| “Y poder decirle a Dios decirle la verdad
 de mis silencios…”
 Luis B.
 
 
 
 Lejos… en esta ciudad de cielos tristes, los cerros parecen mirarme preocupados, extrañados  tal vez por ese acento que me dio aquella serpiente que en vez de escamas llevaba plumas, y siento el frio, un frio muy intenso que traspasa como un fantasma mis  huesos  mientras camino y miro todos esos rostros apresurados, nuevos, mezcla de azul, amarillo y cumbia  fijando sus ojos curiosos en mi…
 
 Una lluvia muy fina y  gris comienza a caer, pero es tan fugaz que apenas la ciudad la percibió, pasan los  buses de lomo rojo  como almas repetitivas  arrastrando las penas de miles de pasajeros, como pagando su penitencia deteniéndose  pesadamente en cada estación, mientras un viento tenue fricciona  canciones frágiles, la tarde parece hacer una pausa, se sienta  fatigada un momento  mordisqueando  la banqueta,  mientras se retoca  el rímel, mientras se enreda entre los  cables  que cuelgan retando a la gravedad, electrificándose para siempre, impregnándose de sueños que también cuelgan de una esperanza o algún perdón que no llegara…
 
 Una niña de ojos verdes  la fotografía, sus ojos infinitos sorprendidos  se quedan fijos, eternizándose, mezclándose con la luz del flash y los últimos rayos de un sol que se rehúsa a despedirse, solloza mientras lagrimas de fuego queman a millones de ánimas   que se apretujan en la estratosfera, lacerando sus heridas, lastimando sus recuerdos…
 
 Muere el día riéndose  entre  los brazos de una oscuridad deseosa y voraz  que abre las piernas pensando en el olor de un mar  lejano, como esos amantes que prometen volver sin hacerlo, sus uñas desgarran muros mientras de fondo se escuchan risas que se mezclan con aguardiente, sonidos ambulantes, como aullidos que solo obtienen como respuesta un eco que rebota entre el silencio de la noche, entre callejuelas vacías, ausentes de una confusión básica que parece buscar  entre la nostalgia  de las  estrellas un corazón  que parece haber abandonado lo sagrado …
 
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