mi percepción, a diferencia del tecladista, que se chupaba los dientes de tan ganoso que estaba con todas y cada uma de ellas. Ya en la esquina de la plaza el panorama cambió para algo muchísimo mejor : nos encontramos con la negra Daiana, que era una potranca espectacular, que desparramaba senualidad y que sin embargo todavía no cumplía los 20 años, por lo que su cuerpo era una invitación irrecusable a irse con ella. Colosal, dijo el tecladista, apoteósica, agregé yo. Ella nos encaró con un aplomo que nos sorprendió y ese detalle aumentó de inmediato su tasación :

- ¿ Vamos ?
- No te quepa ninguna duda que vamos, mi amor,- le dijo el tecladista, me parece que entre los dos te vamos a reventar.
- Veremos, dijo ella, desafiando. Son cien, agregó, cincuenta por cada uno.
- Claro, negra, agregó el tecladista, chorreando saliva de tan animado que estaba, aunque se dio el tiempo para poner las cosas en claro : queda estipulado que el culito te lo voy a hacer yo.
- Claro, dijo ella.

Y yo le cerré el ojo a la muchacha por que además de yo disfrutar su canal tradicional, iba a amasarle sus pechos y podría mirarle la cara, con buena chance de besarla en la boca. Era mucho mejor para mi. Vamos. Y nos fuimos a un hotel parejero de mala muerte que estaba en una esquina discreta de la calle, pero no reparamos em nada de eso. Y pasó el tiempo dentro del cuarto como hubiesen apurado a propósito los relojes. Vino personal de servivio a golpear nuestra puerta a causa de la demora. Recién me di cuenta de lo horrible que era el cuarto en que estábamos, con una decoración de un mal gusto violento, y un aire enrarecido a causa que no contaba con ventana de ventilación.

- Tú sí que tienes aguante, mi amor, le dijimos casi al unísono a la muchacha.
- Claro, contestó ella, esto me encanta, y entre dos, mejor todavía.
- ¿ Ya lo has hecho con más ?
- Con total certeza, respondió ella : sucede que no concibo la vida sin estar cogiendo.

El tecladista y se entusiasmó, siempre rayando en lo banal, en lo que no interesa, en aquello que puede herir al otro. :

- ¿ Siempre te sucede eso ? ¿ Nunca se te acaban las ganitas ? ¿ Cómo consigues hacerlo con tantos ? ¿ Te duele mucho la colita ?

Yo la tomé más en serio. Y no de buenito, sino por que realmente me interesé en ella, y me interesé en serio..

- Debes sufrir alguna clase de disturbio.
- Claro, explicó ella, soy una ninfómana.
- Por suerte para ti ya que esos son transtornos menos graves, le acoté.
- Sí, dijo ella, como queriendo acabar la conversa...
- ¿ Vamos ?
- Lo que tú digas. Ustedes son dos machos ejemplares, dijo, para agradarnos.
- No lo creas, dijimos: ni tanto.

Ella no estuvo de acuerdo con esa parte de la respuesta. Había captado en ese corto espacio de tempo la situación :


- Claro que lo son, - reiteró hasta se pueden dar el lujo de mariconear.
- El tecladista ya nos ha llamado la atención en ese sentido, le dije.

La muchacha, que parecía ser dueña de una paciencia infinita, y que no dejó en ningún instante sus modales de mujer superior, se mostró sinceramente interesada :

- ¿ Cuál es el vocalista ? ¿ Aquel de camisa azul que andaba con ustedes ?
- Ese mismo...
- ¿ Cómo lo supiste ?
- Por que su mirada era demasiado opaca, característica de los eunucos. Yo soy puta desde siempre, así que sé de estas cosas. Pobrecito, deben compadecerlo. Es verdad, no me mires incrédulos, pues ese desiquilibrio debe ser una desgracia, imagina.

Los dos nos miramos sorprendidos por la revelación. Y había características claras que aquello pudiera ser cierto. Y ahí estaba el tecladista, al lado mío, el mismo tecladista que alguna vez me confesó que en su época realizó todos los intentos para entrar como funcionario de planta a la Policía Nacional. Así me declaro aquella vez :

- Yo nunca quise ser abogado, ni ingeniero, ni político, ni actor de cine, sino, y vas a reir, me hubiese gustado ser recepcionista policial del departamento de delitos sexuales. ¿ Te imaginas, hermano ? La cantidad de historias sabrosas, o directamente deliciosas que uno escucha en un escritorio de esos ha de ser alucinante. Y cada pregunta que uno puede formular poniendo cara de disimulado de ser todavía más delirante. En definitiva, la cantidad de minas y de huachos que uno puede levantar gracias a la información que maneja debe ser impresionante...

Y justo con aquellos recuerdos que formuló sin ningún tipo de tapujos, como colofón, el tecladista miró a la mujer con una sonrisa bastante más plácida que todas las sonrisas que yo le conocía y le dijo a la negra Daiana:

- Yo soy igual a ti, no imagino esta vida sin pasar por ella fornicando. No sé cuánto tiempo permaneceremos en esta ciudad, pero ni lo dudes que te buscaremos muy a menudo. Dime : ¿ puedes recabar alguna amiga que a ti te guste y pueda venir con nosotros ?
- ¿ Una amiga ?
- Claro, no hay nada más lindo que contemplar dos mujeres enredadas...
- ¿ Algún problema ?
- No, dijo ella, sin prejuicios, sin problemas. Pero esto debe quedar muy claro : ustedes dos deberán hacer lo mismo para nosotras, pues nuestra dignidad no la pueden comprar, y nada odio más que aquellas risitas disimuladas que algunos babosos ponen. Además que a mi también me gusta mirar...

- Y se le quebró la expresión, se acomodó los cabellos y poniendo los ojos con un brillo magnífico :

- Nada me deja más mojada, agregó.

Y el tecladista me dio una mirada rápida, buscando mi complicidad :

- Claro, remató.



Ya en nuestro primer dia de trabajo nos instalamos en la plaza Vevancio Neiva, y nuestra primera canción interpretada en aquella ciudad y en aquel estado, lo recuerdo muy bien, fue Carnavalito, y luego Llorando se fue, Sube a nacer conmigo, A los bosques. En ese orden. La recepción en un principio no fue la que esperábamos, hubo algo de indiferencia, de manera que apelamos a la música religiosa : Salmos de David, A cada paso, El resucítame, y por ahí nos fuímos. El público, muy tímido en un principio, acabo por vencer las barreras y comenzar a acercarse hasta el atril de nuestros discos para escoger. El recurso, una vez más, había funcionado. Y era una pena, pues los menos interesados en nuestra música éramos nosotros mismos, que hace tiempo ya estábamos tocando sin ninguna propuesta musical, sin un ánimo compatible y solamente como medio de sobrevivencia. Yo ya tenía la clara sospecha que lo duro que resulta ganarse la vida había minado nuestros ímpetus y nuestra creatividad, y ya no hacíamos más que repetir una y mil veces el mismo repertorio. Sin dejar de reconocer que era ese repertorio el que noblemente nos sustentaba, ya evitavamos cualquier innovación que nos pudiera acarrear riesgos de audiencia. Yo era muy crítico a ese estado de mediocrización en que nos hallábamos. Yo utilizo la autocrítica como medio de higiene mental, y había llegado a la triste conclusión que nada resulta más difícil en este mundo que ser un artista honesto, ya sea en la producción como en los medios para obtener el sustento. Jamás sobornamos burócratas para ganar contratos, ni tampoco hicimos tal de adular personas influyentes, una práctica realmente desconocida por todos los integrantes del grupo. Ni hablar del cuestionable recurso de participar en militancia política, que siempre hallamos una práctica claramente inmoral para un artista que pretende realizar una obra sin condiciones, una obra limpia. Tampoco intentamos rondar los círculos de poder para obtener prebendas. Estábamos limpios. En ese aspecto tenía yo mi conciencia tranquila. Puede que nuestra creatividad haya sido limitada, o que hayamos llegado con nuestra música al lugar errado, pero lo más cuestionable que hicimos fue la de grabar música religiosa para agradar al público, pues nosotros le restábamos cualquier valor innovador y menos transgresor, más allá que ni siquiera eran creación nuestra. Para palear em parte esta situación, yo había obtenido del grupo la libertad de tocar música de mi propia producción los lunes, por mi cuenta, y solo. Lo hacía gratis, en cualquier esquina y sin esperar ninguna otra retribución que agradar los oídos de algunos transeúntes, que se interesaban en la calidad del sonido y se detenían a oir con más calma.Aceptaba pequeñas donaciones, monedas, pero nada más. En un principio era yo tan ingenuo, tan iluso, que estaba seguro que tarde o temprano me encontraría un profesor de música que se interesaría de verdad en mi obra. Después supe que ellos no son de estar en los asientos de adelante, ni de andar descubriendo ninguna cosa. Sabía que de todas las actividades humanas, la artística es la más incierta y la más injusta en la retribución a sus cultores. El abogado y el médico están con sus ingresos asegurados de antemano, sea cual sea el resultado de su desempeño. Puede ganar el litigio, pueden perder a su paciente, pero sus honorarios no son discutidos, sus necesidades cubiertas. El comerciante ve de inmediato su utilidad o su pérdida, y el desempeño del deportista se valora velozmente. El hombre de armas y el religioso están salvados por su coorporación, técnicos y obreros reciben diariamente su salario, y el empleado en el peor de los casos se puede reubicar. Los constructores ven en pocas semanas sus obras ergidas, los burócratas suman sus sueldos y beneficios puntualmente, y los políticos pueden comenzar su carrera tranquilos que más allá del recuento de votos su riesgo no pasa, y pueden volver a sus actividades. El hombre de arte, en cambio, si es honesto, puede pasar su vida entera sin obtener ninguna retribución, ni siquiera la de ser respetado o considerado, siendo su única certeza la de tener asegurado para él un entierro barato pagado por el municipio. Eso uno sabía : los entierros eran gratis, y los nichos comunes también, aunque en un año eran desocupados para dejar entrar a otro. La mayoría de las inscripciones de los sepulcros eran improvisadas con un clavo que permitía escribir el nombre del difunto en el cemento fresco que cerraba el nicho, pero también se podía mandar hacer una placa de mármol para que quedara la sepultura un poco más bonita. Bien: eso era lo único garantizado. Ni siquiera un cura, pues como se sabe, los padres ni se ven en entierrro de soñadores, y ni falta de eso existe.
Pero la negra Daiana y su amiga que llaman la Aspirina, por que hace sonreir a cualquiera, estaban muy ajenas a todas estas mis cavilaciones de músico acongojado. Ni siquiera el tecladista se cuestionaba estos asuntos transcendentes. Èl dejaba no más que su vida se le fuera sin colocar ningún reparo, como si él no le diera ningún valor. Yo estaba seguro que algún día é iba a morir sin chistar ni un poquito, como mueren los entregados a los vicios, como si el paso de ellos por este mundo lo hubiesen hecho medio escondidos. En eso yo pensé al verlos tan alegres y despreocupados cuando nos embarcamos en un ómnibus todo desvencijado con destino a Mamanguape, a orillas del río Tinto, donde habíamos organizado un sábado en la noche en plena naturaleza, con la luz de la luna como única garantía de un desenfreno sin testigos.

- Estás triste - me dijeron - triste cuando debieras estar alegre... ¿ quién te entiende ? - --- Nadie, es claro...ni yo mismo.

Y miré a la negra Daiana y pensé...” puede que me esté enamorando de ésta”. Luego hice un comentario :

- Puede que esté pasando por una minicrisis de microbipolaridad.

Nadie dijo nada pues nadie se interesó en la frase. Luego pensé que esa denominación bipolaridad era una clasificación relativamente moderna y que vino a reemplazar a la vieja y conocida expresión comprendida por todos y que era conocida por todos por lunáticos, relacionando esos estados a las oscilaciones que experimenta la luna. Pero del otro lado de las ventanas ocurrían otras cosas. La realidad. Siempre del otro lado de la ventana está la realidad. Sorpresivamente el ómnibus transitó por un barrio imponente de jardines amplios, y prados simétricamente cortados y casas construidas como quien dice de aquellas que se levantan sin reparar en gastos, es decir, en las yo sé que a duras penas viven algunos atormentados más sofisticados y los más tristes, pues tienen el doble trabajo de lidiar con sus tormentos y además el de impedir que los demás se enteren de la existencia de aquellos. Son gentes que concurren a analizarse al diván del especialista, donde es probable que muchas visitas apenas lo que consiguen es cambiar un problema imaginario por otro. Dentro del autobús sucedía exactamente lo contrario, y se detenía en cuanto paradero y medio existe, donde subían y bajaban toda clase de personas simples y varias notablemente desorientadas. Los urbanos de cualquier tribu con el corazón en la mano a causa del suspenso de pasar un fin de semana en el campo, “donde no hay nada que comprar y el único lugar que se ven los pollos vivos y con plumas picoteando la tierra”. Donde las personas están hediondas a humo y con las manos hechas como de cuero sin curtir. Y vienen también los que vuelven a sus tierras, extenuados de ver tanta gente en los enjambres de la urbe, agitados, agresivos, con sus cuerpos deformados de no ser usados y de tanta comodidad que tienen a su disposición : Medio calvos, brazos delgados, cintura gruesa y abdómen groseramente abultado, glúteos fofos y espalda encorvada. Así se les reconoce por todas partes. Hombres y mujeres.
Ya instalados a orillas del rio Tinto ganamos dos noticias alentadoras : una que efectivamente nuestro punto de ubicación no albergaba ningún tipo de moradores en las cercanías, de manera que no seríamos molestados por nadie, mucho menos acosados por algún voyeurista escondido entre el follaje y que no consigue controlar sus anormales deseos, o bien que acaba de enterarse que sufría de aquella alteración al encontrarse con nuestra fiesta, que sería en la realidad una orgía envidiable. Y la otra noticia es que esa noche teníamos luna llena, de suerte que habría luminosidad suficiente para poder contemplar hasta los detalles más escabrosos de nuestra bien planeada jornada de desenfreno.
Ni para qué decir que la negra Daiana estaba relinda, y sus gestos ya me parecían tan familiares, que imaginé que así se veia a la mujer de uno cuando se es casado y ama a su mujer. La convidé a darnos un baño en el río y me contesto que sí, que yo fuera no más, que ella me alcanzaba en instantes. Me despojé de mi ropa y al poner mi primer pie en el río, rompió el silencio que nada mas dejaba sentir el sonido vidrioso del agua, y escuché clarito una voz gruesa y limpia a mis espaldas :

- ¿ Equilibrado o desiquilibrado ? – Dijo alguien –

Yo no dudé en responder la pregunta. Lo hice con ánimos de jugarreta y seguro que la voz correspondia a alguien que yo ya conocía. Le replique sin mirar hacia él, sin siquiera mirar hacia atrás, y muy rápido :

- Equilibrista- le contesté -

Y lo hice por esta razón : yo ya había estudiado ya aquella antigua frase que reza “El hombre es, la sombra parece”, y también la aplicaba como una ecuación : El equilibrado es, el equilibrista parece serlo. Y con aquella respuesta anulaba todo el veneno sarcástico que yo percibí del que me había hablado. Recién me volví a mirar al intruso. No lo encontré. No había manera, pues en el lugar que el debiera haber estado de acuerdo a la intensidad del sonido, había un banco de arena y en seguida una espesa cortina de retoños, helechos y tacuaras espinudas gigantes. Descarté de inmediato que hubiese escuchado voces imaginarias, aunque las escuché fuera del campo de mi visión y de forma musitada, por que como ya dije la sentí como una frase sutilmente venenosa, cargada de dudosas intenciones.

-Equilibrista – repitieron - me gustó la respuesta, añadieron... ¿ de qué filósofo te la pirateaste ?

Fue entonces que lo vi brillante entre las tacuaras, y de inmediato me llené de alegría :

! Adivino ! – grité –

E hize el amage de ir hasta él a abrazarlo, casi como en escena de filme, intentando no caerme en el agua pues mis piernas estaban aprisionadas en el fondo arenoso.

- Tanto tiempo sin verte - le dije.

En unos instantes se desplazó hacia más atrás, siempre entre las tacuaras espinudas, y desde ahí me dijo que él no era el Adivino, que le extrañaba que aún yo no había sido informado que los duendes no son como los humanos, que son todos diferentes :

Nosotros no, aclaró, nosotros la mayoría de las veces somos réplicas, y esa es una realidad ancestral, secular. Ustedes los humanos - continuó - dibujando en el aire unas comillas al usar la palabra “humanos”, son curiosamente autoreferentes. No consiguen imaginar, ni mucho menos aceptar nada que no este bajo los pocos moldes que tienen almacenados en sus cabecitas. Para ustedes, todo tiene que tener un tiempo determinado de vida, por que ustedes lo tienen. O sea, no podemos ser perpetuos, por que ustedes dicen : no, de ninguna manera pueden ser perpétuos por que eso no existe. No podemos ser réplicas, no podemos vivir sin tener que alimentarnos como puercos. Todos tenemos que tener una utilidad específica y comprensible para ustedes, de lo contrario niegan terminantemente, y lo hacen con la ignorancia propia de los idiotas.

En un instante el duende estuvo a medio metro de mi, casi desafiante, y hasta pude sentir el aliento de su respiración :

- ¿ Sabías que todo aquel sanatorio que visitaste en Roboré pudo haber sido nada más que un espejismo, un delirio tuyo ?
- Me dejas perplejo – le contesté-
- Y vas a continuar perplejo, - continuó -, pues has de saber que nuestra función en este mundo va inmensamente más allá de lo que alguna gente sabe, aquello básico que nosotros cuidamos y protegemos sus plantaciones de potenciales plagas, de fenómenos naturales y de los depredadores. Esa es la parte pueril de nuestras atividades. Además, y diciendo esto te estoy noticiando, nosotros incursionamos por mandato divino en el universo de todos aquellos que están mentalmente alterados. Sí, Músico, nuestro frente de acción es bastante más amplio de lo que la mayoría imagina, pues como debes saber el que este libre de alteraciones que lance la primera piedra. O dicho en otras palabras, el que este libre de ese peso que lance la primera frase. Ustedes los humanos, ( y nuevamente dibujó comillas en el aire), debieran partir por saludarse de una manera distinta. Y una manera más práctica para conocerse, también. Debieran decir, por ejemplo :

- Hola, ¿ cómo está esa salud mental ? ¿ Luchando con algún complejo, alguna fobia, manía, fijación ? ¿ Nada grave ? ¿ Nada de bipolaridad, brotes psicóticos, ni ideas suicidas ?

Esa sería una manera más productiva y razonable de conocerse entre ustedes, explicó. Y de ayudarse, por añadidura. Así le puedes decir a la otra persona para ganar su confianza e iniciar una amistad productiva :

- Por lo que yo te puedo contar de mi,-, es que gracias a Dios no padezco alteraciones graves, como deseos de cometer acciones violentas o eliminar personas de la faz de la tierra. Nada de eso. Mi obsesión más anormal viene del mundo de los deseos eróticos, que son de todos los ámbitos y de toda naturaleza. Como quien dice, no le hago asco a nada. Esa sería mi particularidad más extravagante.

Así siguió explicando la miniatura, haciendo como si él fuera yo en aquella tertulia, y por lo demás, es bueno reconocer, lo hacía con un conocimiento bastante ajustado a la realidad.

- ¿ No es cierto ? - preguntó en voz alta -. Total, para eso vinieron ustedes a estas soledades, a darle rienda suelta a los placeres de la carne, y eso está muy bien, muy correcto, muy sano.
- Me han dicho que son prácticas degradantes...
- ¿ Degradantes ? No hagas caso...esa es conversa de reprimidos...No es degradante en ningún sentido.
-Podría ser bueno ser así de franco en nuestro trato cotidiano, pero me parece algo demasiado iluso , - dije yo-
-Ni te quepan dudas que sería bueno y no quedará sólo en la ilusión.. También debieras ocuparte de la parte intelectual y crear una frase que esté tan llena de sabiduría, que nadie consiga rebatir. Dime, zampoñero, cuál es la frase más brutal que has escuchado y que nunca has podido rebatir.
- En este momento no lo recuerdo. Puede ser aquella del filósófo que nos recuerda que carecemos de toda trascendencia en este mundo.
- Bueno, esa frase la conozco. Está bien. Después proseguimos. Ahora pongo en tu conocimiento también que no muy lejos de aquí, apenas a unas cuantas leguas, y en esto te solicito mantener sigilo absoluto, hay un lugar llamado “ Matadito”, y es ahí que nos hacemos cargo de los suicidados, quienes ( y dibujó comillas en el aire cuando dijo la palabra “dejaron” ) dejaron este mundo por su propia determinación. Vieras tú el trabajo que nos dan estos suicidados.

Yo me interesé :

- Sucede que al partir de este mundo se van con sus problemas deliberadamente no resueltos. Se hallan en una encrucijada, ante la evidencia de un estruendoso fracaso, ahí vem su única salida. Y sucede por causas aún más banales, como el miedo a ser descubiertos en algo que los averguenza y que no pueden evitar, o hasta la simple carencia de una morada los puede atormentar tanto, que toman el camino más corto, sin saber, claro, que con ese recurso extremo no resuelven nada. Creo que ni consigues sopesar la cantidad de suicidados que hay rondando en busca de su partida definitiva. Y ni hablemos los de las otras culturas, como los kamikases o los fanáticos suicidas religiosos que creen estar sirviendo a sus dioses. A esos hasta los dejaría afuera pues su muerte no es producto del escapismo, sino que es muy justificada para ellos, y tan honrosa, que ni mala sangre se hacen después de muertos. Pero entre nuestros suicidados hay desde presidentes que no supieron aceptar que sus, ( y dibujó de nuevo comillas en el aire con sus dedos) , “proyectos revolucionarios” al final de cuentas no habían valido ni una sola chaucha, hasta jovenes comunes y corrientes tan desorientados y temerosos que no supieron aceptar que simplemente no eran ni tan machos como todos creían, que por el contrario, eran de verdad maricas. Esa sola revelación presentada al joven, planteada en un ambiente hostíl y crítico, falto de imteligencia, dominado por aquella desviación denominada homofobia, puede y ha llegado a provocar tristes suicidios. O sea, continuó diciendo el hombrecillo, el motivo primero de cualquier acto de esta naturaleza es que no se supo y no hubo condiciones para aceptar la realidad. Y a propósito de realidad, ya está llegando tu noviecita. Adiós, zampoñero, tañedor de sicu, vuelve cuando quieras a ayudarnos con los suicidados. Ya sabes donde encontrarnos.

Yo le quise hablar para concretar esa ayuda y así tener acceso al mundo de los suicidados, que me interesó vivamente, pero el hombrecillo se fugó en un abrir y cerrar de ojos.

- Hola
- Hola Daiana...llegaste.
- Sí... ¿ demoré mucho ? Te vi con el duende...

Aquella noche de sábado para domingo se hizo corta de tan intensa y deleitosa que fue. Primero disfrutamos la negra y yo, después ella con el tecladista, la Daiana con la Aspirina, ( que para mi gusto fueron las escenas más delirantes de la jornada), y donde yo me entrometí entre las dos pues ellas aceptaron, y finalmente el tecladista y yo, y él, claro, feliz de la vida creyendo que de esa manera de algún modo me estaba humillando. No hubo nada externo, gracias a Dios, nada como alcohol y drogas, ni tan siquiera fue encendido un cigarrillo, de modo que no hubo otra posibilidad de obtener un feliz desenlace, y yo, muy en secreto, cada vez más alucinado con la negra Daiana. Para mi ella estaba siendo lo máximo. Qué maravilla de mujer, capaz de dar y recibir tanta felicidad. Negra : ¿ será posible que yo te este amando ?

Yo me figuré que aquel mundo de los suicidados era custodiado celosamente por aquellos duendes parlanchines, situado en algo como una suerte de purgatorio en el cual las almas atormentadas cumplían sus penas antes de ir a sus lugares definitivos, pero como siempre en estas cosas yo estaba completamente equivocado. Es bueno aclarar que los suicidados que se veían eran personas de carne y hueso, y que aparentemente incluso mantenían su fisonomía y la edad en que estaban al momento de su deceso, aunque en realidad su tamaño era reducido a más o menos la mitad de su tamaño natural, y estaban impedidos de cualquier contacto con el mundo exterior o con otras personas, y pasaban sus dias en un estado muy semejante al que sufre de esa alteración que afecta la capacidad de comunicación del individuo y que lo denominan autismo. No demostraban expresiones ni gesticulaban. Simplemente estaban. Eran los suicidados, quienes no pudieron resolver sus propios actos. Yo reconocí a varios, aunque ninguno de ellos reparó en mi. Más, lo que me tranquilizó al conocer a este segmento de personas algunas semanas después, fue que pude comprobar la absoluta falta de sufrimiento con que pasaban sus días de penitencia. Sólo sufren los primeros lunes de cada mes, que es el día de sus recuerdos, y se les ve llorando, avergonzados, pidiendo perdón con la mirada, como si estuvieran siendo vistos por detrás de um vidrio. Si bien es cierto se les veía inexpresivos e ensimismados, esos días se advertían aquellos detalles que delatan esos malestares, después, ningún asomo de ellos. Yo los vi y los comparé con aquellos borrachos que acaban de despertar y esperan que se les pase la resaca de la última farra.
Y si me tardé más de la cuenta en volver a las márgenes del río Tinto, fue por que Daiana me colocó las cosas demasiado difíciles. No ha tenido ninguna compasión conmigo. Es cierto que me anduve obsesionando más de la cuenta con ella. Y si yo compartía este sentimiento con alguien que me pudiera orientar, pues perdí la brújula de mis emociones, es claro que ese alguien me iba a ametrallar con argumentos basados en que yo había caído en un sentimiento claramente neurótico, exacerbado y no recíproco, que me estaba generando sufrimiento, dolor y a la postre, infelicidad. Es decir, había caído también yo en el inacabable abanico de alteraciones mentales. Eso, por lo demás, yo ya me lo había hecho como dianóstico, más estaba obstinado a vivir mi experiencia neurótica en paz, con su correspondiente carga emocional castradora. Así que como quien dice yo mismo me saqué mis propias muelas, y entré al espiral del amor romántico como un caballo desbocado. Pensé, claro, ( y ahora entiendo que de una manera totalmente equivocada ), que si yo ya la había tenido a ella una o dos veces la tendría todas las veces que yo quisiera, y ella se encargó muy bien de sacarme de mi error. Eso de haberme dado su tesoro no era para ella nada importante ni transcendente. Puso en duros aprietos todo mi perfíl psicológico, pues comencé a ver de cerca muchas de aquellas creencias irracionales y perfeccionistas que uno a veces tiene con respecto al amor. Lo cierto es que cuando yo no estaba trabajando, me pasaba las horas con mi profunda cara de menso detrás de ella, pues a esas alturas yo conocía todos sus paraderos y puntos donde obtenía sus clientes, y hasta podía adivinar com el puro olfato dónde ella se encontraba en cualquier momento. La buscaba, la espiaba, la admiraba agazapado en las esquinas, y hasta sufría erecciones involuntarias. Cuando yo le daba la cara, la presenteaba, la adulaba, en definitiva, intentaba conquistarla como lo hacemos la mayoría de los humanos apasionados. Las primeras veces cuando yo le aparecía ella hasta mostraba satisfacción.

- Hola,. mi vida, me decía.

Pero su conducta fue de a poco mudando y ya no se alegraba como antes cuando yo le llegaba con mis adulaciones. Mientras yo más me metía en el juego de amarla, más se salía ella de aquella misma situación. Yo la suponía a ella por ahora fuera de mis intenciones. Definitivamente nada me estaba saliendo bien, por que derechamente ella no estaba correspondiendo a mis requerimientos. Podría haberse tratado de alguna táctica que usaba ella para conseguir alguna cosa, pensé, pero, en tal caso, yo no entendía ni iba a entender, a no ser que me la anunciara, cuál era esa cosa que ella perseguía. Un sábado por la noche simplemente no llegó a un acuerdo marcado de antemano, y no me hizo llegar ninguna clase de satisfacción. Un golpe más a mi bombardeada autoestima. Habíamos fijado a las 10 de la noche afuera del parque Solon de Lucena, pero ella simplemente a la hora convenida no acudió. ¿ Será posible? A mi me bajó la duda de que ella podía haber entendido que la cita era a las once. Y luego pensé que pudo entender a las doce, y me quede esperando y estirando el cogote hacia todos los rincones en busca de su luz, pero a ninguna de esas horas ella llegó. Lo único que llegó fueron las decepciones para mi. Más tarde me anduve tranquilizando, (tal vez como un ardid de autodefensa), pues reflexioné sobre lo egoísta que somos las personas, que ni capaces somos de imaginar que tal vez la pobre Daiana sufrió algún percance, algún imprevisto. Pero no había sufrido nada de eso, ya que como satisfacción me explicó que ella había entendido que aquello de la cita había sido una broma en que ambos habíamos participado.. Simplemente ya no me tomaba en serio, y no demostraba ningún respeto por mi. El sentido común debió haberme dado alguna luz de que evidentemente yo me estaba manejando con un código cultural que en estas tierras resultaba completamente inadecuado y contraproducente. Hice un autoanálisis de mi situación econômica, y llegué a la conclusión que no era nada de mala, mis ingresos eran normales y lo mejor: yo no tomaba bebidas alcohólicas que desbaratan cualquier presupuesto. Es más, yo era de los que pregonaba que para salir de la pobreza primero hay que ganarle al alcohol. Entonces descarté que el tema financiero fuera la causa de su indiferencia. Día a día, mientras yo más la amaba, más iba viendo que la perdía. Una vivencia delirante, pues ella se me iba sin yo poder encontrarle la punta del ovillo a la situación. Me pregunté si acaso alguna vez yo la había tenido a ella de un modo real, o había sido todo nada más que una mala jugada de mi imaginación. Tal vez ella usaba ese comportamiento masculino de nada más satisfacer los deseos inmediatos y no importarse ni así un tantito con ese tedioso asunto de los sentimientos, de la transcendencia de la relación. Yo no, yo me figuraba viviendo un maravilloso idílio tormentoso, mordido por los celos y la desconfianza, condimentado con sabrosos desenfrenos nacidos de una verdadera complicidad sin limites. Inseguro, me cuestioné mi desempeño como amante, acaso fuí capaz de complacerla en la intimidad como ella merecía, llegé al extremo de temer que la verdad de todo radicaba en que mi aparato reproductor había sido demasiado poca cosa para ella, y ella no había tenido el coraje de decírmelo. Y justo en esos días el peor de los escenarios se presentó para mi como una situación inimaginable y macabra. Simplemente me desmoroné de tanta rabia y desilución : pasó de la mano muy tomada y con expresión de boba enamorada con un muchacho de frondosa cabellera que yo nunca había conocido y que a primera vista también parecía amarla profundamente. ¿ Será posible? ¿ Quién creería en una situación de esa naturaleza ? Derechamente vengo a reconocer que ante esa situación perdí los estribos, me desiquilibré y sólo Dios sabe cómo conseguí aguantarme las ganas de armar un escándalo de aquellos alarmantes en plena vía pública y asesinar al intruso. Y lo principal, en ningún momento perdí el juicio. Por dentro estaba todo desbaratado, por supuesto. Un escenario de aquellos es la mecha que enciende cualquier drama pasional, y con consecuencias insospechadas. Pero nadie, nadie sabía un secreto mío que yo siempre mantenía en reserva pues en parte en aquello consistía su efectividad: yo soy extremadamente fuerte en ese tipo de adversidades amorosas, gracias a la experiencia ganada en otros líos de faldas anteriores mientras yo vivía en otro país que tampoco era el mío. Y es que las costumbres, los códigos son diferentes, y en virtud a eso uno es que uno no sabe en qué terreno está pisando con respecto a la correspondencia de ella. Es decir, el modo de conquistar a una mujer en un lugar puede ser completamente diferente en otro. Y eso no se enseña en ninguna parte y uno eso no lo sabe. De manera que el conquistador en aprietos ocupa el modo que conoce, usa la misma manera que le rindió resultados en su tierra, claro, y que el único modo que uno ya conoce. Eso es normal. No existe ningún libro que diga : “Cómo conquistar una húngara”, o “Enamore una uruguaya”, o algún gran suceso de ventas que sería “ Cómo seducir una argentina”, pues aquellas sí que son imposibles. Y el modo de actuar de uno, no da el resultado que uno espera. Tal vez sucede lo contrario: hace el más completo ridículo. ¿ Quién no ha dado un espectáculo gratuito de ridiculez tratando de conquistar una muchacha en pleno Buenos Aires ? Hasta lo corren a garabatos a uno. A mi ya me dijeron alguna vez :

- Andá, bolú, tomátelas, salí para achá con tu cara de orto”.

Es cierto que uno está enterado que hay lugares, países, regiones que las chicas obligatoriamente usan hijab además de vestimentas asfixiantes para que uno no las vea y se meta en tentaciones, y que a la mujer que uno elije no se obtiene conquistándola con conversitas ni nada parecido: va y directamente la compra a su padre, o la cambia por un par de camellos. Pero en países hermanos de similares religiones y orígenes uno no imagina que existan tantas diferencias. Y claro que las hay, sutiles, es cierto, pero basta esa sutileza para despistarlo a uno enteramente de las que se podrían llamar las reglas de juego. De modo que mientras más maniobras yo hacía para seducirla, más me metía en el fango del fracaso. Una de aquellas tardes me ocurrió lo peor e inimaginable : mientras me encontraba tomando el fresco de la tarde en la vereda, afuera de nuestra casa temporaria, se me acercó una mujer que ya yo había visto algunas veces y que no tuvo la necesidad de identificarse. Semiagachada para hablarme al oído, me reprendió sin titubear un instante :

- Quería decirle al señor que estoy al tanto de sus acciones,- exclamó- y quería pedirle al señor que pare de molestar a mi hija Daiana...

Me costó creer que me estuviera pasando algo de esta magnitud, algo tan impensado. Embrollado a causa de mi evidente desconcierto, no esbocé ninguna reacción, salvo la de murmurar la palabra “disculpe” a la madre de Daiana. Pude anticipar muchos escenarios, suponer algunas reacciones, pero ni de lejos que me sucedería algo así de humillante, de tal naturaleza denigrante. Tanto que me gustaba Daiana, cómo añoraba que aquella mujer que delimitó mis acciones se hubiese tornado en mi suegra. De mi parte lo que más me sorprendió fue comprobar cómo pude haberme desempeñado de manera tan ineficiente en aquella aventura, que mierda, pues yo no era más que un triste idiota haciendo un papelón tan grosero. Lo primero que me juré a mi mismo, sin dudas, jamás contarle a nadie tamaña desventura. Lo peor es que con aquella parada en seco, me quedaba sin ningún margen de acción, quedaba bloqueado, impedido de intentar cualquier otro recurso, ni siquiera me sobraba algo de ánimo para una masturbadita pensando en ella. Ni volver a soñar en la vida llena de aventuras y sin límites que pudiésemos haber llevado juntos. De inmediato, y sin moverme de mi posición en la vereda, y sin que nadie advirtiera mi profunda confusión, me aboqué de inmediato a revisar mentalmente y punto por punto mi perfil psicológico afectado, para escudriñar en mi mente y poder encontrar dónde estuvo la falla. Pero me encontré sumido en un mar de preguntas sin respuestas, con muchas interrogantes que por ahora carecían de elementos serios para ser comprendidas en profundidad, de manera que se me agotó toda lucidez e imparcialidad, y recurrí a la vieja y trillada costumbre de ir a dejar toda la problemática en el bar de la esquina. Bebí varias cervezas, luego les añadí chorritos de ron a las burbujas, y más tarde acabe tomando nada más que ron de caña. Así no solucionaba nada, por cierto, pero al menos le daba un merecido descanso a mi cerebro maltrecho y a mi corazón decepcionado.

- ! Daiana ! , grité, ! que tu alma se la lleve el diablo, diabla! ! Espero que sufras y me pagues, eso te deseo, muchas culpas, muchos arrepentimientos, muchas frustraciones !

Nada más recuerdo haber acertado un botellazo al medio de la calle, sin alcanzar nada ni a nadie. De eso nada más me acuerdo.
En el que yo sopuse que era el dia siguiente, desperté hecho un bulto deforme y como si tuviese un hacha clavada en la cabeza, y mi primer pensamiento fue este :

- Daiana, mi amor, ¿ por qué me hiciste esto ?

Recordé que había tomado mucho licor, tanto, que ni siquiera conseguía hacer ningún movimiento, y me sentí enteramente asfixiado. Y no podía ser de otra manera, pues ya me di cuenta que me habían metido en una camisa de fuerza, y mis tobillos estaban encadenados a un catre de fierro. Un cubo de hielo recorrió mi espinazo al darme cuenta que, sin tener la menor noción de las causas, una vez más en mi vida estaba internado en un manicomio, esta vez en el Colonia Juliano Moreira de Paraíba.



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La Negra Daiana habitaba en una casa de ladrillos muy simple, sin siquiera haber sido estucada, sin pintura, sin cielo falso y con los alambres de electricidad desparramados por las maderas de los tejados, ubicada en la periferia de Joao Pessoa, y aquella mañana esperó sentada en la mesa de la sala tomando café y esperando que su madre despertara. No más la vio aparecer, aún con la cara sin lavar y medio dormida, comenzó su desahogo.


- Mamá : yo sé que soy una mujer que difícilmente llegaré a formar una buena pareja con un solo hombre, mamá, pero de ahí a ser insensible hay un espacio muy grande. Me temo que fuiste muy dura cuando le hablaste a mi peruano. Estoy muy apenada. Mira el pobre venir a terminar en este asilo lleno de personas dementes. Al menos ya te habrás convencido que este hombre me quiere de verdad, o sea, tal como yo soy -.

Eso está en mis recuerdos que fue lo que le seguí diciendo a mi mamá mientras esperábamos que nos recibiera el director médico de aquel hospital, donde concurrimos a informarnos sobre el estado de la salud mental de él, el peruano de mi vida, al día siguiente de su furiosa irrupción en el cabaret Do Zé, en Bayeux. Yo supe informarme de todo lo que pasó desde que el taxi lo dejó en la puerta, hasta que se lo llevó la ambulancia maniatado. Lo supe por que a pesar que él imaginaba que era impune e ignorado en la ciudad, gracias a mi cadena de amistades yo no le perdía la pista jamás. Gracias a mi Diosito no hubo ningún muerto en aquel altercado, de manera que su situación así a primera vista yo no la encontré tan mala.
Efectivamente su comportamiento en aquel lugar dejó mucho que desear, eso yo lo reconozco, y bien que no se tranquilizó hasta que le acertaron un botellazo en la cabeza.
Mi mamá me indicó que yo debía dejar de lado ese tipo de debilidades hacia mi peruano, si es que de verdad quería obtener de él alguna cosa en serio.

- Ya ves que lo enfrenté - me dijo ella- y en lugar de plantearme que sus intenciones contigo iban en serio, me terminó pidiendo disculpas. No hay que tener piedad con los hombres cuando una los quiere en serio.

En aquellas circunstancias yo no quise discutirle nada a mi madre. Me conformé sabiendo que estábamos ahí para cuidar de cerca al único hombre del mundo que tuvo la grandeza de no tomarme a la chacota sabiendo como yo era, y que en ningún caso me hizo sentir usada.

- Puedes confirmar también todos los destrozos que cometió anoche en su sesión de violencia extrema, - agregó ella-

Si bien es cierto que mi peruano había protagonizado un espectáculo lamentable en el Cabaret Do Zé, yo considero también que aquello fue motivado por una seguidilla de actos que fueron muy bestialmente frustrantes para él. Es muy probable también que, aunque la expresión del amor sea universal, la manera que se usa en su país sea muy diferente a la nuestra, y más todavía en la rigurosidad que caracteriza a mi família. Pero con todo y aquello yo le debo obediencia a mi mamá y no soy quién para dudar y mucho menos para pasar a llevar el sentido de sus consejos. Viendo las cosas así, el peruano, si de verdad me quiere y no está motivado por una simple calentura, habrá de encontrar la llave justa para abrir mi puerta. Y mientra no lo haga, fiel a los consejos, no le daré nada de nada de lo que él quiere. Mi mamá afirma que solamente así se puede medir el tamaño de la hombría que él posee, y demostrar que lo de él no se trata de un extranjero más ilusionando muchachas incautas...! por muy buscona que yo sea ! Tanto hombre inútil por estos lados es algo preocupante. Mi peruano es distinto. Yo quiero crer que es diferente. El sí que trabaja y se esfuerza por ganarle a los obstáculos de la vida, y no como tanto vagabundo que hay que no hacen más que pensar en la bebida y en echarse en las veredas buscando la sombra y a ver pasar el día, a conversar incoherencias con los otros, a dormir y a beber. Ese tipo de hombres que ni se dan el trabajo de lavarse la cara por la mañana sí que me tiene cansada. Lo único que hacen una vez al año es soltar cohetes en San Juan, hacer fogatas conmemorativas y pintar de azul los caballos blancos para que se integren a las festividades. Es cierto que a veces salen a cuidar autos donde se estacionan los ricos, y ganan su dinerillo, pero aquello sólo es una o dos veces por semana y nada más. El resto de sus vidas consiste en aplastarse el poto en las veredas. Por cierto que ese montón no tienen ni mujer, y de tanta chiquilla suelta se aprovechan los más viejos para botarse a Valentinos. Si yo fuese militar tomaría el poder y restringiría el aguardiente, para ver cómo saltaría como pochoclos ese bando de inútiles.

Estando en esas cavilaciones fue que el médico director del hospital apareció en el dintel de la puerta de su despacho. La impresión primera no fue la de una persona alterada, sino que fue la de un hombre inseguro, aunque consciente de su inseguridad. Nos esbozó una seña medio confusa para que pasáramos. Al menos la seña la interpretamos correctamente. Se trataba de un hombre de mediana estatura, de frondosa cabellera y anteojos muy finos, casi invisibles. Yo opiné que demasiado frondosa para su edad, es decir, sospechosa de ser una de aquellas cabelleras bien hechas que se retiran del cuero cabelludo para dormir. Yo a ese hombre no lo conocía, de modo que me extrañé cuando luego de hablar algunas pavadas sobre el nosocomio a su cargo, se fue por otro lado y de sopetón afirmó investido en una absoluta seriedad que en el pabellón femenino había varias mujeres, que además de los trastornos que las habían confinado en aquel lugar, padecían de aquella característica llamada ninfomanía. Y, yo aseguro de paso, y de aquello no me saca nadie, que eso lo dijo repleto de intenciones el muy grosero, ni duda me cabe, y sin dejar de mirarme a los ojos a través de aquellos anteojos delgados que le dejaban ver sus masculinas pupilas dilatadas. Dejé passar el traspié, y comprobé que era dueño de una mirada inequívoca de hombre bueno de sábanas, que ni de lejos conocía ese disturbio tan enfadoso que le llaman eyaculación precoz, y mucho menos de erecciones complicadas. Me gustó aquel hombre feo como la noche oscura con lechuza, lo encontré varonil, sediento de hembras. Pensé que hasta me gustaría complacerlo. El percibió eso, pues no paró de hablar y de mirarme a los ojos y a mis pechos con escote, alternativamente. Este psiquiatra es un degenerado, pensé yo, y sentí una comezón interesante en mi entrepierna, una lubricación fulminante.

- ¿ Por cuál paciente vienen ustedes ?

Por el peruano que aprisionaron anoche en el cabaret do Zé, dijo mi madre, mientras yo me levantava de mi asiento para mirar por una ventana que quedaba un poco en alto, cosa que el médico pudiese admirar las curvas de mi trasero, el relieve de mis pechos, mi buena proporción, la dureza de mis carnes. Vi por la ventana un hombre muy sucio pegándole a una puerta manotazos casi infantiles. Me pareció reconocer a lo lejos al muchacho aquel que sufre de fijación por los anteojos y se duerme escuchando a Mozart en la fuente de agua con sus lupas atadas a lrededor de su cabeza en forma de parecer gafas gruesas. Pero no podia ser, pues es un hombre tan tranquilo y silencioso, que nada tenía que hacer en un manicomio, aparte de estar loco. Otro más allá sentado en un peldaño y fumando desesperadamente un cigarro manoseado. Había también idiotas, debo dejar constância, a esos bastaba mirarlos, y otro grupo que tampoco hacía falta adivinar que eran internos, debido a lo descuidados que eran con su aspecto y a lo repetitivos de sus movimientos. El médico me sorprendió cuando me tomó por detrás y me besó el cuello.

- ¿ Y mi madre ?
- Fue a reconocer al imputado...va a demorar.

Lo que no me gustó fue que me trató como un desesperado, como el degenerado que yo ya había detectado que era. Sin decir agua va me comenzó a tomar por todas partes, a tocarme toda, como un desesperado. Tras sus pantalones sentí un bulto tan duro como si fuese una piedra, una roca, y de nada despreciable tamaño. Hizo igual que en las películas, rasgó mi calzón, me tomó con los brazos y me colocó sentada en su escritorio.

-Estás toda mojadita, puta, me susurró -.

Y yo, intentando demostrar algo de decoro, le contesté que todo aquello era para que dejara libre a mi peruano, que diera gracias, sí, claro, replicó él, sin atender al asunto, y me dijo que yo era una delicia, una mujer infartante, una hembra fascinante, mientras sus manos me recorrían toda. Reconozco que me estimuló a mil el hombre feo, y le pedí que me volviera a tratar de puta, puta, me dijo, prostituta, ramera, agregó, y ahí fue que tuve mi primer espasmo de tanto gusto que me causó la situación.







El primer informe médico no lo hallé muy desfavorable, considerando que en aquellos hospitales públicos pueden aparecer con cualquier dignóstico : “ Episodio violento de orígen psicótico”, pero el médico declinó entrar en detalles mientras no se llevara a cabo una junta de evaluación que estableciera los pasos a seguir. Se estiró en su poltrona haciéndose el bonito y agregó, orgulloso de haberme hecho disfrutar :

- De cualquier modo, es mejor que el paciente permanezca aquí. De lo contrario, vayan sabiendo que afuerita lo está esperando la policía.

El psiquiatra, que a esas alturas ya era historia en mi pasado amoroso, me lanzó una pregunta haciéndose el ajeno por completo a mi. Acaso yo conocía algo más de su histórico alcohólico y de actos violentos. Yo le expliqué que el peruano no era un hombre alcohólico, y por cierto mucho menos alguien violento.

- Lo de anoche fue la consecuencia de un colapso amoroso que involucraba todo su ser.

- Claro, exclamó el médico, transpirando – y me dio una mirada fulminante-, de eso ni dudas me caben.

- Ha de saber – le repliqué para colocar muy en orden mi dignidad- que yo no mantengo relación formal ninguna con ese hombre. Solamente estoy aquí porque el peruano es un hombre que está solo en el mundo.

No voy a negar que me agradó la sensación de comprender que en aquellos instantes mi pretendiente peruano dependía por completo de mi. Ahí estaba el muy altivo, el orgulloso, encadenado al catre de un manicomio, sin que ningún otro ser humano, aparte de mi, pudiese darle una mano para él pudiese librarse de aquella situación. Decidí también sobre la marcha que por ahora lo mantendría así, aislado, y ni sus compañeros de grupo tendrían noticias de él.
Yo era una convencida de que mamá era una mujer muy sabia y experimentada en cosas de hombres, y que ella me estaba acompañando muy bien en esto de hacer concretar al peruano todo su discurso amoroso lleno de buenas intenciones. Yo concordaba que a estas alturas hacía falta mucho más acciones que palabrerías. Sin dudas que yo era más osada que mi mamá en acciones amorosas ocasionales, pero sinceramente aquel peruano era el primero que me hablaba seriamente palabras de amor, frases de pasión, y me planteaba la idea de unirnos para siempre. Entonces, ya sabía que si yo me abría y caía rendida a sus intenciones, el hombre comía y luego se iba, olvidando toda su retórica. Como lo hacen todos, por lo demás. Por el contrario, sabía que si yo lo rechazaba, él no conseguiría apartarse de mi, pues así y nada más que así funcionan los hombres. La batahola de la noche anterior la consideré una acción positiva de su parte, solamente hecha en el sentido correcto, pero nada más, pues de acuerdo a las predicciones amorosas de mi mamá faltaba aún mucho, pero mucho paño por cortar. Aún el hombre se comportaba muy altanero conmigo, muy orgulloso conmigo, como si tuviera pavor a mostrarse débil ante mi. Eso sinceramente no me gustaba. Y los hombres así que no son amansados no sirven para nada a largo plazo. Al poco tiempo ya se andan enamorando de otras, u otros, como sea que aquello sea. Sólo aquellos que saben darse por vencidos y tienen la valentía de humillarse ante una son aquellos que de verdad valen la pena. Todos sabemos lo que un hombre busca cuando se acerca a una mujer. Y está bien, yo ni critico aquella realidad. Ahora, todo cambia cuando salta el corazón y ese hombre es el llamado a quedarse para siempre con una porque una lo ha escogido. Ahí todo cambia el panorama. En esos casos es que tenemos que usar y abusar del tesoro que tenemos entre las piernas y que es cabalmente lo que a ellos enloquece. Como sabemos, en esos casos nunca hay que entregarlo sin medida. Al contrario, hay que hacerlo escacear a cualquier costo. El secreto de la historia, dicha en pocas palabras, sería así : una tiene que posesionarse bien en la situación, ha de conseguir tomar el control del amor, pues


jamás el amor nos puede manejar a nosotras : inevitablemente en tal caso, tarde o temprano lo perderemos para siempre. Efectivamente, no es nada de fácil ser mujer, y mucho menos en mi condición de mujer extremadamente fogosa, compulsión que llaman ninfomanía. He conocido hombres, muchos hombres en mi deseo constante de ser penetrada, tal vez miles de ellos. Si considero un promedio de uno diferente cada dos días en mis últimos 10 años la cifra va por ahí. Aclaro que no me siento orgullosa ni la gran cosa por conseguir aquellos abultados números. Por el contrario, después de un nuevo evento, siento culpa y a veces también lloro de rabia conmigo misma. Es una sensación muy extraña, tengo que experimentar orgasmos todos los días, a veces en el momento menos pensado, y lo hago literalmente con cualquiera, de lo contrario entro en desesperación. Ya intenté solucionar el tema hasta con regresiones a vidas pasadas y con hipnotismo, pero la fuerza del deseo es mayor, siempre mayor. Asumiendo y reconociendo que el mío es un comportamento compulsivo y promiscuo que persigue nada más que un intercambio ocasional de cuerpos, motivado por una obsesión de mi parte, soy conciente que en aquellas circunstancias por cierto que el mío jamás podrá ser un marido convencional. Es obvio que no podré serle fiel en el sentido carnal y literal de la acepción, y él sabe de eso. Y él tampoco lo será. Habremos de pactar, de adecuarnos a los gustos y necesidades de cada uno sin entrar a descalificar ni menos a imponer nada. Al final, independiente a estas aristas tangenciales del futuro vínculo, ambos nos deberemos respeto y fidelidade en todos los ámbitos que ella abarca.
Recuerdo que casi morí de reir cuando el peruano me contó aquello que Dora, la dueña de la casa en que vive, le enrostraba a Sefa en el sentido que ella había quedado fuera de juicio a causa de haberse dedicado a trepar tanto pero tanto con tantos hombres. Y más me reía pues yo conocía de cerca la historia de Sefa, dado que en su época esa mujer fue amiga de mi mamá. Y en ningún caso se ajusta a la realidade aquella imputación, según supe y pude confirmar. Incluso su pérdida paulatina del sentido de la realidad pudo deberse a razón opuesta a la atribuída : Sefa siempre conservó su virginidad. Puede que esa condición de vírgen es la que la terminó traicionando. Eso piensa mi mamá. Puede ser que Sefa cuando fue joven se sentía orgullosa de ser casta, hasta pudo haberse jactado de eso, pero despés con los años aquello sólo pudo habérsele convertido en un problema difícil de manejar, y ya los pretendientes comenzaron a hacerle el quite, pues sin dudas se le fue creando un mito tan grande en torno a aquello, que ya nadie quedó en este mundo animado para desflorarla. Dicen las malas lenguas que Sefa sufría un disturbio que era justamente opuesto al mío : habría sido una paciente frígida que no tuvo tratamento médico. Efectivamente cuesta crer que existan mujeres así, más todavía considerando mi prpio caso, que nada me gusta más en este mundo que ser poseída, y muy poseída. Es más, en estos momentos estoy ardiendo en ganas. Y no lo puedo controlar. Mejor dicho, no lo quiero controlar, de modo que ya vuelvo. Pues muy bien, decía que siempre llega el momento que a las vírgenes ya nadie las quiere, pues su cabeza queriendo o no se convierte en una maraña de confusiones. Y la edad entre otras cosas las deprecia. Mas todo aquello creo yo ellas no lo perciben y haciendo lo contrario a lo que dicta la lógica se comienzan a sobrevalorar. Y mucho más de la cuenta. Entonces los rapaces ya sienten el peso de la responsabilidad en cuanto al acto como a las consecuencias de él, y no se entusiasman. Ya no quieren, no están dispuestos a asumir ese tipo de problemas, a vivir una relación traumática. Ahí comienzan a correr los adjetivos calificativos, y no falta el que nombra aquel vocablo tan temido por todas nosotras : solterona. Ahí pega bien y comienza su difusión para la desgracia de una. Y si hay alguien que tiene reservadas para sí misma todas las tristezas habidas y por haber en este mundo, esas son las frígidas. Se sabe que existen tratamentos para moderar cada uno de los dos extremos, pero el precio en dinero es tan alto, que más vale irse a la vida con lo puesto no más. En fin, yo no tengo la capacidad de entender como un ser humano puede cometer la renuncia de pasar por la vida sin experimentar diariamente la delicia grande de un orgasmo. Aquella liberación física y mental que es la única gratuita de esta vida. Yo francamente mil veces prefiero ser puta. Después de perder una su prestigio de dama, que es lo único que pierde, todo lo que uno adiciona a su vida son ganancias. Puedo entender la renuncia a la fama, a las comodidades, al acumular dinero, a las vanidades, y hasta puedo llegar a admirar ese tipo de dejación. Ahora : desertar a la felicidad, a la salud, a la entrega, eso yo no lo llego a entender. No, no, no, antes que ser virgen, mil veces prefiero ser puta. Puede que no falte quien diga que esto lo digo ahora que estoy envalentonada, sintiendo como no cualquiera siente que a una la quieren, de verdad, no mostrándose ante el otro como uno realmente no es. No niego que todo este episodio me ha levantado la autoestima y me ha colocado en una vida que a veces a uno le parece nada más que un sueño, y solamente espero que se concrete la cosa para el bien, y por qué no, para la felicidad y el futuro de los dos. Y los dos concordamos que eso no pasa por la pareja que ocasionalmente uno pueda tener. Y sobre este asunto de las parejas ocasionales, tengo el conocimiento que tanto el peruano como yo a lo largo de nuestras vidas hemos tenido episodios homosexuales, y con seguridad los habremos de tener nuevamente. Pero aunque me haya costado entenderlo, creo que esta conducta no es es ningún caso determinante en nuestras vidas ni em la vida de nadie. Esto lo hemos conversado detenidamente, y ambos coincidimos en que una vez que uno experimenta y mata la curiosidad, ( a veces una curiosidad mucho mayor que el deseo, estimulada por la prohibición que uno mismo se impone), se pasa a vivir una etapa erótica muy reconfortante y sosegada. Dicho en otras palabras, los dos concordamos en que tener experiencias de este tipo, al contrario de lo que uno podría creer, no es algo determinante ni menos algo definitivo en el futuro erótico y conductual de una persona. Existe un miedo sin fundamentos, un prejuicio muy arraigado hacia una supuesta irreversibilidad de la experiencia. De cualquier manera, los orígenes de nuestras incursiones son definitivamente diferentes ; mientras en lo que a mi concierne yo adoro llevar a cabo todo tipo de experiencias sin ningún tipo de prejuicios, respetando escrupulosamente nada más que los límites de minoría de edad y la capacidad de dicernimiento de las eventuales parejas. El peruano por su parte me confidenció que su incursión en el mundo de estas relaciones se debió a que se terminó de acostumbrar de tanto que se le metían en su cama estando en el psiquiátrico. Al principio cuenta que los espantaba con un rigor inclemente, y no una vez, sino que fueron muchas, muchísimas. Cuenta que una noche mal dormía con una fuerte erección, y llegó a soñar que por fin iba a conseguir una buena y potentísima eyaculación. Así que, bueno, en fin, dise que despertó con su propio estorbo metido en una boca que halló muy caliente. Decidió creer que se trataba de una interna venida del pabellón feminino, aunque en el fondo de su alma sabía que no era ninguna interna, sino que un paciente que le llamaban el Pupi. Eso fue lo que el peruano me comentó, y lo hizo como siempre de una manera que nada más él sabe hacerlo : graciosa de más. Puede que nadie más en el mundo lo encuentre, pero yo al peruano lo encuentro un hombre sumamente divertido y buen gesticulador. Un loco muy conocedor y decidido cultor de la música de su tierra. Yo le he reclamado que existen otras expresiones musicales mucho más lucrativas, que le pueden traer fama y dinero, pues talento para eso le sobra. Y él me queda mirando sin decir nada, como si no estuviese dispuesto a darse el trabajo de argumentar en contra de lo que yo le digo. El nada más me repite que se siente comprometido con la calidad del trabajo, con buscar la perfección de lo ejecutado, y no con el lado fútil, el lado de la vanidad, y mucho menos con el lado de la boludez en pleno. Hubo una vez en Salvador, así me lo narró él, que la prensa estuvo dispuesta a hacer un reportaje serio sobre la música andina, y fue marcado el día y la hora de la primera reunión donde ellos darían a conocer primeramente el tipo de instrumentos que ejecutaban y el orígen de ellos, pero tal reunión no se llegó a concretar debido que hubo tres casos sorprendentes que aparecieron ese día y acapararon la atención de todos los medios : una mujer que era capaz de bailar una canción entera con una gallina viva en la cabeza, con un joven que era capaz de tocarse la nariz con su propia lengua, y la de un musculoso capaz de pelar un coco con los puros dientes y en menos de quince segundos. Esas hazañas hicieron a la prensa olvidarlos para siempre y, claro, no serían ellos que correrían atrás de su propio reportaje. E inundaba su cara con esa expresión de ironía que es tan suya, con esa mirada de burla tan andina. A causa de esse tipo de actitudes, en ocasiones yo le argumento que nadie lo obliga a vivir en un tipo de sociedad que no corresponde a sus expectativas culturales, y él ya me explicó que el tema no pasa por la nacionalidad ni la naturaleza de la sociedad, sino por la aciaga y roñosa condición humana. Yo sigo con la conversa y entonces él hace lo que siempre hace y se va para otra parte para dejarla a una hablando sola diciéndole “ tienes razón”, hasta que la voz se convierte en un murmullo y luego ya no se escucha nada más. Una vez volvió con una reflexión que decía más o menos así : la fama y el dinero, no tengo claro por qué, atrae como moscas a todo tipo de aflixiones mentales, toda clase de disfunciones, tienta la llegada de un variado tipo de tormentos...puede ser por que en el acto entrar a la vida los aduladores, los falsos amigos, los interesados y toda clase de sacadores de provecho que, en conjunto y actuando como actúan, no podría haber outro resultado que el desbaratar la salud mental de cualquiera. Y no lo decía sin un dejo de rencor, como se podría pensar. Esto lo declaraba en forma de una interesante resignación, como si supiera de antemano que esta situación humana aquí o en la China jamás cambiaría. Me aseguró que ya gastó toda su capacidad de concesiones al aceptar interpretar música evangélica únicamente con fines de lucro, y que más mercenario que eso ya era algo que no podría soportar. En este sentido el peruano es un purista, un utópico, un soñador, y yo le contesté sin contemplaciones que también en ese sentido él debía sumar que era un soberano pelotudo, ya que lo mínimo que puede hacer alguien que vive en este mundo es saber adaptarse a las condiciones del mismo. Y vaya que no quise ser más terminante, más definitiva, como por ejemplo hacerle ver que a mi juicio él estaba perdiendo su tiempo pues la verdad es que a nadie le interesa un rábano la música andina, ni su orígen, ni las quenas ni las zampoñas, al menos,claro, por estas tierras. Este hubiera sido un recurso fácil, pero injusto, pues nadie con algo de criterio puede ser rotundo en materia de gustos. Ahora, dejando un poco de lado la teoría, pienso que lo que no puedo hacer de ninguna manera en estos momentos, es dar una aflojada a mis posiciones. Ya mi madre ha sido muy enfática en esto, especialmente si considero que con esta crisis el peruano me ha demostrado que sí, que está entrando en el camino correcto, que una está cansada de tanta conversa y pocas acciones, que está comenzando a saber que si me quiere otra vez tener entre sus piernas será bajo rendición incondicional en el registro civil. Ya soy una completa convencida que para obtener todo lo que una quiere de los hombres no hay remedio : hay que ser dura y despiadada. Yo sé de aquello que nosotras las mujeres queremos encontrar todas las cualidades en un hombre sólo, y los hombres, en cambio, buscan una sola cualidad en todas las mujeres. Se dicen tantas cosas, pero tantas, que una no sabe por cual comenzar a dudar. Este tipo de afirmaciones yo creo que forman parte de la guerra de los géneros, y a mi esa guerra no me gusta nada. Es más, dicen que un par de testículos empecinados tiran más que una yunta de bueyes, y, bueno, es básicamente eso mismo lo que tengo que confirmar con el peruano. Hombres hay

muchos, es cierto, pero hombres de verdad ya se tienen que contar en un número bien más reducido. Y eso se consigue por medio de un ejercicio tan simple como es el ejercicio del descarte. Si de todo el escenario masculino a disposición una descuenta aquellos que no les gustan las mujeres, ya las cifras van cambiando. Si además vamos a deducir aquellos que fingen que sí les gustan, pero que en el momento clave muestran un comportamiento errático y hasta infantil, entonces hay una migración de candidatos todavía mayor. No hay modo de evitar pensar en aquellos que sufren disturbios mentales crónicos con el abuso de licores y también de narcóticos, que nada más saben pensar en sus vícios, y sacando de circulación también a los hombres bien casados, bueno, la oferta disponible se reduce de una manera bastante preocupante. En lo personal, y Dios me perdone, yo con quienes he pasado los peores disgustos en mi vida siempre han sido los borrachos, ay, madre, que borrachos infelices son aquellos que me han tocado, y tanto más por lo que le hacen rabiar y faltar a una o a quienes los rodean. Dios mío, tienen una mente retorcida y acomodada para poder justificar su vicio infame. Con tal de mojarse el hocico con alcohol son capaces de vender la leche que una tiene para darle a los niños. Por cierto que hay borrachos más concientes, que se saben engañarse mejor a sí mismos, y a los demás, pero hay otros que nada más parecen una sombra humana, un despojo social. Hay que cuidarse, y mucho, de ese tipo de hombres. Y no por el hecho de ser puta, no va a tener una el anhelo muy legítimo de formar y tener una familia, y nada me impide dar la lucha con este hombre que, queriendo o no, me parece el más adecuado de todos los que he conocido en serio y que se hayan interesado en mi de esta manera. Tengo la certeza, en primer lugar, que no me va a estar restregando en la cara el hecho indesmentible de que yo soy simplemente una prostituta. Esto, que parece algo menor, pero que no lo es, yo soy una convencida que ese sería un recurso que él, dado su nível de instrucción, no tendría la bajeza de utilizar. Simplemente ya a estas alturas de su sufrimiento, el peruano, encadenado a una cama, ya lo hubiera usado en mi contra reclamando mi presencia para intentar doblegar mi voluntad y rebajarme. Y es que es muy sabido que en situaciones de esta naturaleza lo normal es intentar rebajar a la otra persona, la que se muy rápido se convierte en su peor enemiga al no querer aceptar sus requerimientos. Nunca haría tal de apreciarla y dar una buena lucha por ella con todos los recursos decentes que puedan ser necesarios. Y vaya que nosotras las mujeres de la calle sufrimos mucho con esto de que nos enrostren nuestra condición en cada discusión doméstica, en cada enojo, en cada borrachera. Ay, esos borrachos, ni Dios lo quiera. Yo agradezco a mi madre por haber impedido que yo saliera de casa para vivir en tranquilidad todos mis placeres, como lo estuve evaluanto cuando desperté a mi realidad. Ella me dice que no pude haber elegido un trabajo mejor, más de acuerdo a mis características, pues como ya dije nada me gusta más que gozar como lo hago, de ser penetrada como lo soy. ( Aunque por cierto, si hubiese podido elegir, tal vez nunca habría aceptado este camino tan tortuoso. Nadie me quiere creer que yo puedo sentir hasta cincuenta clímax en un solo dia). Independiente a las condiciones físicas de mis clientes, a todos y a cada uno de ellos yo sé disfrutar, cada uno a su manera. Aunque la importancia de la belleza es un aspecto frívolo, no se puede negar que no obstante es muy importante. Bueno, al menos para mi lo es, que vivo relaciones con tamaña frecuencia. Entonces las diferencias las encuentro en el lenguaje corporal, en las miradas, en las formas, en los tamaños, es decir, en la belleza. Ningún médico me ha podido avanzar cuál será mi comportamiento en el futuro con respecto al mundo erótico. Dios quiera que se me apaciguen los fuegos y pueda dejar de lado este desorden orgásmico, estas ansias incontenibles que aparecen como nacidas de la nada, y que después de ejecutado el acto hasta remordimientos le vienen a una, yo supongo que de la misma manera que le sucede a las personas zamponas después de que se hartan comiendo sin medir las consecuencias. Y una en este oficio también pasa momentos amargos, y eso no se puede dejar de reconocer. Cada una tendrá sus gustos, o más bien sus repudios, y en lo personal lo que más me choca y lo que más me agrede, son aquellos machones que la llevan a una bajo un rigor autoritario que paraliza, con una voz de mando que intimida, fuerte y golpeada, como si se sintieran seres superiores. Pero todo se viene abajo y hasta se vuelve divertido cuando salen del tocador vestidos con ropas íntimas de señoritas pidiendo que una los coma con sus juguetitos preferidos. Simuladores. En esos casos odiosos a mi al menos me sale el tiro en el pié, pues salgo todavía con más fuego de aquel tipo de percances. Otras yo sé que sienten repugnancia por los sujetos retorcidos amantes de la coprofilia. Pero en lo personal es lo otro, el no ser usada, lo que más a mi me humilla.Ya he visto cada hombrón loquito por jugarretas que yo todavía, a pesar de haber visto tanto, todavía me asombran. Ya me han tocado tantas personas importantes, conocidas, caretas, desnudas, desvalidas, humanas, jadeando en mi oído, que en ese aspecto me ha dado la total seguridad que nadie en este mundo es más que otro, por más que se esfuercen algunos por aparentar ser ejemplares. Todos somos nada más que humildes seres humanos. Para mi no existe lo otro. Escondido detrás de la mirada severa de un hombre poderoso, hay muchas veces un pobre mortal de carne y hueso que se revienta de ganas de algo tan simple como dar una buena eyaculada, cortando las huinchas por ejercer un acto tan simple como ese. Detrás de un religioso con pulcras sotanas y solideo violeta puede estar mimetizada una triste alma desquiciada planeando cómo será su próximo ataque erótico en el nombre de Dios a un niño indefenso, o una magistrada muy circunspecta y temiblemente seria firmando una orden de detención contra un inocente y que ella bien conoce de la injusticia de su acto, de su prevaricación, de su maniobra política. Bueno, me parece que es mejor parar de criticar, pues la crítica no es un ejercicio sano para un individuo. Ser vuelve pesimista y hosco. Decía que tengo conciencia que el peruano no es para mi el hombre perfecto con el cual yo soñaba, ni mucho menos, pero debo reconocer que fue capaz de entrar a mi corazón por el camino más obvio y por coincidencia por el menos usado: el de la sinceridad, mostrándose tal cual es, sin recursos retorcidos, sin aquellas mentiras que son tan fáciles de detectar, y por esa misma razón tan decepcionantes.Ahora, uno de sus defectos que más trabajo me da para entender es el de su interés recurrente de hablar sobre temas de alteraciones mentales. Adora observar desquiciados, neuróticos, personas viciosas y hasta personas idiotas. El las observa con inusitada curiosidade. Yo ya le expresé mi opinión en cuanto a su incomún obsesión. Le opiné que su tan vasto conocimiento en ese campo era justamente lo que lo iba a terminar perdiendo, pues su tendencia me parecía contener un serio cargamento hipocondríaco. El me hizo una salvedad, y vaya que yo no conseguí desmentir en el momento :

- Debes fijarte – me dijo – que yo nunca hablo de sindromes de naturaleza incurables o irreversibles.

Es cierto, pues él jamás se había referido a patologías como el síndrome de Diógenes, Alzheimer, el idiotismo o el mal de Parkinson ya diagnosticado, y recuerdo que cuando me habló de aquello con su característica sonrisa satírica siguió denominando que así como secuelas de cualquier tipo de derrámenes, golpes, traumas de orígenes criminales o accidentales, como caída de aviones, aerolitos o meteoritos, piezas o partes de naves espaciales, rayos o hasta partículas extraviadas de estrellas apagadas.
Me confidenció de paso que ya lo habían interrogado en una junta de evaluación siquiátrica muy seria si él ya había establecido algún tipo de contacto con seres extraterrestres. En fin, el le encuentra cierta dosis de gracias a todo esto, pero yo no siento ninguna fascinación por el mundo del delírio, de la locura. Yo no quiero ni saber de comportamientos errantes a causa de eventos hasta ahora supuestamente desconocidos del cerebro humano. Yo me quedo con el hoy y con el ahora y de esa posición nadie me saca, ni siquiera el peruano con sus historias.


Ahora yo pienso :

- ¿ Será que el peruano se ofende por que le digo peruano ?
- ! Pero cómo se te pueden ocurrir esas cosas, mujer !,

Recordó que ya en alguna ocasión el le había mencionado aquello, mostrando asombro, y lo recordó a causa de que aquella frase y su énfasis le parecieron una expresión veterana, de parejas antiguas, repletas de años, ya desgastadas de tanto quererse. El deber que tiene uno de aceptarse fielmente como se es, parece un concepto básico, muy elemental, igual que aquel que dice que no se puede gastar más dinero de quel que se recibe. El problema radica que com mucha frecuencia esos dictados obvios y todo lo que se quiera, no se aplican de manera metódica, de suerte que ahí queda una ventana abierta para que se metan tranquilamente los inconvenientes y los trastornos. Para mi es cierta aquella frase que dice que quien no se acepta tal cual es ya está inmerso en graves problemas.. Por eso yo acepto claramente y sin tapujos que soy una mujer extremamente fogosa y además soy una reverenda meretriz.












En los salones del Hotel Tambaú, se escucha un discurso:

- Digo, demando, me pregunto en mi legítima actitud de inquerir : nosotros, los médicos psiquiatras, gracias a todo nuestro arsenal de conocimientos y a nuestras licenciaturas con respecto al estudio del proceder humano, a nuestro manejo habitual en farmacología con toda una gama de medicamentos para corregir el sistema nervioso cuando se encuentra alterado, y por último, gracias a nuestra experiencia en el trato de toda clase de desviaciones de la conducta, ¿ somos nosotros los médicos seres privilegiados en cuanto a que por las razones que mencioné seamos los llamados a gozar de un sólido y envidiable equilibrio psicológico ? ¿ Somos una casta de privilegiados que vivimos en una incomparable y maravillosa armonía espiritual ? O, por el contrario, debido a nuestro contacto directo y constante con el insondable universo del delirio, de la locura, ¿ es que somos simples mortales debatiéndonos entre enmarañadas realidades paralelas, saturados de contaminarnos con conductas erradas procedentes de incontables vertientes de insanidad que debemos lidiar en nuestro día a día ? Digo, yendo más al interior del asunto en cuestión, intentando dar comienzo al estudio del tema : ¿ Dónde está ubicada nuestra realidad en el espectro de las otras realidades ? La realidad : ¿ es una sola ? O por el contrario, ¿ existe un sinnúmero de realidades divididas en subrealidades ordenadas entre si ? Esto que estamos haciendo de cuestionar, ¿ se trata de un ejercicio hasta qué punto positivo ? Entonces, enfrento y me logro apreciar desde afuera : soy médico psiquiatra y por cierto que yo también me pierdo en el infinito laberinto de las dudas, en el océano interminable de los intangibles propios de aquella mente poderosa que aún no hemos sido capaces de llegar a dominar. Como pueden ver, queridos y apreciados colegas, estamos aquí reunidos nuevamente en este febrero tan nuestro, para confrontar nuestras incertidumbres, para desenredar tantas madejas, para ejercer el acto sublime de confiarnos unos a otros en estos días de reflexión : colegas y amigos, bienvenidos a nuestro congreso anual de psiquiatría. No sobra recordar que estos días serán para nosotros los días en que nos nutriremos y compensaremos para, no cabe duda, llevar una jornada anual más de arduas labores en beneficio de la salud mental de toda nuestra gama de pacientes, acaso somos todos nosotros, e incluyendo, por cierto y añadidura, aquel grueso contingente que infelizmente, no cuentan con recursos necesarios para atenderse con nosotros en nuestros divanes. Pero en esta ocasión los atendidos seremos nosotros mismos, y como ya sabemos, por nosotros mismos. Ahora son días de pensar en nosotros, y después vendrá un año más de camaradería, de atendernos y recetarnos entre nosotros mismos, que somos, sin duda alguna, la punta de la pirámide y ya nadie más podría auxiliarnos em nuestros tormentos. Compartiremos experiencias inéditas y hasta conocidas en el caso de que alguno de nosotros tenga la voluntad de repetir. Identificaremos y clasificaremos nuevas patologías y nuevos tratamentos a seguir para poder combatirlas. Y en consideración que yo fui el indicado para abrir esta ceremonia, quiero orientarlos a prestar atención en un nuevo transtorno que todo indica que ha venido para quedarse entre nosotros: la procrastinación que provoca la ciberadicción. En consecuencia : la compulsión por internet, ¿ es de hecho, mórbida ? Pues muy bien , presten mucha atención, me pongo de pie e hincho mi pecho con orgullo para dar este grito, que en el futuro será recordado por las generaciones por venir como el grito de Loquilópolis: ha llegado la hora de definir con entusiasmo estas nuevas alteraciones y clavarlas con un alfiler en el insectario infinito de los distúrbios. ¿ Es de tendencia saludable cultivar y mantener relaciones virtuales ? ¿ Pueden ser definidas que están dentro de las relaciones reales ? O yendo un poco más allá : acaso las relaciones carnales de naturaleza virtual no son apenas una alucinación que precede a la satisfacción autoerótica ? Sabemos que las fantasías, tratadas como se debe, son positivas y dignas fuentes de legítimo placer. Ahora, ¿ y esas alucinaciones ? Puede relacionarse de manera íntima con personas que están situadas del otro lado de la pantalla, y que uno no tiene el agrado de conocer, y que tan sólo sabe de ella a través de autodescripciones. Esto, repito, ¿ podrá tratarse acaso de una nueva suerte de alucinación ? Muchos de ustedes me podrán replicar que todavía es muy temprano para definir algunas verdades patológicas sobre este desafio. Podrán decir : señores, esto es demasiado reciente e imediato para ser tratado con cierto grado de responsabilidad. Este tema no cumple siquiera ni tan sólo una década. Pues debo adelantarme y manifestar claramente que yo no concordo. Se ha visto, hemos podido determinar que ya existe un número bastante alarmante de ciberadictos, y ni siquiera se ha dispuesto algún tipo de auxilio primario para estos pacientes, y vaya que no tardarán en caer como patos extenuados en nuestros consultorios. Estos son, sin duda alguna, los pacientes potones y chalchudos de este siglo. Pues muy bien, estoy apreciando en toda su magnitud que están escuchando mis palabras con sumo interés, y eso me conforta y alegra. Entonces, reflexionando, pensando en voz alta, y en esto podrán ustedes concordar o no, digo, en fin, me atrevo a preguntar, a inquerir, a testar, Bueno, vamos, pregunto : El mundo cibernético, lleno de personas o características que no existen, de mensajes lisongeros y de origen dudoso, de amores más sentidos por carencia que por convicción, relaciones eróticas sin servirse del tacto ni siquiera com el sentido de una mirada, de amigos virtuales que muchas veces no son más que productos, ¿ no es, a ojos vistos, un mundo de características y de alguna naturaleza esquizofrénica ? Muy bien, por la reacción de ustedes me parece que voy bien, que estamos en sintonía, que mis aprehensiones son compartidas. De manera que les pido sigan acompañando mi raciocínio: en fin, ¿ puede que estos adelantos tan impensados hasta hace un par de décadas puedan afianzarse y acaben siendo muy benéficos para la humanidad, y a la vez inocuo en cuanto a provocar desórdenes. Puede que si. Quiera Dios que así sea. Pero si todo este mundo no acaba siendo tan así de positivo, y algunas personas, por ejemplo, comienzan a recibir correos que en la realidad no existen, pues el contenido ya no fue bien interpretado, o directamente les da por comprender errado el tenor de los mensajes, si no pueden desligar de noche sus ordenadores, comienzan a confiar demás em los halagos que le llegan de extraños, en las herencias millonarias que les ofrece una abuelita de Vancouver, en adquirir tubos infalibles para agrandar definitivamente el tamaño del pene, en oferta de créditos a sola firma de un banco de Nigeria, a enamorarnos de lindas señoritas ucranianas que buscan alguien que las salve del sufrimiento que les infringen sus maridos borrachos, bueno, ahí ya es otro el cantar, es otro el tango, es otra la maroma. Y ahora, mucho ojo con este dato, que no es menor y puede darnos todavía más elementos de juicio: como ya sabemos, los ciberadictos se suman y multiplican em todos los países del mundo, y sin embargo no se han reportado casos que estén actuando a la inversa. Es decir, no existen en los cortos pero intensos anales de la cibernética, casos que indiquen o que reporten la presencia de ciberfóbicos, ni de webfóbicos, ni de fóbicos virtuales. Tal vez lo único registrado en este sentido sea la negación ante su incapacidade de adaptarse que manifiestan algunos ancianos. Ni siquierahay noticias de personas que sufran bloqueos producidos por la presencia de ordenadores móviles o fijos, sonidos de mensajes de conversación digital en línea, de apertura de computador de acuerdo al programa. Nada de eso consta. Lo único que tenemos es el registro de internación de un sujeto que no sufría ningún desorden originado en el ciberespacio, sino no que sufría de una simple y porfiada paramnesia reduplicativa. Es decir, nada más que un error el la formulación de la evaluación. Lo que se ha podido observar en estos casos de rechazo a la computación, es nada más la resistencia de algunas personas, como ya se dijo, por lo general ya de más avanzada edad, de acercarse o hacer uso de esta tecnologia. Quiero volver al asunto del error de diagnóstico : considerando la infinita variedad de alteraciones nerviosas que tenemos a nuestra disposición, um simple equívovo no nos lleva a sorpresa y mucho menos a deslizar críticas al colega que lo cometió. Por el contrario, nuestra tendencia siempre será la de cerrar filas junto a él. Los médicos del alma desgraciadamente somos alarmantemente pocos. Entre nuestros colegas de profesión, galenos de otras especialidades, y que no dudan en mofarse com o sin intención de nosotros, tratándonos de loqueros, napoleónicos o equilibristas, y ni se toman la molestia de cuestionarse que tal vez para ser médicos psiquiatras les faltaron huevos, porque, señoras y señores, nuestra especialidad es escencialmente virtuosa, valiente, y muy especialmente, generosa. Muy bien, queridos colegas. Me está gustando gustando esta manera distendida de abrir esta presentación, especialmente el hecho que soy yo el que hablo y son ustedes los que escuchan. Bromitas aparte, quiero aprovechar esta oportunidad para convidarlos a repasar un tema que en lo personal me fascina mucho: el tema de las enfermedades masivas, la demencia de las masas, o la consciencia colectiva, como quiera denominarse. Aprovechemos que nadie está aqui para oir ni para decir verdades nuevas ni absolutas, repasemos : ¿ acaso el Pueblo japonés entero, hasta antes de la caída de las dos bombas, no estaba em situación de delirio ante la certeza absoluta que ellos tenían de que su emperador era de hecho un ser divino e infalible ? Y cuando la realidad les llegó de sopetón y tan trágicamente : ¿ qué secuelas pudo haberles quedado de la enorme decepción ? ¿ Qué trauma quedó después de caer tan feo en aquella realidad venida del cielo como dos flashes luminosos ? ¿ Hubo un sentimento de negación, de depresión, de horror ? Hay muy poca literatura que en este sentido oriente haya traspasado para nosotros, solo a grandes rasgos que muchos se refugiaron en el budismo. Ahora lês pido disculpas, pues soy conciente que no estamos aqui para recordar aspectos tristes de nuestra historia. Por el contrario, hemos venido para estudiar y compartir experiencias, para escuchar y ser escuchados... ¿ escuchar ? je, esto, claro, es nada más que un decir, por que ya tenemos meridianamente claro que nos debe importar un comino el contenido específico de los problemas, y así seguirá siendo, de lo contrario estaríamos completamente contaminados, saturados de desordenes y de ideas torcidas, de codornices pensadoras y toda classe de alambres pelados. Imaginen aqui ustedes los recién egresados cómo sería una mañana de consultas : entra uno que habla de su convivencia magnífica con los marcianos, después otra con el síndrope de Capgras que cree que su marido ha sido suplantado por un impostor y se niega terminantemente a dormir con él...( aunque ese síndrome a las mujeres aburridas les viene magnífico fingirlo), risas, luego entra uno que siente un pavor tremendo por los perros verdes, y más tarde una señora que no puede reconocer a los conspiradores de una armazón celestial, cerrando el círculo de la mañana un presidente que se cree revolucionario y que afirma que los yankees le inocularon una enfermedad incurable, imaginen no más al orate hablando, con dos gorilas armados custodiando la puerta de mi consultorio, supongan que yo le cuestionara sus ideas al paranoico, que intentara encaminarlo, vean nada más señores recién egresados que nosotros nos involucráramos en toda esa mierda, digo, en toda esa problemática. Entonces, cabalmente por ese procedimiento que utilizamos de no envolvernos, es que estamos preservados de toda perturbación, somos nosotros, el grupo selecto de personas cuerdas, aplausos , el cerrado círculo de la sabiduría compuesto por nosotros y tal vez por psicólogos, gracias por los aplausos, nosotros, en fin, que somos ni más ni menos quienes hemos logrado sostener la cordura de la humanidad por sobre cualquier contingencia pasajera, si, ! nosotros ! , ( ovación ), pues es una tremenda falacia que son los filósofos los que sostienen la realidad. Aplausos y ovación. Gracias. Volviendo a lo que íbamos, y como pueden apreciar, queridos colegas novatos que entre nosotros se encuentran, es imposible involucrarse ni así tantito en tanto tema deschavetado. Imagínen no más oir a ese presidente sus cuentos de sedición, e involucrarse y entrar a contrariar lo insensato de sus apreciaciones. Quedaríamos nerviosos y extenuados, ¿ cómo y en qué condiciones emocionales ? Resulta claro que no se darían esas condiciones mínimas para continuar nuestra jornada de trabajo... ¿ estamos de acuerdo ? Pues muy bien, ¿ tenemos por aquí algún médico recién recibido que quiera manifestarse ? ¿ Alguien tiene alguna duda de que nosotros no escuchamos ni podemos escuchar a nuestros pacientes ? -

- Diga usted, joven colega.
- Yo quisiera conocer si esta práctica de no escuchar, que por cierto la comprendo, constituye algúna suerte de trasgresión a la ética profesional.



De ninguna manera, estimado joven, pues en ningún caso hemos jurado que somos nosotros receptores profesionales de ideas torcidas. Simplemente dejamos que el paciente busque por sí mismo sus propias respuestas. Nosotros no somos consejeros. Cuando detectamos alguna alteración manifiesta, simplemente debemos medicar. Y así vamos por este mundo, venciendo años, décadas, descubriendo nuevas disfunciones, soluciones para ellas, y com nuestros grandes aliados sin conseguir librarse de los prejuicios sociales, de la discriminación : los nobles y nunca bien ponderados medicamentos. Ellos sigen siendo mal mirados, siguen cumpliendo su papel de villanos en nuestro círculo. Ellos cada vez más acorralados, más controlados. ¿ Y por qué villanos ? Porque no falta quien descalifica a priori a las personas usuarias. ! Qué sabes tú ! , enrostran, ! Tú, que tomas remedios controlados ! ! Loco ! Y vamos siendo más francos todavía y no dejemos pasar el hecho concreto y definitivo que existen muchos químicos farmacéuticos con una tremenda carga hacia la gracia, hacia el chiste, hacia la tomadura de pelo. Entonces les basta dar uma rápida leída a la receta que uno prescribió, para mirar a los ojos a nuestro paciente, y preguntarle por nada más molestar, socarronamente,

- ¿ Está muy agitado, mijito ? –

Otras veces cuando el paciente es una mujer bonita les tirita la quijada de puro gusto, se dan una vuelta con la receta en la mano como asegurandose que no hayan moros en la costa y también como si en lugar de una receta tuvieran en sus manos um cartucho de dinamita a punto de hacer explosión, y les dicen a las muchachas :

- Cuando quiera yo mismo le rompo el bloqueo, mi amor”.
- ¿ Qué ? dicen ellas, alarmadas.
- Que cuando desee le desbloqueo la receta, señorita, disimulan ellos.

- Yo sé que hay químicos que preguntan irónicamente si por acaso el señor escucha muchas voces simultáneamente, o en qué idioma hablan los marcianos, o si lo tiene inquieto la tremenda cantidad de jirafas que se están metiendo por las chimeneas. Es cierto, vamos a reconocer, hay veces que los químicos farmacéuticos se botan a la payasada. He oído que en ocasiones, y sin ninguna piedad hacia su prójimo, en el momento que el paciente le hace inocentemente entrega de la receta, ellos le salen con la divertida historia que “ ya no se están fabricando estos remedios”, o que “están descontinuados”, para nada más disfrutar la cara de angustia del usuario. Para mi sorpresa estoy viendo entre nosotros rostros incrédulos, como si no se convencieran que este grupo profesional de los químicos cuando no es burro es picarísimo.. Imaginen ustedes nada más : ellos tienen acceso a todos los remedios, a todas las drogas, y a las posologías. A los químicos farmacéuticos les basta dar una mirada a la receta para saber en qué anda el portador, cuáles son sus males, qué molestias los están acosando. En consecuencia, hay algunos sumamente osados y de comportamento, vamos a decir, sórdido. Entre ellos la automedicación puede ser muy abundante. Hasta se podría decir que hay casos que ellos no viven la vida, sino que viven las grageas que están tomando. Voy a contar una infidencia, sin nombres, claro : uno de estos profesionales, que es muy amigo mío, llegó a mi consultorio completamente conturbado y a la vez angustiado. Y él sabía perfectamente dónde radicaba el origen de su desgracia, pues había abusado de un sinnúmero de psicotrópicos y estimulantes, y había abusado tanto, que el hombre practicamente llegó al extremo de olvidarse de sí mismo, de sus características de personalidad, de su determinación, hasta de su correcta higiene personal y de proteger su prestigio. Me contó que cayó hasta el fondo del pozo, hasta cuando ya las drogas no le hacían efecto, al menos no el que ciertamente deseaba. Tuve que internarlo, y durante varios meses, para que pasara por una dolorosa desintoxicación. Debo confesar que él ya nunca más volvió a ser el mismo. Se volvió un hombre un tanto menso, lento, demorado. En este caso el desenlace fue triste, muy poco alentador. Voy a tomar un vaso de agua antes de cambiar de tema, que esta conversa se fue para un lado que me ha dejado triste. No, no estoy llorando, es nada más que un recuerdo amargo. Voy a dar un giro en esta conversa. Bien, vamos para allá. Quiero dejar um tema flotando entre nosotros para también sea conversado. Me parece que el tema que voy a insinuar puede darnos un sabroso colóquio, y es una pregunta, una simple pregunta : para ustedes, colegas : ¿ quién se esconde tras una vestimenta estrafalaria y tras una apariencia producida para llamar la atención ? ¿ Un genio ? ¿ Un idiota ? ¿ Un acomplejado ? Espero opiniones de los presentes...vamos a animarnos a iniciar nuestro desembuche anual. Mientras se dan ánimos, les cuento que yo alguna vez le traspasé esta reflexión a mi hermano que es oficial de la policía. Mi hermano no es liviano de opinión, sin embargo es rotundo y perentorio. Esa gente está mal de la cabeza, me opinó, sin dejarme espacio para refutar. No tienen nada en su personalidade que los distinga, de modo que se fabrican accesorios para usar el recurso de la apariencia para llamar la atención. Se hacen trencitas, moños, te tiñen los pelos, se colocan aretes, exageran en los tatuajes. Apenas pude, recuerdo que le que le comenté a mi hermano que bien podría tratarse de artistas, músicos o bien hombres de letras. Pero él se obsecó com la negativa y ya nadie lo sacó de su opinión.

- No, no, no, nada de artistas, esa gente está fallada de la cabeza y punto. En el fondo, y no hay más vueltas que darle, son simples simuladores.

- Esta es una opinión más, por cierto, pero la he sacado a colación para que de una vez nos animemos y demos inicio una interacción entre nosotros, un diálogo, un relajo de comportamiento, para dar rienda suelta a nuestras fantasías, vamos, liberémonos, purifiquémonos, demos inicio a nuestra catarsis anual.

Y poco a poco se fueron revelando las intervenciones de los colegas, de los galenos, de los expertos en los asuntos del alma. Uno dijo :

- Pues yo voy a dar un punto de coincidencia con su hermano el oficial, pues yo también considero que hay una alteración psíquica en esto de llamar la atención cultivando las apariencias. Ya vi alguna vez alguien con un niple de cañería insertado en el lóbulo.
- Pero en esto de las apariencias hay casos que llaman la atención y que sin embargo no se deben considerar en este ámbito, como puede ser, por ejemplo, el caso del travestismo, cuyos cultores me parece que no buscan diferenciarse del resto, sino que buscan lisa y llanamente machos machones.
- Ni tan machos, colega, mire que yo manejo la información que justamente los travestidos son los que cubren el papel activo en los encuentros. Mire usted que paradoja curiosa.
- Curiosísimo. Bueno, de cualquier manera está ya establecido por los organismos mundiales de salud que las relaciones íntimas entre personas del mismo sexo no constituye enfermedad ninguna.
- Claro que no constituye enfermedad, saben lo que realmente es ?
- Me gustaría saber su opinión...
- Una delicia, eso es lo que son, especialmente las femeninas. ¿ Ya asistió a uno de esos encuentros, colega ?
- Como se rie usted doctor, se rie que da gusto.
- Ya comenzaron con la soltura de trenzas.
- Doctor Froid, yo comparto y reconozco que usted debe estar muy contento en esa escena de regresión a su niñez, pero con todo respeto le pido que deje de columpiarse en las cortinas, mire que son de seda natural y pueden rasgarse. Mantengamos el orden, por favor.
- Sucede que el Dr. Froid mantiene una fijación con la seda natural, pues está hecha en Tailandia con insectos en etapa de metamorfosis, y esta combinación de hechos lo fascina a más no poder, y digo que le fascina para no decir que lo enloquece. De modo que tal vez tampoco estamos en un caso de regresión, porque se trata que es un apetito desmedido que le viene cuando entra en contacto con este elemento, más todavía con estos calores, que da la casualidade que la seda natural es muy temperante. No se preocupe, doctor coordenador, que esa seda aguanta, y muy bien, los 90 kilos de balanceo del doctor Froid.
- Me está gustando esta sesión de catarsis, sin embargo, me parece que cruzaré esta vez una y mil veces la frontera entre lo real y lo imaginario. Mira lo que te digo.
- Doctor From, ¿ pero qué es lo que le sucede a su señoría, que roe sus uñas de una forma tan desesperada ? ¿ Lo tienen alcanzado los nervios por alguna razón ?
- Sí, claro, basta ver lo que están haciendo, una vez más, estos verdaderos pájaros de cuentas que se dicen galenos pero que su comportamiento me sugiere que estamos frente a una tropa de alineados.
- Es la tan necesaria catársis, doctor. Vamos a intentar ser un poco más tolerantes.
- Pero mire no más al Dr. Young fingiendo que se encuentra en una ceremonia donde se le ejecuta en una supuesta orca situada en una plaza pública, mire usted como ha repetido esa frase “ yo fui el que disparé al payaso por que le tengo terror a los payasos de circo, siempre les tuve pavor, de modo que merezco que me ejecuten...por burro” Todo eso se encuentra nada más que en su universo desvariado.
- Lo que es yo, no quiero saber nada de desvarios. Por el contrario, una vez terminado este congreso, me voy a pasar unos dias tranquilos y felices con un amigo conocido como el Gallego, de Sergipe, y que tanto él como su família son gente simple, pescadores, y tan natos, que aunque a los presentes les cueste creerlo se sumergen en el pantano y pescan bagres con las puras manos, y les arrancan los espolones con los dientes. Es una cosa increíble. Dicen que rápidamente cavan un agujero en el fondo, ahí se mete el pez, y lo atrapan con una sapiencia de otro mundo...
- Pero que cosa más aburrida me parece aquello de los pescaditos...
- Pues yo en este caso discordo. Encuentro muy interesante y ecológicamente correcta la acción del doctor Yung de pasar unos dias en el campo purificando su mente al lado y en compañía de esos trogloditas.
- ¿ Trogloditas ? Nada de eso, son personas muy simples, buenas, temerosas de Dios, y conocedores privilegiados, además de los pantanos, del mundo de los duendes. Y escuchen bien, desconfiados, vayan sabiendo que existe un potencial inestimable como elemento terapéutico en el conseguir un buen contacto con los mentados y nunca bien ponderados duendes del campo, aquelos seres luminosos desprovistos de todo desorden. Señoras y señores, ! Se siente, se siente, la gnomoterapia está presente ! Aquí tenemos la última novedad en terapias de apoyo, que se suman a otras como la aromaterapia, la cromoterapia, terapias florales, hipnoterapia, musicoterapia, psicoterapia, la biodanza, la equoterapia, el psicodrama, la hipnósis y tantas otras que actúan en nuestro auxilio y a favor de nuestro bienestar y a disposición de tanto sujeto perturbado. Es una lástima, una verdadera pena, hago la salvedad, que los únicos que no podrán beneficiarse con ella son los que sufren de incredulidad, los escépticos, los agnósticos y los ateos, pues si no han sido bendecidos con el don de la fe en Dios, menos tendrán la fe para amar, respetar y desde luego entrar en contacto con el maravilloso mundo de los duendes. Hasta la presente época, este recurso terapéutico estuvo restringido al beneficio de un grupo selecto de personas, de privilegiados, de talentosos, a la elite : actores y actrices de cine y de televisión, cantantes famosos, presentadores de programas de sorteos, modelos internacionales, comerciantes de narcóticos ilícitos, deportistas de alto rendimento, notarios, conservadores de bienes raíces, accionistas y especuladores. Ahora la gnomoterapia se democratiza y llega a toditos ustedes, burros de carga, funcionarios, pasajeros de omnibuses, gentes que ven los precios de los productos en los supermercados, personitas miserables sujetas a límite de gastos, de presupuesto y hasta de crédito, todos ustedes ahora podrán aceder a la gnomoterapia. Ahora bien, y en esto debemos ser muy enfáticos y claros, los indigentes seguirán marginados. Automarginados, como dirían algunos críticos a este segmento demográfico. Los más atorrantes, los viciosos, los desempleados y los que son víctima de tiranías desgraciadamente seguirán fuera de toda esta revolución.
- Pues debo ser honesto y declarar en este acto que yo nunca he oído hablar de gnomoterapia, sin dejar de reconocer que ya alguna vez estuve cerca de aquella realidad de gnomos y duendes. De manera que en estos momentos procuro no caer en el camino fácil de declarar unilateralmente esta novedad como una lesera más, o, mejor dicho, decir que puede tratarse de una alternativa fuertemente dudosa en cuanto a su veracidad. En consecuencia, quiero expresar a mi estimado colega Dr. Down, que me inscribo entre quienes tenemos interés, y mucho, en conocer más de este nuevo auxilio profesional que han denominado gnomoterapia.
- Ay, mi Dios, tanto le avisé al Dr. Froid que no se balanceara en aquellos cortinajes. Miren nada más cómo ahora que ha caido de bruces...sonó como un tronco seco, seguro que se ha partido el espinazo.
- Se está levantando, no aconteció nada de malo, gracias a Dios.
- Se ha tratado de una más de sus chambonadas. Doctor coordinador, le solicito que tome las providencias para que el daño producido al cortinaje sea abonado directamente a la cuenta del Dr. Froid, y que de ninguna manera vaya a convertirse em um daño cubierto a prorrata. Dr. From, por favor...! pare con eso de morderse las uñas!...! Parece un loco a punto de estallar! ! Oh !, disculpe, ni quise decir eso, bueno, en fin, yo también soy nervioso, y no dejaré de decir lo que pienso : y digo que ese modo de roer sus uñas denota una inseguridad en si mismo de las peores. ¿ Acepta usted que le recete algún benzodiazepínico ? ¿ Acaso siente un ardor en la boca del estómago ?
- Dr. Down, el señor está muy alterado.
- ! Es que me vuelve loco este jetón com sus uñas ! ! Me saca de mis casillas !
- Suponiendo que usted tenga casillas, y no es por nada, pero a mi me late que usted hace añadas se salió de sus casillas y nunca más volvió a entrar en ellas. Y voy a hablar por que quiero hablar, y voy a abundar en detalles, me parece que esto le aconteció desde aquella época que perdió a su pacientita, aquella que le decían la Disputada, y que era portadora de gerontofilia, y que usted la sanó con hipnosis y regresiones, con la idea de que ella le mandaría otras pacientes con la misma sintomatología y con la astucia de que les sacaría su provechito antes de darlas de alta. Pues no le resultó, pues yo sé que nunca más se volvió a encontrar con una gerontofílica. Eso, sin duda alguna, y conociéndolo como lo conozco, tiene que haber socavado su mal fundada autoestima, basada apenas em su capacidad y encanto para atraer mujeres. Y mujeres jóvenes, para mayor entendimiento. Es claro entonces que su autoestima se ha vuelto muy vulnerable al tiempo que cada año que pasa nos ponemos así tantito más feos, un poquito más deformes, algo más obesos, hasta comprender que ya las muchachas nos esquivan hasta la mirada. Ni siquiera una sonrisa nos regalan. Triste, ¿ no le parece ?
- Claro que no me parece triste, pues es lo natural. En ese caso hay un tema de edades no asumidas que habría que estudiar...
- Usted no muda para nada su estilo provocativo y confrontacional, y ahora soy yo quien una vez más le recomienda que se lo haga ver. Esa agresividad no me parece que evolucione. Hasta soy capaz de reconocerle que cargo un temperamento a veces neurótico y explosivo, pero nunca como para caer, ni de cerca, en la infidencia, como lo está haciendo usted. Mire usted que de mi parte yo ni le recuerdo aquella paciente que usted atendía de perversión masoquista, aquella conocida como la Ojoentinta , y cuando en alguna sesión caía en el histerismo, usted le daba como tambor de carnaval con una toalla mojada en la cara para que se calmara. Para que vea, vaya sopesando que yo tengo muy buena memoria, pero jamás practico la delación. ¿ Cree que yo no podría taerle a su memória cómo usted solucionaba la calentura que le venían a la pobre a raíz de sus entusiastas toallazos ?
- Dr. From, no hace falta que usted me queme delante de los demás, que aquí se puede inicira una espiral de acusaciones que puede hasta llegar y terminar en los tribunales. Lo convoco a terminar con asuntos personales antes de que crucemos el límite de lo razonable y de lo prudente.
- Pero si aquí no hay nadie más escuchando.
- Sí, pero quiero que sepas, y muy bien, muy clarito, que yo recuerdo muy bien cómo también le sacabas su provechito a tu masoquista.
- Sí.
- Dr. From, me gustaría saber qué hay de cierto en aquellos decires que dicen que usted ha realizado muchas regresiones a vidas pasadas em estos últimos tiempos...coménteme por favor.
- ¿ Y la ironía que denota su rostro, Dr. Down ?
- ¿ Yo?
- Bueno, no me interesa. Lo que le puedo contar en que ya no hago regresiones a vidas pasadas, practica que por cierto yo respeto con mucha firmeza. Lo que estoy realizando ahora, para que usted lo sepa, es lo contrario, son avanzadas profundas a vidas futuras.
- ¿ En serio ?
- Por supuesto, no le quepa la menor duda.
- Oiga, puchas, que tema tan novedoso.
- Sí.
- Estoy anonadado.
- Sí. Sucede que en el tema de regresiones a vidas pasadas, y ahora veremos si entiende la sutileza, lleva usted a mucha gente a su pasado en la realeza, en las cortes, em círculos artísticos europeos, y muy pocos sujetos con las manos metidas en la tierra para desenterrar una yuca, o para aporrear ropa en el río.
- Indios.
Bueno, si, entre otros grupos, esclavos, combatientes derrotados, navegantes al garete, aventureros anónimos.
- ¿ Sugiere una suerte de tendencia al delírio de grandeza de los regresados ?
- Bien, yo más hablaría de complejos de inferioridad. Este me parece un diagnóstico más acertado. En cambio, los avances a vidas futuras, al no existir el futuro, lleva a una solución mucho más vaga y rápida, por obvia falta de literatura al respecto.. Es claro que esta debido a la falta de imaginación de las personas en general, y de los pacientes en particular..
- Me gusta cuando le entra el ánimo, Dr. From. Como que se le calman los nervios y le entra la paz al cuerpo ! Si hasta se olvida de sus uñas. No cabe duda : usted nació para ser sabio competente...
- Dr. Down, quiero aclararle con mucho cariño que a mi no me gustan ni un poco los halagos. Puede que lo mío se trate de una deformación profesional, pero yo advierto en los halagos un poderoso anuncio herramienta de formación de hábitos manipuladores que me provocan un profundo rechazo.
-Miren nada más de nuevo al Dr. Froid a sus anchas corriendo por los jardines del hotel cazando mariposas armado nada más que de un matamoscas...y cojeando debido a su reciente caída.
- Habremos de convenir que el Dr. Froid se está divirtiendo como nadie em este simpósio, abstraído por completo de sí mismo. Y así tiene que ser, sostengo yo, pues la idea de estos congresos es descansar, distraerse y no sentirse vigilado ni mucho menos juzgado.
- Miren nada más quien há llegado...! pero que grata sorpresa! El famosísimo doctor Pinel.
- Hola amigos y colegas, es un grande placer verlos.
- Si ya hasta había pensado que usted no vendría esta vez, Dr. Pinel. Qué alegría que se encuentre entre nosotros prestigiándonos con su tan ilustre visita.
- Gracias, aamigos. Siempre es muy bubueno encontrarse entre cocolegas. Cocomo pueden apreciar, totodavía no me puedo lilibrar de mi tatartamudez.
- Nonosotros tampoco hehemos popido. Estamos eempate
- Uuyyy como me hace reir usted, doctor Pinel, a usted no se le pasa lo chistoso. Cómo es de feliz y bienvenido compartir con usted, siempre con la ironía en la punta de la lengua. Como dicen en el campo, “ usted es fácil de quererlo”.
- Sin caer em la falsa modéstia, me parece que no merezco tales cucamonas. Yo uso el humor nada más que como una técnica de sobrevivencia. Y la mía, pueden creerlo, es una actitud escencialmente egoísta. ¿ Qué sería de nosotros, médicos del alma, si no contaramos con la gran terapia del humor ? Recuerden que usar el sentido del humor con personas que padecen fobias, neurosis sexuales, obsesiones o ataques de pánico puede resultar muy útil como terapia de choque para abrir el camino hacia el problema que provoca el síntoma.
- Dr. Pinel, yo soy el Dr. Yung, y no nos conocíamos. Yo quiero aprovechar esta ocasión y su miniclase magistral para felicitarlo por sus fundamentales aportes a la psiquiatria. Usted es el padre de la psiquiatria...imagínese que usted fue quien trató al mismísimo Napoleón Bonaparte. Además puedo adivinar su cercanía a la fascinante logoterapia.
- ¿ Quién es este jetón de Yung ?
- Me extraña que no lo conozca, Dr. Pinel. ¿ Acaso el señor nunca ha entrado en el método de avanzadas a vidas futuras ? En ese caso habría de conocerlo, pues el Dr. Yung ha sido muy decisivo en el tratamiento humanista de los pacientes y en la inerpretación de sueños y visiones.
- Bueno, bueno...podemos decir muchas cosas, pero los invito a practicar la honestidad intelectual y reconocer que todos, en el fondo, somos discípulos suyos, Dr. Pinel. Si hay un ejemplo en nuestra historia de sensibilidad y amor al prójimo, este es usted, doctor. ! Pido un aplaudo para él !
- Con el debido respeto a tanto luchador anónimo que hay en este mundo, claro.
- Justo. Y bien, cabalmente ahora en pleno siglo 21 se está librando una lucha antimanicomial en varias partes del mundo, para terminar con aquellos verdaderos centros de olvido y sometimiento.
- Con todo respeto y con mucho cariño les pido por favor que cierren sus picos, que parecen gallinas cluecas hablando tantas leseras juntas.
- Yo, en lo personal, me siento defraudado y humillado por el aquí presente Dr. Pinel.
- Evolucione, por favor, Dr. Yung, hasta le reconozco que hemos caído en la conversa opaca, lisonjera. No se preocupe que un rato más volveremos a perder el sentido de la realidad y ahí crearemos, muy rápidamente, uma realidad paralela para por fin volver a la normalidad.
- El único que aprovecha cada minuto de su venida y en toda su dimensión es el Dr. Froid, como siempre un maestro en todo lo que es psicoanálisis. Además se spstiene em los medios que yo frecuento, em Viena, que además del psicoanálisis, ha sido Froid el verdadero padre del sistema de la llamada Progresión, y no “Avanzada”, a vidas futuras, y justamente por eso muchos proencarnados se encuentran entre nosotros em nuestro tiempo. De cualquier manera, es un gusto ver cómo da rienda suelta a todo su subconciente y a su inconciente. Miren nada más cómo se ha trepado em el segundo piso a iniciar en aquellos balcones sus tardes de biodanza. Deduciendo que por ese maillot que ha vestido, y esas zapatillas con punteras de baile, sin dudas interpretará el ballet El lago de los cisnes. Curioso cómo aprovecha de alongar su musculatura mientras al mismo tiempo que hace las conexiones de los parlantes para soltar la música de Chaikovski.
- Yo no me preocupo con las actividades diurnas Del Dr. Froid. Son inofensivas, por decirlo así. Ahora, cuando caiga la noche, ahí si va a comenzar un desenfadado carnaval de concupiscencia. Acuérdense de mi : el Dr. Froid de cualquier manera le va a romper el bloqueo a la doctora Natalia Dinatale, que ahí se encuentra, pues ya los vi marcando un encuentro...está muy linda esa doctora...
- ¿ Por qué se perturba, Dr. From ? Le advierto que su boca de pronto se volvió una fiesta de saliva...
- Le va a romper todito el bloqueo...! qué cosa !
- ¿ Dr. From ?
- Y por otra parte a la doctora Virginia Farjat le va a hacer uma terapia de entrada que me deja alborotado de puro imaginarla...
- ¿ Doctor ?
- Y a la asistente de ella le va a desomatizar todos esos dolores e hinchazones que ella siente en las caderas y en las inglês. “ Es que usted somatizó la falta de estímulos adecuados”, le habrá dicho el Dr. Froid, conociéndolo. Este doctor es mi héroe, es mi ídolo.
- Dr. From...usted está muy agitado.
- ¿ Estoy ?
- Ni lo dude.
- Estoy agitado, debo reconocerlo, y debo concluir entonces que es posible de que yo haya estado reprimiéndome en el ámbito erótico. No tuve tiempo de percibirlo.
- Pero, doctor, usted, un hombre con tantos estudios en el cuerpo, ! oh !, mejor dicho, en la cabeza, no es posible que un hombre a su nivel esté sufriendo un mecanismo de represión de orígen psíquico.
- Bien, le pondremos coto de inmediato a este asunto. Gracias a Dios no hay mal que por bien no venga, y yo cuento con la absoluta seguridad de que el doctor Froid en persona estará encantado de ayudarlo a evolucionar esa represión suya.
- Es obvio que el no va a estar disponible para aquello. El viene a descansar y a desconectarse.
- Nada de eso. El doctor Froid odia los extremos. El ocupa todas las mañanas de su vida al trabajo psicoanalítico. Y él ha aclarado que lo hace no tanto por rutina, como por la necesidad de mantener siempre um cable a tierra. Voy a marcar para primera hora su consulta con él. Mire nada más que fácil, es cosa de ver su agenda y anotarse en el lugar disponible. Nada de secretarias.
- Pues le quedaré muy agradecido.
- Lo siento, doctor From, tendrá que quedar para pasado mañana, pues el doctor tiene un compromiso temprano. Va a salir del hotel a las seis y media de la mañana.
- ¿ Adónde podrá ir a esa hora ?
- Aquí está anotado : va al Hospital Psiquiátrico del Estado de Paraíba.








A las seis y media de la mañana en punto, ya con un sol poderoso encima del horizonte, el doctor Segismundo Froid hizo su salida del hotel Tambaú acompañado de dos fornidos funcionarios del nosocomio estatal de Paraíba. Debido a la indumentaria que vistió para evitar los efectos devastadores del clima caliente, casi nada identificaba al serio y respetable médico austríaco que se conoce por fotografias. Tal vez nada más que por su rostro serio, blanco y barbado y su habano en la boca que eran rasgos efectivamente de él. En cambio sus bermudas con bolsillos laterales, la polera blanca de algodón, y las sandalias de colores le daban no tanto un aspecto médico como si el de un de turista, un capitalino caído del cielo para ser cazado y hecho blanco fácil por engañadores, teatreros o simuladores profesionales en hacerse la víctimas de tragedias para en el nombre de Dios sensibilizar a los ingenuos y recibir un buen dinero de caridad, candidato fijo se presentaba el doctor Froid en la calle. Tal vez por esa razón y no por otra fue que, y como todo investigador que se precie de tal pidió que antes de llegar al hospital lo llevaran a dar una pasada por el mercado central de João Pessoa, lo que se cumplió siguiendo de largo por la avenida Presidente Epitácio hasta bordear la Lagoa Park en el centro de la ciudad. El doctor se extrañó de no ver un solo indicio de pobreza sudamericana en todo el largo recorrido hasta el lugar de llegada. Pero ya en el mercado el panorama en ese sentido experimentó un cambio. Había algunos borrachos trasnochados buscando algo para comer entre los produtos en mal estado y ya descartados que los amontonaban en las veredas, y a otro que escarbaba y comía dirtectamente desde un tambor de basura. Pero era my temprano y aún los mercaderes no sacaban a vender los pájaros enjaulados, ni los interminables chorizos de tabaco fresco, las mil y una yerba milagrosa, los racimos de bananas azules, los loros desplumados, los chivos flacos ni los frutos de caju colorados. En aquella hora era posible ver muchos camiones ya descargados pero nada más. El doctor Froid les insistió retornar a una hora más prudente, a mediodía, antes de retornar a su hotel y donde se desarrollaba el congreso.
Ya en el hospital, haciendo un recorrido minusioso por todas las alas, el doctor Segismundo se llevó una sorpresa al detectar un paciente que se hallaba encadenado en su catre de fierro. Aunque visiblemente dopado, al doctor le pareció que el enfermo lo reconoció de verdad y sin sorpresas, aunque lo confundió de nombre :

-Karl Marx – dijo, intentando identificarlo-.

El Dr. Froid por supuesto que se interesó todavía más por el enfermo, que mostraba un tipo de facciones del rostro que él en Viena ni en ninguna outra parte jamás había visto.

- Usted está confundido- le dijo- Yo soy Froid, Segismundo Froid.

Da para suponer que el interno encadenado era el mismísimo peruano de la zampoña, sedado, disminuído, más dócil, pero era el peruano internado tras protagonizar una gresca descomunal a causa de sus pasiones inconclusas con la negra Daiana. El Dr. Froid siguió ocupado con él. Se quedó de pie junto al postrado, observando alternativamente a él y a la ficha clínica que se hallaba colgada en el catre. El doctor no se resistió, tomó la ficha y la repasó com honesta y verdadera atención. La devolvió después a su lugar y se dirigió al peruano de una manera suave, aunque perentoria :

- Y a ti ; ¿ Por qué te tienen aquí ? – le preguntó-
- Ya ve usted- le dijo el peruano-. Por ejemplo, ahora, en menos de un minuto estoy siendo atendido por un médico de fama universal que ya murió hace más de cien años. Aparte de eso. Bien. Y ahora, si la cuento, por esta alucinación me van a agregar y aumentar el lítio en platos de sopa...
- ¿ Tú no crees en las regresiones ? Dicho mejor : ¿ en las progresiones ?
- Yo creo en cualquier cosa – contestó el peruano-, eso ni lo dude...
- Está bien – dijo el doctor - pero por favor no me confundas con ese otro que nombraste.
- ¿ Por qué, doctor ? ¿ Acaso ustedes dos no son amigos ?
- Dime, Peruano, ¿ qué estás haciendo para salir de este lugar, tienes alguna estrategia para recibir el alta ?
- Em estos momentos ya no sé nada, doctor, pues me tienen todo inyectado con medicamentos bastante potentes, de modo que mi horizonte se me viene y se me va de acuerdo a cada sesión de fármacos.
- ¿ Quieres que supriman tu medicamentación ?
- Claro que sí, doctor, pero ya ni me hago ilusiones. He venido de mala en mala. Imagíne ahora con usted a mi lado...lo más probable es que me la van a empeorar.

El doctor Froid no podía creer que hubiera lugares en este planeta que hiciera tanto calor todos los días y todas las noches del año. Elevó la mirada hacia los ventiladores que giraban colgados en el cielo falso, y se los figuró demasiado pesados como para causar una ventilación más efectiva. En la sala común había ocho catres, pero en aquellos momentos se encontraban ocupados solamente dos : el del peruano y otro ocupado por una mujer que parecía estar muerta. Pero no estaba muerta, sino que planchada veintitrés horas al día con sendas dosis de Lorazepam. Alguien que pasó por ahí comentó que aquella mujer sufría de características psicóticas suicidas. Otra persona dijo que los días viernes eran los peores días para que crecieran las flores. El hombre que estaba acompanhando a la mujer que parecía muerta quedó mirando al que pasó, pero no dijo nada, ni siquiera esbozó una sonrisa ni tampoco se encogió de hombros. Aquel pabellón sin dudas también servía de pasadizo, pues había un tráfico inusual de personas que entraban por una puerta y salían por la otra sin hacer nada ahí. Lo único que no se iba nunca era el calor. Ya lo había percibido el doctor Froid cuando salió del hotel y se encontró con un aire caliente y espeso que golpeó su rostro, pero que desapareció cuando ingresó al automóvil acondicionado que lo esperaba y lo conduciría hasta donde él se encontraba. Quiere decir que de noche tampoco el calor amaina, pensó el doctor, lo que significa que cuando llueve tampoco baja la temperatura. Entonces, siguió hilvanando el doctor, si al estar aquí el océano Atlántico, donde lo he visto, la altidud ha de ser cero, quiere decir que estamos dobre domínio climático de la línea del Ecuador. Esta ecuación que parece fácil y obvia, no es recogida por la inmensa mayoría de los turistas que vienen para acá. Hay quienes llegan, se quedan y se van sin siquiera haberle prestado atención al mar. Sin embargo el doctor entendió que pasaba en el hotel y en el automóvil varias horas al día bajo la influencia de algo así como de un aire acondicionado. El doctor se alarmó, y prometió no olvidarse de exigir el retiro, al menos de su cuarto, de cualquier tipo de clima artificial. Junto con eso, el doctor Froid creyó haber encontrado la punta del ovillo para iniciar un estudio del comportamento erótico en los climas ecuatoriales y su incidencia en la población adolescente, pero se olvidó de aquello al ver por una ventana, a lo lejos, en la cumbre de una colina, una severa construcción que le pareció un antiguo fuerte militar, pero que en realidad se trataba del convento de San Francisco y su iglesia.

- Debo de haber perdido de verdad el juicio-, pensaba en el intertanto el peruano. “ Digo, aparte de estar aplastado con medicamentos que no necesito, tengo delante mío al mismísimo Segismundo Froid mirando por la ventana. Si aquello todo no es una grande alucinación... ¿ es qué ?

Eso alcanzó a pensar el peruano y no mucho más, antes de recibir un sacudón, um escalofrío de susto al temer para él lo peor. De pronto el doctor Froid se volvió intranqüilo hacia donde estaba aquella mujer que parecía muerta, pues escuchó un estallido de llantos que claramente eran femeninos. Pero ella se mantenía inalterable en su estado, y entonces vio a su acompañante estirando el cogote para aquí y para allá para que no le cubrierarn la visión aquellos que pasaban por el pasillo como en una romería, y de esa manera no perder un solo instante la proyección de un drama que pasaban por la televisión y que lo tenía absolutamente ensimismado. De aquel drama fictício y simple provenían los llantos de mujer. El doctor esbozó un gesto de desaprobación por aquella conducta alienada, por aquello de envolverse em dramas baratos y volvió a sus contemplaciones por la ventana, y sin apartar la vista, inquirió a los guardias que lo acompañaban informarle si aquel dia era sábado o domingo. Los dos guardias se miraron y luego coincidieron en la respuesta: era dia miércoles y para más detalles no coincidía con ningún tipo de feriado. Ya informado, el doctor Froid siguió examinando los movimientos de la ciudad que se veian a través de las ventanas del manicomio. Los dos guardias se miraron nuevamente, pero no emitieron ningún gesto. El doctor Froid se mantuvo firme en sus observaciones, demostrando un interés bastante inusual.

- Pues yo estoy viendo varias canchas en las cuales se están realizando juegos con pelota, - dijo-. Hay gente de todas las edades. No crean que no vi el mismo fenómeno en la playa cuando pasamos para venir aquí.

Los dos guardias intercambiaron miradas por tercera vez, y luego, como sincronizados, carentes de expresión com alguna medida de astucia, también se asomaron a la ventana como para verificar el hecho que el doctor estaba resaltando. Los dos concordaron en su respuesta :

- Están haciendo deporte, doctor, fútbol y básquet, para mayor presición. Y en la de más allá, al lado del tamarindo, voley. En la playa se practica el fútvoley y el fútbol americano, aquel con ese balón ovalado.

Los dos hombres, que aparentaban tener una paciencia a toda prueba, continuaron en su actitud atenta, pero serena y respetuosa. Vieron cómo el doctor dejaba aflorar un indicio de manifestaciones nerviosas, como irritadas, aunque aquella fue nada más que una impresión.

- Eso ya lo sé – dijo el doctor. Es fácil adivinar que están practicando deportes. Lo que me intriga es ver tanta gente desocupada en pleno día hábil. Y me está intrigando de sobremanera. En esta misma cuadra, afuera de esa casa, en la vereda y a la sombra, hay cuatro hombres a guata pelada alrededor de una mesa de dominó.

Los dos guardias definitivamente no comprendieron los fundamentos de orígen laboral del cuestionamiento planteado por el doctor Froid, de modo que no acrecentaron ningún otro comentario. El peruano, a pesar del extrecho márgen de movimiento que disponía, consigió acomodarse un poco de costado, y dejó ver sin querer una pequeña llaga en sus tobillos. Lanzó un suspiro y luego intervino :

- El doctor habrá visto una buena cantidad de palmeras en la playa y en todos los rincones de la ciudad... ¿ No es así ?
- Por cierto que sí.
- Bueno, ha de saber lo que se dice rimando : donde hay palmeras hay flojer



El doctor retiró la mirada a través de la ventana, y observó largamente al peruano postrado y sedado y que sin embargo no se aminoraba a la hora de intervenir en la conversación. El doctor Froid reconoció entonces en él alguien interesante, o, al menos, digno de una atención más dedicada. Eso sin dudas podría ayudarlo. Más el problema también radicaba en que el peruano no guardaba la menor confianza en el doctor Froid. Es más, en el fondo tenía la certeza de que el doctor Froid no era ningún médico, sino posiblemente un paciente más de aquel hospital. Elegante, es certo, pero paciente al fin. Bien arreglado, aunque nada más paciente. Y por cierto mucho menos consideraba que el individuo fuese de verdad Segismundo Froid, lo que ya sería el colmo del delírio. Y peor para rematar el sumo del absurdo que se tratara de un encarnado viviendo una vida futura. De esta forma se había formado ya un fuego cruzado de escepticismos que colocaban mutuamente a estos dos hombres a los ojos del otro, ambos en una virtual categoría de simuladores. De forma que las banderas de la desconfianza ya estaban enarboladas. Cada uno, y en su pleno derecho por lo demás, dudaba del otro, así que en ese cuadro se podía avistar al menos el gérmen de una futura amistad con una buena dosis de equilibrio entre las partes. No se habían ignorado, de modo que, aunque había un largo camino para reconocer uno al outro hasta llegar al conocimiento verdadero, por ahora los dos se sospechaban como simuladores, impostores. Pero el hondo misterio de la amistad los mantenía juntos y alertas, prestándose atención, pero sin hacer nada por apartarse el uno del otro y olvidarse para siempre. En otras palabras, había algún tipo de admiración recíproca ahí incubada, como suele ser normal en la amistad entre hombres. Ninguno de los dos lo recordó, pero hay quienes desconfían profundamente del outro, incluso a causa de cualquier prejuicio, y sin embargo, si com paciencia se dan el trabajo de derribar cada una de esas sospechas, vendrá a ser su próximo gran amigo. Esa observación puede durar meses, hasta años, para alcanzar la plena confianza. Entretanto el doctor Froid hizo el siguiente análisis : de acuerdo a su ficha, este pobre infeliz lleva nada más que dos días acá internado. No muestra ningún síndrome de abstinencia, de manera que puede que no se trate de un alcohólico. Eso lo puede ayudar. En tanto el peruano raciocinaba así : este orate sigue de pie junto a mi cama jurando que yo de verdad creo que él es un tremendo súper psiquiatra. Pero tiene una cara de jetón que no se la puede. Soy capaz de apostar que voy a salir de aquí antes que él. Ahora, yo no sé si será verdad o será mito aquello que a los trastornados hay que seguirle la corriente y nunca contradecirlos, de modo que seré conservador y a este le voy a seguir el amén en todas sus ocurrencias. Ahora, si él se va sin que lo echen sería lo mejor, pues ahora no tengo juicio lúcido ni paciencia para conversitas. El doctor, por su parte, ya estaba en otra cosa assomado a la ventanita : como el buen observador que es uno, y como tiene que serlo quien tiene intenciones de superarse siempre, de evolucionar siempre, esta ventanita que me he ganado tiene un valor inimaginable. Hay que ver cómo suceden cosas en esta ciudad. Hasta la adaptación animal a la vida urbana y el instinto de sobrevivencia quedan aquí al descubierto. Esto, basta verlo, queda en evidencia si uno es capaz, por ejemplo, de visualizar una familia entera de ardillas como yo estoy viendo en estos momentos caminando por los cables telefónicos. El doctor nuevamente lanzó una pregunta :

- ¿ Son ardillas esos animales que transitan por los cables telefónicos de la ciudad ?

Los guardias, que esta vez no se molestaron en confirmar de verdad de qué animales hablaba el doctor Froid, se limitaron a señalar afirmativamente. El peruano, aún desde su posición, fue quien los sacó a todos del error :

- Son macacos – dijo – y no se desplazan saltando de casa en casa por que les tienen miedo a los perros.

Al doctor Froid la información le vino a cuadrar, ya que efectivamente no podía tratarse de ardillas. Ellas verdaderamente se adaptan a climas más templados, en cambio aquí la temperatura promedio está verificada en 27 grados. En eso pasó un hombre en bicicleta que para no darse el trabajo de pedalear iba tomado al rabo de un caballo blanco al trote y que tenía sus crines teñidos de color azul.
Otras actividades menos transcentes realizaban los vecinos que desde aquella ventana se avistaban y que por cierto moraban en los alrededores del nosocomio, esto, sin contar a la inmensa mayoría de personas normales que salían temprano a trabajar y que sólo volvían ya de tarde a sus casas a descansar de sus jornadas. Desocupados, sin embago había muchos, y voluntarios, pues sólo estaban dispuestos a realizar trabajos ocasionales y sin ser sometidos a ningún tipo de presión, y nadie conseguía entender cómo se las arreglaban para sobrevivir. Estaba a modo de ejemplo el señor Plinio, que tomaba asiento durante horas al frente de un quebramuelles nada más que para mirarle los pechos a las señoritas que pasaban en bicicleta y que se les balanceaban bonito en sus escotes cuando las ruedas daban sus brinquitos en aquel obstáculo de tránsito. Y hubo otra escena que debido a su condición de afuerino el doctor tampoco pudo descifrar. Por un lado de la vereda venía uno que le gustaba vestir de mujer y se hacía llamar Vanessa, pero que no tenía implantes mamarios y su voz era gruesa y varonil, por mucha inflexión que realizara. Vanessa había estado en la fila para el dentista y ahora iba de vuelta para su casa.Y en sentido contrario, por la misma vereda, venía otro, un borracho que le decían el Antibiótico, y que por aquellos días había cumplido más de cuarenta días con sus noches tomando aguardiente de caña, y que ya algunos se extrañaban que todavía no estuviese sufriendo una grave intoxicación, o directamente que aún estuviera vivo. La verdad es que el Antibiótico ya era un hombre completamente acabado, raquítico, con una expresión estúpida, pestilente, y en esos momento estaba descalzo y usando nada más que un traje de baño oscuro, sin sentir el asfalto hirviendo en sus pies. Iba de acá para allá por la calle sin hacer nada que tuviera una mínima noción de lógica. Saludaba con gestos a personas que ni siquiera lo miraban. Le sonreía a los árboles o a los postes, y contaba a quien quisiera oirle o que pasaba por la vereda que él alguna vez fue un trabajador de la policía. Hace unos años había quedado viudo, de manera que ni mujer tenía y que pudiera mantenerlo un poco a raya. Es noble destacar, sin embargo, que nunca provocaba a nadie, no robaba ni tampoco pedía dinero a los vecinos. Cuando estaba bueno, recalcaba que él se hacía daño solito, sin arrastrar a nadie más. Vivía en unas covachas de ladrillo en compañía de una estirpe interminable de hijos y nietos también borrachos y bastante zánganos, aunque algunos de ellos ostentaban un trabajo digno en un frigorífico de la zona. Bien, todo esto para aclarar que con la única persona que este sujeto se sentía con derecho a increparla, que él conseguía despreciar, era justamente a Vanessa, dada su anormal conducta femenina. Por cierto que ella ni siquiera lo tomaba en cuenta, pero él se quedaba mirándola y haciendo unos alegatos que nadie podía escuchar pero que sin duda alguna eran de condena a su condición. A veces sentaba en la vereda a descansar, y de tan borracho que estaba comenzaba a acomodarse en el cemento y terminaba quedando se dormido fritándose al sol. Em ocasiones era ahí que Vanessa aprovechaba para colocar las cosas en orden :

- “ ! Familia Santanna ! – gritaba desde la puerta de calle, con las manos abiertas en la boca haciendo función de parlante, y con los codos sujetados en sus costillas, a la altura de las tetillas- ! Vengan a recoger a este señor anciano que se está quemando al sol !.

A veces salían a levantarlo, a veces ahí se quedaba. En aquel conventillo había borrachos de todas las calañas. Desde los más viejos que ya ni se molestaban en cuidar sus apariencias, hasta los más nuevos, que se bañaban y conseguían disimular su estado hasta con caramelos de menta para el aliento. Entre las mujeres de aquella família también había quienes se les pasaban de mano las aguardientes. Las mujeres eran en general más concientes, es cierto, pero curiosamente las viciosas se volvían más agresivas y pendencieras y con mayor frecuencia que los varones, aunque siempre entre ellos y nunca con vecinos o extraños. Hubo un tiempo en que se acercaron muchos pastores evangélicos a intentar enderezar al inmenso grupo de haraganes y visitantes, y desalojar para siempre la presencia de Lucifer de ese escondrijo, pero lo único que consiguieron los ministros de Nuestro Señor fueron conversaciones sin sentido, promesas olvidadas y buenas intenciones que jamás dejaron de ser nada más que eso. Habían visitas judiciales con regularidad para controlar a la estirpe más perdida de las nuevas generaciones de viciosos, que siempre andaban con el pretexto que “ es lo que yo aprendí acá”, y en definitiva lo cierto es que también ellos era poco lo que conseguían y en consecuencia el antro continuaba sumido en la más completa animalidad. Siendo así las cosas es justo y necesario recalcar que de cualquier manera no era gente oblícua, no conocían ni de cerca la tráctica del chantaje ni la amenaza. Cualquiera fuese el tipo de envolvimento con alguna mujer de ese grupo, por ejemplo, incluyendo en eso alguna que estuviese en la minoría de edad, la cosa moría ahí. No consta que alguna vez hallan usado la información íntima para obtener dinero o alguna prebenda. Vamos a señalar aquí que lo interesante es constatar que se trata de una familia que no muestra ningún signo de evolución, está desintegrada y carece de cualquier futuro promisor como grupo, hasta se puede llegar a pensar que no contaba siquiera con chances reales de sobrevivencia. Quien sabe si el doctor se hubiese interesado en este drama de haberlo podido conocer. Tal vez no. Puede que lo hubiese hecho por la inmensa mayoría normal de la población, gente trabajadora, admiradora declarada de las buenas parrilladas y el vino de calidad, seguidoras de un partido político, de un credo, de un club deportivo, es decir, todo aquello que detestaría cualquier filósofo que se precie de tal. Y se cree improbable de haberse interesado en esa gente dado que se trata de personas demasiado primitivas, dotadas de una lógica entera incomprensible, incapáz de realizar un simple cálculo razonable, meditar un puro concepto. Seres reproducidos por azar y luego de nacidos entregados a cargo de la cría mayor. Analfabetos, desnutridos, desamparados en un mundo de borrachos viejos y viciosas desahuciadas, y que sin embargo, para no creerlo, se ve que ríen, juegan, aprenden, dan carcajadas y se escapan de los torpes mayores embrutecidos luego de arrebatarles una moneda. De cualquier modo, no faltan almas caritativas que le den algo de comer y algún cobijo, aunque después nadie les devuelva ni las gracias.
Esta descripción del mundo la interrumpe abruptamente el doctor Froid :

- Peruano, el orígen de su episodio violento y psicótico tiene su raiz en un comportamiento pasional obsesivo con una mujer que es hija de esta tierra.

El peruano se quedó sin habla, petrificado, sorprendido con creces por los detalles señalados con tanta convición por el médico. El efecto de los remedios le impidió hacer una reacción normal como las que él hacía. Pero luego salió de su asombro, pues consiguió hilar cabos sueltos y pudo suponer que esta información no partía de conocimientos paranormales, sino que de algo bastante más concreto :

- ¿ También aquello aparece en la ficha clínica que usted leyó ? – Y le buscó los ojos con sus ojos : - si apenas le diste una miradita- agregó.

El galeno pareció ignorar completamente la respuesta del peruano, y también pasó por alto el comienzo de los tuteos, pues cuando lo buscó nuevamente con la mirada, lo encontró una vez más asomado por la ventana, como si aquella rendija fuese la puerta de entrada a un mundo encantado del cual el doctor no quería salir.

- Lo que pienso hacer es pedirle a usted que que por favor vaya a Varadouro para avisarle a mis amigos que me tienen aquí... loco, completamente loco de remate.

- ¿ Loco por ella, también ?

- También, loco por ella también... ¿ Por qué no ?

El peruano pensó una fracción de segundos en la negra Daiana, pero luego la bloqueó de su memoria y nada más soltó un suspiro. Sintió otra cosa : que ya no sentía agrado con la presencia del doctor Froid a su lado, en parte por la desigualdad de condiciones, bastante más humillante para él, y también en parte por lo distraído que se estaba mostrando el doctor mirando el mundo tropical.

- Pues estoy cansado – le aclaró el peruano- o estás conmigo o puedes seguir tranquilamente tu caminho.

El doctor habló para redimirse:

- ¿ No quieres hablar de ella ?

El peruano conocía perfectamente la respuesta, pero parecía no estar dispuesto a dejarse ver, pues aún sentía desconfianzas:

- ¿ Cuál ?
- La que te deja en ese estado neurótico.
- ¿ Acaso tienes que recordármelo ?
- Por cierto...bien...si quieres evolucionar has de enfrentarte a la realidad. Si quieres seguir sufriendo, entonces niégala.
- Ha de tratarse de un problema de orígen cultural. Si hubiese sido ella también peruana, nunca me hubiese pasado esto que me haya dejado pagando.

- ¿ Te dejó pagando ? ¿ Así lo ves ?
- Claro. Nunca he sido tan atarantado como para verme así metido en amores no correspondidos. Ha de haber algún código cultural que yo no he sabido interpretar y por ahí se metió el desencuentro.
- ¿ El aspecto cultural es importante ?
- A mi no me caben dudas. Intrusear en otra cultura es como estar ciego en un mundo de colores, pues, ¿ cómo interpretas literalmente el sentido de un simple gesto, de una pura frase ? En el país de uno sabe entender cuando el no es no y cuando el no es sí. Te voy a dar un ejemplo, Froidcito, mientras yo paseaba por el mercado de la ciudad La Paz, una chola que yo nunca había visto y que yo jamás le había dicho nada, de sopetón me dio un puñetazo en mi barriga. Me quedé parado, inerte, completamente sorprendido y avergonzado. Me confundió con alguien, pensé. Y el golpe fue de propósito. Ahora van a venir a pegarme los hermanos. Mejor busco a la mujer y le aclaró las cosas. Yo no tengo nada que ver con esa moza. Ella desde allá lejos por entre una montonera de tomates me miró muy feo, y rápidamente se me perdió de vista. Entonces por mi condición de forastero opte por ser cauto y di por superado el incidente como quien dice para no echarle más leña al fuego, aunque después lo conversé después con varias personas. Un cholo muy simpático que escuchó la queja mía no tardó en sacarme de mi enigma :

- Esa es la manera que tienen de insinuarse cuando tú le gustas, - me confidenció. Te dan un golpecillo.

- Que cosa extraña. Imagína si yo iba a adivinar una cosa de esas. Simplemente ella se sintió rechazada por mi...y anda a meterle en su cabeza que yo no sabía nada de golpes. Imagina la comedia de equivocaciones.
- ¿ Costumbres ?
- Exacto : costumbres, gestos, códigos que utilizan habitantes de un mismo lugar, y que el afuerino, por cierto, desconoce. Pequeñas señales. El oriundo, en cambio, por ignorar supone que todas las personas, por extranjeras que sean, dominan y le dan una interpretación correcta a esos mismos códigos o gestos. Pero no me haga mucho caso, doctor, que debo estar desvariando con tanto medicamento.
- Estábamos hablando de las diferencias culturales.
- Pero tú no has aportado ninguna opinión.
- Porque yo jamás he sido extranjero. Tan sólo turista, como lo soy ahora mismo.
- Es cierto, los turistas vienen y se van sin conocer nada de esto. Puede haber un plato volador estacionado y ellos no lo ven si el guia turístico no se los muestra. Ni siquiera saben que existen estas dificultades. Muchos de ellos ni miran por la ventana Y después, de vuelta en su tierra, hacen afirmaciones completamente erradas de la tierra que visitaron.
- Eres muy crítico.
- Es culpa de estas drogas...deben ser depresivas.
- Pero es cierto aquello de las cuestiones culturales.

El doctor Froid entró a una reflexión. Lo asaltó el recuerdo de un viaje que hizo a un país africano llamado Marruecos. En su capital, Rabat, el doctor salió de su hotel Le Diwan Rabat, a caminar sin rumbos para conocer algo de la ciudad. Fue por la Avenue Male. Miró los comercios, las tiendas apelotonadas en las veredas y a los comerciantes que lo llamaban con mucho fervor. Iba junto a su intérprete y acompañante, de nombre Fuad. El miró con detenimiento algunos trabajos artesanales, alfombras, aparatos para fumar, muebles, vestimentas y géneros de colores vistosos, máscaras, fuentes, lámparas. No compro nada, sorteando los requerimientos de los mercaderes. Más allá vio un grupo de camellos echados en un pasto perteneciente a una placita improvisada. Intrigado, el doctor de detuvo a observar los animales, que no daban ningún aspecto de salvajismo. Su acompañante le explicó que aquellos animales estaban a la venta para quien tuviese deseos de comprar una esposa joven y vírgen. Bromeando en serio, su intérprete le preguntó si no estaba con deseos de llevarse una esposa de aquellas. No, muchas gracias, le contestó el doctor, yo prefiero usar el viejo método de seducirlas, de conquistarlas. Fuad sonrió, y fue muy educado al decirle que aquel era sin dudas un modo muy hermoso y romántico, pero completamente inútil aquí en estos rincones.

- Al único que tienes que conquistar aqui es a su padre. Èl es el que manda.
- Interesante, respondió el doctor.

Entre otras cosas, el doctor halló interesante que, si bien las mujeres por estos lados no contaban con muchos márgenes de acción en cuanto a sus amores, entre los hombres sin embargo se notaba una mayor apertura, pues ya vio a varios tomados de la mano y demostrándose un cariño insospechado. Deben ser desviaciones producto del machismo de estos salvajes, pensó. Caminaron para allá y para acá toda la mañana, aprovechando que la tenían libre. Ya al anochecer había marcado un encuentro con el mundo académico en la Universidad Mohammed V. Pero las cosas son como son y no como uno quiere que sean, pues siempre existen imponderables que no son resorte de una sola persona decidir. Pues, vaya sabiendo, esta fue la única vez en su vida que el doctor Froid se halló muy cerca de ser detenido e ir preso. En su disertación de la tarde con los academicos de la Universidad Mohammed V, y antes de entrar a temas más profundos y focalizados de la nueva psicología, el doctor realizó comentarios amenos y sabrosos sobre su mañana em Rabat. En la informalidade de aquella conversación el doctor señaló así :

- Nuestro amigo Fuad casi me ha convencido de llevarme una muchacha marroquí para Viena a cambio de un par de camellos”.

Hubo muchas sonrisas y hasta alguna carcajada entre los presentes, todos marroquíes, que celebraron con vehemencia los comentarios del doctor. Pero todo cambió de pronto. Mudó el humor de los presentes repentinamente cuando se le ocurrió señalar como “muy interesante” la tolerancia que había podido apreciar entre parejas homosexuales. El traductor Fuad quedó desencajado, sorprendido y luego angustiado de que tal apreciación en algún sentido se la fueran a atribuir a él. Hubo que detener el curso de la mesa redonda, y uno de los académicos, con una túnica blanca y calurosa, solicitó la presencia inmediata de la policía. El intérprete Fuad solicitó un breve receso para aclarar las cosas de la confusión, poner en conocimiento del doctor que el tema de los hombres tomados de la mano demostrándose cariño no eran motivo alguna de tan sólo una sola lectura de tipo erótica.

- ! Está loco ! “Es nada más que uma costumbre de amigos” que no tiene ningún orígen “perverso” que el doctor le ha querido atribuir. Es más, doctor, subrayó- en nuestro país no existe el fenómeno de la sodomía, que de haberlo podría ser castigado incluso con la pena de muerte.

Pero el doctor consigió ser lo suficientemente hábil como para escapar del entuerto. Dijo que él conocía muy bien y sabía perfectamente del carácter varonil de los marroquíes, tanto que si la escena descrita ocurriera en otra cultura, probablemente se interpretaría como de parejas homoafectivas y no de sencilla buena amistad. Por ahí lanzó sonrisas para disculpar la confusión y consigió salise por la tangente, temeroso aún de que de pronto apareciera la policía y se lo llevaran a él y al intérprete presos por degenerados. El doctor, que es uno de los hombres más autocríticos que se ha conocido, y que por lo tanto goza de uma excelente salud mental, reconoció de inmediato que fue muy torpe al dar opiniones y hacer comentarios sobre otro país con tan solo un día de visita. Arrastró sus pensamientos a una simpleza absoluta al recordar que hay señas muy elementales que significan una cosa aquí, y otra muy diferente allá. Un erupto sonoro puede ser aquí agradecido como una muetra elocuente de conformidad con la comida recibida, y al otro lado de la frontera el mismo gesto va a indicar una grosera falta de educación. Por acá limpiarse los dientes después de almorzar sirviéndose de un palito en un restaurante se considera algo natural, y lo bien hecho es taparse la boca con la otra mano mientras se escarba con calma cada rincón de las muelas. Puede apostar que en otro lugar el tema de los palitos es entero de mal gusto y de restaurantes de última categoría, y taparse la boca mientras se escarba sería la coronación al pésimo gusto. Lo mismo sucede con la intención de las miradas, los gestos hechos con las manos, los gritos y hasta la frecuencia con que se bañan las personas. Ya se sabe que el gran militar francés Napoleón Bonaparte le pedía a su amada Josefina que de ninguna manera se bañara antes de una semana que él llegara de sus batallas, para así “gozarla conservada en su propio jugo”.
El congreso psiquiátrico que se llevaba a efecto en el Hotel Tambaú de Joao Pessoa trataba de “ La importancia de la mente en las enfermedades psiquiátricas”, de modo que tal como su nombre lo indica se trataba de un asueto más que se disfraza así bonito en las profesiones importantes, y por esa misma razón el doctor Froid se las ingeniaba para realizar labores sociales en las mañanas, y sus ya comentadas tardes catárticas en las que hacía y deshacía abstraído de los demás en la privacidad de los recintos del hotel. De esta manera es que el destino caprichoso y hasta aleatório los había colocado frente a frente con el peruano enamorado y si grave crisis psicótica. Los guardias que acompañaban al doctor bien pudieron haber aseverado que el encuentro entre los dos duraba ya varias horas, pero la verdad es que con reloj en la mano el tiempo que el doctor llevaba parado al lado del peruano alcanzaba exatamente los catorce minutos.

- Pues muy bien – dijo el doctor-, puedes contar que yo personalmente avisaré a tus amigos de tu paradero, de manera que dale las coordenadas a estos dos fornidones que vienen conmigo.
- Muchas gracias, doctor – le dijo el peruano, algo extrañado y dudoso, usted es un ángel.
- Sí, sí, sí, -contestó el doctor-, y además pondré en conocimiento del doctor que sí estás evolucionando...que ya no estás tan loco...

El peruano una vez más se sorprendió y quedó bastante frío. Se desconcertó cuando el doctor le lanzó una expresión totalmente cargada de testosterona, llena de lujuria, colmada de deseos de vivir, primitiva por demás, y especialmente tonta y, de passo, provocativa :

- Y otras cosas le diré a la negra Daiana...

El doctor, acompañado de los dos fornidones, llegó a las diez de la mañana al Mercado Central de Joao Pessoa, no demoró en quedar sorprendido con la inmensa cantidad de productos ofrecidos, muchos de los cuales él jamás había visto, especialmente los colores y sabores de las frutas y verduras de la región, que fue experimentando uno a uno. Supo del sabor anestésico del mamón del tipo tahiti, la jugosa y ácida fruta del caju, la cítrica y amarga calidad de las curiosas carambolas, los exóticos plátanos gigantes y verdes para sancochar, las bananas en racimos amarillos, y también los plátanos enanos y colorados con la pulpa del color del zapallo, las guayabas verdes, las mangas rosas de un kilo y que perfumaban a flores, las acerolas rojas que traen de Pernambuco, las enormes jacas que despiden un penetrante olor a hospital, el color brillante de los caquis, los quesos frescos que aún destilan suero de leche, los de Minas, las castañas de caju, las largonas castañas de Pará, las agua de coco en su coco, los interminables chorizos de tabaco prensado, la tierra negra para llenar maceteros, las infinitas muestras de diferentes yerbas para la salud, hasta la muy famosa quebrapiedras para los riñones, que a las piedras las deshace de verdad , las jaulas de pájaros con ejemplares humillados que no comen nada hasta morir, el hombre que vende a grito pelado el veneno prohibido para ratas, el que compone relojes o de lo contrario, si no lo consegue nada más ahueca el ala y sale corriendo, el que suda arreglando zapatos, el que vende la mandioca ya descascarada, el mutilado que se arrastra apoyado en gomas para pedir dinero, aquel que vende anteojos de grados, el que escucha problemas a muy bajo costo, y que es el mismo bahiano que asegura atraer a la persona amada a tan sólo tres billetes de éstos, y se detuvieron a ver el canto de los gallos de pelea que estaban en sus jaulas. Pasaron por el corredor donde se vende la música, y escucharon muchas canciones diferentes al mismo tiempo, pero entre todas sobresalía la voz pedregosa de Luiz Gonzaga en su forró cantando aquello de que:

“cuando la chiquilla se aburre de las muñecas
es señal de que el amor llegó a su corazón”.



Luego se oyó muy de cerca el trote de un caballo que pasó por la calle tirando a un ciclista que se había tomado firme de su cola, pasó um borracho conversando consigomismo, y luego no se escuchó nada más que agua, pues los demás sonidos los apagó el estruendo de una lluvia torrencial. El doctor y los grandulones se guarnecieron en una bodega de granos para ver llover y esperar que amainara aquel aguacero, y en pocos minutos ya estaba otra vez el sol arriba provocando todavía mucho más humedad, se sintió un penetrante olor a tierra mojada y todo volvió a su movimiento normal, menos los charcos de agua que francamente se mostraban pestilentes, y retornaron los sonidos de la misma manera que estaban hasta que comenzó la lluvia, aunque ahora con un mensaje nuevo, proveniente de una voz como de locutor, y que provenía de unos parlantes instalados en el techo de un automóvil ya bastante desvencijado, y que pedía algún favor en el nombre de Dios, pero um favor que el doctor todavía no alcanzó a identificar. Prestó atención, y ahí se enteró que dentro del carro estaban paseando a una mujer con un tumor del tamaño de una sandía, “ acérquece a conferir”, decía la voz, pueden ver y tocar el tumor para que se convenzan por sí mismos que esta pobre y aflijida mujer necesita la ayuda de todos nosotros, en el nombre del Señor, proponía, vengan y confirmen, niegen si es lo quieren, pero no se hagan los desentendidos, decía, venga usted, señora, venga usted, señor, y dele su contribución a esta pobre e infeliz mujer, Dios se lo retribuirá con creces y mucho más allá de lo razonable. Por mientras digo que ya he escuchado sobre esto de utilizar el nombre de Dios para sensibilizar a las personas, si es que la palabra que se debiera aplicar no es manipular.

- Esto de mostrar al enfermo es un viejo truco para atraer a los incautos, que por alguna razón misteriosa se sienten responsables de aquella tragedia-, dijo uno de los fornidos.

Lo único que el doctor acotó fue un escueto “ curioso”, y mostrando una sonrisa que bien pudo ser cargada de sarcasmo, casi de aquellas que se podría catalogar de cómplices, aunque los guardias no interpretaron de la misma manera. Es más, ellos no le dieron ninguna interpretación, ni repararon en ella. El doctor nada más pensó que aquellas protuberancias eran produto de una hérnia y no de un tumor. Hecha esta diferenciación, a pocos metros se encontraron con un hombre tirado al medio de la vereda, sobre un género, y que mostraba sin pudor sus extremidades deformes, inservibles, y que lanzaba por costumbre unos aullidos de tortura que ablandaban el corazón de hasta de los más fuertes e insensibles, pues la onomatopeya era interminable y pareja, cargada de sufrimiento, y que nuevamente por alguna razón todavía inexplicable la expresión de su rostro decía otra cosa, una cosa bien diferente a un sufrimiento y más parecido al trabajo de un actor dramático desprolijo, que no consige convencer al espectador más exigente, como en este caso estaba el agudo doctor Froid. El doctor recordó a su colega From, y se felicitó de no haberlo traído, pues hubiese estado tan nervioso, que hubiese dado lo que no tenía, se le hubieran hecho pocas las manos para meter en los bolsillos y sacar dinero para librarse de aquellos impostores. Peor hubiese sido la comparecencia del doctor Down, que entero conmovido se hubiera llevado a los actores dramáticos a pernoctar en el hotel.
Las metamorfosis veraniegas que convertían al doctor Froid en un hombre de comportamento completamente errático por las tardes se iniciaban ya llegando al mediodía, y partían de alguna idea personal que por cierto no solía desobedecer ni mucho menos reprimir. Si bien en las mañanas se trataba de un hombre sabio y prudente, era conciente que para mantener esa personalidade compensada él debía dar rienda suelta a todas sus ideas, para los demás, claro, ideas delirantes, y lo hacía para evitar hacer represiones que más tarde con el tiempo podrían pasarle la factura. En aquel mediodía de feria y mercado lo asaltó la idea que con la lluvia el comportamento humano se podría tornar algo más agresivo y desconfiado, tal vez debido a lo vulnerables que somos a los fenómenos climáticos. Y comenzó a diseñar su tarde de desenfados mediante la instalación de mangeras de agua colgadas de los árboles para hacer llover en el caso que no hubiese lluvia de causas naturales, y en tal caso averiguar hasta qué punto el subconsciente humano sería capaz de diferenciar la lluvia natural con la que puede hacerse artificialmente. Esa era el esbozo de su trabajo orate de la tarde, del cual por cierto no daría explicaciones a nadie, pues una vez más se encontraría con la ya vieja y conocida barrera de incomprensión ajena, y la sarta de opiniones no solicitadas que irían contra el hecho mismo, contra él, contra sus reflexiones, contra el conocimiento, y, por qué no decirlo, contra el futuro del psicoanálisis y la salud mental humana.
Ya en uno de los salones del hotel que daba hacia la entrada principal, con su sistema nervioso a punto de colapsar, con las uñas en sangre y sorprendentemente roídas con los dientes, y las cutículas de los dedos también pintadas de sangre, El doctor Froid lo esperaba con una ansiedad tal, que sentía que su estómago estaba entero agujereado. Quería novedades del mundo sudaca de allá afuera, detalles sórdidos, bizarros, latinoamericanos, de miseria como la que describen en el biógrafo, donde se avisten niños hambrientos cubiertos de moscas, policías uniformados en la clara verguenza de estar asaltando transeúntes, inocentes ocultos bajo el fuego cruzado a ametralladoras de traficantes y todo aquello que a los guionistas les encanta poner en sus películas cuando hacen de estar hablando de nuestros países. Inclusoya estaba hasta arrepentido de no haberlo acompañado, de modo que el doctor From solo consiguió potenciar su ansiedad. Y si tomó la decisión de no acompañarlo no se debió a causa del argumento de que no sería capaz de soportar el calor. Eso fue lo que dijo, pero el hecho de no salir del hotel se debió a otra cosa, algo que simplemente se llamada miedo y prejuicios: “ hacia esa gente salvaje que no sabe resolver sus conflictos de manera civilizada”. Por ahí venían sus temores, pues, “ no habré estado escuchando ya por dos noches consecutivas aquellos intensos tiroteos”. Consideraba que afuera del hotel estaban en guerra y que las autoridades simplemente silenciaban esta realidad :

- Como son estos latinos no más, pues.

Deducía como menso y a diestra y siniestra sin siquiera sospechar que nunca escuchó un solo tiro en estos días, sino que todo lo contrario: se trataba de cohetes, bombas y petardos de celebración, que aquí se queman a diario para festejar cualquier cosa y sin que nadie se perturbe : un gol pasado por la televisión, por una fiesta de cumpleaños bien regada y animada, por las celebraciones de San Juan, acompañando una caravana política, una procesión religiosa, en fin, motivos no faltan para soltar aquellos estruendos de pólvora. Pero de aquello el doctor From, lamentablemente, jamás se iba a enterar, e iría a morir con la idea errada que alguna vez estuvo en un país con violentas guerras intestinas y muertos tirados en las veredas. ¿ Cómo iba a enterarse de que lo que él vio viniendo del aeropuerto no eran muertos, sino borrachos vencidos por sus vértigos ? ¿ Quién se lo podría meter en la cabeza ? ¿ Cómo podría haber un médico, con las características de potencia intelectual que ellos tienen, amarrado a tanto prejuicio ?


Se dio la coincidencia de que en aquellos días hubo um interesante movimento de debate intelectual en aquel estado de Paraíba, pues apenas se dió por concluído el muy interesante congreso de psiquiatría, se dio el vamos casi simultáneamente a otro encuentro similar : el Congreso Panamericano de Parapsicología, con delegaciones de 16 países, para debatir uno de los temas más polémicos del último siglo : “Telequinesia, telepatía y la conjunción de los astros en relación a vidas pasadas, presentes y futuras, y vidas que aún no son vividas”. El tema promete, suena a apasionante, qué reparo cabe, y sin duda dará mucho que hablar. Y a escala mucho menor, por cierto, se efectuaba en el bar de Varadouro un microcónclave que llevaban a cabo los cuatro peruanos para ocuparse en serio de cómo el Peruano pudo haber caído tanto y fue tan lejos para terminar encadenado en el hospital psiquiátrico de Paraíba, y qué causas influyeron que llegara a tal extremo el clima de indiferencia entre unos y otros del grupo, de incomunicación, al grado de desconocerse de la manera más brutal entre aquellos componentes y reconocidos coterráneos. El Peruano explicó a los otros peruanos que simplemente se le pelaron los cables con la negra Daiana, y no contó com elementos de juicio como para entender y mucho menos asimilar como fue posible que ella hubiese dado un cambio tan brusco desde un tórrido amor a punto de consolidarse de la mejor manera, a una indiferencia despiadada y definitiva de parte de Daiana sin que mediara ninguna causa conocida para aquello. La primera hora de reunión se transformó en una verdadera batería de preguntas que los demás componentes del grupo le lanzaron a zampoñero. El tecladista sondeo por el lado financeiro e indagó si acaso el Peruano le sirvió a Daiana de aval, o de codeudor solidario, o bien de fiador, pudiendo ser también como prestador de cheques, letras, pagarés u otros documentos, por cierto buscando el orígen del drama en aquellos intereses, y él le contestó que no, que nada de eso, que no se olvidara que ellos carecían de documentos como para ser tomados en cuenta por algún banco, y entonces el tecladista averiguó que en ese entonces, por el contrario, él se habría negado a servirla en algo similar en beneficio de algún préstamo, financiamento o crédito prendario alternativo, y nuevamente se encontró con un no de respuesta. En ese instante el tecladista no agregó nada más, pero continuó con el pensamento buscando en una maraña de intereses económicos la posible razón del desencuentro. Pensó la posibilidad que Daiana lo hubiese descartado por su condición de insolvente, o tal vez empujada por los padres a causa de su baja factibilidade comercial, o de su modesto perfíl patrimonial. Ya el vocalista se fue por otro camino muy diferente, y le pidió disculpas antes de emitir sus suposiciones, las cuales iban direccionadas a dudar derechamente de la capacidade viril del zampoñero para satisfascer a su amada, todavía más por cuanto se trataba de una mujer insaciable, y que por tal motivo ella habría decidido poner fin al asunto. Pero el Peruano no se molestó ni mucho menos se sintió humillado por aquellas insinuaciones, y explicó con mucha altura de miras que el aspecto erótico no podía ser la fuente de la discordia, pues habrían concensuado muy bien aquella cuestión, y que si quería creer, muy bien, y si no quería, pues muy bien también, pero que su potencia viril era muy satisfactoria, lo mismo que la intelectual, que “es más valiosa aún que la primera, por que esa es la que manda y sabe complacer”. En aquella reunión de emergencia se había incorporado un cuarto integrante, peruano también, músico, pero que sólo esporádicamente se incorporaba al grupo, ya que prefería moverse por el mundo de acuerdo al viento de las ventas al contado y sin ningún tipo de ataduras. Pues bien, aquel señaló que este tipo de mujeres fogosas em el fondo estaba harta, pero harta, de su vertigionoso ritmo de amores fugaces y promesas futuras que usan una y otra vez solamente para treparse con ellas. Que la única manera que podrían tomar en serio a un extranjero era si él se jugaba el pellejo por ellas con una propuesta formal y clásica de matrimonio. Así de simple y de claro. En seguida los demás opinaron que eso en la práctica sería un suicídio por que nadie en su sano juicio se compromete en matrimonio con alguien que no conoce lo suficiente. Alguien argumentó que aquello de “conocerse lo suficiente” no deja de ser una quimera, pues no garantizaba absolutamente nada, y que lo único que en realidad importaba era la disposición a la construcción diaria del amor. La reunión estuvo marcada por interminables preguntas que nadie sabía responder a cabalidad, y llena de afirmaciones relacionadas a la dolorosa situación sentimental del peruano, y sin embargo las conclusiones del largo concilio fueron las siguientes : sinceramente, ninguna.












Ahora, abocada a pensar las cosas con alguna perpectiva, puedo deducir sin miedo a equivocarme que el peruano decía muy bonito todo aquello que me amaba, que uniría su vida a la mía, pero en los hechos concretos, aquellos que realmente valen, hubo una mezquindad de su parte que a una sinceramente la decepciona. Lejos de buscarme, de mover cielo y tierra por mi, dejando de lado su arrogancia y prepotencia y oficializando sus promesas ante mi família, como todo hombre que se precie de tal, no lo hizo, sino se fue por el lado que la pluma lo inclina, por el lado de indio pendenciero, como si fueran los otros los culpables de su propia realidad, al primero que provocó, al que lo quiso escuchar. De las agresiones derivó en hospicio psiquiátrico, a paciente de hospital, a adivino de bar y a maestro cervecero para olvidar las penas, pero por mi no hizo nada. Fue movido nada más que por su proprio orgullo, troglodita, nada de nuestro futuro en común bajo la invención de nuestras propias leyes. Puras palabrerías y alardes de machismo que en nada satisfacen a una mujer. Y no me va a engrupir ni me va a hacer el verso a mi con el cuento de sus famosos códigos culturales. Todos sabemos que el amor es uno solo y de naturaleza universal, y que no conoce de orgullos, no sabe de cálculos, no puede ser certeramente definido. Es un buen hombre, es honesto reconocer, es uno de aquellos que nunca caería en aquello tan fácil y bajo como echar en cara el pasado o la condición de una. Estamos frente a un tipo trabajador, lejano a los vícios, honesto, culto. A cada quien lo que es suyo, pues no es justo desmerecer, por mucho que una se encuentre dolida y decepcionada.Y la vida de él continúa, y la mía también continúa, y las penas de amor, aunque no mueren nunca, se sobrellevan y le sírven a una de compañía. En cambio un hombre sin mujer es una cosa muy triste, especialmente si no le resulta placentero pagar para disfrutar de una mujer, o si es, como dicen, ratón de una sola cueva y sólo sabe amar siempre a una misma mujer, por años...décadas. Dicen que el verdadero macho es así, pero yo no tengo ninguna comprobación de aquello, puede que sea verdad, puede que sea mito, de eso no estoy segura. Ahora, dejando un poco de lado la arista filosófica de la cosa en sí, y descendiendo bruscamente al terreno de los pasatiempos, debo saborear el recuerdo que aquel doctorcito vienés era un campeón mundial en desempeño de cama. Que hombre más fantástico y experimentado en materia de lo que una quiere que le hagan y también le manden hacer para satisfascer a su varón ocasional. Con él me llegué a sentir completamente saciada, como pocas veces. Y quién sabe si algún día yo misma le traspaso al peruano algunas cosas que aprendí de él. ¿ Dije al peruano ? Bueno, fue un acto fallido pues lo que quise decir fue que algún dia mi futuro marido, sea quien sea, va a aprender aquellos truquitos sabrosos que me enseñó el doctor vienés que conocí en el manicomio aquel, mientras yo, tonta que soy, esperaba y esperaba cuidando al bruto del peruano. Claro que no se puede comparar, pero el peruano, además de amante, es buen amigo y compañero, en cambio este doctorcito, hay que reconocerlo, y no sé cómo decirlo para que no parezca un desatino. Bueno, lo digo aquí, en mi intimidad, a ese doctor vienés yo lo encontré medio chalado. Medio no, chalado entero. Estoy segura que basta que pases tres días con él, para que te contagie sin remedio su exhuberante locura, pues sin dudas es un hombre absorbente, que requiere ser el centro de las atenciones. En cambio el peruano te deja ser, te acepta, te acoge. Ahí radica la gran diferencia, ni más ni menos.
Sucedió en aquellos días que mi querida amiga Leticia Aragón, viéndome como yo estaba, presa de angustias y de temores, casi se podría decir en el fondo del pozo, me hizo el favor de recomendarme una consulta con un hombre de bajo perfíl pero muy solicitado para resolver todo tipo de entuertos sentimentales, y también de otras índoles. Se trataba de un capo de lo paranormal en todo el estado de Paraíba, padre santo del Candomblé, parapsicólogo de primera línea, que utilizaba la comunicación con los muertos mediante un péndulo de cobre sobre una sopa de letras distribuídas en una mesa de tres patas. Ese tipo de sesiones él oficiaba nada más que como médium para hablar con la persona ya fallecida y que una misma elegía para formularle las preguntas. Por cierto que yo me interesé de inmediato en el asunto, sin meditarlo, y luego de establecer los contactos de rigor, acudí puntualmente al primer encuentro, llena de expectativas en aquella experiencia. El hombre, vestido a la usansa africana con indumentarias blancas y muy limpias, a primera vista me pareció hermético y extremamente enigmático, y nada interesante como hombre debido a su evidente femeneidad. Pero luego pude comprobar que poseía la virtud de hacerla sentir a una como si lo conociera de toda una vida. Me hizo sentir muy cómoda y acogida, sin ninguna verguenza. Había en su mesa una montón de conchas en una cesta de color blanco para comunicarse con los orixás. Yo le comuniqué que ya había elegido para hacerle mis preguntas a mi abuela paterna, que en vida se llamó Custodia Moreira. El padre santo me pidió alguna prenda u objeto que en vida le hubiese pertenecido a ella, y cuando me iba a retirar del cuello la cadena de oro que alguna vez heredé de ella, me vino la revelación : o salía de ahí inmediatamente, o la historia entera con ninfomanía y todo se me iba a las pailas, pues el tema estaba a punto de perder toda seriedad. Me quedé un buen tiempo en silencio e inmóvil, pues medité mejor que en caso que yo comenzara con el ejercicio lunático de hablar con los muertos. Mi prestigio mental ya jamás sería el mismo, me pareció que nunca volvería a mi justo equilibrio. Además con toda seguridad comenzarían a dudar de mi seriedad, a mofarse de mi nueva inclinación, lo que en mi caso ya sería demasiado. “ Allá va la que habla con los muertos”, dirían a mis espaldas, riendo, “ como si los muertos no tuvieran otra cosa que hacer sino esperar que ella los invoque”. “ Hay cada una con los tornillos desajustados”.

- Espero que el señor me sepa compreender – le anuncié- pero me parece que voy a desistir de esta sesión. No me siento preparada para comunicarme con mi abuelo ni con ningún fallecido. Imagine no más, padre santo, ellos en plena santidad vivendo su muerte y una aquí vivendo su vida llena de flaquezas y mostrando sus miserias

El padre santo se mostró comprensivo, acogedor, prestativo. Ese gesto tal vez tan simple, me dejó agradecida y llena de ganas de asistir al culto dominical del Candomblé. Me interesó asistir al momento mágico que la mujer Yao entra en trance con los Orixás, aunque no tenía la misma seguridad de asistir al momento del sacrifício de los animales, aunque yo tengo claro que desde que el mundo es mundo los animales han sido sacrificados. Antes de concurrir a la ceremonia religiosa del domingo, se me ocurrió informarme sobre el Candomblé con unos amigos que profesan una de las tantas religiones evangélicas que se ofrecen. Quedé sorprendida con la respuesta de ellos que no se dejó esperar y fue lapidaria :

- Ese famoso Candomblé es demoníaco, horrible. Beben sangre de animales, comen cucarachas vivas, los changoceros caminan de espalda, beben aguardiente de caña para quedar más locos todavía, en fin, un asunto entero transtornado con matanza de animales y todo.

Pude comprobar que la de ellos podía ser una visión recargada de prejuicios, y lo que es peor, una visión arrogante contra otra religión, de manera que más me crecieron las ganas de averiguar tanta cosa extraña por mi misma. Me vinieron recuerdos de la época en que yo era católica practicante, já, allá en el siglo pasado, y llegué a la conclusión de que sí, que en todas las religiones que han sido creadas por el hombre existen elementos de maldad y hasta perversión. Hay sujetos que no sólo no practican lo que pregonan, sino que todo lo contrario, practican a escondidas lo que condenan en público. El problema son las personas útiles a aquellos, los que creen a pie juntillos, quienes no se levantan, los que no cuestionan, quienes que no se rebelan. Esos practicantes le traspasan a sus hijos un ideal ya entero masticado, que después una se demora años en comprender que la cosa no era tan así, al menos digo que no era tan así, y lo digo de esa manera para no caer en las generalizaciones, pues hay cada persona falsa medrando en el nombre de Dios en las instituciones, que es de pavor, denigrante como ninguna, y que Dios me libre. Especímenes agazapados tras la cortina de la virtud suprema, en una cantidad que es de no creerlo. Perturbados hay que abrazan los sacerdocios para esconder su falta de valor. Así y todo, no sería prudente hacer un juicio categórico, descalificante y definitivo con nadie, menos con cualquier religión que puede que abarque las mayores de las virtudes. Ese tipo de juicios no se deben anticipar antes de conocer, no es inteligente rechazar sin ton ni son, lo prudente es interesarse, conocer, concurrir. Y eso es lo que voy a hacer. Y me prometí no interesarme tanto en las divinidades ni en descubrir los misterios del más allá, tampoco en la santería, y sí comprometerme con observar la comunidad que profesa esa religión, el tipo de personas, su calidad humana, su capacidad de tolerar, la postura que muestran ante la vida. Hasta llego a soñar con una religión más simple, más sencilla y, en consecuencia, más llevadera. Puedo recordar mis tiempos de niña, lo seria y casi tétrica solemnidad que uno siente en la iglesia católica, la ritualidad extricta que se debe guardar en los templos, la seriedad que uno imagina a ese Dios severísimo que ya castiga a una por los pecados cometidos y hasta los por cometer, por que Dios que hasta le lee a la niña sus pensamientos impuros, y que una no tiene cómo esconderlos porque a “ Dios es imposible burlarlo”, también recuerdo aquellos sacerdotes ancianos y ceremoniosos que dan una prédica larga y plana de la cual en definitiva una no entiende ni una sola palabra, pues si acontece que aquel día el padre no está lúcido por alguna razón, es uno entonces el que está cansado o en otra frecuencia, o entonces si tanto el cura como quien escucha está con buena disposición, son los parlantes de la parroquia que no funcionan correctamente, y mandan un eco indescifrable, pero ya sea por esto o por lo otro definitivamente el mansaje no llega. De cualquier manera esto no tiene tanta importancia, pues la mayoría de las veces cuando se consigue cazar algunas frases sueltas, siempre son más de lo mismo : interpretaciones que hace el padre de pasajes bíblicos. Me viene a la memoria algo todavía mucho más simple y revelador, que fue algo que ocurrió cuando concurrí a un bautizo. Después de la ceremonia me dediqué a lanzar una simple pregunta a los padrinos : al final, ¿ para qué se bautizan las criaturas ? ¿ Por qué el ritual de mojarle las cabezas con agua bendita ? Nadie de los presentes me supo responder, a pesar que habíamos escuchado recién la explicación por boca del padre. Más yo imagino que en todos los países y en todas las religiones la mayoría concurre a los templos porque se sienten obligados a ser practicantes y nada más. Ni siquiera prestan atención a los rituales más elementales. El peruano me ha hablado que en su país también la mayoría de los ciudadanos practica la religión católica, y asegura algo un poco peor todavía, y es que tienen una orientación más trágica y todavía más castrante que la nuestra, lo cual él le atribuye a su raíz española, que sería diferente a la portuguesa, y que es de la región que poseen herencia de aquella cultura. Según el peruano, la cantidad de trastornos conductuales que ha traído aquella religión a lo largo del tiempo es realmente alarmante. Las distorciones que ha llegado a inducir directa o indirectamente son francamente impresionantes. Eso dice con total firmeza y convicción. De aquello yo no sé responder debido a que como se sabe nosotros no somos gente criticona ni buena para cuestionar, y mucho menos para rebelarnos. Pero el peruano, y también admiro eso de él, es un aguerrido y feroz defensor de sus derechos, además de excelente lector y hombre bien informado. En otras palabras, no es ignorante como una. Y así se despacha hablando, muchas veces de su tema preferido, o de su obsesión, que son todo tipo de alteraciones mentales y en el observar cómo quedan en evidencia las personas que pierden el sentido de la realidad. Yo hasta podría hablar como él lo hace, con la cara llena de sarcasmo, como si él fuese inmune a la insensatez.










Mi tia Eulagia, madrina de mi primo Leonidas, se fue volviendo loca tan de a poco, que nadie lo advirtió sino hasta que hizo su segunda crisis grave, que comenzó por una discusión tonta a causa del alza del valor de la cuenta de electricidad, y que asustó en serio a un señor que la pretendía de verdad para casarse, sin imaginar que ella podía llegar a descompensarse de esa manera, y que escapó para siempre de su lado. Huyó de ella, tal vez sabiéndose incapaz de soportar nuevamente una tercera crisis como aquella, que dejó a la mujer como poseída por el demonio y haciendo batahola a medio mundo, dando pleito a todos, imaginando intrincados contubernios formados contra ella, contando con un par de dedos los aliados que podía contar ella en este mundo, odiando a muerte a cualquier hombre que hubiese pasado por su vida y la hubiese dejado, y los consideraba sus más encarnizados enemigos y por razones absurdas, como que no la habían declarado heredera de alguna casa o también pudiera haber sido una chacra de cultivo, o simplemente por que los declaraba como profundamente egoístas, y les gritaba,
- Eso es lo que aquella cosa humana es : un profundo egoísta que hacía que hasta los perros de la esquina me causaran celos a causa de que les daba más atención a ellos que a mi.

Así se quejaba, y solamente se tomaba un tiempo para respirar, mijarse la boca con un poco de agua, y proseguía con su pleito

- No se me queden mirando así, que hasta puedo parecerlo, pero no les quepa ninguna duda que yo no estoy chalada, solamente estoy reclamando mis derechos,

Así decía, con la voz ya ronca de tanto vociferar, mirando con expresión de furia y llorando nada más que por su ojo bueno, despeinada, pequeña, patética. Y lo más curioso en aquella mujer atormentada mostraba rotunda negativa a asumir que ella sufriera cualquier tipo de desiquilíbrios. Es más, ella se consideraba uma mujer justa y ecuánime, buena madre, lejana a cualquier desvarío o desajuste, y despreciativa por convicción de cualquier uno que solicitaria y recibiera atención psicológica, a los que hallaba personas esnobistas y hasta mentalmente perezozas. De esta misma manera categórica ella sostenía que todas las mujeres sentían deseos sexuales por sus hijos varones, y alguna vez llegó hasta admitir haber maliciado a su propio hijo. Así es este mundo, pensé yo. Y luego llegué a presumir que en alguna parte la mujer aquella leyó algún escrito de psicología que abordaba esta situación tal vez desde un lado metafórico, o bien se refería a alguna tendencia de orígen subconsciente, y que ella, a causa de su capacidad de raciocinar torcidamente, adaptó esa propuesta teórica en una verdad probable para su vida cotidiana. Quién pagó la cuenta de este abuso fue el menor, que llegó a los 18 años ya todo hecho un monstruito insoportable y con dos intentos de suicidio en el cuerpo, y, por disposición expresa de su madre, con ninguna visita psiquiátrica que pudiera encaminarlo a encontrar un alivio a sus tormentos. Se había establecido, en consecuencia, una verdadera reproducción de elementos dementes en la que el padre del muchacho quedó imposibilitado para intervenir, pues tanto la madre como los jueces que solían apoyarla lo único que querían de él siempre era un poco más de dinero, y aparte de dinero ella pedía que él callara su boca. Su tormento la hacía mantener al padre bien lejos de su hijo, y lo hacía utilizando una serie de artimañas muy eficaces. Una de ellas era cambiar de domicilio con regularidad, para que el padre no lo encontrara, o dejando instrucciones presisas para avisar que ella ya no vivía allí, aunque viviera.Otra muy usada era inventarle enfermedades al niño, tanto para evitar que se lo llevara como para aprovechar y pedirle dinero para tratamientos o compra de carísimos medicamentos, nada de lo cual por cierto era factible de comprobars. También lo culpaba de haberlo contagiado con alguna dolencia cualquiera la vez anterior que estuvo con él, gritarle en la calle para que pasara verguenzas con el vecindario, acusarlo a sus espaldas de hacerlo pasar necesidades al menor, hablarle mal de él, no cumplir con los horarios establecidos para buscar al niño o modificarlos a causas de imprevistos que por cierto eran falsos. Yo que todo lo sé y que lo que no sé lo invento me atrevo a señalar que ella podía actuar con cierta impunidad gracias a todo lo que nos cuesta a los mortales comunes y corrientes darnos cuenta cuando estamos frente a una persona con confusiones mentales. Alguien tiene que advertírnoslo claramente o de lo contrario, si no tenemos una convivencia con ella, podemos ni siquiera jamás sospecharlo. Inmediatamente podemos detectar un mohín afeminado. Rápidamente identificamos un arrogante. Nos jactamos no haber creído los cuentos de un embaucador, o basta dar una rápida mirada a un sujeto para adivinarle su orígen y su condición social. Somos capaces con tan sólo una percepción si una mujer está dispuesta, o no, a emprender una

aventura amorosa ahora mismo, o anticiparnos a la simpatía desplegada por otra persona y que nos intenta conquistar direccionado a obtener algo de nosotros. Ahora, localizar a un perturbado, vaya uno a saber por qué, resulta mucho más embrollado. Incluso cuando esa persona a uno de una u otra forma lo involucra en su realidad imaginaria. Aquella mujer disfrutaba de vivir situaciones simples que ella misma conseguía armar a fuerza de manipular a los demás de su entorno. Obtenía un placer supremo, por ejemplo, en ver un grupo entero esperándola a ella para ir a su casa de los suburbios. Conseguía reunir a todos y hacía que la esperaran, cumpliendo así una suerte de ritual de novia antes de llegar al altar. Ver un grupo de personas esperando su llegada le causaba una enorme alegría, un inaudito placer. Y en aquel grupo había quien supiera de su modo de ser complicado e imprevisible, pero nadie sabía a los grados de delirio que lograba llegar en la intimidad, eso nadie ni siquiera lo soñaba. Existen enfermos que parecen tener plena conciencia de su anormalidad, y convierten una verdadera puesta en escena para ocultarlo, algo así como en una verdadera vocación, y para mi son aquellos locos los de temer. Aquellos que uno se encuentra en los estacionamientos sacudiéndose el cuerpo para apartarse un nido de hormigas imaginarias que lo ataca sin piedad y le envuelve el cuerpo por entero, o aquella mujer que va de acá para allá el día entero y su noche pidiendo cosas a todos : cigarrilos al que fuma, cerveza al que ve tomando, maní al hombre que oficia de manicero, helado al hombre de los helados o un ataúd al dueño de un servicio funerario, aquellos no son nada, son inocentes palomas comparados con los otros, con los concientes y retorcidos, con aquellos que ocultan su condición.
Bueno. Ocurre que por aquellos días de desolación, de crisis y de internación, creció de repente entre mis sentimientos un recuerdo que se convirtió en una nostalgia viva por alguien que curiosamente yo casi había olvidado : mi querido amigo duende apodado el Adivino, aquel que conocí allá en Bolivia y que dedicaba sus días a hacer el bien y a cuidar los cultivos de aquellos campesinos que sí creían en él y lo consideraban, y además tanto el como los otros duendes ayudaban a todos los peregrinos que tuvieran la facultad de poder ser ayudados. Por cierto que aquellos cretinos que son capaces de dudar y hasta de burlarse diciendo en voz alta alegan lo simple, siempre lo más simple :

- Qué van a existir esos enanos –

Ellos nunca iban a ganar acceso a ellos, de la misma forma de quienes no acceden a Dios, y que son aquellas personas llenas de lesera en su expresión que son las primeras en anunciar muy sueltas de cuerpo que esas “son historias de los ignorantes”. Yo mismo ni siquiera consideraba la existencia de ellos antes de conocerlos, pero para que aquello ocurriera tengo una explicación certera : hay estudiosos que aseguran que los duendes son seres urbanos, y eso es equivocado. Otros que son originarios de Europa, teoría también sin ningún fundamento. De manera que quien vive aglomerado en las ciudades no tiene chances de entrar en contacto con ellos. Yo siempre fui lo que se ha venido a llamar miembro de tribu urbana, y por esa causa esa realidad por completo estaba distante de mi. Y conocía de aquello gracias a que soy apegado a los libros. Ni siquiera la podría definir como distante, sino que la palabra exacta sería “ajena”, existencia ajena a mi. Aún así, consideraba que los duendes eran cosa de leyenda para niños y nada más. No sabía que la existencia de ellos era real, aunque no en las urbes ni tampoco en los campos donde las personas no los conocen o no los consideran. Hay agricultores que ignoran que en los plantíos de ellos habitan jamás ha habido la presencia de alguna plaga que consiga hacer estrago, pues los duendes la atacan muy rápidamente y la hacen retroceder. Eso está comprobado por la Facultad de Agronomía de la Universidad Nacional Agraria La Molina de Lima, y también por la Escuela de Agronomía de la Universidad Austral de Chile. Sendas delegaciones de ambas casas de estudios pudieron comprobar que ni siquiera aquellas plantaciones las suelen atacar fenómenos naturales, y hasta algunos incendios ellos consiguen sofocar. Y qué duda cabe que ellos tienen rasgos de divinidad. Ellos son incansables para ayudar, y sin embargo jamás han pretendido hacerse notar, ni mucho menos popularizarse ni obtener algún provecho en beneficio propio. Yo pensaba :

- Que belleza de persona era aquel Adivino, que ganas de encontrarlo nuevamente.-

Lejos de intentar ahora una generalización, y no estimando precipitado el hecho de atribuir cualidades divinas al mundo de los duendes, tampoco lo sería el hallar rasgos diabólicos en la realidad de los perturbados. No puede existir el dulce si no existe lo opuesto que es el amargo. La existencia de los duendes se puede comprobar usando la misma lógica de la existencia de Dios. Es la misma. Hay quienes niegan la existencia de Dios, y están en su pleno derecho el hacerlo. Aquellos incrédulos suelen ser personas de perfíl algo oscuro, tentadas con los vícios, seguidores de doctrinas y, curiosamente hasta pueden ser intelectualmente arrogantes. Por que todo esto unido conforma un verdadero polvorín, y justo por aquellas razones estas personas son, evidentemente, mucho más vulnerables y están sujetos a perder el justo equilíbrio. Para ellos Dios no existe, y no es otra cosa que un invento del hombre mismo, porque el ser humano necesita de respuestas. Entonces para ellos no hay modo alguno de comprobarlo. Y hay quienes no sólo creen en Dios, sino que declaran llevarlo firme en su corazón. Conviven con El, le cantan y lo alaban, le piden milagros y favores, y le ofrecen sacrifícios. Por cierto quedarían muy extrañados si alguien les preguntara si realmente creen en El. Es exactamente esa misma realidad la que se aplica a los duendes, y es esa misma forma la de comprobar que ellos están ahí. Ahora, el que duda de aquello puede libremente tomar otro atajo y asunto cerrado...para él. Son aquellas personas sencillas entregadas a Dios, ( y de ninguna manera los religiosos), los que demuestran en la alegría de su diario vivir, en lo fecundo de sus vidas, que se pueden considerar blindadas a las confusiones mentales y a los estados negativos.
Yo mismo siempre me consideré un escéptico, un agnóstico. Pero a fuerza de ver los ejemplos una y otra vez, y gracias a una correcta autocrítica de varios meses, no pude hacer otra cosa que modificar mis posturas, y las terminé por adecuar a lo que yo había aprendido por los caminos.






Los que no sabían nada de duendes ni divinidades y sí mucho de sus demonios era otra familia del barrio, sumergida en el mundo tramposo de los vícios y de los tormentos : la família Sampaio. Ellos sin habérselo propuesto constituían el grupo más deprimente de la costa atlántica, es más lúbrico, atrapado por cuenta perdición y media existe, por una pereza tan sinverguenza que ya ni siquiera se preocupaban de disimularla, una pereza consuetudinaria en casi todos los miembros varones, que vivían una borrachera sempiterna que comenzaba a las ocho de la mañana de todos los días del año, con los más viejos a la vanguardia y que poseían una capacidad de aguantar y absorver licor que ganaría todos los recordes, y luego se incorporaban a beber los más jóvenes y ya con el efecto del alcohol en la cabeza se echaban como puercos errantes bajo un árbol frondoso para conversar estupideces, por lo demás el único árbol que había en aquel patio lleno de basura y de mocosos llorando, y se pasaban el día hablando esas necedades y además había un movimento de entrada y salida de otros viciosos del barrio que venían por algunas dosis y que le daban un aspecto de antro interminable que no tenía parangón. Además de borrachos habían perros roñosos echados por doquier y gallinas hambrientas yendo de aquí para allá deambulando y tratando de picotear alguna cosa que fuese comestible. Los más afectados mentalmente por la bebida ya mostraban signos de paranoia con quienes pasaban por la calle, o con los vecinos. Pero sucedía que había quienes hasta se compadecían de aquella miseria u otros que simplemente los condenaban, pero que em respuesta los borrachos de cualquier manera los consideraban sus constantes e incansables condenadores. Y no es para menos, si así fuese, pues aparecían dormidos en las veredas, o en las puertas de las casas, y había que verlos bien para comprobar que nada más estaban borrachos y no muertos. A veces abrían las bolsas de basura del barrio para comer restos de comida, la que se disputaban con los perros y con las gallinas insaciables, que eran las más astutas para localizar restos de alimentos entre los residuos, picoteando las bolsas justo en el lugar que se encontraban. A veces también llegaban a sumarse caballos a desbaratar las bolsas y buscar también su comida, por eso que la hora entre que se ponía la basura en la calle y el momento que pasaba el camión recogedor era de una constante tensión entre las dueñas de casa, pues debían envolver una y otra vez lo que ya habían descartado. Ya nadie abrigaba ninguna esperanza con la familia Sampaio, ni siquiera los canutos, que se declararon vencidos por la falta de interés de esta gente de librarse del demonio que los habían sucumbido a tal grado de envilecimiento, desquiciados por causa del alcohol, y, según explican los que saben, del alcohol barato, que puede ser el más devastador.
El hombre más viejo que es miembro y dueño legal de este antro, debe andar por los setenta años, alto y raquítico, que lleva más de sesenta y cuatro días consecutivos en estado de ebriedad, es propietario de los terrenos donde vive toda su descendencia, y según él dice es jubilado de un organismo estatal. Eso es entendible pues cuesta imaginar a este hombre trabajando en alguna cosa. Anda por la calle de aquí para acá, saludando a todo el mundo, declarando en voz alta que él le cae bien a todas las personas, sonriendo con su boca sin dientes y medio cubierta por un bigote espeso y encanecido, y que nadie se explica a ciencia cierta cómo puede estar vivo y viudo después de tantos años de intoxicación etílica y fumando esos cigarros de tabaco pestilente tirado en cualquier vereda durante horas. Nadie se explica cómo no sufre de delirius tremens. A veces le da por hojear alguna revista o periódico concentrado durante un buen tiempo, aunque todos saben que Sampaío es analfabeto, y que ni siquiera entiende el significado de la mayoría de las fotografías, de manera que aquel tipo de lectura que él practicaba parecía algo completamente absurdo. Su vestimenta también rayaba en lo incomprensible, pues usaba piezas que nada tenían que ver con su condición. Más de alguna vez fue visto usando ropa de mujer, sin perder un ápice de su hombría, o un delantal médico, aunque la mayoría de las veces usaba nada más que una bermuda hecha a tijereteadas de algún pantalón viejo, descalzo y sin camisa, dejando ver su cuero suelto y su estómago hundido casi junto al espinazo, y su pellejo sucio de sudor y de tierra. Sucede que si Sampaio hacía alguna actividad esa era acompañar a otro beodo que aparecía por ahí arrastrando un carro de mano improvisado, hecho usando la cáscara de un refrigerador viejo, repleto de latas vacías y envases desechados que encontraban en la basura. Ese material lo vendían para reciclaje en una agencia que había en el barrio. Con esos recursos se hacían de aguardiente para pasar el día. Y usaban un depósito temporal hasta mediodía para acopiar el material que el outro recolectaba y taría em el carrito: uma terreno amurallado dentro de terreno grande del viejo.
Meses demoro el par de infelices em caer em cuenta que casi la mitad de todo lo que conseguían recolectar deszde el amanhecer, le era robado por sus propios nietos, que observaban el movimento, em um abrir y cerrar de ojos saltando como si nada la muralla divisória munidos de uma bolsa grande que llenaban com material que había entrado segundos antes.
A Sampaio su jubilación se la desfalcaban sus hijos mediante un esquema que les funcionó durante años, y que consistía en acompañarlo todos los meses a cobrar, y luego confundirlo con mazos de dinero de la menor denominación, y sólo después de llegar a la casa de daba cuenta del fraude. Pero unido al hecho de sus nietos, el hombre terminó por enojarse y maldiciendo en voz alta partía a dar parte a la seccional de policía de los hechos. Pero no caminaba una cuadra y a causa de saludar e intercambiar algunas palabras con conocidos, se olvidaba de su diligencia policial y volvía otra vez a casa. Al volver recordaba una vez más a dónde iba y por qué, pero lo concreto que aquel borracho ya no era capaz de hacer ninguna tarea que importara algún grado de raciocinio. Las pocas veces que consiguó llegar a la delegacía, azuzado por el otro, olvidaba detalles importante como que allí no se puede entrar descalzo y sin camisa, y tampoco se puede entrar a hacer una denuncia en estado de ebriedad, pues en esas condiciones por cierto que no será atendido. Y así fue que aquel problema familiar no lo pudo resolver, y se fue haciendo parte de un hecho rutinario o de un círculo vicioso que ya no se consiguió resolver y es tema de al menos dos veces por semana. El terreno en que el hombre y su descendencia vivían era el único de la ciudad que abría las puertas y aceptaba la entrada y salida de mamados de todas las condiciones, pues algunos entraban nada más a beber una o dos dosis de cincuenta mililitros, y luego se iban a continuar con sus atividades habituales. Entran por un callejoncito de acceso en bicicleta, en moto o de a caballo, y a los cinco minutos salen con su mejor cara de dissimulados. Hay repartidores, empleados del comercio, albañiles y vendedores que con un trago en el cuerpo y una menta en la boca consiguen prosegir con sus quehaceres sin ser notados. Hay algunos que no, que no hacen nada salvo estar sentado borrachos las veinticuatro horas del día, conversando y riendo de las más básicas pavadas. Es ahí donde uno comienza a apreciar la diferencia entre las diversas culturas alcohólicas, pues el comportamento en estas tierras es extremadamente respetuoso y tranquilo, muy lejano al temperamento de los ebrios del sector andino de países, que son muy pendencieros y agresivos de sobra, si no cargantes. Aquí rara vez estalla una refriega, pero aún así cuando comienza alguna ya se sabe que dará como resultado al menos un muerto, pues los contrincantes se van con todo a matar o a morir, sin ninguna clase de medida, contemplaciones ni capitulaciones, y pueden usar un garrote, un cuchillo, un ladrillo o una pala para acabar con el contrincante de una buena vez, Y aunque cueste creerlo, las más violentas, alharacas e iracundas son las mujeres, que también participan, aunque en muchísimo menor cantidad. Y nada tiene que ver con los asuntos de la carne, pues la mayoría de aquellos sujetos están fuera de aquellos apetitos a causa de tanto insensibilizar sus cuerpos y por tiempo tan prolongado. Solamente algunas veces, nada más que algunas veces, el viejo se entusiasma con alguna muchacha que pasa por la calle y le busca conversa, pero obviamente que aparte de alguna frase de cortesía no consigue absolutamente nada de ellas. Pero eran instintos que le venían ya muy de vez en cuando. Sampaio, sin embargo, a lo largo del tiempo consiguió mantener una buena relación de vecindad con todo el barrio. Nunca fue rosquero ni mucho menos chismoso. A todos quienes pasaban él saludaba correctamente desde donde se fuera que encontrara, menos, claro, cuando estaba durmiendo, e incluso lo hacía por costumbre, a quienes no le prestaban ninguna atención. Sampaio regalaba frases de buena índole, posiblemente originadas de algún discurso de procedencia evangélica.

- Vaya con Dios – decía - Jesús te ama.

Y algunos le devolvían con una sonrisa, o algunas personas, señoras en su mayoría, le contestaba :

- Amén. El señor también.

Quienes lo conocen pueden dar fe que Sampaio no conoce ni de resfilón el significado de la palabra envidia, pues en su mundo no existe nada que le haga falta, y si por alguna razón en caso hipotético alguien le suprimiera su consumo de aguardiente, simplemente ahí el hombre sucumbiría, pues de cualquier manera y aunque él no lo cuestione es lógico deducir que Sampaio está con sus días contados, pocos más pocos menos. Por el contrario, muchos y tal vez él mismo hasta se extrañan de que continúe vivo ya cerca de los setenta años y autodestruyéndose de la manera que lo hace, sin misericordia. Su buena índole y su educación han conseguido el milagro que sea respetado o al menos tolerado por todos, aunque condenen su conducta. Una de sus hijas le acerca siempre algo para comer, pero no lo conducen a asearse ni lo rescatan del sol cuando se duerme a mediodía.
A uno que le dicen el Chicho, hay quienes en el barrio lo consideran el borracho más escandaloso de todos, y el más delirante, pues se pasa casi las veinticuatro horas conversando a gritos sin parar, hablando solo, o con quienes le prestan el oído por algunos segundos, o con otros parlanchines que a veces aparecen y que se disputan la palabra sin escucharse una sola frase. Además, el Chicho grita de súbito de pura alegría para festejar un gol completamente imaginario convertido por un jugador que jamás ha existido en la realidad. El Chicho se tiñe el pelo, y también se tiñe la barba de color café, hallando que así se ve tanto más joven. Lo que no sabe explicar es el orígen de aquella pretensión, pues como la mayoría de los beodos viejos no consiguen ni pretenden conseguir muchachas con el fin de seducirlas, de manera que no existiría ninguna otra razón para aparentar lo que no es, salvo que el Chicho sufra de otras alteraciones mentales apartes de su vicio. La diferencia es que el Chicho es un tomador que gasta más, pues es un hombre que, de acuerdo a su casa, grande y presuntuosa, aunque sin un buen estado de conservación, se ve que es un hombre que ha manejado algo de dinero en su vida, y además debe tener una mujer dentro de casa que lo soporte. El Chicho es más cervecero, más frecuentador de bares, de los que se quedan hasta que lo echan, y cuida más de su vestimenta e higiene. También es dueño de un discurso social más elaborado, aunque extremamente repetitivo, y que despliega cuando está sobrio. Esto no lo repite mucho, pero asegura que él es usado frecuentemente por almas de antiguos tomadores que están loquitos para volver a tomar. De manera que a él le sucede que a veces va a comprar una pavada cuanquiera a la ferretería del barrio, y sin caer en cuenta en ningún instante termina tomando como un desesperado en los fondos de un bar. Explica que de esos ardides se valen los finados para volver a tomar desde el más allá, y algunos de ellos demoran siglos em saciar su sed, y no hallan otra manera que la ya descrita de servirse de almas parecidas a las de ellos, pero que se encuentren vivos y con acceso al alcohol. Evidente que esto de las almas sedientas no son más que patrañas que inventan los beodos para justificar su comportamento e inocentarse. Yo a veces lo acompañaba a beber, aunque nada más que un rato, y me asombraba de ver que de él ser un hombre serio y casi luchando para no dejar aflorar su malhumor, luego de su primera cerveza le cambiaba su expresión como por arte de magia, su mirada y hasta su postura frente a la vida. Sus ojos como que cobraban vida, y le llegaban a brillar de tanta alegría, y llegaba a dar gusto ver cómo le florecía, ya desde los primeros sorbos, y desde el fondo del alma una visión positiva de las mismas cosas que hace un momento eran considerablemente más negativas. Y ese positivismo es bueno , sano y provechoso para las personas y su entorno, con una salvedad que demuele todo lo anterior : no sirve de nada, pues no es producto de una superación real, sino que nada más que un simple efecto pasajero causado por un agente externo y temporal que en este caso tiene el nombre de cerveza. Esa realidad me bajaba por analizar en los momento que él bebía, y me figuraba la cantidad de recursos que se dilapidan en este consumo inútil, y que muy bien podrían ayudar a combatir aquellos seres idóneos como el adivino y su gente.
El Chicho, a pesar de estar ligado al alcohol más que a cualquier cosa de este mundo, me provocaba simpatías. Para él todo acontecimiento propio y también lo ajeno lo curaba en base a una sugerencia de orígen etílica: si las ventas del día no estaban buenas él usaba y también recomendaba beber uma cerveza. Si la lluvia pillaba a uno de improviso y lo empapaba, la única manera de librarse del resfriado del día siguiente era, cómo no, tomando una cerveza. En el caso que uno se encuentre muy cansado y sin ánimos de hacer ningún tipo de actividades, el Chicho recomendaba una cerveza para recomponer la buena disposición. Ahora, si el problema que lo afectaba a uno en ese momento era el frío o el hambre, el lo resolvía tomando una muy buena cerveza, no mucha, eso sí :

- Hay que tener prudencia- decía-, pues si consigues una muchacha las cosas no te van a salir bien, vas a pasar puras verguenzas. ¿ Y cuál es la solución si estás metido en un lío de esos ? Bueno, eso no tiene otro remedio que no sea que los dos estén tomando juntos. Su discurso alcohólico lo tenía tan arraigado, que yo me quedaba asombrado de comprobar cómo la dependencia podía ser tan intensa y tan extrema. Yo aprovechaba de cuidarle las espaldas mientras podía, pues como suele suceder le cobraban dos o más veces el mismo consumo, lo enredaban con los vueltos, o capaz que lo timara algún conductor de taxi, aunque para todos aquellos eventos él practicaba algunas precauciones, como pagar cualquier cuenta de inmediata y no prestarle dinero a nadie mientras se hallaba bebiendo.

Hacía aseveraciones increíbles para justificar su amor por meterse alcohol por la jeta, como la que el destilado, al estar circulando en el torrente sanguíneo, mataba las bacterias y gérmenes que estuvieran propensos a desarrollarse en el organismo, por lo cual él se convencía que casi era el líquido antienfermedades milagroso de Dios.





Sucedió que en aquella misma época apareció ya florecida una sobrina del Chicho, llamada Rosa, que en un brevísimo espacio de tiempo se le estiraron los huesos, dejó de lado las muñecas, incluso las de última moda, la naturaleza le abrió sus caderas, le crecieron unos pechos grandes y puntudos, y se puso tan bonita, que muy luego acaparó las miradas y los pensamientos de todos. Sus labios se curvaron y mostro unos dientes blanquísimos y ordenados completaron su obra. Por cierto que todos los días florecían mujeres, y todavía sucede, y seguirá sucediendo em este mundo que en un dos por tres las niñas aparecen convertidas en hembronas ya muy definidas. Pero haciendo la salvedad que nunca se han visto tan lindas como lo era Rosa. Y con esa cara de provocadora que tiene, enhonor a la verdade tanta cosa no fue tan bueno para ella y no demoró en sentirse aplastada por el peso de su hermosura. Solamente en la calle en que vivía la pretendían cuatro indivíduos, quienes se desvivían por ella y por su atención. Nada más amanhecia y los cuatro , desde sus respectivas trincheras, y ala estaban vigilando. Lo curioso es que los cuatro hombres de la cuadra que la seguían pertenecían a cuatro generaciones diferentes, de modo que el menor hacía sus intentos en desplegar su buen estado físico, mientra ya el mayor le buscaba por el lado de hacer ver la seguridad que le podía ofrecer un hombre ya consolidado. La esperaban venir de nochecita, suspirando, y consta muy claramente hasta por notificaciones policiales que el más osado de ellos la quiso hacer suya casi por la fuerza en dos ocasiones. Uno que permanecía ajeno a aquella disputa inmediata, se quedaba mirándola, convencido que más que su belleza, ella cargaba con las consecuencias de ser portadora de aquella mirada tan incitadora, como invitando a irse con ella, como diciendo después de ahorita no tendrás otra oportunidad, como si ya hubiese elegido a todos, porque todos sentían que ella les correspondia, y también a ninguno, porque ninguno conseguia concretar en serio la ocasión para enseñarle con el mayor gusto las cosas más deliciosas de este mundo y de cualquier otro, sin importar ninguna consecuencia y sin medir ningún tipo de peligro, ni siquiera aquellos de naturaleza reproductiva. Los más entusiasmados hubiesen sido capaces de cualquiera cosa para levantarla, sólo que no sabía cuál era la tecla que debían apretar. Curioso, pero nadie nunca supo quién y como fue el más atrevido y que consiguió convertirse en su primer amante, en desflorarla, ni qué recurso usó para lograrlo. Sobrepasados por el revuelo que estaba causando Rosa, sus padres tomaron una dura decisión, y la mandaron a vivir un tiempo a Salvador con sus abuelos. Y de allá regresó un tiempo después con un húngaro del cual no se despegaba ni un instante. Ahí supimos que su inclinación se estaba yendo por los nórdicos, y muy coincidentemente en un par de días ya andaban varios mozos en el barrio con el pelo teñido de amarillo, quién sabe para tentar suerte con ella, cada uno a su modo. La incitación de su mirada seguía siendo la misma, con o sin húngaro instalado en su vida. Parece que ella poseía un sexto sentido cuando pasaba caminando por la calle acompañada por sus amigas. Muchos la miraban de reojo y haciéndose los disimulados en el momento que venía de frente. Pero había un instante para disfrutar el ángulo que mostraba la forma y el tamaño de sus pechos, que era cuando estaba de lado y a medio metro delante del admirador también alcanzaba para contemplar la curvatura perfecta y joven de sus glúteos. Ya de espaldas estaba la ocasión de admirarla con más calma, aunque con cuidado con que los vecinos cahuineros lo vieran a uno desvistiendo muchachas con la mirada, y lo anduvieran tratando a uno de degenerado. Algunos aseguraban que ella adivinada cuando alguien la miraba de esa manera. Giraba la cabeza de pronto y cazaba sin fallar al que la estaba escrutando. Y su reacción no sugería ser de incomodidad ni de molestia, sino que por el contrario, su lenguaje corporal parecía decir “ aprovecha tu mirada, que mirar es gratis”. El húngaro, por su parte, y es fácil suponer, vivía su ventura desde un ángulo completamente distinto. Primero porque como extranjero no tenía ni podía tener elementos para el conocimiento que su mujer era deseada por tantos, ni tampoco podía saber de la cantidad de libido que circulaba tan cerca de sus narices. Y es bueno recordar que no falta quien afirma que este tipo de energía devastadora y silenciosa, la de la libido abundante, fue la que terminó por perturbar y desdichar a este pobre hombre. Efectivamente, el húngaro también terminó perdiendo los estribos, el eje de la realidade. De a poco, muy de a poco, casi a la velocidad que se nos pasa la vida, la relación amorosa que mantenía el húngaro con Rosa se fue desiquilibrando en contra de él, ella fue perdiendo el interés en la relación




y esto se sabe con lujo de detalles pues el húngaro compartió conmigo toda su versión de la historia, y yo acepté ser su paño de lágrimas a cambió de que él fuese muy sincero y detallista, pues teníamos todo el tiempo del mundo para dedicarle al caso. Confieso que yo hace mucho tiempo estaba interesado en saber cuál y cómo se puede entrar a uno de los infinitos caminos en que se llega a desordenar mentalmente una persona, y que en este caso las fuentes de la perdición fueron las fantasías eróticas que comenzó a compartir con su mujer. Habían pasado varios años de desempeño amoroso feliz, algo muy bien estructurado, y también complementados con tiempos y espacios enteramente compatibles y acordados de mutua iniciativa. Pues muy bien, resultó que muy caro le terminó costando al húngaro el haberse perdido un par de dias con la negra Daiana. Ni bien la conoció y qué duda cabe quedó encandilado y se fue con ella a disfrutar de las fiestas de junio a la ciudad de Campina Grande. Todo muy comprensible, pero con la fatal salvedad que con aquel desliz pasó sin proponérselo a quebrar el encanto que había conseguido mantener con su mujer la linda Rosa, y por más que lo intentaba y reintentaba una y otra vez traer de vuelta la intensidad de la pasión por su mujer, ya no consiguió retomar la frecuencia y el delirio que los dos venían manteniendo todo este tiempo. La negra Daiana le había quitado para siempre una parte de su jenecherú, el fuego que nunca se apaga. Ella por cierto que percibió aquel cambio, pero no lo supo atribuir a ningún acontecimento externo, y mucho menos a la incursión del húngaro al mundo de otra mujer . Y por coincidencia la más letal de todas, la negra Daiana. El húngaro y Rosa conversaron sobre el cambio de ritmo de sus relaciones, aunque lo hicieron de manera somera, despreciablemente disimulada, y sin atribuirle la menor gravedad.

- Son vaivenes normales de toda pareja.

Y lo eran, efectivamente, y hasta llegaron a bromear sobre la situación aquella que parecia haber entrado en receso. En su más recóndida intimidad, sé que el húngaro sólo conseguia funcionar pensando en la negra, pero pero el alcance real de esta situación, eso, no tenía coraje de compartirlo con su mujer. Podía reaccionar mal. No tenía la menor idea de cómo ella resistiría algo así. Una de aquellas noches sin actividad y en tono de broma Rosa dijo por decir que estaba buscando alguna solución alternativa al tema de la baja del rendimento.

- Parece que ya no me alcanza con uno- dijo. -Voy a tener que conseguir otro novio - agregó sonriente – para que nunca no vaya a agarrar el tedio.

El húngaro rió de buena gana, mostrando sus dientes blancos y ordenados que casi parecían las teclas de un piano. Luego meditó en la frase que la largó Rosa, y le dijo :

- Repite eso, Rosa.
- ¿Qué cosa ?
- Lo del otro novio.
- !Ah ! Sí, exclamó ella-, que creo que me buscaré otro novio.
- ¿Y yo ?
- Pues voy a tener dos.
La debilitada mente del húngaro pudo hacer un vuelo espectacular hacia un escenario de una grotezca lujuria, e imaginó situaciones de erotismo que, si bien se acercaban peligrosamente a lo vergonzoso, a lo animal, no las quiso reprimir. Siguió imaginando sin preocuparse del alcance de ellas.

- Creo que se me van a romper los pantalones – dijo el sueco-

Ella, que lo conocía, miró el bulto de él que casi le reventaba la cremallera, y luego lo acarició para cerciorarse. Había sido una erección fulminante como hacía tiempo no disfrutaba. Ella se sorprendió pues no sabía ese tipo de reacciones que pueden tener los hombres.

- Excelente la fantasía, dijo él. Debo reconocer que me gustó.

Sucedió que aquel episodio que pudo ser de total intranscendencia, fue el puntapié inicial casi inadvertido de una etapa amorosa que se inició de una manera completamente vertiginosa, en cada cópula usando casi sin variaciones el mismo recurso de la existencia de un novio imaginario. Una fantasía. Después al imaginario lo fueron perfeccionando, le pusieron edad, le inventaron un nombre, características físicas y hasta la manera de contactarlo. Todo volvía a la normalidad, felizmente. Más esa solución a la disfunción no tardó que de una manera imprevista se vino abajo. Fue el propio húngaro que dio un paso perfectamente equivocado al forzar que todo aquello de lo imaginario, sano y efectivo, la idea llegara a convertirse en una realidad, algo evidentemente peligroso y factible de ser letal a cualquier estado de pareja. Había perdido el equilibrio emocional, según se puede decir. Había entrado al mundo de las obsesiones, y lo había hecho con la idea de ver a su novia en brazos de otro hombre. Parece aquella una distorción demasiado escabrosa, y de hecho lo es, pero eso no bastó para hacerlo desistir, y nada más le dio vueltas en su mente una y mil veces aquella posible situación, siempre experimentando una vasta excitación. Nadie supo explicar acaso en el fondo de su alma el húngaro intentaba redimirse, a su manera, claro, o simplemente había llegado la hora de condimentar la relación antes que esta fuera a apagarse. Sin embargo, la bonita Rosa estaba ajena a aquellos límites mentales que a estas alturas ya habían traspasado la línea de lo imaginario. Pera ella ese juego pertenecía relegado nada más que a las fantasías eróticas, que hasta ese límite, de ser respetado, quedaba ahí todo bien. De manera que la obsesión y la decisión de llevarlas a la realidad estaba nada más que en la mente del húngaro, conciente tal vez que el género femenino puede ser menos propenso a este tipo de juegos peligrosos y a la vez temeroso de que el tema algún día se volviera en su contra y ser acusado por ella de haberla seducido por ideas y acciones pervertidas con las cuales ella jamás había ni soñado. El, en lo personal, no las hallaba en absoluto incorrectas, pues consideraba que siendo los dos mayores de edad y habiendo común acuerdo no existía absolutamente nada en una pareja que no fuera válido, pero Rosa, la bonita, tal vez por ser latina, tenía otra mentaliad ya arraigada : la del amor, los celos y la propiedad de la pareja. Al menos su discurso siempre fue ese, de manera que el sueco se limitaba a sondear en qué terreno estaba pisando y cuáles eran los límites que podría llegar a romper, y los que ella simplemente jamás capitularía. En resúmen, ya estaba sembrada la semilla del futuro terremoto mental, y el hombre ya estaba atrapado por la idea de ver a su novia siendo disfrutada por otro hombre. Imaginaba qué sentiría él y cuál sería la conducta de Rosa la bonita en esas andanzas, y la sola idea y el placer que encontraba al darle vueltas en la imaginación lo mantenía absolutamente erotizado. Habían experimentado varios juegos libidinosos y esta vez él no sería el amante de ella, sería el otro que él mismo estaba procurando, y que mientras más tosco y rudimentario fuese el tipo que la tendría, más le excitaría verle con ella. Mientrás más humillante y grosero fuese aquel encuentro, más apetitoso se le antojaba. Un tipo de hombre ordinario y hasta roñoso que jamás siquiera imaginaría que llegaría alguna vez a disfrutar esa hermosura de mujer tan excepcional. Quienes la conocemos podemos dar fe que la linda Rosa es una joven extremamente atractiva, con un rostro perfectamente definido, fresco, de labios gruesos y una sonrisa pura y limpia y mostrando siempre una lengua algo porosa y discreta que expresa algo muy similar a lo que podría ser un pedido de amparo, que dan ganas de abrazarla para no soltarla nunca más. Sus ojos verdes y grandes, piel blanca y muy lisa, sin ninguna cicatríz, muy fresca y olorosa, senos puntudos y caderas bien marcadas gracias a lo delgada que era. Justamente por esas razones ee húngaro consideró que su amante ocasional debía ser todo lo contrario.
Demoró un buen pedazo de tiempo en encontrar al candidato perfecto para su juego, en parte por que estava evitando cualquier tipo de prisas, y en parte también por que deseaba disfrutar cada momento de aquella intrincada armazón. Hasta que se dio el caso que el hombre elegido para estar con su novia finalmente apareció y desde luego que fue seleccionado sin márgen de dudas. Pasaba aquel elegido a comer todas las noches después de la jornada laboral a un pequeño restaurante cerca de su casa, siempre con varios compañeros. Se llamaba Maputo, y según le confidenció era de un país de Africa que no hablaba la lengua portuguesa. Era un poço más bajo que él, pero bastante más corpulento y su rosco muy tosco, derechamente feo, con unos labios grandones y dientes mal cuidados, barbilla medio lampiña coronada por una naríz grande y aplastada como la nariz de un boxeador. Su piel negra estaba reseca, y sus manos gruesas curtidas por el trabajo. Uso el recurso fácil de contratarlo para realizar pequeños servicios en su casa. Trabajos de pintura y plomería, hasta que un día, como sin querer, le presentó a su novia, Rosa la bonita. Ella como siempre en estos casos se mostró algo altanera, y le dio un saludo frío y distante, sin imaginar ni remotamente que aquel personaje tosco muy pronto le iba a invadir hasta su última privacidad. Cuando ella se marchó hacia el cuarto, y en vista de que ya habían establecido alguna confianza entre ellos, el húngaro directamente le preguntó por su novia que le acababa de presentar. Maputo le contestó que era una mujer muy bonita, excepcional, aunque un tanto arrogante. Así las cosas, ya el juego comenzaba a tomar forma. Cada pieza de aquel rompecabezas erótico dejaba más y más libidinoso al húngaro, que disfrutaba como nadie de su propio secreto.
Su novia y él tenían un lugarcito en las orillas de una vertiente de agua pura bastante cerca de la ciudad, y que era perfecto para el amor. Para allá concurrían hace ya varios años, y nunca fueron incomodados por nadie, pues el lugar era muy discreto. Les gustaban los juegos de pareja, aunque nada fuera de lo normal: ataduras,dominación, máscaras y alguna fantasía. De manera que el sueco le propuso una jornada erótica en ese lugar, una jornada que ella nunca olvidaría, que sería la más excitante de sus vidas.

- ¿ Te gustaría acostarte con mi novia, verdad ? – Le preguntó.

Por cierto que el africano quedó perplejo, descolocado, pues no esperaba un tipo de pregunta así.
- Claro que no –dijo – es tu novia. Yo nada más te dije que era atractiva.
- Pues yo quiero que lo hagas- le dijo el sueco- me gustaría que lo hicieras, y hasta soy capaz de pagarte por ello.
- ¿Lo dices en serio ? – Preguntó él.



- Por supuesto que sí. La pondré en tus manos y podrás hacer todo lo que quieras con ella...todo lo que se te venga en ganas. Yo lo que quiero de esto es experimentar la sensación de ser un mero espectador, nada más que eso.

- ¿Cómo podría rechazar semejante invitación ? ¿ Cuándo lo haremos ?

Ya se había entusiasmado el hombre, y el húngaro llegaba a temblar con la sola idea de la tremenda humillación que experimentaría viendo a su novia siendo disfrutada por otro. Estaba todo planeado para llevar a cabo el encuentro el día sábado. Aquella semana conversó con ella que el próximo sería un fin de semana inolvidable, aunque prefirió seguir sin comunicarle nada de los planes que tenia ni de la presencia de Maputo. Pero su mente le decía,( sin ninguna base de lógica), que ella imaginaba perfectamente que aquella sería una jornada de desenfreno y excesos, que ella estaba queriendo que llegara el día de la nueva experiencia. Ya no podía evitar ver a Rosa la bonita de diferente manera. Y ella no se imaginaba para nada lo que se vendría encima. Y rápidamente llegó el día sábado. Ya Maputo conocía el lugar y se encontrarían recién comenzada la tarde. Ella también se hallaba excitada, muy excitada, pero ingenuamente, ya que pensaba en aquellos juegos de dominación que siempre le habían gustado mucho. Entraron por el bosque hasta el rincón de ellos hablando de sexo, de la vasta cantidad de variaciones y experiencias que en ese sentido se pueden vivir, y cómo todo aquello puede ser válido mediante nada más que el consentimiento mutuo, código que por cierto en este caso no se estaba cumpliendo, detalle que a la larga podría hacer toda la diferencia. Una vez que se encontraron en el lugar, El húngaro comenzó a disponer el orden de los acontecimientos. Ella usaría nada más que calzones y sostenes blancos. Tapó su vista con una venda de seda natural, también blanca. Ella temblaba de tan entusiasmada que estaba. Luego le amarró las manos por atrás con una atadura también de seda natural, la puso de rodillas y le dio un beso en sus labios lindos y gruesos. Estaban muy erotizados y la espera los pondría aún más. El sueco se alejó unos metros, apoyándose en un árbol, lugar de palco para asistir a su propia obra. Una media hora demoró en llegar Maputo, con una camiseta de tirantes y bermudas cortas. Al húngaro nunca le pareció un hombre tan grandulón. Y cuando la descubrió casi desnuda y de rodillas en medio de aquel bosque, abrió bastante los ojos y le sonrió al sueco con mucha picardía. Le habló muy bajo, y el ruido del agua de la vertiente apagó las voces.

- ¿ De verdad quieres hacerlo ?

Era la última oportunidad para evitar la consumación. Estaba la posibilidad de que el hecho de ver semejante individuo haciendo gemir a su novia no valdría la pena y hasta podría enfurecerlo. Pero el húngaro consideró que ya era tarde para vacilaciones.

- Es toda tuya – contestó – haz lo que te plazca con ella, nada más te pido que no la beses, no digas una sola palabra, y, por cierto, a mi no me mires.

- Todo muy bien. Sólo no quiero que te arrepientas y me cortes los trabajos.

- No lo haré.

El extraño no quiso esperar más y se acercó a ella con seguridad, a recoger lo que era de él. Cuando Rosa la linda lo escuchó acercarse levantó la cabeza y se puso más ergida, alerta. Ella pasaba sus dientes por el labio inferior y tenía dilatadas las fosas nasales. Estaba impaciente. El tipo se acercó a ella, poniendo su pelvis muy cerca de aquella boca linda que tantas veces el húngaro había besado. La observó con paciencia, como el torero estudia a su toro antes de la faena. Quería disfrutar de aquellos instantes, momentos que claramente era posible que ya no tuviera la fortuna de repetir. Una mujer tan limpia, tan femenina, tan fresca y en especial tan libidinosa. El estaba parado con las piernas abiertas levemente, con semejante preciocidad arrodillada a sus pies. Algo impensado para él. Observó cómo sus pechos palpitaban, cómo eran de puntudos, y aún sin tocarlos dio una vuelta contemplando su culo apoyado en los talones y los pies desnudos sobre el pasto tierno de aquel pedazo escondido de bosquecillo. Estando ahí la cogió por la nuca con cierta brusquedad y la puso de pie. Pasó sus dedos por el borde del sostén, los acarció suavemente y pudo ver lo calientes que estaban. Puso sus manos en las copas del sostén,y de un tirón los rasgo. Los pechos firmes saltaron libres, se movieron y luego quedaron fijos en su lugar. Firmes. Maputo retiro la pieza y dejó sus tetas totalmente al descubierto, observándolas con un deleite casi grosero. Su mirada se volvió ávida ante el panorama que tenía a su disposición, no mostraba prisa y era notorio que jamás había disfrutado de algo tan bello. Al poco rato comenzó a amasar los pechos con descaro. Los estrujaba como el sueco nunca lo había hecho, pellizcando con cierto sadismo los pezones. No tardó en colocar sus labios y succionar con avidéz, casi con desesperación, oliendo una y otra vez aquella piel inmaculada, lamiendo más y más de manera atarantada, intentando en vano meterlos enteros en su boca. Ella gemía de placer , y el húngaro se asombró de ver cómo puede excitarse tanto una mujer cuando es deseada de verdad. Calculó que ella ya se había dado cuenta de que el amante no era él, y justamente aquel hecho prohibido y despreciable era lo que más la enloquecía. Claro que ella lo había notado, lo había percibido desde el primer momento, y le pareció tener un hombre maravilloso, capaz de darle ese tipo de placer tan osado, cosa que a los demás le causaría una inmensa inseguridad. Maputo estaba disfrutando como um desaforado de la piel tíbia, olorosa y las formas fabulosas de essas increíbles tetas. Sus dedos no tardaron em deslizarse decididamente hacia el tesoro que lo esperaba entre las piernas. Pudo ver como metió los dedos por el borde del calzón, escarbó el pliege de piel y alcanzó el sexo ya entero humedecido a causa de tanta lujuria. Los dedos rozaron una y otra vez suavemente el clitóris y los bordes que lo protegen, todo muy lubricado por aquel líquido vizcoso que brotaba abundantemente de ella, como hilos transparentes. El negro retiró los dedos y los olió y luego los puso en su boca para saborear aquella delicia. Por los bordes rasgó los calzones, los retiró y los lanzó los restois de la pieza hacia donde estaba el alemán. Ya se encontraba completamente desnuda y su espacio preparado y listo para la copulación. Más todavía faltaban preliminares.Y uno de esos preliminares consistía en que Maputo dedicaba unos segundos para agradecer a Dios por la sublime hermosura de aquellos momentos, imposibles de comprar ni com todo el dinero del mundo. Esto por decir algo, pues sabía que dinero y felicidad son dos cosas que no tienen relación. El húngaro nunca había estado tan excitado, pero aún así había algo en él que deseaba que interrumpiese la escena, finalmente impedir que se consumara la humillación. Hasta ahí la experiencia ya había sido suficientemente interesante. Pero no, definitivamente ya no había marcha atrás.
Maputo colocó sus manos en los hombros de Rosa la bonita, y la puso de rodillas ante él. Quería sentir la boca caliente de ella succionándole el miembro duro como un fierro.
Pero antes le revisó la espalda y le desamarró las manos. Ella permanecía quieta, poniendo los brazos hacia adelante y cubriendo con sus manos la zona púbica. También aquella zona era graciosa, pues estaba depilada en los costados, dejando sólo una franjita angosta de pelo al centro, igual que las putas del centro, tal como el húngaro le había pedido que se depilara, y lo mismo que las putas más desenfadadas. Maputo se le puso al frente. Aún vestido tal como había llegado se mostraba cada vez más impaciente. De pronto de bajó la cremallera y rebusco por el orifício. Sacó al aire su miembro con dificultad, de manera que debió dejar caer las bermudas y los calzoncillos. Por aquello de los tópicos y por ser el negro un tipo bastante corpulento, se suponía que su aparato era enorme, pero lo cierto es que no, no lo era tanto como se podía imaginar. Unos veinte centímetros de un palo negro y reluciente. Parecía, eso sí, mucho más brutal. Venas gruesas lo recorrían y parecía bastante más ancho de lo normal. En la punta el glande dilatado y lleno de líquido seminal. Ella se mojó los labios presintiendo impaciente el momento de la mamada. Maputo tomó su palo con la mano derecha y se la apoyó en la mejilla invitándola a jugar. Si quedaba alguna duda, ella definitivamente ya sabía que ese hombre no era el suyo, y no se hizo de rogar : lo tomó con sus dos manos y empezó a darle besos de arriba a abajo. De los besos pasó a los lametones, aunque todavía cortos y tímidos. El húngaro advirtió que ella estaba loca de alegría por vivir momentos tan intensos, tan bonitos y tan fuera de la agobiadora rutina. Y le dio comienzo a la mamada del mismo modo que ella siempre se lo hacía a él, pero Maputo no era el alemán. Mientras ella lamía la agarró de la nuca y le metió la mitad del garrote en la boca, sin titubeos. El la movía de arriba a abajo y ella se dejaba hacer, y no tardó en ir también a la iniciativa: le puso una mano en los testículos y la otra en el trasero, en el ano, masajeando ambos con cierta habilidad. Intrudujo un dedo para masajearlo por dentro. Ella quería sentir el calor humano, así que se arrimó, apoyando sus pechos sobre los muslos y restregándolos como una perdida. Verla tan blanca como era, enroscada en las piernas secas y renegridas de aquel gañán...era una imágen que el húngaro nunca olvidaría. Maputo ya no podía esperar más, gesticuló con vehemencia y se permitió eyacular dentro de la boca, y Rosa la bonita no pareció sorprenderse ni disgustarse, a pesar de que nunca lo había hecho, y encima agarró el palo y siguió moviéndolo hasta que salió de la boca y con él borbotones de semen caliente y muy blanco. Salía en cantidad, como nunca lo había imaginado, salpicando su cara y resbalando por los pechos, y el negro gruñía mientras Rosa lo ordeñaba. Ella no podía estar más excitada, tanto por el baño y por el tantito que tragó, y con mucho interés. Por un instante el húngaro descubrió que Rosa no era la inexperta que él creía que era, pero después se olvidó de aquello. Rosa la bonita comenzó a esparcir por su cuerpo aquel líquido vizcoso, sacando la lengua y saboreándolo con absoluto deleite. Nunca pensó verla así, tan seria, tan estirada y gallarda que era, y ahora saboreando los líquidos de un desconocido y frotándoselos por todo el cuerpo. Ella de pronto gritó, se convulsionó y se retorció como una loba en celo, y todo sin siquiera tocarse. Luego quedo tendida con las piernas abiertas y totalmente desnuda sobre el tierno pasto de aquel pedacito. El marido pensó si acaso estaba dando esa sensación de saciedad para incomodarlo a él, para que se sintiera menos que el negro. Pero luego se olvidó de eso, pues advirtió que a Maputo todo aquello no le había parecido suficiente, así que respiró algunas veces y nuevamente se le fue encima y no tardó en volver a amasarle las tetas puntudas de ella, duras como si fuesen de de una niña. Volvió a saborearla entera con mucho ahínco, pero curiosamente con su barrote convertido ahora en una pura tripa colgando y extenuada. Poco reparó en que aquel cuerpo estuviese lleno de su eyaculación. Estrujaba sus pechos con avidez, y luego desvió una mano en procura de la zona de la entrepierna. Iba a degustar las partes de Rosa la linda, pues ya lo había pensado hace rato y no lo había hecho. Ella parecía dispuesta, así que tomo la cabeza del negro, conduciéndola y apretándola contra
su piel. Rosa la bonita se incorporó un poco mientras él la olía y la recorría con su boca. Ella hizo una gemida conmovedora cuando le penetró una lengua dura y afilada, y comenzó a degustar bien degustados todos sus sabores, especialmente los más fuertes ya dentro del músculo cavernoso. La estimuló un largo rato con su infalible método oral, hasta que la dio vuelta y la colocó de rodillas y agachada. Fue un aviso de lo que vendría, pues el negro formó una suerte de tubito con la lengua y la intrudujo sin dificultad en el culito de Rosa. Fue eso, nada más que un aviso de lo que venía más adelante. Luego la volvió a poner de rodillas y él al frente. Rosa se apropió como si ya fuese de ella del pene del tipo y lamió, lamió de un modo que el húngaro nunca había imaginado, casi se podría decir con hambre. Ahí fue que Maputo una vez más desobedeció al marido, pues lo miró de manera altanera, fíjamente, y con un gesto en su boca lo invitó a unirse a su novia, a mamar también, a arrodillarse ante él para conocer desde el outro lado lo que era una mamada. El húngaro se estremeció, medio que se ofuscó, y todo para fingir que no se había sentido tentado, tentadísimo con la idea del negro arrogante. Pero no hizo tal de unirse, por cierto, bajo ningún punto de vista. Ya le quedaría tarea para el futuro para estudiar esa inusitada reacción favorable a un tipo de relación homosexual. Cuando el miembro volvió a estar duro como un garrote y mojado con la saliva de ella, ésta se tendió, invitando a la penetración. Maputo hizo de nuevo una breve oración de agradecimiento al Dios de él, y luego se hechó encima sin delicadeza y la clavó con rapidez. Ella gemía con fuerza, medio ida de este mundo, y mientras el tipo la cabalgaba ella le dio al alemán una mirada de complicidad tan intensa, que este no pudo evitar un orgasmo fortísimo. La apretaba con fuerza y sin miramientos. Las demás gozadas no tardaron en llegar. Las de ella, sonoras y bastante seguidas, tres veces por lo menos, y luego la del tipo, que parecía rugir como una fiera rabiosa mientras inundaba de sus líquidos nuevamente a su novia. Ella respiraba como si el aire le hiciera falta. Se detuvo algunos instantes a observar al hombre que la estaba copulando de aquella manera tan salvaje. Cogió la cabeza del tipo por la nuca y sin reparar en lo feo que era le dio un beso largo, lúbrico y apasionado.

- Ha sido fantástico – dijo ella – me parece que estoy queriendo más y mucho más.......

Pero poco le importaban a Maputo los besos, y más todavía sabiendo que podía hacer lo que se le antojara con la tremenda mujer que estaba a su disposición. Así que no contestó nada, y se puso de rodillas. La examinó con detenimiento y de pronto le dio la vuelta. Ella se quedó boca abajo, con su cuerpo enteramente desnudo sobre la hierba, cosa que tampoco pareció importarle. El culo era ahora el gran protagonista. Tan blanco, tan redondo y apetecible...toda una invitación, una provocación, un espacio imposible de dejar pasar sin profanar. El hombre no iba a dejar pasar la oportunidad de sodomizarla, delicia que el propio marido ahí presente nunca había llegado a disfrutar. El negro metió dos dedos en su vagina utilizando sus propios fluídos para lubricar tan estrecho agujero, y luego se los llevó a su boca para agregar también abundante lubricación salival. Para ella era la primera vez, para él todo indicaba que no, pues sus movimentos denunciaban experiencia y aplomo. Una vez que cumplió su cometido de esparcir suficientes líquidos vizcosos preparando la consumación, el hombre introdujo uno, y después dos dedos en el espacio ya palpitante de Rosa la bonita. Dejó los dedos sin movimentos unos segundos, para que ella no tomara susto, y luego los comenzó a mover de manera circular para producir la dilatación y preparando el camino para la penetración. Ella curvaba su trasero con ansias, se dejaba hacer y gemía, sin atisbo alguno de dolor. No tardó en aparecer el garrote incansable de Maputo, siempre desparramando líquido seminal. Lo colocó contra el ojete y lo empujó, sin conseguir que entrara. Luego modificó el ángulo, por cierto diferente al vaginal, y sí, ahí sí que fue penetrando centímetro a centímetro hasta perderse por completo dentro del cuerpo de ella. Aparte del placer que demostraba, ella se sintió orgullosamente una vulgar prostituta, una perra, una perdida, y le bastó frotarse un par de segundos por delante, para alcanzar un fortísimo espasmo, una gozada que pareció groseramente exagerada.

- Qué mujer más incansable – dijo –
- ¿ Y eso es bueno o es malo ? – dijo ella.
- Buenísimo para ti – dijo -, y acercándose al oído agregó – y para el palurdo de tu marido, se ve que también lo es. Ya te habrás fijado todo lo que ha disfrutado solo, nada más que mirándonos.
- No es mi marido, es mi novio.
- Claro.
- Me ha dolido un poco, pero ha sido fantástico. Aún tengo tu sabor en mi boca...dame más...anda, perviérteme más, por favor.

Pero ya no habría más para ellos, pues la maratónica jornada erótica había muerto de muerte natural. Ya los cuerpos no obedecían, de modo que les correspondía un merecido reposo. En cambio para el alemán recién la historia de despropósitos había comenzado, silenciosamente. Todo a causa, problablemente, de un error madre que puede parecer instrancendente, pero que no lo es : no haber planeado la jornada en conjunto, sin pillerías, bien intencionada y como una manera concensuada destinada a darle nuevos bríos a una relación que estaba decadente a raíz del tropiezo del húngaro com El mundo fascinante de la negra Daiana. Doble error para el hombre: no haber transparentado la causa de la crisis, y no haber incluído a su novia Rosa la bonita en la procura de la solución, que bien pudo haber sido aquella misma, pero llevada a cabo de forma madura y diáfana en las intenciones desde el principio. De modo que aunque ellos todavía no lo sabían, y considerando que después de despedirse de Maputo, ambos aquella tarde consiguieron rehacer una parte más de desenfreno como dos enamorados, llenos de ganas y nuevas sensaciones por la experiencia ganada, vivían los últimos coletazos de un amor que ya, desgraciadamente, estaba herido de muerte. Ya había sido decapitado a causa de haber olvidado lo más importante y que es lo que lo sostiene: la confianza. El húngaro fue uno más que, sin todavía saberlo, intentó en vano desafiar esa ley madre, y ahora comenzaría a pagar la osadía yendo en línea recta, sin la compañía de nadie, a vivir la propia realidad que había creado con sus propias leyes, las que debido a su poca costumbre de pensar, leer e instruirse, que eran muy precarias, por cierto, y que conducía fatalmente a un camino de soledad, desconfianzas, miedos y simulaciones, hipocresías, es decir, todo lo miserable que anida ese tipo de realidad paralela. Nadie hubiese sido capaz de pronosticar que aquel amor en el bosque después de la experiencia con el africano sería en la práctica la última relación de aquellos novios, y, claro, aparte del recuerdo de aquel desenfreno ya no había de donde obtener nuevas emociones, y el hecho de haber actuado el alemán bajo las astucias y la pillería, le terminaba quedando como un fardo de culpas que él solito debía cargar. Al final de cuentas ese hecho por sí mismo eximía de responsabilidade a Rosa, y por lo tanto los caminos se habían separado lo suficiente como para seguir luchando en conjunto contra el tedio. Y él sabía de eso, pues si bien es certo Rosa la bonita disfrutó la jugada, a pesar de no haber participado en la gestación, ella bien pudo haber reaccionado distinto, haberse disgustado, sentido usada, manipulada, engañada, asqueada, y pudo haberse



retirado bajo un manto de indignación de aquel lugar de perdición. Entonces era evidente que aquella ceremonia obscena tenía todos los visos de una despedida, llena de indicios que el noviazgo había llegado a su fin.



Ni siquiera en los primeros dias después de la separación el ánimo de Rosa la bonita se vio afectada por la soledad. La vida de ella siguió con cierta normalidad, siempre interactuando con familiares y amigas que en el último tiempo había dejado de lado. El Turco, por el contrario, tuvo que vivir su duelo e inevitablemente sumergirse en una profunda crisis, como se sabe derivada de su conducta poco limpia, sumado al hecho concreto e irrefutable de que había perdido a uma excelente compañera, gran amiga y ardiente amante, la que sin dudas y con toda justicia no demoraría en reemplazarlo y con eso dejar al Turco nada más que en el baúl de los recuerdos. El húngaro al menos estaba demostrando coraje para enfrentar que aquella era la única manera y la única salida para intentar volver al camino que alguna vez lo había llevado a ser un hombre feliz, hasta encontrarse con estos escollos.
El húngaro se había criado con su padre, un hombre bueno y cariñoso, con aspecto de bonachón, y cuya mayor virtud era ser un tremendo oportunista para los negocios, un hombre práctico, experto en sacar provecho de cada situación em que se encontraba, de cada oportunidad habida sin importar el aspecto ético, él pasaba a la ganancia, es decir, un hombre normal, incluso de buen apetito, disfrutador como nadie de las comodidades de nuestro tiempo, distante del sentimiento ajeno, y cercano a todo lo que el presumía como própio.Claro, un tipo muy bien insertado em la sociedad, cercado de bastantes amigos, adulador cuando quería serlo, y hasta se podría decir que era un hombre tolerante con las debilidades humanas, comprensivo con los viciosos, complaciente con los mercaderes, aún con los más turbios, nunca un juzgador de sus condecendientes, cariñoso padre y generoso en propinar afectos a sus hijos. Hay que aceptarlo : un tanto manipulador. Lo marcante de su conducta radicaba en lo comprensivo que lograba ser con sus hijos, aún en los casos más espinudos, como cuando se metían en negocios ilícitos, cuando regresaban a casa borrachos de tanta fiesta mientras durante el dia solían esperarlos en la puerta de casa cobradores desesperados de deudas impagas por ellos. Todo aquello de su padre el húngaro lo respetaba y lo valoraba, por supuesto. Pero tantas veces lo vio referirse a la sodomía como la más vil de las prácticas, la más aberrante y la única que merecía pena de muerte. Ahora, la sola idea de haber sentido un deseo con el negro le tenía la mente tan atormentada, que no podía dejar de pensar en el tema, ni en relacionarlo con su padre, desilucionado, triste, avergonzado de tener un hijo con semejantes tendencias perversas, tan insólitas y aberrantes que no daban ni para ser imaginadas, ni siquiera para ser concebidas.

- En Hungría no existe ese tipo de degeneraciones – había dicho más de alguna vez.

En consecuencia, de comprobarse su tendencia, no había la menor condición de asumir públicamente una situación de esa naturaleza. Y el húngaro era también lo suficientemente habiloso como para comprender que tampoco era viable evadirse, fingir que nunca sintió lo que había sentido : fuertes deseos de aceptar la grosera invitación de Maputo, ganas de experimentar aquello que estaba absolutamente prohibido, y que para el negro el hecho no pareció revestir ni la más mínima relevancia. Y bien pudo no haber tenido ninguna, pero el hecho concreto es que el húngaro le atribuyó una importancia inaudita al episodio. Recordaba aquellos instantes mañana, tarde y noche, y lo que es peor, una y otra vez le venía de vuelta aquel sentimento de tentación, de fuerte curiosidad. No llegaba a soltar espuma por la boca, pero ya estaba desiquilibrado emocionalmente. Y el hecho no es menor si se considera que en materia de preferencias se es o no se es, se acepta o no se acepta, se vive o se muere, y no hay medias tintas. Pasaban los días y el foráneo seguía demostrando coraje para enfrentar su crisis, y su mente no paraba de trabajar en busca de una salida. Ya tenía una certeza : efectiva y honestamente nunca antes se había sentido atraído por personas de su mismo sexo. Tampoco ahora, pues la verdad sea dicha que Maputo no le atraía ni un poco. Entonces ; ¿ Dónde radicaba el problema ? Pues bien, el asunto, luego de mucha autocrítica, lo comenzaba a definir más o menos de la siguiente manera : no le atraían ni un poco los hombres, nunca le habían atraído, y sin embargo se maravilló con aquel miembro erecto, y no se engañaba si lo disociaba con la persona que lo poseía. De modo que tomó la decisión de enfrentarse con su demonio, de conocer sin tapujos y sin prejuicios las bondades que pudiera hallarle al mentado aparato.
Su primera experiencia la vivió un día viernes por la noche en un club de encuentros para este tipo de personas que estaba situado en las afueras de la ciudad, donde llegó cerca de la medianoche, y se puede afirmar que como todas lãs suyas fue una experiencia para no olvidar, pues mientras su pareja ocasional hacía todo tipo de malabares verbales para agradarlo, este no conseguía en absoluto sentirse de un modo agradable. El otro, para completarla, mostraba tímidamente unos modales afeminados que francamente dejaban al húngaro sin ánimo de nada, pues los encontraba grotezcos y anormales. Así y todo, aceptó la invitación que finalmente surgió de pasar a un privado que tenía una cerradura por dentro. Su amigo de manera suave buscó su boca para un beso, y el turco se encontró con una piel afeitada igual a la que sentía cuando saludaba a su padre, y lo evitó, pues él mismo ya había descubierto que no quería nada de aquel desempeño de mariconerías, sino que lisa y llanamente buscaba enfrentarse a un palo grande y duro para como quién dice verse las caras y ver quién es quién, somos o no somos machos.
Evidentemente y tal vez afortunadamente con este su primera pareja esto no iba a resultar, pues a aquel hombre afeminado le colgaba una tripa pequeña y sin gracia entremedio de unas piernas flacas y peludas y que ni siquiera mostraba un solo signo de que iría a levantarse. Parecía un pito inservible. De modo que decidió preguntarle a su pareja ocasional qué era lo que acontecía en aquellos casos. El otro le contestó desnudo desde la cama.

- Yo, con una buena preliminar, funciono a las maravillas.

¿ Preliminares ? ¿ Besitos y caricias que anteceden la consumación ? Qué cosa más fuera de lugar. Eso le pareció mariconería pura. Por supuesto que no se concretó nada, y de paso el húngaro se sintió un tanto aliviado y contento por haber dado aquel paso, que era por lo demás uma acción honesta en dirección fiel a su supuesta tendencia.
Sucedió que durante los días en que se desencadenó la crisis el hombre modificó un tanto de humor, estuvo más aislado de las personas que constituían su entorno más cercano, y sintió que aquella soledad era lo más adecuado para no condicionar a factores externos su etapa de búsqueda. Por cierto que su mente era un mar de confusiónes, de la cual había una sola certidumbre : resultara como resultara su definición, no la asumiría de manera oficial, fundamentalmente para no fusilar inútilmente a su padre, y sí llevaría

una vida de un modo discreto y lejos de todo lo afeminado, pues ese aspecto definitivamente no le agradaba y lo hallaba hasta grotesco. Así fue que el hombre siguió sumergido en su propia crisis, y siguió haciendo trabajar su cabeza de sol a sol, buscando los por qué sí y olvidando los porque no. Estaba sumergido en una crisis de identidade obsesiva que había colocado su equilíbrio emocional entre las cuerdas. Pasado un tiempo razonable y sin avanzar en la solución salió de su ensimismamiento decidido a enfrentar sus temores. De modo que no demoro y ya se vio envuelto en otra aventura de esa naturaleza, esta vez con un hombre maduro y con apariencia de inmigrante que conoció un par de semanas después en aquel mismo sitio de encuentros, discreto y solemne, que estaba situado en las afueras de la ciudad y con una fachada insólita de salón de billar. Aconteció entrando a un fin de semana largo, en un tiempo de calores moderados y ausencia de lluvias, y todo el entorno parecía conjurarse como para que aquel sí fuese un encuentro con éxito, pues el tipo era tranquilo, seguro, varonil y se notaba muy experimentado. Se bajaron algunas copas, hablaron un poco de cada uno y luego sin previo aviso el hombre maduro se quitó toda la ropa, y le pidió al húngaro que hiciera lo mismo, y el pedido lo realizó de una manera apenas perceptible pero haciendo ver que lo hacía en papel de macho sobre la hembra. Este detalle medio que ofuscó al húngaro, lo dejó em uma posición incómoda, aunque a la vez se encontraba asombrado de estar frente a la segunda erección que veía en su vida.

- Eres un lindo hombre – le dijo el maduro – y sin pudor, tomando su palo se lo mostró y agregó: ven, toma aquí, ¿ quieres ?

El húngaro accedió. Le pareció increíble tener en sus manos un elemento que jamás imaginó que tendría, y de que su textura fuese así de seca y de caliente, y que no le causara ningún tipo de rechazo. Al contrario, se sentía tranquilo y hasta estimulado con aquel manoseo inédito. Le llamó la atención de que, al contrario del caso de Maputo, de este no aparecía nada de líquido vizcoso, sino hasta el final de la primera jugada manual, cuando eyaculó un borbotón espeso y sanguinolento, algo completamente impensado y desagradable, que por cierto ponía un punto final abrupto a la jornada debido, claro está, a tamaño inconveniente.

- Nada importante,- le dijo el hombre – trata que tengo un problemita en la próstata...nada de qué preocuparse.

Nuevamente el húngaro caminando por la ciudad chuteando su problema, solo en el mundo, navegando a la deriva en su própio océano de dudas, y sin otra brújula que la honestidad consigo mismo y su valor para enfrentar el obstáculo. De cualquier manera un escollo que era nada más que imaginario, pues por más que buscó en otras ocasiones su nuevo camino que se le había propuesto, jamás pudo encontrarlo. No consiguió en ninguna ocasión sentirse a gusto, agradado, en ese de la sodomía. Atraído, sí, como a cualquiera le puede pasar, pero nada más. Simplemente había entrado a esa crisis por ir demasiado lejos sin consentimento, y no hubo más vueltas que darle.



Aunque el peruano y el húngaro se habían visto muchas veces, y ambos se sabían extranjeros, y sus edades eran similares, y que vivían en el mismo barrio de Matadouro, y que no obstante no se saludaban, la primera vez que ellos se hablaron fue por mera


casualidad. Sucedió que ocurrió un hecho de sangre en la esquina de las calles Barón de Itaparica y República, protagonizado por un individuo muy conocido como desquiciado aunque inofensivo, pero que resultó que había asaltado a una muchacha conocida del barrio. El no la supo asaltar como asaltan los delincuentes, y que a raiz de aquello la policía lo alcanzó a encontrar y dar muerte luego de un intercambio de tiros. Eso del intercambio es por puro decir no más, ya que el novato habrá gesticulado alguna cosa, pero armas en su vida había visto. Ahí en la vereda estaba el muerto tapado con un plástico negro, rodeado de personas y de transeúntes que se habían detenido para informarse de lo ocurrido y para mirar bien mirado al muertito. En este caso, el montón de curiosos sólo podía observar los pies dezcalzos del abatido, y esperaban verlo por entero recién con la llegada de los peritos del Instituto Médico Legal. El Peruano revisó la posición del cuerpo y adivinó las que no pidía ver por debajo de la cobertura plástica, y comprobó que no se veía sangre, y que tampoco había en el área algún tipo de calzado que huebiera pertenecido al finado, que mostraba unos pies sucios y desgarrados, y recién entonces notó el montículo apenas tapado a la altura de donde pudiera haber estado la mano. Advirtió que podían ser un montón de unidades de pelo de coco seco perfumadas que vendían a los turistas timándolos con que se trataba de raíces de sándalo.

- Es el Comegatos – dijo el Peruano – sin dudas que es él y seguro que se hizo matar abriendo fuego falso con alguna pistola de juguete.

El húngaro, que detestaba este tipo de confusiones, y sin embargo sucumbió a la intriga y estaba ocasionalmente al lado de él, también enterándose de los hechos, además de hacer otra cosa que sabía muy bien hacer : conseguir y seducir muchachas sensibilizadas ante un hecho violento y de sangre como aquel. Sabía que el lugar en que las muchachas están más vulnerables, era donde había ocurrido una muerte violenta. Pero no dijo nada de su secreto. Sucedió que le contestó al Peruano :

- Tenía horror de irse preso...esa posibilidad era su peor pesadilla.
- Sé de eso. Si no aguantaba ni una hora sin fumarse su porquería de droga....imagínalo preso...
- Sé.
- Cuando los peritos le vean el boquete podrido que tiene en los dientes, sabrán de inmediato que aquí la droga está detrás.
- Sé. Al menos el Comegatos paró de sufrir en vida. Ya se estaba robando cualquier cosa para abastecerse.
- Hasta siete bicicletas en un solo día. El mismo me contó.

El húngaro paró el diálogo para observar hacia un costado, entre la multitud, y puso una cara de principe encantado que asombró al Peruano: este siguió el destino de la mirada y se encontró con una muchacha lindísima, negra, alta y delgada. Para mayor detalles escotada de tal forma que dejaba ver dos senos limpios, brillantes y sin rastro de haber todavía dado de mamar. El húngaro la fulminó con la mirada. El Peruano también. Era muy joven, recién salida de la adolescencia.

- ! Linda ! – acotó el peruano.

El europeo sonrió sin dejar de mirarla, y le pareció que ella le correspondió con la mirada, pues daba un vistazo al finado y luego hacia donde él estaba, alternativamente. Se notaba inquieta, pero como sin saber aquilatar el peso de su responsabilidad por salir a la calle así de provocante. Al peruano la muchacha le pareció demasiado joven., y que se sentía intimidada al ser observada de esa manera. Al húngaro no le pareció aquello. Por el contrario, le pareció que ella en materia de amores ya tenía camino recorrido, tal vez desde sus trece o catorce, cuando los muchachos no pueden aguantar el impulso de sus hormonas y les prometen cualquier cosa que se les pueda ocurrir y se les van encima en procura de un beso, de un beso largo y ardiente, de alborotarlas, de amasarles los pechos duros y como pegados a las costillas, de llegar hasta alcanzar la ranura húmeda y palpitante y luego así alcanzar el cielo, el placer supremo, la más linda y mágica descarga de energía, no importa dónde, en qué lugar, ni las consecuencias. El húngaro fue más allá en sus pensamientos, y por un instante pensó en entrarle donde con toda seguridad otros jóvenes inexperientes nunca le habían explorado.

- Vamos – le dijo al peruano.

Y el turco se disparó con aplomo hacia donde estaba la muchacha. Por cierto que el peruano no lo siguió, sino que se quedó observando el desenlace desde la misma posición en que se encontraba. El seductor rodeó un grupo de gente apostada en la vereda, bajó a la calle dando pasos decididos, y luego torció hasta donde él suponía que ella lo esperaba. Lo concreto es que ninguno de los dos se dio cuenta en qué momento fue que la muchacha se esfumó, porque donde el húngaro creyó que ella estaba, había nada más que personas comentando el incidente que había terminado con la vida del Comegato, y ni un solo rastro de la moza. El europeo disimuladamente rastreó de nuevo todo el sector, pero definitivamente la muchacha había desaparecido de ahí. Volvió hasta donde estaba el peruano. Pues muy bien, ese fue el instante preciso en que ambos comenzaron a conocerse.

- ¿ Como era tu nombre ?
- Peruano...así me llaman.
- Yo soy el gringo.
- Te gustan las jovencitas...
- Sí, y es una lástima, pues a cada año que pasa menos pelota a uno le dan. Nadie le enseña a uno que con la edad uno se pone cada día más feo. Esa de ahí se me escapó.

- ¿ Quién ?
- No importa...olvídalo...tal vez fue una alucinación.
- El que debe estar alucinado ahora es el Comegatos, quién sabe si encima de nosotros, como dicen que se elevan los los que recién han muerto, y ven todo a su alrededor. El pobre infeliz vivió mucho más de lo que se podría esperar.
- Con toda esa porquería que fumaba.
- Y lo hacía de una manera vertiginosa. No era capaz de soportar una hora vendiendo sus sándalos, y ya corría en su bicicleta a comprar su vómito de droga.
- Cómo será que ese humo de infame que le había carcomido los dientes haciendo un boquete negro en su dentadura.
- Pobre infeliz.

Sucedió que por aquellos días se desarrollaba la recta final de las elecciones municipales en la ciudad y en todo el país, y transcurría en las calles un agitado


movimento de toda clase de propaganda y de una variada gama de candidatos, y por cierto esgrimiendo las más febriles promesas, amparados de segura impunidad, y desde los más preparados hasta los más bizarros, desde los candidatos de la continuidad y los que representaban el cambio, aspirantes que variaban de abogados serios y conocidos, hasta peluqueros o taxistas por cierto muy osados en sus pretenciones, aunque, es de reconocer, en materia de política partidista no existe nada definitivo, y es justamente a eso lo que algunos amigos de barrio y familiares apuestan, a la sorpresa, a la excepción, al triunfo originado en lo que parecía imposible. Y algunos llevan adelante su campaña con ese vínculo triste y estrecho que existe entre aquel apetito y el ridículo. La mayoría de las campañas carecían de cualquier aporte intelectual. Las agrupaciones políticas usaban frases de propaganda que llegaban a ser geniales de tanto decir nada.

- El partido AE está comprometido con la defensa de la ciudadanía... El partido OA siempre en la línea del progreso...Nosotros estamos luchando en defensa de los trabajadores.

Sólo que se olvidaban de aclarar dónde estaban luchando, contra quién y con el apoyo de quién. Algunos candidato sacaban provecho para difundir sus propios negocios, y en el caso que no fueran elegidos, el esfuerzo no quedara en vano.

- Vote por Carlitos, el dueño de la barraca San Cristóbal... No olvide su compromiso con nuestra ciudad, vote Pajarito, de los Buses Costa Veloz....


Esto pudieron comprovar una vez más el húngaro y el peruano cuando escucharon de lejos venir una caravana de vehículos con parlantes desde allá abajo, a la altura del terminal rodoviario. A los pocos segundos el tamaño del sonido fue aumentando, y se hizo más nítido, de modo que así supieron que venía la caravana justamente hacia la esquina donde ellos se encontraban apostados, donde estaba la multitud acompañando al muerto, al Comegato tapado de plásticos. Y pasó la caravana, pero nadie salvo ellos dos le prestó atención, pasó impávida por el lugar de la tragedia compuesta por un automóvil con dos parlantes en el techo proclamando a grito pelado al candidato Lucas, por una ciudad mirando hacia el futuro, decía la grabación, alegando que llegó la hora de la renovación, la hora de darle el voto a Lucas, un joven ciego que pasó saludando con las manos justamente cuando los peritos se aprestaban a iniciar su trabajo, donde se desarrollaba el desenlace de la tragedia, y saludaba desde el asiento trasero, con una sonrisa agotadora y luciendo unos flamantes dientes desordenados, y un par de gafas oscuras que sólo podían pertenecer a un ciego. Se entendió de imediato que el ingenuo candidato estaba tan desorientado y mal asesorado, que intentaba de esa manera ganarse votos, de una forma muy fuera de contexto, haciendo un solemne ridículo, de manera que ni el húngaro ni el peruano pudieron evitar reir ante tamaño desatino. Gracias a Dios que sus coterráneos ahí presentes no le prestaron ni la más mínima atención, de manera que el episodio no tuvo ninguna repercusión y el candidato ciego nunca se enteró de lo ocurrido con su propio ridículo.
Aún así, el peruano se ocupó de escuchar el discurso político manado de los parlantes, y lo encontró tristemente vago y sin ninguna contribución de ideas, mucho menos conteniendo cualquier tipo de contribución intelectual. El candidato continuó saludando hacia las casas vacías donde no se encontraba un solo ciudadano que pudiera recibir de hecho el entusiasta saludo, y mucho menos para estimularse a considerarlo a la hora de su voto.
Las artes, el pensamiento, las leyes, las comunicaciones o una variada gama de atividades sin dudas que esperaban con los brazos abiertos la contribución de aquel joven aspirante. Ahora, la política, justamente la cruel política que exige a sus miembros los cinco sentidos atentos las 24 horas del día, parece ser una de las contadas tareas que estaría vedada para un ciego con garantía de cumplimiento digno. En eso pensaba el peruano. Eso decía el desprestigiado sentido común.

- Un ciego en política parece algo inconcebible.

Texto agregado el 09-08-2013, y leído por 374 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
09-08-2013 Va bueno, pero es demasiado largo para una sola sentada. Debieras recortarlo en varios capítulos para que se haga más fácil de leer completo ;) celiaalviarez
 
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