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MI PRIMERA BICICLETA…
Por estas mismas épocas navideñas, recorría las polvorientas calles de mi viejo barrio en las esquinas de las Avenidas Solano y Florencia Astudillo. Pedaleaba mi destartalado pero bello triciclo rojo de metal, de esos en los que sin problema se llevaba uno o dos hábiles pasajeros en la parte trasera. Con el asiento amarrado con piolas, una sucia esponja que hacía menos dolorosa la parte noble del hombre; cuando ruidosamente se detuvo a mi lado un niño pelo colorado, poco menor a mí, dando vueltas a mi alrededor en una poderosa motocicleta que brillaba como el sol y rugía con furia; insultante, presumida y vanidosa, después de dar unas cuantas vueltas en círculo siendo Yo el centro, se despidió diciendo “!Véanle a la mariquita En triciclo!”, y se alejó velozmente en su ruidoso artefacto, rodando en chulla llanta y haciéndolas chillar en la acera. Seguí mi corto camino, poco desconcertado, poco aturdido, sin entender aún qué le pasaba al pobre niño… Me di cuenta que al parecer Yo ya estaba un poquito grande para andar en el destartalado triciclo, pero al mismo tiempo, ese era mi compañero, compañero mío y de mis primos y amigos del barrio con quienes hacíamos de él el mejor y más lujoso de los vehículos a motor. Lo convertíamos en el que nosotros queríamos, en el que habíamos visto o simplemente imaginado, volábamos con él si era necesario, si la aventura así lo requería… Había pasado el tiempo para el chico de la motocicleta, y el mío, se había detenido en mis adentros, en mi inocencia, y en la inocencia de mis buenos amigos. Éramos felices con lo que teníamos, éramos felices con lo que vivíamos cada día, con lo que el pensamiento de cada uno de nosotros creaba; ese era nuestro mayor tesoro, la imaginación, la libertad… Inexorable el tiempo tardó pero no perdonó; quedó el viejo triciclo compañero de vivencias y aventuras de mi alargada infancia, arrumado, olvidado en un rincón, PERO NUNCA SALIÓ DE MI CORAZÓN... Siempre quise, no reemplazar a mi viejo amigo, pero si tener una de esas bellas bicicletas, que solo veía pasar por la vieja calle. Un día mi hermano mayor, ya trabajaba él, llegó con una preciosa pero enorme bicicleta roja, de esas que llamábamos “de panadero”, no era de él pero al primer descuido la robaba metía el pié por el cuadro, pisaba el pedal y de medio pedal en medio pedal, la bicicleta se hacía una bala, dándome la vuelta al manzano en menos de dos minutos, para que su dueño no se diera cuenta de que faltaba el artefacto. Anhelaba la preciada bicicleta, hasta que un iluminado día, llegaron DOS. Un tío que tenía arrumadas las bicis que las trajo cuando volvió a vivir en Quito desde los Estados Unidos, país a donde migró en busca de mejores días, nos las mandó; eran azules las dos, ¡bien pesadas! ¡Muy fuertes! Una de ellas tenía cambios en los manubrios, era cosa de locos… Pasó la emoción de la sorpresa y me di cuenta que las bicis necesitaban llantas y tubos, y que la una ya tenía dueño, mi hermano mayor. Rogaba a Dios la otra pudiera ser mía, le falte lo que le falte. Efectivamente, la una fue mía, pero necesitaba llanta aro y tubo, cómo iba a hacer, ¡era como que le faltara todo!... pues esta bicicleta era americana, las llantas no habían acá, había que cambiar el aro. Recuerdo tenía un volante muy grande, era como manejar una moto pandillera, de esas de los jipis; no tenía freno en los manubrios sino en el pedal, cosa que la hacía diferente. Pasó el tiempo y mi bici pacientemente me esperaba, hasta que llegó el día. Mi padre encontró mejores vientos, y coincidencialmente entró a trabajar en una fábrica de bicicletas, llegando un día con un hermoso aro, con llanta, ¡con aire!... Como un loco saqué mi bici que pacientemente me esperaba, pero fue dura la desilusión, no calzaba. Mi padre prometió traerme otro aro, cumplió su promesa y después de un tiempo llegó, una tarde ya casi oscuro, me volví loco, colocamos el aro, ¡la bici rodaba! ¡Frenaba!.. Era una maravilla, solo tenía un pequeño defecto, la llanta que traía mi padre era pequeñita, era la trasera, pero me di cuenta que mi bici era diferente a todas, original, volaba en la pista y frenaba a raya. Anduve en ella de arriba para abajo, al colegio, a los comprados, no había lugar en donde no vaya en mi suigéneris bici.
Así como pasan las cosas y después de un tiempo hay otro, nos cogieron las malas rachas, y nos tocó la puerta la pobreza como invitada. Mis zapatos databan del año pasado, y presentaban las huellas del maltrato, las huellas del abuso, de solo descansar la noche; no me sentía mal con ellos, pero al parecer mis compañeros del colegio sí, lo cual me avergonzó al darme cuenta de la realidad de lo que traía puesto, AL CONTRARIO DE LO QUE HICIERA UN BUEN AMIGO, sacrifiqué mi bicicleta; la dueña de la mecánica me pagó lo que justo me alcanzaba para comprar unos zapatos nuevos. Con los nuevos zapatos andaba a pié; echaba de menos a mi suigéneris bicicleta, a la cual le perdí… Cuando volví a casa como puesto en mi camino, mis nuevos pero aún torpes zapatos, tropezaron con mi abandonado amigo triciclo rojo con esponja en el asiento… No hice más que entender lo que es la vida y seguir adelante.

Texto agregado el 13-12-2013, y leído por 583 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
14-12-2013 Precioso cuento o testimonio. Te falta descansar de pedalear cada tanto y poner puntos apartes, que ayudan a leer y disfrutar el recorrido. Saludos. NeweN
14-12-2013 entretenido y tierno, una abrazo y mis cinco para usted santostobar
14-12-2013 Los recuerdos a través de los años y el aprendizaje que nos dejan, con la narrativa de una linda historia saludos. kler
14-12-2013 Fue un plaser leerte. esclavo_moderno
 
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