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El pergamino de Jerónimo el Higo habla del encuentro de los Monjes Cenobitas con las Putas del Desierto encabezadas por Genoveva Aglaé, la hetaira que arrastró al fuego de la pasión a todos los beduinos del Reducto de los Insectos.

El documento fechado en el año 995 fue escrito en un latín garrapatoso mediante un cálamo que dispersó la tinta mineral sobre varios pellejos de cabra. Los párrafos reacios a la cordura de las líneas dan cuenta de la debilidad de la carne de los monjes, y sobre todo de la caída en el pecado de Jerónimo el Higo, conocido en el Medioevo por su Tractatus sobre la austeridad de las estrellas y la sapiencia de las abejas.

Cual si no temiera el juicio de los hombres, Jerónimo el Higo no escatima denuestos contra su persona, describiéndose como “el último y más obtuso de los peregrinos que se han incrustado entre las bestias y las rocas”.

Pero lo peor no es cuando se define como “un tubérculo atezado”, sino la meticulosa explicación de su comercio carnal con Genoveva Aglaé, a quien lo mismo califica de “concupiscente diosa impura”, que de “perverso palimpsesto de sinuosidades de perdición”.



Se sabe gracias al pergamino extraído de La Gruta de las Putas que el encuentro de los monjes con las pupilas de Genoveva Aglaé tendría varios efectos a largo plazo en las dunas que claman por el reptar lejano del río Ónfalos: terminarían con las impías peregrinaciones de beduinos de vientres en brasas al Reducto de los Insectos; cuajarían en “La Comunidad de los Puros” de la que nacería el Cisma del Desierto; y sobre todo evidenciarían la naturaleza híbrida del pecado y la virtud.

Según consigna el futuro apóstata Jerónimo el Higo, la caída de él y sus hermanos en la lujuria obedeció a la búsqueda de la redención de las hembras de Genoveva Aglaé ante el inminente colapso del Cosmos por el quebranto final de los “Ángeles Paralelos”.

De hecho son múltiples las reflexiones sobre el misterio de la Creación por parte del monje representado en papiros apócrifos como la versión pulcra de un íncubo.

Según Jerónimo el Higo, no reside en la degradación de los cuerpos la búsqueda de la verdad, sino en los vericuetos insondables del espíritu que él y sus hermanos calaron hasta los fundamentos con sus desatinos lúbricos, como el herrero que templa las espadas días antes de encarar la urdimbre de la guerra y del dolor.

Texto agregado el 06-12-2013, y leído por 282 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
09-12-2013 Gran historia Gustavo. Me impresiona como conjugas misticismo con debilidad humana en cualquiera de sus presentaciones. Un abrazo. umbrio
07-12-2013 Todo venía perfecto hasta que llegué a " PERVERSO PALIMPSESTO DE SINUOSIDADES DE PERDICIÓN.." Ahí se me cayó...el ánimo. UN ABRAZO. gafer
06-12-2013 No le falta razón al apóstata Jerónimo el Higo. No se pueden torear los toros desde la grada, para modelar la arcilla es necesario ensuciarse las manos, para comprender hasta los tuétanos al pobre es necesario haber padecido hambre… y para escribir tan bien como lo haces hay que haber bregado mucho en el tormento y el éxtasis de tu propia condición privilegiada. ZEPOL
06-12-2013 Piedad para Geronimo el Higo, que a mi mejor entender estaba tejido de carne. Rentass
 
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