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Algoritmos

El descubrimiento le erizó la piel a Pavel Koslov quien en ese momento ignoraba que habría de desentrañar un misterio del pasado.

Él había sido contratado por el gobierno de Irán para comprobar que Al-Juarismi, además de haber sido el creador del álgebra, había realizado cálculos exactos del diámetro de la tierra. Los historiadores coincidían que el estudio existía y que fue realizado a petición expresa de Al-Namún, séptimo califa de la dinastía Abasí e hijo de Harún Al-Rashid de grandeza recogida en la colección de las Mil y Una Noches.

La fábula e historia fueron binomios conjugados que limitaron la posibilidad de esclarecer cabalmente la misteriosa vida del genio persa. Sin embargo, una fuente fehaciente de consulta había sido la obra “Historia de los Profetas y de los Reyes”: una crónica del historiador Al-Tabari.

A Koslov le fue permitido consultar los pergaminos originales. Al explorar un quebradizo cuero de cabra abundante de líneas erráticas como si hubieran sido trazadas por hormigas iracundas que les taparon su hormiguero, descubrió que las grafías estaban sobrepuestas a un texto original. Era un palimpsesto de invaluable trascendencia.

El documento fuente habría sido escrito por la mano del mismo Al-Juarismi en el que daba cuenta de cómo el califa había ofrecido que desenredara la alfombra que mantenía cautivo a un Djinn de gran poder y de rebelde actitud para que le concediera un deseo si lograba determinar el meridiano de la tierra.

Al-Juarismi habría pedido el don del desdoblamiento que le permitiera introducirse subrepticiamente en el Palacio de la Eternidad, sede del califato, para visitar por las noches a Kuat Al-Kulub, la favorita de Al-Namún, en tanto que su alter ego continuara con los estudios y de esa forma no ser descubierto.

Kuat figuraba en una de las historias de las Mil y Una Noches como la favorita del califa Al-Rashid, dato erróneo de acuerdo a lo expresado en el texto hallado. El sortilegio mágico había funcionado por algún tiempo hasta que al alter ego lo envolvió el halo de la ambición, le nació el deseo de tener vida propia y de probar el sabor de los labios y el misterio de la carne.

Algunos detalles de la pasión del alter ego quedaron impresos en el pergamino que fue alterado:

Cierta noche entre las noches evolucionaba una tormenta de arena que arrastraba incubos de maldad en forma de gránulos, los más perniciosos se filtraron por los intersticios de los ventanales y se incrustaron en las cuerdas del corazón que no se deben pulsar.

Le negué la entrada para que se venciera el plazo en que debíamos reunirnos. Imploró y chilló como lobo herido. Los gritos no lograron trascender la tormenta, solo un trozo de su lamento recogió mi conciencia, el resto revoloteó con el viento al igual que su turbante exponiendo su nariz de camello a las abrasivas arenas.

Se ahogaba y temblaba ante la fuerza de la naturaleza, su resistencia languidecía con la misma angustia con que fui perdiendo su imagen. La oscuridad lo deglutió.

Al día siguiente y durante algunas semanas rondó por la Casa del Saber como alma en pena. Para no ser descubierto tocaba con suavidad la puerta de mi aposento, y mientras más silencioso era el llamado más se estremecía mi cuerpo. Llegó incluso a gritarme decretando que jamás ocuparía su lugar, por fortuna sus lamentos se perdieron entre los aullidos de los lobos.

Primero abandonó la tentativa de rescatar su espacio que dejar de visitar a Al-Kulub, tenía la motivación del amante furtivo que vive y ama a compás ajeno. Sin asearse sus humores con el paso de los días se agriaban impregnando la alcoba de ácido aroma que ella no pudo ocultar y le costó la vida.

La muerte de la amada lo desmadejó, su voluntad empequeñeció hasta convertirse en impalpable sílice del Sahara que moldea el paisaje. Fue un paria que primero vagó por las aldeas cercanas, su figura fantasmal y el fétido olor fueron mito y leyenda; hasta las hienas huían al sentir su presencia, después se alejó de Bagdad con los rayos del sol poniente, lo acompañaba una luna menguante colgada en el cielo obnubilado de arena bendecida por acercarse a Alá.

El yugo del remordimiento me laceraba, me recordaba que era un usurpador y traicionero. Para expiar mi culpa debía afrontarlo. Lo encontré en una comarca de menesterosos, en una modesta construcción de sobrios colores a tono con las arenas pardas. El interior estaba revestido de erudición y quietud apenas interrumpida por una palomilla que se dejaba seducir por la llama del pabilo incrustado en el cebo agrio de cabra.

Al-Juarismi sentado, imperturbable, sobre un tapete urdido con pelo de camello daba la espalda a la entrada de la solitaria habitación. Intenté hablarle pero las palabras se me quedaban en la cabeza; ni siquiera me bajaban a la boca. Se me quedaban como meros pensamiento, así en continuo flujo de ellos nos comunicamos, sin sonidos.

Le pedí que me atendiera de frente para calibrar de una vez por todas la potencia del Djinn y de su hechizo. Su respuesta dejó una impronta indeleble en mi memoria por el resto de la vida; sin voltear a verme y sin afectación en la voz soltó que le avergonzaba ver la versión más turbia de su ser. Pero entendía que para los demás solo había un Al-Juarismi y no era él, sin embargo, podría seguir aportando su saber a la humanidad.

Pidió que diera a conocer sus estudios sobre geografía que había realizado durante sus viajes. Los recogí de una mesa baja, donde estaba la vela incrustada de metales que pretendía medir el paso del tiempo, y a cambio le dejé en un pellejo de cabra cien monedas de oro. Al salir me exigió que cuidara su nombre que él cuidaría de su alma.

La próxima vez que lo vi fue un momento tortuoso de graves consecuencias, él murió, para reducir mi deuda pedí a Alá por su alma y resolví dejar entre líneas las variables para formular el algoritmo correcto que ayude a despejar la incógnita de su muerte.


Era insólito que un hombre de ciencia escribiera una historia tan bizarra pero que el historiador decidiera cubrir el desliz alterando un documento histórico parecía un tropezón mayor al de Al-Juarismi.

Pavel Koslov acezante en dilucidar los vericuetos de la esquiva vida del matemático encontró en fragmentos diversos que Al-Tabari enmendaba su error. Uniendo piezas, como si de un rompecabezas se tratara, configuró una historia inverosímil arrancada de la mitología del medio oriente.

Dado que la obra del historiador adoptaba la forma de anales ordenando los acontecimientos en forma cronológica, en dos diferentes años hegelianos reportaba la muerte de Al-Juarismi: en el 214, en Ubezquistán y en el 235, en Bagdad.

El investigador no tenía explicación para tal revelación, se negaba a creer que era una equivocación de Al-Tabari, la alternativa era creer en la dualidad de Al-Juarismi. El historiador había mostrado la punta del iceberg y Pavel se sumergiría en el mar de documentos para resolver el algoritmo que hablaba de Djinnis, de califas engañados, alter egos traicioneros y de mariposas nocturnas jugando con el fuego.

Texto agregado el 28-12-2013, y leído por 428 visitantes. (12 votos)


Lectores Opinan
05-01-2014 Uf, medio texto, para releerlo, es muy detallista y específico, te admiro por la capacidad narrativa que tienes. nonon
04-01-2014 No voy a ser muy ortodoxo con mi comentario: que enorme cuento!!! Te felicito. Tu escritura está varios escalones arriba. biyu
31-12-2013 Clap, clap, clap...bravo!! estás a otro nivel mi querido, te felicito!! Un abrazo y mi admiración. gsap
30-12-2013 Umbrío, disculpa mi error: Al Tabari fue historiador. Lo siento. SOFIAMA
30-12-2013 1. Bien amigo, leerte a ti no es cualquier cosa. Como sé de tu costumbre por referirte a hechos históricos, leí tu texto y comencé a buscar información sobre cada uno de los eventos y personajes que nombras en LA INTRODUCCIÓN de tu relato, y todos me conducían o bien a la Página de los Cuentos net, o bien a un blog llamado “Tus Relatos”, (continúa…) SOFIAMA
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