Mientras piedras rebotan en el exoesqueleto metálico, dentro, el recién titulado de carabineros, Filiberto Segundo, le pide perdón a cada estudiante derribado por el chorro del guanaco, pues se mira en ellos como el valiente estudiante de ingeniería industrial que siempre soñó ser. Tras derribar eficiente y mecánico a muchísimos antisociales, apunta por una última vez, y por la mirilla reconoce los ojos de la macarena, la matea del liceo, la del atraque en la plaza bajo los fuegos artificiales de año nuevo, esa, la que se sacó un cuetito en el baño de profesores. La sonrisa en esa mirada lo derriba.
Tras la batalla, la prensa internacional acusaba en sus titulares a los infiltrados en el cuerpo de carabineros, mostrando la espectacular fotografía de quince carabineros empapados en el suelo y cientos y cientos de estudiantes que aplaudían, vitoreaban y abrazaban al único guanaco libertario de la historia de la zoología chilena.