Tus ojos no me sirven,
han dilatado de insomnio
y después de la ceguera,
se han transformado para mí en un estorbo.

Tus manos
no me cubren el alma,
me interné en la oscuridad
y he perdido a la infancia perturbada.

A la primavera de tu rostro,
a este adiós repentino
le dedico estos últimos versos
y mis últimas flores serán para rellenar
esa inmensidad en la que penetras
y por inconsciencia a ésta
la devuelves al pasado y me reinventas.

Resguardándote a vos, gigante inconcluso
de tanta acumulación y de "mucho",
he decidido ahorrarme las buenas costumbres
y si ya has decidido marcharte ¡déjame un abrazo!
pero el más vasto y desarraigado que tengas
y dos del brillo de tus pequeñitos ojos
hasta que a esta tarde de malezas me habitúe,
hasta que el frío se vuelva un amigo
y tiemble como nunca antes haya temblado
en estos años de podredumbre.

Tu lengua, viscosa flexibilidad delatadora,
se burla de mis miedos
y de la sociedad en concreto,
me he perdido en los ríos que desprenden tus labios
para terminar en el desenlace de (tú) naufragio
y te miro y reís,
te observo y callas,
dame un alivio
hasta que me harte de lo que queda en ti
y te podrás regenerar.

¡Oh resplandor agrietado,
astros que colapsan en la perpetuidad de tu rostro!