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Cuando Sebastián terminó la educación secundaria no quería hacer nada. Sus progenitores no tenían cómo darle educación universitaria y esto hizo que se desanimara, pues le habría gustado estudiar psicología. Estuvo seis meses sin trabajar ni estudiar, hasta que su papá estuvo a punto de varearlo. En su país sí hay educación gratuita, pero sólo para unos pocos que pasan un examen, y Sebastián no fue uno de esos. Siempre fue un estudiante cumplidor y detallista en los quehaceres que tenía que realizar en su escuela, pero esto no fue suficiente para que se pudiera convertir en un estudiante universitario.

A pesar de que sus ascendientes tuvieron un solo hijo, esto no impidió que vivieran frecuentemente con dificultades económicas. El padre de Sebastián siempre lo recriminó diciéndole que era un sinvergüenza y que él no le había dado ejemplo para que se convirtiera en un vago. Sebastián intentó convertirse nadador, pero cuando se dirigió a una de los centros de entrenamiento, lo rechazaron porque ya era muy viejo, apenas tenía diez y ocho años. Antes de conseguir su primer trabajo, estuvo muy deprimido; mientras se jabonaba en el baño, imaginaba que al untarse el jabón por todo el cuerpo quizás podría ser transportado a otra dimensión, pero eso nunca pasó.

No quiso buscar trabajo lejos de su hogar, por lo que fue a un establecimiento que le quedaba a tres cuadras de su vivienda en el que había visto que estaban requiriendo personas para llevar periódicos de residencia en residencia. Después de superar una capacitación de una semana entró en un período de prueba en el que no le pagaron el primer mes. En ese primer intervalo Sebastián repartió boletines cerca de su barrio. Hizo un amigo rápidamente, el cual tenía una afición que a Sebastián le pareció tan interesante como la natación, esa era el waterpolo, su amigo también tenía el sueño frustrado de competir profesionalmente en ese deporte acuático. Esto hizo que su amistad se estrechara.

En el segundo mes a Sebastián le impusieron que tenía que empezar a repartir la información escrita en barrios lejanos por lo que le asignaron una bicicleta que tenía el manillar descolorido. Sebastián se emocionó mucho porque siempre le había gustado montar en bicicleta, desde pequeño aprendió, pero tuvieron que vender la de él, por problemas económicos. Sus primeros quince días, con su nuevo medio de transporte, fueron tranquilos, le pagaron semanalmente, por lo que decidió hacerse un quiromasaje con su primera retribución financiera, pues se sentía un poco tensionado por andar todo el día manejando la bicicleta prestada. Sus jefes lo elogiaron diciéndole que era una persona muy arriscada, pues se suponía que su turno terminaba todos los días a las seis de la tarde, y casi siempre antes de las cinco ya había terminado. Sebastián aceptó la adulación con alegría, pero en su interior sabía que tenía otro sueño y que quería ser elogiado por otra destreza.

El primer día de la tercera semana en la que Sebastián trabajaba con su bicicleta, yantó en su hogar, pues tuvo tiempo de pasar por su casa, antes de continuar con su labor diaria. Posteriormente repartió cinco periódicos, y luego a las cuatro de la tarde cuando le faltaban unos pocos por entregar, tenía que pasar por una avenida muy solitaria, o por lo menos, eso fue lo que pareció a él, podía irse por la cicloruta de la izquierda o por la de la derecha. Su percepción le persuadió para que creyera que la derecha era más peligrosa, por lo que se fue por la de la derecha. Tenía que recorrer seis cuadras por esa avenida antes de llegar a su destino.

Dos hombres con chapeos y trajes formales venían por la misma acera en dirección contraria a Sebastián. Los dos hombres habían sido el hazmerreír de sus compañeros de escuela porque usaban anteojos, ese día no los usaron. Llevaban un año desde que se graduaron y no trabajaban ni estudiaban. Se encontraron en la cuarta cuadra, cuando le faltaban dos a Sebastián para llegar a su destino. El que estaba más cerca de Sebastián sacó una navaja del bolsillo izquierdo trasero de su pantalón y se la introdujo a Sebastián en la ijada izquierda; Sebastián perdió el control de su vehículo y se cayó al suelo. Los dos sujetos se le acercaron hasta tenerlo a unos pocos centímetros y lo golpearon con muchas patadas. Para asegurarse de que Sebastián había muerto, el hombre de la navaja lo apuñaló cincuenta veces en el estómago. Luego, tomaron la bicicleta, la levantaron, uno se ubicó en el asiento y el otro se situó adelante del otro, sobre el tubo cuadro. Huyeron ágil y arrogantemente, al haber sentido la adrenalina del delito.

Texto agregado el 25-01-2014, y leído por 152 visitantes. (0 votos)


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