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Inicio / Cuenteros Locales / Mariette / La Leyenda del Holandés Errante, capítulo 10.

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Capítulo 10: “Ha Llegado la Hora de Liberar al Kraken”.
Nota de Autora:
Bueno… mi humor ha mejorado considerablemente desde el otro capítulo… no en vano ha pasado un mes, digo… ¡Bendito fin de semana largo! ¡Benditas elecciones! ¡Bendita música! ¡Bendita imaginación! ¡Bendito JRR Tolkien! Bien, dejemos de bendecir para decir que en el estúpido VK me sacaron El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey (ya sabéis, la película de Peter Jackson) y no la encuentro con la versión extendida por ningún lado… si la pillan por ahí, me la pasan, ¿savvy?
Capítulo dedicado a Valentina “Val” González, mi querida hermanita (maldita biología que hizo que no fuésemos hermanas) que me ha recogido con palas esta vez sin siquiera verme… ¡Vaya! ¡Para hacer eso hay que tener un mega conocimiento sobre alguien! Sólo quiero que sepas, Val, que tu amistad vale mucho para mí…
Y también va dedicado a Carolyn Gutiérrez, quien ha sido mi puntal en este nuevo curso y nuevo mundo.
Y, por último, lo dedico a mi amigo Yeison Jofré, quien esta semana se ha graduado de Cuarto Medio. Felicitaciones y éxito, hermano.
El tema para escuchar el capítulo es… (Redoble de tambores)… “Barbossa is Hungry” de Klaus Badelt y Hans Zimmer para la película Piratas del Caribe: la Maldición del Perla Negra.
Con todos ustedes, el capítulo…









-Insisto, Lowie, no tengo idea de por qué hacemos esto-dijo Aloin.
-Se paciente y verás-le contestó Lodewijk.
-¿A dónde vamos?-preguntó Aloin.
¿Su respuesta? Lowie le tapó la boca, puso su brazo sobre su pecho y le empujó contra la muralla del pasillo.
El joven Sheefnek acercó su cabeza al canto de la muralla y vio entrar en el sector de las celdas a dos marines sosteniendo a una mujer, por su uniforme intuyó que ella tenía grado superior que ellos.
Rebuscó en su mente… ¡Sheila! Era Sheila. Y llevaba todo el pantalón ensangrentado, por no decir técnicamente todo el cuerpo. Se notaba a la legua que las fuerzas le faltaban, estaba ad portas de desmayarse. Uno abrió la puerta y ambos entraron.
Pasado un rato salieron, ésta vez sin ella. Cerraron.
-En la celda K208. El recluso de la A172 se muestra receptivo. Cambio-dijo uno, mientras echaban a andar.
Cuando hubieron desaparecido de vista, Aloin se adelantó.
-No puedo seguir con esto-dijo Aloin, respirando agitadamente al haberse visto casi cogido.
-Eres incapaz de luchar por lo que quieres-replicó Lowie con aire frío.
-No, no es eso…-dijo Aloin inseguro acerca de su punto de vista acerca de esa confusa situación.
-Entonces acompáñame-contestó Lowie.
Sin dar tiempo a Aloin para reaccionar salió del escondite y se encaminó a la puerta de las mazmorras. Una vez en frente de la chapa sacó de entre sus bolsillos una ganzúa con la que se dispuso a forzar la entrada.
-¡No! ¡Ya basta! ¡Esto está yendo demasiado lejos!-dijo Aloin.
-Confía… siente la libertad gritando dentro tuyo. ¿Consideras que realmente sientes lo que dices?-preguntó Lowie, tras soltar un suspiro y mirar la puerta fijamente.
Con esas palabras consiguió el silencio por parte de su interlocutor y, por ende, el tiempo suficiente para poder forzar la cerradura. La puerta se abrió dócilmente sin emitir ni un quejido.
Ambos muchachos cruzaron una mirada y entraron, Aloin primero y Lodewijk tras él, para dejar la puerta tal cual estaba unos segundos atrás.
-Dijo la A172-susurró Aloin.
Lowie no dijo nada, se dirigió a paso seguro y silencioso, como el de un elfo, hasta la celda señalada. La puerta blindada de color gris le cortó el paso. Haciendo algo habitual en él, sacó su ganzúa y forzó la puerta.
Le fue a recibir la imagen de un joven de diecisiete años sentado en el suelo, con la pierna izquierda estirada y la diestra flexionada, el brazo izquierdo sobre su rodilla; rubio, de profundos y audaces ojos verdes, estatura regular, cuerpo más bien fornido, ropajes pobres y aspecto desaseado.
-Tú debes ser John-dijo Lowie tras cerrar la puerta tras ellos.
Eso no causó que el interpelado le dirigiese la mirada.
-Lodewijk Sheefnek-se presentó extendiendo la mano-. Él es Aloin Zwaan-continuó señalando a su amigo con el pulgar.
Se detuvo a pensar que incluso era posible que ese muchacho ni siquiera hablase el holandés tan bien como su padre se vanagloriaba de haberle enseñado. Se dispuso a hablarle en inglés, consciente de que su pronunciación era pésima.
-John Morrison, es un placer-dijo el joven estrechando la mano de Lowie por fin y dándoles la cara de una vez a sus interlocutores.
Lodewijk se sorprendió por la pronunciación del muchacho. Realmente, si era así de inteligente, aprendía tan rápido, era mejor sacarle provecho.
-¿Qué les trae por aquí, caballeros?-preguntó mirándolos con aire defensivo y poniéndose de pie. No mediría más de un metro sesenta.
-Venimos a proponerte un trato-habló Lowie.
Aloin se alarmó un tanto al escuchar la conjugación de ese verbo. “Venimos” eso quería decir que si le cortaban la cabeza a Lowie también se la cortarían a él y lo peor es que ahí estaba recién enterándose de aquello por lo cual había salido del comedor, donde estaba tomándose tranquilamente su café sin molestar a nadie… en fin, la vida no es justa…
-¿Ah, sí?-preguntó John, intentando ser lo más impersonal dentro de lo posible.
-Sabemos que el Contramaestre Sheefnek te tiene encerrado aquí y sabemos el por qué-continuó Lowie.
-No hay que ser un genio para descubrirlo-replicó John con ironía.
-¡Eras libre! Llegaste libre gracias al Almirante y el Contramaestre vio sólo un riesgo en ti, por eso te tiene aquí, encadenado, como un dragón que necesita amansar para poder estresar a tal nivel que cuando le necesite el ataque sea certero. Mereces más que eso, amigo, pon atención. Tu hora ha llegado-dijo Lowie.
-¿Y qué quieren? ¿Ser ustedes quienes liberen al dragón?-preguntó John con sorna-.
-Escúchanos. O te unes a nosotros y obtienes la libertad, o te quedas en las sombras y tu destino será negro, serás de él…-dijo Lowie.
-Sean directos, no soy un mendigo a quien darle limosna-se defendió el orgulloso John.
Su aspecto podía ser el de un mendigo, pero diecisiete años había estado alimentando su orgullo; no dejaría de hacerlo ahora.
-Te necesitamos. Eres el único que nos puede ayudar-explotó Aloin entendiendo hacia dónde iba la situación.
-¿Y en qué les puede ayudar este dragón?-ironizó John.
-Lo sabes muy bien, John: motín. Eres el único que sabe esto: el rumor se esparce y ya sabemos a quién cortar la cabeza. Piénsalo: la libertad llama, ¿acaso no quieres ser libre?-preguntó Lowie.
-Todo podrían hacerlo perfectamente bien sin mí-continuó John.
-Debes escoger bando. Sabemos que quieres venir…-dijo Aloin, siendo cortado en seco por Lowie.
-Eres un líder, no hay que ser un genio para darse cuenta. Tienes al alma de la revolución corriendo por tus venas. Lidera este motín y serás libre. Eres el único que nos puede sacar de éste caos. Acepta participar y tus órdenes las seguiremos todos-siguió Lowie con la pasión que le caracterizaba.
-Está bien… váyanse, consigan la mayor cantidad de gente que puedan. A la una de la mañana los quiero aquí-dijo John.
-Un placer-dijo Lowie estrechándole la mano.
Después de eso Lowie y Aloin salieron del sector de las celdas y dejaron todo tal cual lo habían encontrado.
Cuando ambos iban camino al comedor, Aloin volteó hacia Lowie.
-Tu padre se entera de esto y nos mata-dijo.
-No tiene por qué saber-replicó Lowie.

Seis horas después…
-Mi Suboficial-dijo Lowie.
El interpelado miró al recién llegado con cara de pocos amigos. Ahí estaba Sheefnek, cuadrado al lado de la puerta, muy ufano tras haberlo dejado durante seis horas a cargo de un turno que no era ni suyo sin mediar explicación alguna.
-Cadete Sheefnek, ¿dónde ha estado que no ha cumplido su turno predestinado?-preguntó.
Lodewijk entró en la disyuntiva de ponerse en posición de descanso. Recordó luego que tenía que mantener las aguas calmadas, no quería tener que perderse la primera reunión de los amotinados. Optó por mantenerse en la fastidiosa posición de firmes, aunque le pareciese un golpe similar al de una bala de cañón atacando a su orgullo.
-Mi Suboficial, tenía asuntos que atender, además me he sentido enfermo desde el día de ayer, no estaba en buenas condiciones para venir-mintió Lowie.
-¿Y se ha sentido mejor, cadete?-preguntó el suboficial bastante preocupado.
-Felizmente, sí-contestó Lodewijk-. Pero, por favor, no le informe al Contramaestre.
-No se preocupe, Cadete. Ahí tiene el curso y las indicaciones para su turno. Recuerde que si sigue sintiéndose enfermo no debe dudar en llamarme y yo le cubriré. Que tenga buena tarde-concluyó el Suboficial.
-Muchas gracias-dijo Lowie.
El Suboficial salió del Puente de Mando dejando solo al muchacho, quien se puso inmediatamente en posición relajada e intentó concentrarse en la pila de papeles y palancas, botones y pantallas enfrente suyo.
Así transcurrió media hora en la que Lodewijk Sheefnek estuvo a cargo del curso del navío.
¡Demonios! Había olvidado preguntarle al Suboficial por qué no tenía compañero de turno, siempre los turnos en el barco se hacían de a dos, sin importar la función o labor a cumplir.
Y mucho menos iba a saber así quién era el idiota que tenía que cumplir turno junto a él.
Así estaba en sus cavilaciones cuando sintió pasos en el suelo metálico del pasillo de afuera. Más que rápido fingió hacer algo productivo según la minuta que el gentil Suboficial le había entregado cuando el rey de roma entró en la sala.
No venía solo, venía acompañado de una llorosa Linda Freeman. Lowie prefirió no tener que mirarla a los ojos. Volteó la cabeza a la dama y se concentró en su trabajo. Sintió que algo hablaban ella y el Suboficial, prefirió no oír y concentrarse en lo que hacía.
Las traiciones duelen, en eso pensaba él… eso ocupaba su cabeza sin dejar ni un milímetro para otro concepto que viniese de fuera de su ser.
Sintió cómo chocaban las suelas de las botas de su superior contra el suelo metálico. Alguien cerraba la puerta blindada, seguramente se trataba de Linda.
-¿Sigues enojado aún?-escuchó cómo preguntaba aquella suave y triste voz femenina.
Se limitó a no responder. Era lo mejor y así nadie saldría herido. Continuó ignorándola, haciendo como si ella no existiese, como si no hubiese nadie más en esa habitación.
Caminó de un lado a otro operando aquellas máquinas. Ella no volvió a hablar. Así todo estaba mejor, en el silencio gutural.
Al cabo de un rato golpearon la puerta. Linda fue a abrir, Lowie estaba tan bloqueado que no conseguía enfocar su cerebro fuera de su espacio corporal.
-Vienen a por ti-le indicó ella.
Sólo entonces se volvió. Sin agradecerle ni nada, salió del habitáculo.
-¡Joder! Se te ve terrible-exclamó Aloin al verle salir.
-¿A qué vienes?-dijo Lowie, limitándose a no responderle el agravio.
-Traigo noticias-indicó Aloin.
-Creí que estabas de turno-replicó Lowie con sorna, sorprendiéndose de lo rápido que sus ideas ganaban adeptos.
-Me he enterado de algo que de seguro nos servirá…-dijo Aloin con aire de detective secreto.
-¿Ah, sí?-.
-Mujeres abusadas. El Contramaestre Sheefnek ha abusado de mujeres de la tripulación desde que el Almirante murió, incluso podría decirse que desde antes. Fíjate que cada tanto una en una van desapareciendo de sus turnos, llevadas por él; luego van a dar al calabozo por una semana y después, cuando vuelven al rodaje ninguna de ellas es la misma que antes-dijo Aloin.
-No tenemos pruebas de que realmente se las lleve para abusarlas. Es lo obvio, pero sin pruebas estamos perdidos-indicó Lowie, rogando a que su perspicaz amigo estuviese errado.
-Bueno, yo sí tengo pruebas-dijo Aloin-: lo confesaron dos cadetes que están encargados de resguardar el cuarto de Sheefnek durante… digo… durante el acto y luego las llevan casi con palas al calabozo. Dicen que ya no quieren ver más sangre….-.
¡Sangre! Ahora todo calzaba. Sheila Zeeman no era una marinera particularmente complicada, nunca se había hecho merecedora de un castigo, pero sin embargo esa misma mañana la había visto entrar ensangrentada a los calabozos llevada por dos grumetes desde el pasillo que da hacia el Camarote de Sheefnek.
-¿Quiénes son los cadetes?-preguntó.
-Vossen y Van Santen-dijo Aloin.
¡Demonios! Así que por eso llevaban a Sheila… ¡No podía ser!
“-Vas a tener un hermano-.” Esa frase de Linda le comenzó a repiquetear la cabeza.
Nada es lo que parece… Quizás… no, no quería ni pensarlo.
-¿Tienes la lista de ellas?-preguntó Lowie.
-Aquí está, una a una han dicho que sí a esta noche-dijo Aloin.
Lodewijk no puso atención a aquellas palabras, sólo leyó un nombre: “Sheila Zeeman”.
-Tengo que entrar, cualquier cosa vienes-indicó al menor.
-Claro-dijo Aloin.
Lowie no tuvo tiempo para ver cómo Aloin se alejaba a la cafetería, entró huracanadamente al Puente.
-¡No sabes cuánto lo siento, Linda, debes ser fuerte!-dijo abrazándola.
-Te enteraste de lo de Sheila, ¿verdad?-preguntó ella.
Él le miró con aire confuso.
-Ella tenía una relación con tu padre y quedó embarazada. Anoche discutieron y hoy ella estaba enferma, él se aprovechó de eso para llevarla a su cuarto… Cuando a mí me llevaron al cuartel, ella llegó luego: había perdido a su hijo. No te preocupes, que ya no tendrás un hermano, ella lo perdió. Sheefnek la golpeó y… la violó-dijo Linda entre sollozos.
¡Ahí estaba la madre del cordero! ¡Ahora todo se volvía completamente claro frente a sus ojos! Sheila entrando en los calabozos ensangrentada por la pérdida y la violación… ¡Maldito! ¡Una y cien mil veces maldito su padre! Y Linda llorando por su amiga y él, el único que podía ir hasta ese maldito camarote y acabar con la situación no había hecho nada, sino salir huyendo antes de conocer toda la historia. ¡Cómo se odiaba a sí mismo por ello!
-¡Soy un idiota!-dijo agarrándose la cabeza con ambas manos.
-No fue tu culpa-intentó calmarle ella, incapaz de guardarle rencor-. Yo debí haberte dicho todo desde un principio, no irme con rodeos.
-¡No puedo culparte! Era algo difícil de decir-dijo él sintiéndose el ser humano más idiota de toda la Tierra sin importar la época.
-Ahora ella está en el calabozo… No saldrá de ahí hasta la próxima semana, creo, hasta cuando no haya indicios de la pérdida, excepto sus traumas que deberá callar-dijo ella.
-¡Maldito Sheefnek! ¡Hijo de…!-bramó Lowie.
-Es tu padre y no hay nada que puedas hacer-dijo ella poniéndose de pié.
-Sí, sí hay algo que puedo hacer al respecto… Ayúdame-dijo él con aire enfermizo.
Tras eso, por media hora, ni una sola mosca voló dentro del Puente de Mando. Linda Freeman miraba atentamente a Lodewijk Sheefnek sin dar crédito a lo que oía. Lo creía capaz de todo, sí, de eso no cabe duda; un muchacho liberal como él no es de estarse quieto frente a las injusticias.
Pero… pero, no podía creerlo. Estaba dispuesto a asesinar a su propio padre, a su propia sangre.
Motín, esa palabra repiqueteaba en su cabeza.
Aquel hermético muchacho había procedido a comentarle todos y cada uno de sus planes y eso no era de esperarse. Le tenía confianza, eso quería decir: él no era de confesarle una idea tan riesgosa e importante como esa a cualquier persona.
Motín, estaba invitada a la medianoche, él iría a por ella unos minutos antes al camarote.
Se lo había confesado y no podía fallarle. Estaba furiosa, la sed de venganza bebía de sus labios… no, no podía dejar pasar aquella única oportunidad.
A la medianoche de aquel aciago día ninguna estrella titilaba en el negro cielo. Exactamente a la misma hora uno a uno comenzó a salir de sus habitaciones y puestos de trabajo.
Cuidadosamente velaron porque ningún puesto quedase vacío; intentaron disimular el complot que nacía en sus almas sedientas de justicia.
En la penumbra de los metálicos pasillos del Evertsen uno a uno comenzó a andar, vaciando el bajel.
Cubiertas se llenaron y vaciaron sin que nadie ajeno al movimiento pudiese detectar aquel extraño fenómeno.
Y uno a uno por su cuenta llegó a la cárcel de la última sub cubierta.
Cuando la hora se cumplió Lodewijk Sheefnek se abrió paso por entre la muchedumbre. Ya se había armado un cierto aire místico en aquella zona del bajel. Algunos fumaban apoyados en las paredes, otros charlaban en voz baja, otros bebían alcohol.
Con Aloin a su lado se aproximó a la puerta y, tras forzarla, la abrió. Cuando todos estuvieron dentro se cercioró de haberla dejado bien cerrada. Tras eso se encaminó a la celda en la que estaba John Morrison. Cuando iba a abrirla, sintió como golpeaban de la celda de Sheila.
Sin dudar abrió. Si un carcelero estaba haciéndole daño a la mujer ya era hora de que dejara de hacerlo. Adentro sólo estaba ella.
-Tengo algo que decir al respecto-apuntó ella sin siquiera saludar.
Él se sentía culpable a morir, presintió una sed de venganza en la mirada desgarradora de la mujer, no podía negarle eso.
-Ven-indicó.
Dios sabe cómo los casi cien congregados cupieron en la diminuta celda donde John les dio los nuevos pasos a seguir.
Y juntos llegaron a la conclusión de que Liselot Van der Decken debía hacerse grumete… con ella de palo blanco estaban listos para el ataque desprevenido.
Uno a uno se retiró sin ser visto. Nadie supo de ese encuentro.
Y la mañana siguiente la mentada muchacha se presentó en el despacho del Contramaestre Dirck Sheefnek a ofrecer sus servicios.

Texto agregado el 05-12-2013, y leído por 116 visitantes. (0 votos)


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