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LA ASAMBLEA

Por: Maria Elena Solís Alán


Era marzo canicular, enrejado de sol que envolvía todo el ambiente donde se reunían esa mañana. El salón lucía perfectamente repintado, las ventanas tenían sus cristales, habían comprado pizarra nueva y el piso brillaba como espejo. La reunión de los educadores, en el colegio, debía tener lugar a las 8 a.m.
Se escuchó el sonido del timbre que anunciaba el inicio de la segunda hora de clase. Era imposible detener esa sonoridad que de forma puntual y automática sonaba cada 45 minutos.
En aquel momento apareció un hombre de estatura mediana, ligeramente encorvado. Su rostro regordete, grueso, estaba lleno de largas arrugas especialmente en torno a los ojos, ojos grandes y vivos, brillantes como dos carbones encendidos. Le quedaba poco cabello corto y gris alrededor de las sienes. Llevaba suspendido del cuello su inseparable cámara fotográfica. Nunca perdía ocasión de perennizar en una foto momentos, que según él, eran evidencias de su inmejorable gestión.
Entró presuroso a la sala. Desde hace un buen rato los asistentes aguardaban el inicio de la asamblea y se solazaban platicando acerca de las habladurías del colegio.
La secretaria acomodada cerca al pupitre del director, tenía el cuaderno de actas abierto y aguardaba diligente.
-Buenos días estimados profesores – dijo con engolado acento
Todos saludaron al jefe con afectada cortesía.
Se notaba que tenía ascendencia en el grupo. Dejaron de platicar y cual párvulos aplicadísimos dirigieron sus miradas hacia el frente.
-Luisita, leyó el acta de la reunión preliminar. Nadie hizo observación alguna y prosiguió la asamblea.
En seguida los informes fueron leídos unos tras otros ante la vigilante mirada de muchos pedagogos y la apatía de unos pocos.
De pronto, se oyó un resoplido. –Todos giraron la mirada hacia el punto de donde provenía el impertinente y desubicado gañido.
En un recodo del salón repantigado sobre una silla con los brazos en aspa, piernas cruzadas y extendidas en toda su holgura y la barbilla adherido al tórax, dormitaba apaciblemente, Sañu Sagren, era usual observarlo así en casi todas las reuniones.
-!Sañu¡ !pssssssst¡ -
Codeó el colega de al lado. Un cuchicheo universal se oyó en el salón y fue extinguiéndose paulatinamente entretanto el profesor abandonaba su modorra.
- Este abrió sus grandes ojos adormilados y ante el vistazo inquisidor de sus colegas exhibió una tímida sonrisa de niño pillado en una trastada. Se restregó los ojos para expulsar la somnolencia dejando al descubierto sus luengas uñas. Aliñó su alborotada cabellera cana y se acomodó en su asiento.
-Casi no dormí - bisbiseó a modo de excusa.
Se sentía realmente incómodo.
El jefe, más interesado en acomodar los papeles que tenía en su pupitre, no prestaba atención al incidente.
-La agenda de la presente asamblea es: ratificar el reglamento Interno – anunció resuelto.
Uno a uno se iba leyendo los artículos sin ser observados.
De pronto, - Leonidas levantando la mano y con tono enérgico
- Es imprescindible Sr., Director que se asuma acciones para frenar la proliferación de perros en nuestra institución educativa.
-Es verdad estos animales pululan en todo espacio, incluso acceden a los salones en horario de clases Y es complicado retirarlos de allí –dijo Ocrospoma, mientras cerraba el periódico que había terminado de leer.
- Cuando quise desalojar a uno del segundo piso me dio unas dentellada incluso hizo una abertura en mi buzo –dijo Ramiro, al mismo tiempo que acomodaba su inseparable cachucha, compañera de extensos períodos, se diría que la gorrita era él o mejor dicho que no era él sin la gorrita.
- El otro día unos niños del primer año retozaban con su balón en el patio y el can corrió tras la pelota e hizo caer a uno de ellos. Afortunadamente no pasó de un trompicón leve arguyó Dina.
-Es inaudito, lo que ocurre en nuestro colegio – dijo Martel, muy indignado-
-Es necesario, Sr. Director, que se haga algo de inmediato.
-Habrá que llamar a la perrera entonces –dijo el director-
-¿Quién ha traído tanto tusos al colegio?
-La señora Marina, según dicen, los ha ido reclutando uno a uno, hasta formar un pequeño batallón. Como ella cuida el colegio durante la noche, estos animales la acompañan. Dijo Sañu, totalmente despabilado ya.
-Pero !son muchos¡ y !traen enfermedades¡ ¡Ni siquiera han sido vacunados¡ y por último !ni se bañan¡-agregó Ocrospoma, indignado.
-Tienen toda la razón, creo que es suficiente motivo para decretar: !pena de muerte a los perros¡- sentenció el director.
Lo que fue recibido con estruendosos aplausos por todos los presentes. Realmente causó gran algarabía el anuncio.
El ambiente iba animándose y todos daban un motivo por el cual era de imperiosa necesidad erradicar a los chuchos del colegio. Hasta el profesor que nunca participaba en las reuniones se animó a decir su opinión. Realmente daba gusto ver a todos preocupados y resueltos a darle remedio a problema de tal envergadura: perros en la Institución educativa.
-Profesor mejor Ud. encárguese de sacrificarlos, ya que es el que con más vehemencia acusa a estos inoportunos animales dijo dirigiéndose a Ocrospoma.
- Director sugiero que mejor formemos una comisión para matar a los perros.
-! Eso es ¡– brillante idea-
Ordenó que escribieran en la pizarra: “Comisión para matar a los perros”
Después dijo: ¿Quién se anota?
Pero, creo que sería una pérdida de tiempo. Además- ¿Qué profesor se va a atrever a matar a estos canes?-dijo Ramiro.
- Sería mejor, que en el Reglamento Interno se escriba un artículo donde se prohíba el ingreso de perros al colegio.
Eso es –dijo el director- ¡Sabias palabras¡ ¡No haber pensado antes en eso¡
¡Lo felicito profesor Almeyda Ud., siempre tan acertado en sus opiniones¡
- Eran casi las 2 p.m. las horas habían transcurrido tan rápidamente y el debate estuvo tan interesante en tan trascendental tema que ningún docente demandó unos minutos de descanso. Ni mencionaron el refrigerio.
-Bien colegas, el tiempo ha transcurrido raudo.
Por favor, maestro de la comisión de Reglamento Interno lea el artículo referente a los canes.
Enseguida, director – dijo Ramiro
Artículo 67: “Se prohíbe el ingreso de perros a la Institución Educativa”
Todos vitorearon y sus rostros denotaban gran complacencia. Entre aplausos y murmullos el jefe dijo.
Profesores, se levanta la asamblea y estamos realmente complacidos porque ha sido un fructífera reunión en pro de la mejora de nuestra institución.
- Director ¿Será una buena solución?- dijo Sañu
-Si los perros no saben leer-
- Nadie escuchó ya o por lo menos deliberadamente no le prestaron interés a esta opinión pues todos querían marcharse a sus hogares. Raudos se levantaron de sus asientos y formaron fila para rubricar el cuaderno de actas mientras el director aprovechaba la ocasión para tomar fotos a diestra y siniestra.

Julio del 2013










Texto agregado el 19-10-2013, y leído por 296 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
19-10-2013 ¿Quién le pone el cascabel al gato? Yo propongo enseñarles a leer a los chuchos, para que se enteren del Artículo 67. simasima
19-10-2013 Interesante narración, saludos FEHR
 
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