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Esto de los espacios, los ambientes, siempre ha sido para mí un tema de importancia. Siendo la menor de un largo número de hermanos, nacida en una particular época de vacas flacas, crecí acostumbrada a respetar las zonas vitales de cada quien en nuestra pequeña casa.

Adquirida la habilidad de hablar, descubrí mi capacidad argumentativa, la que resultó tremendamente útil a la hora de defenderme de los ataques de los mayores. Así conquisté y mantuve, por ejemplo, el derecho a tener un cajón en el grande escritorio del estudio, tal como los demás. –Pero eres una niña! No tienes nada para guardar allí! – decían- mientras yo, mínima pero en actitud retadora, metía tres canicas y dos crayolas, cerrando frente a sus ojos el espacio que ahora me pertenecía. En ese entonces aun no tenía edad para entrar al colegio.

Con el tiempo, con cada nuevo matrimonio fueron saliendo hermanos de casa y mi espacio vital se fue extendiendo, de tal modo que mi personalidad, en ese momento ya adolescente, no se limitaba a expresarse en un muro de la habitación, sino en toda ella. Aprovechando tal oportunidad, rastros míos se fueron apoderando de varios rincones de la casa, un espacio de la biblioteca del salón exclusivo para mis libros, constituyó una de las mejores conquistas.

Cada vez que entraba a la casa, me complacía, cual gato, el reconocer mis marcas por aquí y por allí. Me había apoderado de ese espacio.

El día de mi matrimonio, vestida de blanco, con el ramo de flores en la mano, y el carro esperándome abajo, me tomé el tiempo que consideré necesario para despedirme de cada rincón de la casa. Sentada sobre mi cama, con los codos apoyados en las rodillas y las manos sosteniendo la cara, me encontró mi mamá cuando con un guiño me hizo saber que debíamos partir.

Quiso el destino que yo, quien nunca había habitado un lugar diferente a la casa paterna, enfrentará un sinnúmero de mudanzas y circunstancias que dificultaron terriblemente mi capacidad de adaptarme a la vida que llevaba, pues cuando ya encontraba el nuevo espacio más familiar, llegaba la hora de mudarse nuevamente.

Así que, entre tantos giros, mi casa de infancia continuó siendo ese polo a tierra, ese espacio que, para esas alturas, lo consideraba solo mío cada vez que lo visitaba, pese a que con los años, fue literalmente invadido por las constantes visitas de la familia extendida, de forma que nuestras marcas de crecimiento del marco de la puerta se fueron mezclando con las de los recién llegados sobrinos.

Hace poco más de cinco meses, en medio de la tensión y superando el miedo y gran dolor que me embargaba al saber que abajo la ambulancia nos esperaba, entré en la habitación que recientemente se había dispuesto para su especial cuidado, y con un guiño le hice saber que ya era hora, que debíamos partir.

No hubo tiempo para despedirse de ese amado espacio, ni para un último vistazo al maravilloso entorno que junto con mi padre crearon en tantos años. No obstante sentí que a medida que en su silla pasaba, cada mesa, cada pincel, cada libro, cada cuadernito de notas, cada cuenta de rosario, cada cuadro pintado por ella, cada retrato, cada mueble comprado con ilusión hace más de cincuenta años, cada marco, cada puerta, le hizo una venia.

Ahora, cada vez que regreso de visita, curiosamente ya no busco mis marcas de gato, ni me regodeo al sentir ese espacio como mío. Ahora lo único que me brinda esa sensación de calidez, es verlo a él. No importa el lugar, solo él.

Texto agregado el 30-09-2013, y leído por 240 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
10-10-2013 me gusta mucho es juego que hiciste de personalizar a un gato, sus movimientos humanos como significativas marcas gatunas en esa casa que ya era más tuya; el paso del tiempo lo logras muy bien junto a tus emotividades, tus evocaciones, tu mundo descriptivo, las sensaciones finales, en fin, un gran trabajo que no queda como un texto más, te felicito. nonon
10-10-2013 te dejo una frase: solo la memoria conoce la utilidad de las horas pelito
03-10-2013 Hermosa redacción. Qué lindo que escribís. Es un gusto leer. biyu
01-10-2013 En la vieja casa de la infancia, cada rincón nos trae un recuerdo y aunque ida, considérate dichosa de poder aún llegar a visitarla. za-lac-fay33
01-10-2013 En la vieja casa de la infancia, cada rincón nos trae un recuerdo y aunque ida, considérate dichosa de poder aún llegar a visitarla. za-lac-fay33
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