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La muerte es una de las cosas que más trabajo les cuesta aceptar a la gente. Sobre todo si quien fallece es una persona relativamente joven (menos de sesenta años) o realizó alguna acción o trabajo notable. Todo ello se complica si el difunto en cuestión reunía las dos características anteriormente mencionadas. La gente común y corriente (quién sabe por qué) se impresiona cuando se entera que una celebridad hollywoodense a quien recientemente ha visto en una película, o cuyas canciones oye a cada rato o un escritor cuyas obras está leyendo o que ha leído en algún momento, simple y sencillamente ha dejado de existir terrenalmente. Puede ser por cualquier motivo, pero generalmente suelen ser razones trágicas y dolorosas, y entonces los desconocidos “pobres diablos”, comenzamos a sortear con un duelo ajeno para intentar lidiar con una pérdida que no nos corresponde (después de todo, el ya finado famoso ni siquiera nos conoció y, aunque a él/ella sí, no pasó de ser un reconocimiento por ver tantas veces su rostro publicado en los periódicos); pero que a fuerza de tratar (indirectamente) con aquellas luminarias, las tomamos como si fueran “de la familia”. Uno de esos métodos es lo que yo denomino “la alegoría mortal”, que es el de imaginarnos a los muertos en el más allá realizando cosas que en vida los distinguían o (en el caso de los escritores) viviendo en los mundos que sus propias fantasías crearon.
Para poner un ejemplo personal: Antoine de Saint-Exupery, autor de la famosísima novela El principito, murió poco después de que un sujeto (que irónicamente era hasta su fan) derribara su avión en costas francesas durante la Segunda Guerra Mundial. La localización de sus restos, hasta la fecha, sigue en la agobiante incógnita. Para aliviar tan triste realidad histórica, me gusta imaginar que, luego de su deceso, el buen Antoine viajó directamente al planeta del Principito, donde finalmente se reunió con él y pudo resolver la duda que tanto lo había mortificado: si el cordero que le dibujó se comió (o no) la rosa de su amo. Hasta la fecha siguen ahí, viviendo en el espacio y siendo felices. Tal escena, como pueden imaginar, es alentadora.
Otro ejemplo puede ser el de Amy Winehouse, la diva del rythm and blues que finalmente sucumbió antes sus adicciones y murió a los veintisiete años hace apenas un año. A la fecha me la imagino llegando al “cielo del r&b” donde la reciben con recelo Ella Fitzgerald Y Nina Simone, quienes insisten en no admitirla por su muy peculiar aspecto. Para darle su pase, le dicen, tiene que demostrarles que tiene talento y que no sólo es de apariencia llamativa y estrafalaria. Luego de que Amy les canta Rehab, Back to black y You know I´m not good, las otras dos exponentes del aquél ritmo, finalmente la aceptan dentro de su grupo y, en la actualidad, Amy también se echa sus palomazos con esas dos señoronas.
Como pueden ver, cada quien tiene sus maneras de sobrellevar la muerte. No es lo mismo perder a un artista que a un ser querido, pero las “alegorías mortales” sirven, de alguna manera, para amortiguar el dolor y el sufrimiento que se puede generar al morir cualquier persona, y también las pueden usar quienes han perdido a un amigo cercano, a un padre, a un hermano o a un bien amado pariente. Sólo que, en este caso, lo abordé tocando el tema de las celebridades muertas a temprana edad ya que, mientras escribo estas líneas, la noticia más comentada en la actualidad es el fallecimiento de Paul Walker, el protagonista de la larguísima y muy redituable saga Rapido y furioso (The fast and the furious), en un lamentable accidente de tránsito. Lo curioso es que, viendo en YouTube un video acerca del hecho, un usuario comentó, precisamente, una “alegoría mortal” que me hizo recordar a las mías propias, y en las que comentaba que “ahora Paul iba a competir carreras con Dios”. Mientras tanto, ustedes imaginen las suyas y, si resintieron la muerte de ese actor de Hollywood, pueden vislumbrarlo, al igual que ese comentarista anónimo, jugando arrancones alocados en una carretera celestial que nunca tendrá fin, pues está en la eternidad.

Texto agregado el 03-12-2013, y leído por 232 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
25-12-2013 Bueno, creo que con la gente cercana también hacemos nuestras alegorías (yo por lo menos aúno a todos mis parientes en un lugar común, aunque no creo en el más allá -qué ironía, no?-). Esas menciones que hacemos son una manera, quizás no de "eternizarlos", pero sí de prolongar su existencia, de presuponerles un no-final o una perpetuidad, algo mejor. Algo que también nos acompañe durante el resto de nuestras vidas -o mientras dure el dolor-, para que no sea una ausencia tan pesada de llevar. ikalinen
06-12-2013 Le tememos a lo desconocido tanto que intentamos creer que hay algo mas despues de la vida.Solo lo saben los que pasaron la barrera, despues es todo imaginacion.En cuanto a las personalidades famosas, todos tenemos nuestro corazoncito, en estos momentos lamento la partida de Nelson Mandela,por todo lo que nos dejo no me queda mas que decirle gracias. jaeltete
03-12-2013 Grandioso ensayo, tocas aspectos que el pensamiento universal en este momento lo está sufriendo. Hablar de esas luminarias nos pone a pensar: Tenemos que hacer algo grande en la vida para poder trascender y ser recordados como las personas que mencionas en tu gran ensayo. !Felicitaciones! Un abrazo de afecto. NINI
03-12-2013 Excelentemente expresado tu ensayo. No haces más que confirmar esto de "se murió justo" para eternizarse en el inconciente colectivo. Nuestro cantor de tangos Carlos Gardel murió en Colombia en 1935 en pleno exito cuando el avión se estrelló al despegar... Y "cada día canta mejor" aseguran sus fervientes admiradores de post- morten. Un beso hgiordan
 
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