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Observé paciente desde la oscuridad de mi habitación. En el tercer piso, del edificio desvencijado de la unidad Morelos. Mi puesto de vigía. Lo había seguido todo paso a paso, desde que el ruido del auto llamó mi atención. Entonces me asomé discreto. Pude apreciar el forcejeo. Él la sostenía fuerte por el brazo y jalonaba a la mujer fuera del auto. Ella manoteaba enérgica y oponía franca resistencia. Vi el cuchillo en la mano del hombre y el gesto de amenaza frente al rostro de la joven. Ella se derrumbó en silencio. Bajó dócil como cordero. El hombre volteaba a uno y otro lado, abrió la puerta de su departamento en la planta baja. Cerró la puerta detrás de ellos.

Bajé por supuesto, armado con la Taurus 368 empuñada con firmeza. Escuché de nuevo el forcejeo. El silencio en aquella unidad de malvivientes y familias desarraigadas, en pleno corazón de la ciudad de México. Asomé mi rostro por la ventana. A girones arrancaba la blusa de la joven mujer. Vi el rostro de ella desencajada en un llanto. Y las manos, en un último intento por cubrir sus senos. La mirada de aquel hombre inyectada en deseos. Sonreía. Retiró su camisa, y dejo ver un musculoso pecho con tatuajes de serpientes enroscadas. Retiró después sus pantalones. Una enorme erección que entre risa y risa acercaba al rostro de la bella mujer. Empuñé con fuerza la pistola. En mi cuerpo, la sangre hirviendo. Los ojos abiertos. Mi paso silencioso y quedo. Con la mano izquierda pulsé la perilla de la puerta. Aquella extrema confianza en su mundo, le hizo dejar la puerta sin seguro. Mis movimientos uniformes y precisos. Abrí intempestivamente y pocos segundos después, me descubrí sin más, golpeando al sujeto con la pistola en el rostro. Enardecido, y con el calor de la sangre circulando al cien por cien, apunté después sobre su cabeza y sin mayor sentimiento le desgajé un sólo disparo. Cayó inerte a mis pies.

Vi el rostro de la joven mujer. Hermoso a pesar del llanto. La tranquilidad volviendo con rapidez a su mirada. Esbozó una leve sonrisa y apresuró un gesto claro y luminoso de agradecimiento. En mi mano la 368 en descanso. No dejé que de sus labios surgiera el inminente “Gracias”. Me acerqué a ella. Con la mano izquierda acaricié con delicadeza sus cabellos. La tensión había desaparecido de aquel cuerpo. Los brazos y las manos reposando a los lados. Los senos diminutos y firmes al descubierto. Tomó la desgarrada blusa e hizo por llevarla a su torso de nuevo. Fue entonces cuando se escucharon las primeras palabras surgiendo de mí.

- Quieres hacerlo con gentileza y dulzura?


- O prefieres el mismo método de este gañan? dije, señalando con un gesto hacia el muerto


Mientras una erección de buen calado, intentaba romper mis pantalones.

Texto agregado el 22-11-2013, y leído por 244 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
01-12-2013 Una linda historia bien llevada hasta el final donde queda demostrado que a la hora del placer todo somos iguales, no arrastra el deseo inconteneible del placer , me gusto por inteligente y breve, en eso radica lo bueno de tu cuento, un abrazo estimado amigo rolandofa
22-11-2013 Terrible! Carmen-Valdes
 
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