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La escena fue brutal...y su mundo se redujo en poquísimos segundos a casi nada. Ella, su mujer, su amada, el gran amor de su vida, estaba rendida en los brazos de su amante. Había salido a su encuentro angustiado por su retraso y los peligros de aquellas solitarias y oscuras calles a esas horas. Se quedó pasmado, petrificado; los vio despedirse tiernamente.
Ella reemprendió su camino, arrobada, distraída, en un mundo de ensueños, y él transformándose poco a poco en un ser desconocido, agazapado en su rabia y la desesperanza, con los nervios destrozados, la sangre fluyéndole caliente en las venas, y el cerebro revolucionado, descontrolándose a cada paso de la mujer amada a quien desconocía ahora. Su razón y su mente comenzaban ya su viaje a la locura, cuando ella se percató de su presencia; se quedó pálida e inmóvil, la boca abierta, agitada y los ojos deseando echarse a correr fuera de sus cuencos. “No...no es lo que tu crees” dijo casi acusándolo, temblorosa, buscando donde apoyarse o esconderse del ataque que creía inminente.
El la miraba fijamente, casi ausente ya de si; la locura lo había paralizado y su mente comenzaba ya a levitar entre nubes etéreas, llenas de carcajadas, de pasiones desenfrenadas, de sexo obsceno y sucias orgías, viéndola a ella en medio de todas estas visiones, licenciosa, gimiendo, gozando, con las palabras asquerosas e insultantes de su amante.
“No me hagas daño por favor, perdóname” y andando despacio hacia atrás, tropezando, levantándose, descalza, hecho a correr como pudo entre gritos de auxilio desapareciendo en la noche más oscura de su existencia.
Y él allí, paralizado; los corrientazos eléctricos se le hicieron más intensos, la locura lo alejaba más y más de si; la mirada perdida y ondulante, dolorosa, clavada en la nada, el rumbo extraviado y la boca babeante.
Se perdió entonces entre los pasadizos de su memoria sobrecargada, en el aquel sueño de la locura, viéndose viajar por veloces carreteras, estrechos caminos, caudalosos ríos, mundos fantasmales y bosques de árboles burlones y crueles, que le golpeaban sin ninguna piedad con sus látigos de espinosas ramas de hojas oscuras y gruesas.
Despertó en la sala de pasajeros de La Perla de los Andes, a casi 600 kilómetros de su casa, la memoria vacía y apenas el recuerdo de aquella maldita escena ocupando todo el espacio restante y el cerebro golpeándose entre las paredes duras de su cabeza. “Despierta borracho que ya vamos a cerrar”; se giró hacía la voz; no quedaban pasajeros ya en la sala; llevaba apenas una bolsa cuyo contenido desconocía; salió a la calle lluviosa, se paró mirando a uno y otro lado. Su razón, su mente, su parlanchina lengua y sus ojos enrojecidos y grandes ahora, fijaron el rumbo hacia un punto indefinido de aquella selva serena, al rincón de su infancia, su lugar amado, de alegrías primeras y juegos entre las marañas boscosas y su amado río.
Y fijadas las coordenadas que lo llevarían a aquella zona de su seguridad interna, ya fuera de los linderos de sus fantasmas y sus miedos, encendió su piloto automático, aquel que se encargaría de guiarlo por escarpados caminos, hondas quebradas y puentes de palo, hacia el poblado nativo de los Ashaninkas (*). El tiempo se durmió en sus cavilaciones. Caminó aquel, sin prisas durante la noche y parte del día siguiente, sin descanso, apenas consciente de que tenía que llegar a su refugio, donde alcanzar tan solo un poco de paz y sosiego, y escapar de todas sus angustias.
Llegó hacia la tarde, a la cabaña de Casanto, las fuerzas menguadas, apretando la panza para no vomitar su llanto. “Duerme hermano”, y durmió sin sueños, ausente del mundo, de todo recuerdo y la vida misma.
Despertó al reflejo de una muy clara luna, sobresaltado por los recuerdos, por los calambres, hormigueantes y dolorosos, el llanto a borbotones, el pulso acelerado, los ojos desorbitados y ensangrentados.
“¿Qué te pasa hermano?”, habló asustado el Casanto y por toda respuesta recibió su mirada angustiada, suicida y el olor de la muerte, aquella dama cruel que había acudido solícita al percibirlo.
El nativo Casanto, fiel amigo de antaño, no lo pensó dos veces; sabía que hacer en estos casos: su amigo de infancia, estaba poseído por extraños demonios de “afuera del bosque”; preparó el brebaje hirviendo infinidad de yerbas y mezclándolos con cañazo puro para hacerlo “tragable” por su sabor nauseabundo y espeso. Encontró al amigo, ido, lejos de sí, la mirada lejana en algún lugar de su rabia, de su ira y sus miedos. Le hizo tragar aquel líquido amargo y viscoso por su boca abierta, llena de una saliva biliosa y amarillenta. Se retorció en la estera gritando, maldiciendo, llorando, hasta que los “espíritus buenos” le trajeron la inconsciencia y el sopor. Lo arropó entonces el Casanto, atándole los pies al podrido tronco de la tarima y se marchó…era mejor así…..su amigo, solo él, debía luchar contra sus demonios.
Y el demonio apareció cerca de la medianoche; la luna alta y clara...una voz conocida retumbó como un trueno en su silencio y sus oídos; ¡era la voz de su amada llamándole desde afuera!...cercana a las playas del entonces manso Pachitea. ¿Qué haría allí? ¿acaso era una alucinación trayéndole a la memoria la crueldad de su traición?¿Cómo había llegado allí tan rápido? Se sentó sobre su cama creyendo haber tenido un sueño. Una vez más escuchó la llamada; otra vez el hormigueo en todo el cuerpo y esos calambres dolorosos en el cuerpo; palpitaba su corazón y su mente, mientras los ojos buscaban en la penumbra de aquella choza, al amigo y la salida.
El rumor del viento, el canto mágico de las aguas del río, le trajeron una vez más el llamado de su amada, de su mujer, de su hembra. “Me ama, me quiere; se ha dado cuenta”, pensó y luchó contra sus recuerdos, sus celos, su rabia y las ataduras de sus pies, destrozándolos a dentelladas de muelas quebradas y sangre empapándole los labios, la boca, el cuello.
Entre tropezones salió al claro del camino. Y la vio allá a lo lejos; la vio hermosa, cubierta de rayos de luna, de orquídeas salvajes con su delicada fragancia, alegrando sus encantos desnudos, su belleza: aquella a la cual había sucumbido.
Ella, que le había quebrado el alma, que le había traicionado, que le había llevado al mismo centro de la locura: ella, ella estaba en la orilla de su playa, de su río, llamándole amorosa, doliente, arrepentida, esperando su abrazo y su perdón. La amaba, sí, la amaba, y por encima de todo, la perdonaba, vivirían juntos otra vez y ya no se separarían nunca más; empezó su carrera hacía ella, la besaría “locamente”, la abrazaría, se lavarían de todos sus desvaríos y errores en esas aguas cálidas y maravillosas.
Corría hacía el río, el corazón alborozado, las manos sedientas, su cuerpo con el apetito del amor y del placer resumiéndole la piel, y la mirada fija en aquella hermosa y voluptuosa mujer. ¡Hermanooo, hermanoooo, ¿Qué haces?..Se detuvo un instante; no, no tenía tiempo ahora para el Casanto, reemprendió su carrera; su amada caminaba, internándose en las aguas cristalinas de verano.
“¡No hermano, no la sigas!”...Paró otra vez en su carrera; su hembra le llamaba con las manos y con una sonrisa embriagadora en los labios; otra llamada del amigo; caminó lentamente hasta la orilla. Ahora ella le habló: “Perdóname amor mío, ven, ven a mi lado”; intentó un par de pasos hacía su amada; comenzaba a llover muy despacio: las gotas de aquella lluvia frente a los fuertes rayos de la luna, creaban cristales de colores; cantó un búho en la inmensidad de la jungla y una gamitana saltó del agua cerca de ahí.
“¡Amigoooo, amigoooo, no vayas….es el CHULLA-CHAQUI!”...Miraba como su amada se alejaba más y más de la orilla, invitándole, acariciándole con su mirada. Comenzó a llorar por ella, recordaba ahora, sus caricias, sus besos, sus gemidos amorosos. No, no la dejaría partir, la amaba ahora, más que antes, pues había venido en su búsqueda, arrepentida.
Se adentró en el río; el amigo le llamaba, su amada le esperaba, allí en las aguas, desnuda, mostrándole su cuerpo apetecible; cundió en él su locura, le hormigueaba el cuerpo, le dolía la mirada fija en ella; y en el último instante de su conciencia y de lucidez, se entregó a los brazos abiertos de la lujuria, de pechos maduros y redondos, a su amada sin sombra, sin reflejos; a las fauces abiertas de la muerte: La Bella Muerte.
“Se lo ha llevado el Chulla-chaqui”, diría más tarde el Casanto. Su cuerpo apareció dos días después aguas abajo, con un rictus de alegría en el rostro y los brazos apretados a la nada.
(*) Tribu amazónica dentro del territorio peruano.

Nota de autor: Las creencias folclóricas de los pueblos del ande y la amazonia, se centran en la presencia de espíritus buenos y malignos, cada cual encerrando algunas características particulares en su presencia fantasmagórica. Una de ellas, la que nos trae a cuento, es el espíritu maligno o demonio, cuya presencia visible se traduce en un ser con apariencia confiable para algunos pasajeros distraídos, preocupados o medrosos, en la soledad de los bosques, de los caminos y las playas desiertas de los ríos. Actúa confundiéndolos, y extraviándolos, llevándolos hacía una muerte cruel de locura y soledad, y de la cual solo pueden escapar, fijándose en una particularidad: su pata de cabra. Chulla-chaqui, en el lenguaje quechua significa o aproxima a su traducción como tal (cabra- pata). De allí que los nativos amazónicos instruyan a todo visitante o aún a sus propios hijos a que, en caso de que se les apareciese una persona conocida en medio de la soledad de su camino, se fijen primero en sus pies. Y si tiene una pata de cabra, será mejor la retirada ahuyentándola a gritos. Creencias al fin, pero que han dado al trasto con la vida de quienes cayeron en los encantos de ese ser fantasmal.
Perseo Escritor
C .Constitución - Perú.

Texto agregado el 07-12-2013, y leído por 161 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
29-12-2013 La narración no me es desconocida, un gusto leerte también soy de Perú.... el misterio de las regiones son muy interesantes...saludos. krisna22z
 
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