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 El lápiz rodó del bolsillo
 del poeta desventurado
 fue a parar a la alcantarilla
 borracho de rimas y pena,
 nada duele más que encontrarse
 con un lápiz desperanzado.
 
 Salvado de allí fue por la mano
 de un mozalbete travieso,
 con el lápiz pintóle
 bigotes a una candidata,
 luego lo arrojó a los cielos
 y cayó en descampado,
 lo asió un niño acongojado,
 que escribió sobre un escaño:
 yo la amo y ella no a mí.
 
 El lápiz rodó de nuevo,
 hasta la mano de un arquitecto,
 trazó este sobre el papel
 un bello castillo de naipes,
 era la tesis soñada,
 más, el lápiz cayó al piso,
 no era invitado en este sueño.
 
 Lo recogió una mujer
 que necesitaba apuntar un número,
 poca vida le quedaba al lápiz
 no pudo con las últimas cifras,
 cundió la desesperanza,
 la mujer lo arrojó lejos,
 supo el lápiz de su fin.
 
 Un chicuelo tomó el lápiz
 y con otro hizo un atado
 y con ambos creó una cruz
 la colocó sobre un túmulo
 que era la tumba de su perro.
 
 Muerto el can,
 muertos los lápices,
 fue la tumba más triste
 y la noche más negra
 para un final sin regreso…
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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