TU COMUNIDAD DE CUENTOS EN INTERNET
Noticias Foro Mesa Azul

Inicio / Cuenteros Locales / Gatocteles / Los raspados

[C:536132]

Siempre que sonaba la chicharra y los niños salían corriendo ante los salones en erupción, el papá de Lalo llamado Toribio ya estaba afuera de la escuela con su carretón de colores adornado con campanitas y dibujos de guajolotes picoteando unas lombrices que más bien parecían orugas de lo gordas.

Toribio aún no cumplía los veinticinco y ya tenía seis hijos: Lalo, el más grande; su hermanita la Chata y cuatro más que todavía se hacían en la cama. Había llegado a la ciudad hacía diez años y se había juntado con Lola luego de empanzonarla en una fiesta de quince años.

Solía traer una cachucha de las chivas que nomás se quitaba cuando iba al baño, y había aplacado sus cabellos ariscos con un corte a rape, que dejaba ver sus orejas coloradas y le despejaba las facciones de sembrador de jitomates.

Cuando los chiquillos salían como borregos de un encierro, Toribio dejaba a un lado su revista “Sensacional de Payasos” y borraba la sonrisa generada por las aventuras del Payaso Pervertido Kugco, impostando el rostro.

Nada más era cosa de esperar un poco para que la marea de niños que se daban empujones o pegaban de gritos se dirigieran con desesperación hacia el sitio donde Toribio aguardaba con los músculos tensos como esperando del embate de un becerro irascible.

Todos iban sudados, con los suéteres hechos bola en las mochilas a la espalda, o atados en la cintura. Algunos se rascaban los pelos revueltos o las nalgas. Varios se daban sopapos y se mentaban la madre entre risas. En particular, las niñas se hacían a un lado para que los demás desahogaran sus ímpetus, y ya cuando se calmaba un poco la euforia, se ponían a presumir las muñecas despatarradas que guardaban en compartimientos secretos de los morrales.

Justo cuando los chamacos se iban con todo sobre el puesto de raspados, Toribio levantaba un trapo deshilachado que cubría un bloque de hielo, contra el cual arremetía con su raspador, que levantaba como revólver del viejo oeste una vez lleno, para vaciarlo en unos conos aplanados de papel que abría con la izquierda. Al final les chorreaba un jarabe que los niños escogían entre los muchos frascos ordenados como soldaditos.

En lo más intenso de la acción y bajo el sol enjundioso entre los cirros, se acercó un perro cocker con manchas a pasto. Traía la lengua de fuera y daba brincos zangoloteando un huesito de goma que le colgaba del collar. Dio tres o cuatro vueltas olisqueando el área, reacomodó las patas en el suelo arenoso y soltó una meada intensa que por puro milagro no salpicó el hielo y apenas mojó una de las llantas de carretilla del puesto de Toribio.

Una niña con el cabello atado en dos trenzas con unas bolitas de Rosita Fresita levantó la voz indignada hacia Toribio: “¡Señor! ¡Señor! ¡Ya se mió el perrito en los raspados!”

En ese instante Toribio apenas se guardaba los tres pesos que le pagara un niño mugroso que extraía sin pudor la lengua para lamer el raspado, y haciendo gala de reflejos de cazador de saraguatos, le soltó un patadón al perrito que apenas y bajaba la pata, y que soltó un aullido tan fuerte como si lo hubieran castrado.

Una señora volteó como si recibiera el zarpazo de un tigre enfurruñado. Se reacomodó un tubo obsceno que le torcía el pelo zanahoria y devolvió una libreta asaeteada por letras maltrechas a su hija para irse con todo contra Toribio.

“¿Qué le pasa? ¿Por qué le pega a mi Pequitas?”
“¿Qué no ve que taba miándose en el yelo?”
“¿Cómo se va a mear en el hielo?, ni que volara mi Pequitas, no sea tarugo”.

Toribio se encendió como si lo picotearan trece hormigas culonas y se enfrascó en una discusión acalorada con la dama, para definir qué era “miarse en el yelo”.

Lalo había contemplado el show completo. Alguien le dio un codazo para advertirle que un incauto se había apoderado de una botella de jarabe para retacársela a su raspado, de modo que Lalo se arremangó el suéter que no había alcanzado a quitarse y le arrebató la botella al chamaco prieto que abrió los ojos de espanto como si viera una aparición.

Como si no bastara, alguien entre la muchedumbre lanzó un reto: “¿A que ni sabes hacer raspados?” Lalo alzó la cara ante la afrenta y refutó al valentón con una acción subversiva: sujetó el raspador con autoridad y embistió el hielo, repitiendo los movimientos que ya hasta soñaba.

Cuando tuvo la escarcha dispuesta, llenó un cono y le vació tanto jarabe que se vio obligado a soltarle unos chupetes apresurados para que no se le escurriera.

Uno de sus cuates se llevó la mano al bolsillo y extrajo un trompo morado, un sacapuntas lleno de viruta, dos bolsitas mordidas de pulpa de guanábana y tres monedas de a cincuenta: “Lalo, ¿me vendes tu raspado a uno cincuenta? Al cabo que ya le chupastes”.

Lalo volteó a ver a su papá, que miraba hacia el cielo en busca de algún santo desocupado, con la mano en la nuca y un gesto de impotencia ante las arremetidas de la mujer invadida por la santa ira de Juana de Arco. Como no podía consultar a Toribio, Lalo tomó una decisión salomónica y accedió.

Los demás quedaron estupefactos al ver la barata espontánea y se apresuraron a exigir el mismo precio. Así que Lalo se olvidó de que él no era el mero mero de los raspados y se puso a servir a diestra y siniestra.

Minutos después la mujer se retiraba aún furiosa, seguida de los brincos suicidas del Pequitas, mientras Toribio mascullaba ya para acabar: “Vieja cabrona, nomás porque no es hombre, que si no…”

Toribio retornó a su puesto y descubrió una epifanía: decenas de niños lengüeteando sus raspados a la vez que Lalo se sobaba el cuello, vaciando un montón de pesos en una cajita, lo cual no le importó a su papá, quien le soltó un zape y le quitó el raspador como si quisiera resarcir su dignidad.

Texto agregado el 25-01-2014, y leído por 276 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
25-01-2014 Cómo olvidar esos momentos. Me impresiona con que nitidez delineas escenas cotidianas, de corte costumbrista las más, aunque no faltan las absurdas y fantásticas. un abrazo. umbrio
25-01-2014 En mi escuela se llamaba Tomas Marquez. La piel de su manos finas llegaron a verter sangre en el raspado. Rentass
25-01-2014 Ahhhh... que buenos recuerdos hermano, quedaba como charquito en el fondo del cucurucho de los raspados y había que comerlo rápido para que no se derritiera o un pedigüeño -que nunca falta- llegara. Luego amarrarse el sueter a la cintura y disputar ardorosamente un fantástico partidito de "fucho" contra los del cuarto "b", que habían quedado "picados" desde el recreo... ahhhh. Cinco aullidos acalorados yar
 
Para escribir comentarios debes ingresar a la Comunidad: Login


[ Privacidad | Términos y Condiciones | Reglamento | Contacto | Equipo | Preguntas Frecuentes | Haz tu aporte! ]