Hace muchos años habito en esta isla; tantos, que mi caminar ha cansado los recuerdos; y, aunque es larga y angosta, casi siempre que salgo a vagabundear me pierdo. Sus cerros esconden la presencia de cientos de huemules verdes, especie que se creìa extinta, y que hacen las veces de perros guardianes. Porque el ùltimo perro me lo comì. Habìa tantos de ellos, algunos de noble cepa funcionaria. Pero los comì casi a todos. Se notaba que eran perros derrotados. De sus hocicos caìan babas pavlonianas de aquellos deliciosos huesos que alguna vez lamieron. Y sus aullidos hacìan eco de consignas revolucionarias y luchas de clase caninas. Sin embargo, el ùltimo me lo comì Yo. Y no tengo rencor, tampoco resentimiento. Nunca hablè mal de èl, a pesar de que era un vulgar quiltro. Hasta lo bauticè con agua de acequia. La misma que sorben los huemules. En vida lo tratè con dignidad y cuando le cortè la yugular, lo cometì sin odio ni violencia desmedida. Hoy frente a sus huesos chupados, puedo decir que muchas veces evitè que los huemules lo hicieran desaparecer. Porque esta especie de huemules, es de personalidad esquizofrènica. Cuidan con solicitud los parajes de algunas pocas hienas y actùan con bravura contra los conejos. Incluso en Pascua. Ah!, son tantas dècadas en esta remota y agreste isla, tantos recuerdos infelices y tan poco aliento de vivir. Cuando rememoro la fecha de la caìda. De la caìda en este pedazo de tierra, pienso en lo alegre de la vida marinera. Pienso allende el mar, en aquellas dulces fragancias de mi otra tierra. De la promesa de un futuro mejor, sin hambre ni privaciones. Y pienso en el naufragio y en mi suerte maldita. Lejos, en la foresta, nuevamente los monos empiezan a repetir cantinelas llenas de pleitesìa para los huemules. Tantos años viviendo aquì, y no puedo comprender este orden zoològico insular. En largas noches, medito sobre el poder y trato de descubrir quièn maneja el hilo de esta isla. Y allà arriba, en el cerro mayor, cubierto por una abundante vegetaciòn, habitan los reyes, los verdaderos amos a quienes las hienas temen y honran, los gorilas. Ellos poseen la gloria y el poder, el que un Sapiens solitario no amenaza. Los huemules son sus servidores, de sus hocicos lo he escuchado. El tiempo me enseñò a comprender el lenguaje de estos, mezcla de gruñidos y golpes de voz. Y el tiempo, tambièn, hizo que me alejara a un lugar seguro. Y desde una frìa roca oteo el horizonte, esperando volver.