El laboratorio está 17 pisos abajo del suelo. Allí se especializan en la producción de artefactos para afectar el cerebro y que sean útiles para la guerra. Ya se sabe que con sonidos de ciertas frecuencias se hace que el cerebro alucine y sueñe despierto o se distorsione la realidad. Con cierta frecuencia el individuo se ve en el mar, con otra aparecen monstruos, enemigos o ángeles. Un hombre encumbrado en la inteligencia militar dirige las operaciones. El proyecto del año es montar un aparato que sea capaz de interferir en el comportamiento del conductor de un vehículo, un tanque o un piloto. Desde la segunda guerra se experimento con aparatos en tierra y se creó el triángulo de las Bermudas. Los pilotos y navegantes alucinaban y perdían sus naves. El enemigo también tiene artefactos similares y se sospecha que la pérdida de varios submarinos nucleares de última generación se deba a esa tecnología. Aquí se han obtenido algunos éxitos cuando se han utilizado equipos en la guerra contra los árabes. Se entregan sin pelear pensando que Ala se los exige. El montaje de equipos de interferencia cerebral en drones se está estudiando para controlar enemigos políticos mediante accidentes caseros o en vehículos. También para alquilar, en secreto, a grandes compañías con el objeto de incrementar sus ventas y a religiones y movimientos aliados. El superprimerísimo ha dado la orden de producir drones en serie con esta tecnología porque piensa que con ellos va a controlar la rebelión que se está gestando en su país. Los rebeldes saldrán vomitando a entregar sus armas y sollozando arrepentidos. O los pueden dejar ciegos.